Noche oscura

Aquella noche sin despedida ni luna,
hacinados, temerosos,
cayendo ya el ocaso del horror
tras lágrimas amargas con sabor a mar,
abandonaron el hedor
de sus propios huesos
bajo los cimientos del recuerdo
y de sus casas arrasadas.

A oscuras se adentraron
en el silencio y lo desconocido,
junto a doloridas miradas
que rehuían la proximidad,
el reflejo del terror
en lo hondo de sus pupilas
ciegas, consumidas, abrasadas.

No traía la brisa otro anhelo
que interponer aguas al pavor
para asentar los pies en el sueño
que ardía impreciso en el corazón,
la paz olvidada de una sola noche
sin estruendos de proyectiles,
de navajas ensangrentadas.

Solo esa esperanza prendía
y conseguía superar el gélido temblor
de las sombrías ropas empapadas,
de la piel abrasada por el gasoil,
las manos encrespadas para detener
otras manos crueles, impacientes
en un angosto infierno
de siluetas desgarradas.

Parece que no llega jamás la alborada
a quienes solo acaricia la penumbra,
no hay confianza para quienes están
embarcados en el miedo,
no se vislumbran
los perfiles definitivos de las playas
que se presuponen cálidas,
pero de las que solo llegan ecos
de una indiferencia desolada.

Tras el horizonte, quedó el amado,
con las armas del futuro
descarnado entre las manos,
sin saber si se encontrarán
más allá de las tinieblas y la sangre,
el desamparo y el sofocado sollozo,
las vidas sin brillo, despedazadas.

La noche no perdona,
se difumina el rumbo,
la desesperación hace volcar
la barca de la promesa
y los cuerpos intentan sobrevivir
sobre las vidas de los otros,
las manos encrespadas,
los ojos desorbitados,
seres diminutos que se abisman
hasta el fondo de una atrayente fosa,
los gritos como aullidos,
las súplicas ahogadas.

Mas cuando parece
que todo está perdido,

cuando las fuerzas se desvanecen,
cuando ya prefiere dejarse llevar
por las garras de la impotencia,
y la blasfemia brota llena de rabia
hacia un Dios sin entrañas,

un potente reflector
deslumbra en la noche,

una mano que surge de la oscuridad
coge con fuerza la suya,
la eleva al abrigo,
y escucha delicadas, unas palabras
que invitan a entornar los ojos cansados,
dejándose acunar durante un instante
por sensaciones ocultas,
caricias que parecían olvidadas.
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