En sus homilías citaba a cada una de las víctimas de las matanzas y masacres en El Salvador San Óscar Romero: “Se aprende a orar cuando se comparte el martirio de un pueblo”
"Romero, en sus homilías mencionaba “cuantitativamente todos y cada uno de los nombres de las víctimas de la semana, como también las matanzas y masacres que habían ocurrido. En cuanto tenía noticia, recordaba además quiénes habían sido los victimarios, a qué cuerpo de seguridad o cuerpo militar o paramilitar pertenecían, también de la guerrilla"
"Son innumerables los nombres de personas, varones, mujeres y niños citados en sus homilías dominicales que han dado testimonio del Reino con la entrega de sus vidas. Romero menciona a los desaparecidos, a los torturados y muertos que han sido encontrados; en sus denuncias públicas hecha de oración y acusación hacia los organismos del Estado represor; nadie es anónimo para él"
La constitución dogmática “Lumen Gentium” sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II, está por cumplir 60 años el próximo 21 de noviembre. En el único pasaje que habla de la pobreza y la persecución, dice: “como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución”, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres”[1].
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Desde el Vaticano II, obispos latinoamericanos en distintas conferencias generales, particularmente Medellín y Puebla, insistieron en el binomio “pobreza y persecución” (Cf. Medellín, XIV, 1.1; 3.3.1). Muchos de ellos son considerados hoy “verdaderos Santos Padres”[2] pues han asumido un estilo de pastoreo profético, “pobres con el destino de los pobres”, lo cual los ha comprometido radicalmente en sus vidas incluyendo en algunos el “encuentro” con el martirio (Cf. José Comblin, “Los Santos Padres de América Latina”, Revista Latinoamericana de Teología 65 [2005], 163-172).
Los teólogos y teólogas latinoamericanos hemos encontrado en este tema una veta de gracia, digna de ser explotada desde diversos ángulos y niveles[3]. El presente artículo intenta abordar el binomio introduciéndo un cambio: “oración y martirio” visibilizado en “un obispo con su pueblo”. Entre tantas y tantos mártires que entregaron sus vidas en el anuncio del evangelio de manera radical, cuando decidieron vivir y correr la suerte de los más pobres, aborígenes y campesinos que defendieron sus tierras, frente a los grandes explotadores, latifundistas extranjeros; o durante las persecuciones indiscriminadas llevadas adelante por las dictaduras militares en América Latina, desde los años 60, con sus secuencias de secuestros, torturas, desapariciones y muertes, hubo cristianas y cristianos que “aprendieron” a orar de nuevo[4]. En nuestro caso el arzobispo de San Salvador (1977-1980), fue un ejemplo de pastor que ahondó en el misterio de la oración de la mano del pueblo crucificado[5].
Las homilías de Romero: testimonio de su oración
El teólogo alemán Martin Maier, dice que “Romero preparaba sus homilías dominicales con una escrupulosidad extrema. Los sábados se reunía con un grupo de asesores para analizar los acontecimientos de la semana[6]. Hasta bien avanzada la noche, incluso hasta las primeras horas del alba del domingo, permanecía sentado después ante su escritorio. Ante él, tenía libros de ciencia bíblica, que le ayudaban a comprender en un plano histórico y teológico los textos de la Sagrada Escritura. Además, había recortes de periódicos y notas personales. Durante su preparación de la homilía, Romero tenía puesto –en palabras de Karl Barth- “un oído en la Biblia y el otro, en el periódico”[7].
En El Salvador de aquellos años, las noticias de los periódicos presentaban una realidad muy diversa, de lo que estaba sucediendo en el país. Los secuestros, torturas, desapariciones seguidas de muertes, de mujeres y varones, niños y jóvenes, ancianos campesinos y personalidades no funcionales al poder, se habían convertido en “el pan nuestro de cada día”. No es de extrañar que la “oración martirial” del padre obispo Romero, se levantara con diferentes tonos cada domingo en la misa que presidía en la catedral, seguida en todo el país por Radio YSAX, organismo del obispado salvadoreño creado para contrarestar la tergiversación de los datos y mostrar la realidad de lo que en verdad estaba aconteciendo. En este contexto de pobreza y violencia hay que empezar a entender el ADN de la oración de Romero.
Un ejemplo del clima que se vivía en la Iglesia salvadoreña, es referido por un testigo: en la mañana del día en que Romero fue asesinado, 24 de marzo de 1980, escribió estas palabras a don Pedro Casaldáliga: “Alegres de correr como Jesús los mismos riesgos, por identificarnos con las causas de los desposeídos”[8]. La conciencia de vivir con “riesgo” porque se ha tomado en serio el ministerio de la predicación del evangelio, hace que Romero adopte un método singular en su predicación dominical y practique también una oración “llena de verdad” con lo que está sucediendo. Dice en una homilía del segundo domingo de cuaresma (19 de febrero, 1978): “El que predica no hace otra cosa que tomar la palabra eterna e iluminar con ella nuestras realidades, por donde va peregrinando nuestra historia. Por eso mi preocupación de traer, como marco a la misa del domingo la historia de la semana. Es una historia tan densa la del El Salvador, queridos hermanos, que nunca se agota.
Cada domingo encontramos hechos que están pidiendo la luz de la palabra del Señor. Y el verdadero cristiano en El Salvador no puede prescindir de estas realidades, a no ser que quiera profesar un cristianismo aéreo, sin realidades en la tierra; un cristianismo sin compromiso, espiritualista. Y así es muy fácil ser cristiano, desencarnado, desentendido de las realidades que vive”[9]. Son dos los pilares donde se apoyaba el obispo Romero en su oración: un “pilar histórico”, que es su conocimiento del pueblo, al que él atribuía una capacidad inagotable de encontrar salidas a las dificultades más graves, y un “pilar trascendente”, que era su persuasión de que últimamente, Dios es un Dios de vida y no de muerte, y que lo último de la realidad es el bien y no el mal. Esa esperanza no sólo le hacía superar cualquier tentación de desaliento, sino que le animaba a seguir trabajando, consciente de que su esfuerzo no iba a ser en vano, por más que fuera corto el tiempo[10].
El corazón de la oración: ligar la propia vida al destino del pueblo crucificado
En un importante estudio sobre la “Espiritualidad de la persecución y del martirio”, el teólogo salvadoreño Jon Sobrino, comienza con una larga lista de perseguidos y asesinados por el Reino en Centroamérica. El cuadro habla por sí solo. Si a ello se añaden los sacerdotes, religiosas y religiosos, catequistas y servidores de la palabra y simples fieles cristianos que han sido amenazados, difamados, expulsados, encarcelados y torturados; además, de los templos, residencias privadas, imprentas, librerías, radios, colegios, curias que fueron cateadas, ametralladas, dinamitadas y saqueadas, entonces la persecución y el martirio aparecen como una realidad masiva y cruel, selectiva y generalizada en los años 70 y 80[11].
Pero aquí es importante tener en cuenta, que estos hechos, no se explican adecuadamente sólo por la deformación o maldad de los perseguidores, sino que tienen causas estructurales que los hacen también necesarios. Una Iglesia fiel a los impulsos del Vaticano II y sobre todo, de Medellín, no tardó en ser vista como una amenaza a los intereses de los poderosos, y esto por dos razones: 1) esa Iglesia ha denunciado la injusticia estructural y la violencia institucionalizada y ha desenmascarado -y así desligitimado religiosamente- los principios económicos, sociales y políticos vigentes y 2) porque ha defendido y animado las esperanzas de los pobres en su liberación y les ha defendido y animado a organizarse para conseguirla. Los poderosos, por su parte, han intentado por diversos medios neutralizar a esa Iglesia o convencerla de su error, haciéndola volver a una misión más espiritualista y defensora del mundo occidental y sus valores religiosos, o propiciando la proliferación de movimientos religiosos alienantes. Pero cuando esto no ha tenido efecto, entonces han pretendido simplemente eliminar a esa Iglesia. De allí que la persecución no se haya dirigido a todos los cristianos por igual, sino a los que ponen en peligro el “status quo”[12].
En la misa exequial del padre Octavio Ortiz Luna, Romero señala el lugar que ocupa la oración de un pueblo que sufre y espera, al mismo tiempo que denuncia el atropello de los poderosos: “Y así resulta que el pueblo católico, rodeando hoy los cadáveres de un sacerdote muy querido, el padre Octavio Ortiz, y de los cadáveres de cuatro jovencitos que murieron acribillados con él: Ángel Morales, Jorge Alberto Gómez, Roberto Antonio Orellana y David Alberto Caballero, es un pueblo con perspectivas ecuménicas y escatológicas.
Esta multitud que llena la catedral y el parque es una multitud que no se circunscribe a este local; a través de la radio se extiende a casi toda la república y, más allá de la diócesis y de la patria, se siente unida en fe y esperanza con todo el pueblo de Dios que peregrina en todos los países de la tierra […] Señor, hoy nuestra conversión y nuestra fe se apoya en esos personajes que están allí en los ataúdes. Son los mensajeros de la realidad de nuestro pueblo y de las aspiraciones nobles de la Iglesia, que no quiere otra cosa más que la salvación del pueblo. Y mira, Señor, esta muchedumbre reunida en tu catedral, es la plegaria de un pueblo crucificado que gime, que llora, pero no desespera, porque sabe que Cristo no ha mentido. El reino está cerca y solo nos pide que nos convirtamos y que creamos en Él”[13].
En la oración de Romero, en línea con el evangelio de Jesús, el lugar central lo ocupan las víctimas: “si a mí me han perseguido, también los perseguirán a ustedes”, “serán odiados por todos a causa de mi Nombre”
Como refiere el teólogo reformado, Óscar Cullmann, comentando la segunda petición del padrenuestro: “cuando los cristianos suplican ‘venga tu Reino’, coinciden con el judaísmo en esta oración; pero, fieles a Jesús, piden la plenitud de un Reino que ‘ya ha llegado’. Justamente porque ha llegado, deben sufrir más por lo ‘alejado’ que está –debido a la maldad humana-, cuando debía estar cerca” (Óscar Cullmann, “La oración en el Nuevo Testamento”, Salamanca, Sígueme, 1999, p. 91). En la oración de Romero, en línea con el evangelio de Jesús, el lugar central lo ocupan las víctimas: “si a mí me han perseguido, también los perseguirán a ustedes”, “serán odiados por todos a causa de mi Nombre”, incluso “llegará la hora en que los mismos que les den muerte, pensarán que tributan culto a Dios” (Jn 15, 20; Mc 13, 13; Jn 16, 2).
En este sentido, son innumerables los nombres de personas, varones, mujeres y niños citados en sus homilías dominicales que han dado testimonio del Reino con la entrega de sus vidas. Romero menciona a los desaparecidos, a los torturados y muertos que han sido encontrados; en sus denuncias públicas hecha de oración y acusación hacia los organismos del Estado represor; nadie es anónimo para él, en esto encarna con hondura aquello de que “el pastor conoce a sus ovejas y las llama por su nombre,” “Él da la vida por ellas” [y con ellas] (Jn 10, 14, 3; 10, 15). No se puede negar que la gracia que él recibió, no sólo le convirtió sino que acrecentó su generosidad hasta extremos insospechables, porque no sólo era él el que llevaba a su pueblo sobre sus hombros, sino que su pueblo lo llevaba a él: “con este Pueblo no cuesta ser buen pastor”.[14]
La dimensión política de la Fe
En el famoso discurso que pronunció en la Universidad de Lovaina, el 2 de febrero de 1980, con motivo de habérsele conferido el doctorado “honoris causa” (un mes y medio antes de su asesinato), recuerda las auténticas razones de la persecución de su pueblo: “Es un hecho claro que nuestra Iglesia ha sido perseguida en los tres últimos años. Pero lo más importante es observar por qué ha sido perseguida. No se ha perseguido cualquier sacerdote ni atacado cualquier institución. Se ha perseguido y atacado aquella parte de la Iglesia que se ha puesto del lado del pueblo pobre y ha salido en su defensa. Y de nuevo encontramos aquí la clave para comprender la persecución a la Iglesia: los pobres.
De nuevo son los pobres los que nos hacen comprender lo que realmente ha ocurrido. Y por ello la Iglesia ha entendido la persecusión desde los pobres. La persecución ha sido ocasionada por la defensa de los pobres y no es otra cosa que cargar con el destino de los pobres” (Saint Óscar Romero, “Voice of the voicelles. The four pastoral letters and other statements”, Maryknoll, New York, Orbis Book, 2020, pp. 198-199)[15]. Si como dice “Lumen Gentium”, la Iglesia no puede recorrer otro camino que el de la persecución de Cristo, hay que preguntarse por la raíz original de esta persecución. El conflicto que el mismo Cristo provoca, no puede ignorar las causas que originaron la persecución concreta hacia Jesús ni dejar de considerar ese tipo de persecución como la persecución cristiana por antonomasia, como tampoco minusvalorar, las persecuciones actuales que tienen el mismo origen. Jesús fue perseguido por el anuncio de una buena noticia a los pobres y el servicio a su realización, lo cual le llevó a las controversias, denuncias, desenmascaramiento hacia los poderosos, y en definitiva, a ser ajusticiado y asesinado.
De ahí que la primera interpretación histórica de su muerte -antes de otras teologizaciones más universalizantes- fue hecha a partir del destino de los profetas (1 Tes 2, 14); y de ahí también que la misma persecución de los cristianos fuera interpretada a partir de los profetas (Mt 5, 12). La persecución ha sido vista desde la práctica de Jesús en favor del reino, y su necesidad fue vista también en la violencia que a ese reino hacen los antirreinos de este mundo. Romero pone también en el corazón de su oración a los “pueblos crucificados” más cercanos a su patria: “Oremos siempre por la pobre hermana Nicaragua. Diez mil nicaragüenses están regugiados en Honduras y más de diez mil en Costa Rica. El presidente de Nicaragua suspenderá programas de desarrollo para tener dinero y comprar armas y defenderse. Lloramos también con México por cincuenta y dos personas muertas y otros gravemente heridos al explotar una cañería de gas natural”[16].
Romero estaba convencido tal como lo expresó en Lovaina que “esa fundamental verdad de la fe cristiana la vemos a diario en las situaciones de nuestro país. No se puede ofender a Dios sin ofender al ser humano. Y la peor ofensa a Dios, el peor de los secularismos es, como ha dicho uno de nuestros teólogos, ‘el convertir a los hijos de Dios, a los templos del Espíritu Santo, al Cuerpo histórico de Cristo en víctimas de la opresión y de la injusticia, en esclavos de apetencias económicas, en piltrafas de la represión política; el peor de los secularismos es la negación de la gracia por el pecado, es la objetivización de este mundo como presencia operante de los poderes del mal, como presencia visible de la negación de Dios’ (Cf. I. Ellacuría, “Entre Medellín y Puebla”, Estudios Centroamericanos, Marzo, 1978, p. 123)[17].
En la oración de Romero encuentra su fundamento una cristología de la solidaridad y de la compasión, Cristo nuestro hermano divino “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor
En la oración de Romero encuentra su fundamento una cristología de la solidaridad y de la compasión, Cristo nuestro hermano divino “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor…se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (Flp 2, 7-8). La cruz de Cristo y los crucificados con Cristo se alzan entre las incontables cruces que bordean los caminos de los poderosos y violentos, desde Nerón hasta los campos de concentración del nazismo y los “desaparecidos/as” de las dictaduras latinoamericanas. La cruz de Jesús se levanta entre nuestras cruces, como signo de que Dios participa de nuestro sufrimiento. Ésta fue la consoladora interpretación del pastor y teólogo alemán reformado Dietrich Bonhoeffer en la celda de la Gestapo, antes de ser asesinado por los nazi: “Sólo el Dios sufriente puede ayudarnos durante el sufrimiento”[18]; y esta fue la experiencia de conversión del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, tal como la describe Jon Sobrino: “Vio en la cruz algo salvífico, no sólo por ser camino a la “resurrección”, sino por ser ya expresión de “encarnación” y la encarnación consecuente hasta el final; es decir, vio en la cruz afinidad con las víctimas”[19].
“Y por eso lo mataron”
Cuenta Jon Sobrino, el jesuita sobreviviente y teólogo del martirio de toda su comunidad de la UCA en El Salvador (16/11/1989), que en una oportunidad oyó decir a un campesino: “Monseñor Romero dijo la verdad. Nos defendió a nosotros los pobres. Y por eso lo mataron” (Cf. Jon Sobrino, Monseñor Romero. Testigo de la verdad, Buenos Aires, Ciudad Nueva, 2012, pp. 11-12). Es evidente que el campesino comenzó por lo que en un primer momento más le debió sorprender de Romero: “dijo la verdad”, y sin atisbos sistemáticos continuó formulando magistralmente lo que hizo el obispo durante todo su breve ministerio episcopal: “defender a los pobres”. Y así, con la misma clarividencia, concluyó: “por eso lo mataron”.
En la vida, la oración y el ministerio pastoral de Romero, se entrelazan: “su fe en Jesucristo” que fue desplegando cada vez con mayor profundidad y entrega en sus tres años en la diócesis de El Salvador, (1977 a 1980); igualmente “la realidad del pueblo salvadoreño”, que aunque ya le era conocida, irrumpió de manera explosiva e inocultable desde el inicio de su ministerio como arzobispo, donde se topó con la pobreza del pueblo producto de la injusticia, sumada la cruel represión en su contra, que terminaría desembocando en guerra. Pero también, el tercer elemento, fue “la esperanza de liberación”, es decir la “entrega” de muchos/as y la generosa “realidad martirial”. Puede decirse que su oración está hecha de “libertad y agradecimiento”, y esto dejó que lo configurara y empapase por entero. “Dios y pueblo sufriente”, y podría decirse en lenguaje teológico “sin separación y sin confusión” (Cf. DH 302)[20].
Una oración llena de rostros
Ya hemos señalado que Romero, en sus homilías mencionaba “cuantitativamente todos y cada uno de los nombres de las víctimas de la semana, como también las matanzas y masacres que habían ocurrido. En cuanto tenía noticia, recordaba además quiénes habían sido los victimarios, a qué cuerpo de seguridad o cuerpo militar o paramilitar pertenecían, también de la guerrilla, las circunstancias precisas de lugar y tiempo. La oración de Romero encuentra un lugar privilegiado en sus “denuncias”.
El trato con Dios en Romero, se hace “verdad encarnada”. En ese acto de traer “ante” el pueblo, los rostros de los que han sido presa de la violencia, y también los rostros de sus perpetradores, la oración cobra todo su realismo. Una oración de súplica y compasión, pero a la vez, una oración de denuncia que hace preguntas a Dios para que recuerde su promesa y se haga presente: “¿por qué te quedas lejos, Señor y te escondes en el momento del aprieto?” (Sal 9b, [1] (=Hebreo 10). O también “¿Hasta cuándo, Dios mío, no va a afrentar el enemigo?” (Sal 73, 10).
El exégeta protestante Joachim Jeremias, recuerda la oración del anciano sacerdote Eleazar en el libro cuarto de los Macabeos, cuando dice: “Ten misericordia de tu pueblo, séate suficiente el castigo que sufrimos a manos de los poderosos”, y comenta “queda clara cuál es la importancia de de estas frases, que califican la muerte de los mártires de compensación, ofrenda expiatoria y que tendrán particular influjo en el Nuevo Testamento, particularmente en Marcos 10: ‘el Hijo del Hombre ha venido no a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos’”, (Cf. Joachim Jeremias, “ABBA. El Mensaje central del Nuevo Testamento”, Salamanca, Sígueme, 1983, p. 143). Romero está convencido que su oración como la de la Jesús, es “empeñativa”, no hay alternativa en esto: o se reza para evadirse del peligro y anestesiar el dolor que provoca el infortunio, o se entra por el camino donde el destino de las víctimas está en manos del único que puede salvarnos. Pero esta salvación, no tiene nada que ver con un rescate “directo” del peligro, sino con la “certeza” de estar en la senda que nos identifica con Aquel que desde lo profundo del abismo supo entregarse en las manos misericordiosas del Padre. Si Romero llega a este convencimiento, es porque los pobres y sufrientes, los “pueblos crucificados” se lo han enseñado, llevándolo a hacerse preguntas, que dejan siempre inquieta a una conciencia atenta: “¿Para qué sirve una Iglesia, un cristiano, cuando su predicación, su ejemplo se ha trastornado en un servilismo, en adulación, en quedar bien con el mundo?”[21].
Verdadera y falsa oración en la Iglesia
Con el mismo énfasis con que Romero sostiene que una “predicación que no denuncia el pecado de injusticia no es predicación de evangelio”[22], y que por ello “la Iglesia se predica desde los pobres, y sin avergonzarnos nunca, decimos que “es” la ‘Iglesia de los pobres’, porque es en los pobres donde quiso Jesús poner su “cátedra de redención”[23], con la misma convicción y en correlato con esa denuncia y anuncio, señala “criterios” para discernir la auténtica o inauténica oración del cristiano. “Hay un criterio -dice- para saber si Dios está cerca de nosotros o está lejos […] Todo aquel que se preocupa del hambriento, del desnudo, del pobre, del desaparecido, del torturado, del prisionero, de toda esa carne que sufre, tiene cerca a Dios”[24].
Quien repasa de manera detenida las homilías de Romero, advierte que la experiencia acumulada en defensa de las víctimas, no sólo lo hicieron “dar” sino que lo capacitaron para “recibir”
Quien repasa de manera detenida las homilías de Romero, advierte que la experiencia acumulada en defensa de las víctimas, no sólo lo hicieron “dar” sino que lo capacitaron para “recibir”. No es una verdad necesariamente filosófica, pero sí una verdad cristiana, y es que de lo débil y pequeño proviene la salvación. Y la historia lo confirma: muchos han venido a salvar a estos pueblos crucificados y se han sentido salvados por ellos. Han venido a defenderlos del egoísmo de otros -los opresores- y han encontrado en los pobres y las víctimas una defensa contra su propio egoísmo. El padre obispo Romero vio con claridad y agradeció al pueblo los bienes que a él le concedió. “El pueblo es mi profeta, mi maestro”. “Con él no cuesta ser buen pastor”[25].
Cuando la oración predice el final
El epitafio sobre la tumba de Romero reza simplemente su lema episcopal: “Sentir con la Iglesia”. Es el lema que eligió cuando llegó a ser obispo y compendia toda su vida. Romero “sintió con la Iglesia” de los marginados y perseguidos, los humillados y explotados, y al igual que en otros lugares de América Latina, escuchó resonar las palabras del Éxodo: “He oído el clamor de mi pueblo, he visto la opresión con que los oprimen” (Ex 3,9).
Romero como tantos otros cristianos comprometidos con la causa del reino y su justicia, asumió desde su fe orante y confesante la dimensión profética como característica de su tarea pastoral. Ignacio Ellacuría ha desarrollado una reflexión que ilumina esta dirección del sentido del profetismo. Si desde un punto de vista teológico-histórico es posible decir que Jesús murió por nuestros pecados y por la salvación del mundo, desde un punto de vista “histórico-teológico” se debe afirmar que lo mataron por llevar la vida que llevó. La “prioridad histórica” no es por qué murió, sino por qué lo mataron. En la muerte de Jesús, en efecto, no aparecen motivos expiatorios; Jesús fue asesinado por la vida que vivió. Él era consciente del peligro que corría su vida enfrentándose a los poderes religiosos políticos de su tiempo y poniéndose a favor de los pobres y de los oprimidos; Romero encarnó este modelo de pastor-profeta y ésa es su perenne actualidad (Cf. Gabriele Fadini, “Ignacio Ellacuría”, San Pablo, Madrid, 2019, pp. 60-6).
He sido amenazado de muerte con frecuencia. Le debo decir, como cristiano, que yo no creo en la muerte sin resurección. Si me asesinan, resucitaré en el pueblo savadoreño. Lo digo sin jactancia alguna, con la máxima humildad
Romero no grabó en su Diario los últimos cuatro días de su vida, sin embargo, nos consta que José Calderón Salazar, corresponsal guatemalteco del periódico Excelsior, informó de una entrevista telefónica que había hecho al arzobispo unas semanas antes de su muerte y en la que él le dijo: “He sido amenazado de muerte con frecuencia. Le debo decir, como cristiano, que yo no creo en la muerte sin resurección. Si me asesinan, resucitaré en el pueblo savadoreño. Lo digo sin jactancia alguna, con la máxima humildad […]Puedo decir, si consiguen matarme, que perdono y bendigo a quienes lo hagan. Ojalá, en efecto, que pudieran convencerse de que desperdiciarán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo nunca perecerá”[26].
Romero ¿resistido aún hoy?
Antes de la larga y esperada beatificación de Romero en 2015, el papa Francisco recibió a una importante delegación de salvadoreños, con algunos sacerdotes y obispos entre quienes se encontraban, el arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas y Gregorio Rosa Chávez, y el papa en su discurso tocó el punto neurálgico de las trabas que había encontrado el proceso: “El martirio de monseñor Romero no fue puntual en el momento de su muerte, fue un martirio, testimonio de sufrimiento interior, persecución anterior hasta su muerte. Pero también posterior, porque una vez muerto -yo era sacerdote joven y fui testigo de eso- una vez muerto fue difamado, calumniado, ensuciado”.
Su martirio, dijo Francisco dejando a un lado el discurso que tenía preparado, “se continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado. No hablo de oídas, he escuchado esas cosas, o sea que es lindo verlo también así, un hombre que sigue siendo mártir, bueno ahora ya creo que casi ninguno se atreva, pero que despues de haber dado su vida siguió dándola dejándose azotar por todas esas incomprensiones y calumnias”[27]. Las “resistencias” o “calumnias” que menciona Francisco y que pueden recogerse de ciertos sectores clericales (también episcopales), tienen una explicación: Romero no es una santo de “estampita”, su figura tampoco inspira una devoción “cómoda”, por el contrario, el legado de Romero es haber sido “voz de los sin voz”. Ese “estilo” de obispo latinoamericano, “jugado por su pueblo”, según los parámetros del Vaticano II, pero leído desde el Pacto de las catacumbas, Populorum progressio, Medellín, Puebla y el Manifiesto de los 18 obispos del Tercer Mundo, lo fueron moldeando desde la experiencia de los pueblos crucificados, a los que por todos los medios en tan solo tres años intentó bajar de la cruz. Paradójicamente, con su muerte no llegó la paz ni la reconciliación sino la guerra más brutal y descarnada que podía esperarse. Su legado es una “Iglesia martirial”, universalmente luminosa, digna de ser conocida, estudiada e imitada[28].
Notas de referencia:
[1] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática “Lumen Gentium” n° 8c. Un análisis detallado del proceso redaccional de este punto puede verse en: Joan Planellas i Barnosell, “La Iglesia de los pobres en el Concilio Vaticano II”, Herder, Barcelona, 2014, pp. 77-93.
[2] Cf. “Junto al papel importante que jugaron Hélder Câmara en Brasil y Manuel Larraín en Chile, después de Medellín y Puebla, se agrupan una serie de obispos notables, como Leónidas Proaño, en Ecuador; Ramón Bogarín, en Paraguay; Sergio Méndez Arceo y Samuel Ruiz, en México; José Dammert y Juan Landázuri, en Perú; Enrique Alvear y Raúl Silva Henríquez, en Chile; Jorge Novak y Jaime de Nevares, en Argentina; y los obispos mártires Enrique Angelelli, en Argentina; Óscar Romero, en El Salvador; y Juan Gerardi, en Guatemala; Cf. Víctor Codina, “El Espíritu del Señor actúa desde abajo”, Sal Terrae, Santander, 2005, pp. 28-29.
[3] A modo de ejemplo señalo: el buen e interpelante estudio de Clara María Temporelli, “Amigas Fuertes de Dios, ¿amenaza? ¿para quiénes? Monjas Mártires en América Latina (1976-2005)”, Credo Ediciones, 17 Meldrum Street, 2019; Jon Sobrino, “Witnesses to the Kindom. The Martyrs of El Salvador and the Crucified Peoples”, Maryknoll, New York, 2003; también nuestro aporte en las Jornadas LEST (Universidad de Lovaina, 2023): R. M. Mauti, “The Martyrial Face of the Salvadorean Church from the Theological biographies of Óscar Romero and Ignacio Ellacuría: A revaluation of the prophetic dimension in the Ordained Ministry”, Kamasean, Jurnal Teologi Kristen (Indonesia), 2024, pp. 34-45.
[4] Para este tema puede verse el trabajo de: Enrique C. Bianchi – Luis O. Liberti, “La memoria como caliz. Martirio y Testimonio cristiano en la espiral de violencia” en C. Galli, J. Durán, L. Liberti, F. Tavelli (eds), “La verdad los hará libres. Interpretaciones sobre la Iglesia en la Argentina 1966-1983”, T. 3, Planeta, Buenos Aires, 2023, pp. 165-189.
[5] Cf. Ignacio Ellacuría, “El compromiso político de la Iglesia en América Latina”, en Escritos teológicos II, UCA, San Salvador, 2000, p. 676.
[6] Hay una reveladora entrada en su “Diario” (jueves 13 de marzo de 1980): “Hacia las nueve y media de la noche salí a visitar a los jesuitas, al padre Ellacuría y al padre Jerez, que están recién regresados de Roma, y al padre Jon Sobrino que ha regresado también del Congreso de Teólogos del Tercer Mundo en Brasil. Todos ellos me refirieron aspectos muy positivos de sus relaciones en su viaje, acerca de la seguridad con que se apoya mi trabajo pastoral. Es admirable cómo en otros países se comprende con muchos cariño este trabajo de tanto sacrificio, mientras interiormente, mis hermanos obispos parecen tan incomprensivos de este trabajo que, sinceramente, quiere ser un servicio a Dios y al Evangelio. ¡Pido al Espíritu Santo que me haga caminar por los caminos de la verdad y que nunca me deje llevar ni por los halagos ni por los temores de ofender a nadier más que a nuestro Señor!”, Óscar Romero, “Diario 1978-1980”, CPL, Barcelona, 2015, p. 541.
[7] Cf. Martin Maier, “Óscar Romero. Mística y lucha por la justicia”, Herder, Barcelona, 2005, pp. 85-86. La cita exacta de Barth en su monumental comentario a la Carta a los romanos, es más extensa e iluminadora: “Para comprender la Carta a los romanos hay que recomendar encarecidamente la lectura de todo tipo de literatura profana, en especial de los periódicos. Porque el pensamiento, si es auténtico, es una reflexión sobre la vida y, por tanto y a la par, sobre Dios. Mirando precisamente a la vida, el pensamiento ha de recorrer caminos tan enredados, vagabundear por lejanías tan inauditas. Precisamente en la caótica y caleidoscópica movilidad y tensión de líneas, y no de otro modo, estará el pensamiento a la altura de la vida […] De ahí la necesidad de escuchar y de decir la ‘palabra’ de Dios con vistas a la vida verdadera. De ahí la necesidad –recordando la pregunta: ¿qué debemos hacer?- de tener la conversación sobre Dios, en apariencia estéril. Por eso, a la vista de un mundo lleno de tareas prácticas urgentes, a la vista del ‘accidente de la calle’, a la vista del periódico, la Carta a los romanos, el ‘paulinismo’ resulta indispensable”; Cf. Karl Barth, “Carta a los Romanos”, BAC, Madrid, 1998, pp. 500, 513.
[8] Cf. Jon Sobrino, “Espiritualidad y seguimiento de Jesús”, en Ignacio Ellacuría – Jon Sobrino, “Conceptos fundamentales de la Teología de la Liberación” vol. II, Trotta, Madrid, 1990, p. 460.
[9] Óscar Romero, “Homilías de denuncia y compasión. Ciclo A/I (1977-1978)”, BAC, Madrid, 2019. p. 256.
[10] Cf. Jon Sobrino/R. Alvarado (eds.), “Ignacio Ellacuría. Aquella libertad esclarecida”, Sal Terrae, Santander, 2018, p. 19.
[11] Cf. Jon Sobrino, “Liberación con espíritu. Apuntes para una nueva espiritualidad”, Sal Terrae, Santander, 1985, p. 109.
[12] Cf. Jon Sobrino, “Espiritualidad de la persecución y del martirio” en “Liberación con espíritu”, op. cit. pp. 110-111.
[13] Óscar Romero, “Homilías para un pueblo que sufre. Ciclo B/I (1978-1979)”, BAC, Madrid, 2020, pp. 167-168, 180.
[14] Óscar Romero, “Homilías de fe y esperanza. Ciclo B/II (1979)”, BAC, Madrid, 2021, p. 547.
[15] La traducción es nuestra.
[16] Óscar Romero, “Homilías de justicia y paz. Ciclo A/II (1978)”, BAC, Madrid, 2020, p. 372.
[17] Saint Óscar Romero, “Voice of the voiceless…”, op. cit. 200.
[18] Dietrich Bonhoeffer, “El precio de la gracia”, Sígueme, Salamanca, 1986, p. 211.
[19] Jon Sobrino, “La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas”, Trotta, Madrid, 2007, p. 385.
[20] Ellacuría dijo en forma programática que, junto a Dios, pilar transcendente, el pueblo era “un pilar histórico” en que se apoyaba Romero. Y le “atribuía una capacidad inagatoble de encontrar salidas a las dificultades más graves”, Cf. Ignacio Ellacuría, “La UCA ante el doctorado concedido a Monseñor Romero”, ECA 437 (1985) 174.
[21] Óscar Romero, “Homilías de denuncia y compasión”. Ciclo A/I (1977-1978), BAC, Madrid, 2019, p. 235.
[22] Óscar Romero, “Homilías de denuncia y compasión”. Ciclo A/I (1977-1978), BAC, Madrid, 2019, p. 208.
[23] Óscar Romero, “Homilías para un pueblo que sufre”. Ciclo B/I (1978-1979), BAC, Madrid, 2020, p. 92.
[24] Óscar Romero, Homilías de denuncia y compasión”. Ciclo A/I (1977-1978), BAC, Madrid, 2019, p. 238.
[25] Jon Sobrino, “Monseñor Romero. Testigo de la verdad”, Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2012, pp. 32-33.
[26] James R. Brockman, “Monseñor Romero. La Biografía del mártir de América”, Sal Terrae, Santander, 2016, p. 402.
[27] Cf. Francisco (2015). “Romero mártir incluso tras la muerte, difamado y calumniado”. [en línea]: www.lastampa.it.
[28] Ricardo M. Mauti, “La Iglesia que nace de los pobres. Mysterium liberationis, una eclesiología latinoamericana sinodal y martirial”, en Revista Latinoamericana de Teología 114 (2021) 221-229.
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