Acotaciones a Dom Hilari Raguer: Los curas de Aguirre. ©

Doy al lector por enterado de que estas acotaciones se originan en las que el P. Raguer, OSB, dedicó a mi artículo sobre ciertas misas en la Baskonia aguirriana. Mi intención está lejos de imponer sentimientos o criterios contra las interpretaciones adversas al Alzamiento del 18 de julio de 1936 -lógicas en el lado perdedor-, sino más ciertamente elaborar mi opinión aséptica y en conciencia.

Ahora bien, poco podremos saber de aquella inmensa desgracia, empezada en octubre de 1934 y no el 18 de julio de 1936, sin estudiarla desde una perspectiva cristiana. No por un exceso de religiosidad sino porque fue iniciada con tal matriz, tanto por los enemigos de Jesucristo como, enseguida, también así respondida por la parte rebelde en defensa de la fe católica y de la idiosincrasia española. No comprendo cómo es que nadie se interese por este enfoque.

Porque esto se destaca cuando vemos, respectivamente, que de un lado se luchó por la Revolución y para el comunismo, herramienta tan atea y materialista como el nazismo, y por la desmembración aniquiladora de la nación española; en oposición al otro lado donde se luchaba por Dios y las esencias históricas de España. Quede dicho en general y en reconocimiento de unos objetivos metafísicos que se intuían en cada lado, tanto en su retaguardia civil como en la línea de fuego.

No es verdad, en absoluto, que la persecución religiosa fuera reacción al Alzamiento.

Por cierto, en nuestra historia estos son hechos repetidos. Así los tenemos en la ocupación francesa, con José Bonaparte creando plazuelas allí donde para ello fuera necesario derribar un templo; o con la Desamortización del señor Álvarez Mendizábal, miembro destacado de la masonería de Cádiz, logia Taller Sublime.

Esta perspectiva, cristiana o anticristiana, es obligada y sustraerse a ella superficializa todo a mera catástrofe, como si habláramos de una epidemia, un terremoto o una glaciación. Bajo el enfoque cristiano cualquieras otras causas resultan secundarias. Esto se aprecia en que aun cabalgando sobre las más aparentes razones, por un lado se mataban creyentes, se incendiaban templos, se profanaban cementerios y hasta se fusilaban estatuas benditas; y por el otro, desde el primer dia se pensó en proteger a España del nuevo imperialismo ateo.

La guerra radicalizó las voluntades por encima

de cualquier otro objetivo e hizo indigerible la mentirosa teoría del empate. Esa extraña aritmética de que en el bando rebelde “también” se asesinaba a los curas, y del lado vasco-nacionalista, el clero y los fieles no estaban coaccionados por el miedo sino que vivian en un envidiable remanso de tolerancia y de paz.

Propondré una ilustración.

Empezaba el año 1979 cuando en cierto lugar de Pamplona a un policía le estalló un artefacto terrorista que no pudo desactivar. El funcionario, como es obvio, buscó evitar una matanza. Desangrándose, fue atendido por un compañero que, mientras le sostenía, reconoció entre los curiosos a un sacerdote al que pidió administrara al moribundo los últimos sacramentos. Pero el sacerdote, vestido como "uno más", se escabulló entre la gente y el herido murió sin asistencia. Más tarde, el renegado fue visto por el policía que le recriminó públicamente no haber asistido al compañero en sus últimos instantes. El supuesto sacerdote, que decía misa en la iglesia del Salvador, le respondió delante de todos: “Pero, hombre, ¿todavía crees en esas tonterías...?” (Cfr. "La Gaceta del Norte", 3 de enero de 1979)

Espero no sea aventurado insertar esta noticia en la alienación del terror. Porque si esto pasaba en la Navarra de 1979, ¿qué puede suponerse de los curas de 1936? Apenas duró un año el gobierno de José Antonio Aguirre y se mataron sin juicio a 584 españoles indefensos en las cárceles Larrinaga y Ángeles Custodios , más los recluidos en los barcos Cabo Quilates y Altuna Mendi porque las prisiones estaban repletas. Entre ellos cuatro sacerdotes de los 47 muertos por 'grupos incontrolados' por negarse a secundar los extremismos independentistas o avenirse a los sermones inducidos en su apoyo. (Cfr. Carta del obispo Múgica al Cardenal Gomá.)

No es criticable pero sí lamentable que tantos otros, por salvar la vida, como es natural, y por eso que se llama "Síndrome de Estocolmo", terminaran de agentes del Anticristo calmando sus conciencias bajo el palio abertzal. Son hechos, no argumentos.

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Próximas entregas: Los 16 del empate.- Guernica y sus hermanas.- El título de Cruzada.-

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