De la tierra y su profundidad surgen hondas cicatrices
que recorren su cuerpo ofreciendo en cada surco,
en cada círculo interior, el paso inexorable del tiempo.
Acometieron tan duros los hielos, las tormentas,
la sequía, los vientos…
que fueron encorvando su alta figura,
aunque la flexibilidad se la reveló la brisa.
Todo prepara, todo se transforma, todo pasa.
Si en el camino de su existencia
aparenta que el abatimiento le ha vencido,
aún las ramas continúan mostrándose frondosas,
todavía hay gemas floreciendo.
Y aunque parezca herido de sobrevivir,
ya tendido sobre la arena tibia, acogedora,
desde ahí contempla mucho más nítido
el paso tenaz de las hormigas,
o cómo crecen rebosantes de vida
las humildes y pacíficas hojas de hierba.