La isla del tesoro

La isla del tesoro
La isla del tesoro

«Donde esté tu tesoro ahí estará también tu corazón» (Mt 6,21).

En estos tiempos de inseguridad, de desahucios, de falta de trabajo, de incertidumbre ante el futuro, no es fácil decir a la gente que no se preocupe por el dinero, que lo más importante en la vida no tiene precio, que una existencia ética es lo que da sentido, alegría e integridad a la persona. Porque, ante todo, debemos de tener lo imprescindible para vivir dignamente y, si no, trabajar, luchar por conseguirlo, para mí mismo y para los demás. 

Cuando se habla de llevar una vida sencilla, sin que las cuentas del banco nos lleguen a obsesionar, la gente se pregunta de qué secta has salido. Y, sin embargo, no es solo Jesús y los seguidores que intentan vivir el Evangelio, desde el espíritu de las Bienaventuranzas, quienes siguen diciendo que no se puede servir a Dios y al Dinero, a la Riqueza, a las Posesiones. Otras religiones y filosofías nos muestran lo importante que es, tanto la salud física, como la psicológica y espiritual, el vivir sin que el afán por poseer cada día más nos esclavice.

No hay nada más placentero, sugerente y motivador que continuar siempre en búsqueda, para encontrar el más pleno sentido para nuestra vida. Y en este sendero de búsqueda permanente, cualquier nuevo hallazgo, cada conquista personal, produce una alegría que se enraíza, nos alimenta y nos despierta las ganas de continuar por el camino del deseo siempre insatisfecho de la madurez humana y espiritual.

Los mejores valores que vamos adquiriendo a lo largo de los años, a precio de satisfacción interior y felicidad existencial, no son, desde luego, los que cotizan en bolsa, sino los que nos ayudan a mejorar, a crecer, a encontrarnos más a gusto, en armonía con nosotros mismos y con el otro, a compartir y solidarizarnos cuando el dolor, la soledad o la marginación de nuestros hermanos nos mueve a compasión.            

El Evangelio nos habla de la alegría que demuestra la mujer que encuentra la moneda que había extraviado, del campesino que encuentra un tesoro y lo vende todo para adquirir el campo en el que se encuentra, del mercader de perlas finas que, al hallar la más hermosa que haya visto jamás, lo empeña todo por adquirirla. Son metáforas, imágenes que pretenden ayudarnos a dar verdadera importancia a lo que de verdad la tiene, lo que no se puede perder, lo que no nos pueden arrebatar. Algo que cuando se convierte en parte de nuestro propio carácter y forma de vivir, cuando lo importante no es acaparar, sino salir de nuestro yo egoísta y compartir lo que somos y tenemos, llegamos a entender cuál es el secreto que da la esplendidez a la persona.

Es tan sencillo y tan difícil al mismo tiempo, como llegar a descubrir qué es lo que de verdad tiene importancia en su vida y qué es lo que no la tiene. La sociedad nos ofrece continuamente, por medio de la publicidad, la posibilidad de satisfacer todos nuestros deseos. Pero el deseo humano es infinito, por eso es algo que habita en nosotros y que nada lo puede saciar. Venimos del infinito y volvemos al infinito.

A lo largo y al final de nuestra búsqueda existencial, si hemos encontrado nuestro mayor tesoro, deberemos dar prioridad a la adquisición del campo en el que se encuentra la verdadera felicidad. Porque lo verdaderamente importante, la mayoría de las veces, no es cuantificable, es intangible, pero tan real como el aire que respiramos.

«Felices quienes siguen estudiando, investigando, descifrando señales luminosas que les indiquen el camino, para descubrir el tesoro escondido que les está esperando».

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