Benedicto XVI, un nombre para la eternidad.©
El 2 de abril de 2005 fallecía el Papa Juan Pablo II y la atención mundial se centraba en el Vaticano donde, tras el cónclave, el Cardenal Joseph Ratzinger se dio a conocer como nuevo papa con el nombre de Benedicto XVI. En ese momento el cuidador de un albergue jacobeo, viendo el telediario, no pudo contenerse de exclamar: «— ¡Es el que estuvo aquí! El que me mandó la postal.» El hospitalero aseguraba que el nuevo papa había sido un anónimo peregrino que el año 2000, Año Santo Compostelano, se hospedó en el albergue de Molinaseca, bonito pueblo de El Bierzo leonés. Pero no sólo por eso se hizo famoso Alfredo, así se llama, sino por guardar entre muchas una postal que el Cardenal le enviara cinco años atrás firmando: “Alois Joseph, futuro Papa Benedicto XVI”.
Los reporteros de TVE y agencias de prensa informaron al mundo de tan imprudente predicción. Porque, como es fácil suponer, eso fue el quid de la noticia y no tanto su discreta experiencia de peregrino.
Picado de la curiosidad me cité con Alfredo y viajé a Molinaseca. Mientras desayunaba en la cafetería del hotel, me contó: «—Vino vestido como uno más aunque parecía hombre importante, a la vez que sencillo. Enseguida se amoldó a las incomodidades.» En el albergue se acostumbraba reunir a los peregrinos para intercambiar impresiones acerca del Camino y de los motivos que les empujaron a hacerlo. Unas reuniones que descubrían a la mayoría de caminantes como gente sin la mínima formación religiosa. «Excepto los que llegan con más de 500 kilómetros en sus botas...», dijo Alfredo. También que, quizás por la presencia del eclesiástico, los asistentes criticaban duramente a una Iglesia que desperdicia tan buena oportunidad de evangelizar. «[La Iglesia] pasa del Camino — me remachaba —, un medio por donde desfilan miles de personas, de las que se supone que algo buscarán de Dios y no reciben atención catequista o sacramental.» Parece que esta observación disgustó al cardenal peregrino, iniciándose una porfía que no apeó al hospitalero de sus convicciones.
A la mañana siguiente el huésped se despidió prometiendo que pediría por él ante el Apóstol; lo que Alfredo aprovechó para rogar le enviase una postal para su colección. Acabé el desayuno. «—Bien, —dije— veamos ese tesoro...» Mi nuevo amigo sacó la postal de un portafolio y la puso sobre mis manos como si se tratara de una astilla de la Vera Cruz. En el anverso, la foto de un antiguo monasterio y, por la parte postal, unas palabras en español, sin duda referidas a sus discusiones... Ya al borde del filo inferior estaba la firma: “Alois Joseph. Futuro Papa Benedicto XVI.” La postal venía de Montpellier, Francia. Un grafólogo de Madrid dictaminó que firma y letra eran de la misma mano; también que el texto tenía construcción alemana. El cotejo con otros escritos del Cardenal aportaba criterios similares y el examen de sello y matasellos confirmaban fecha y origen.
Pensemos. En mi opinión, poco tiene de extraordinario que un príncipe de la Iglesia juegue con la posibilidad de llegar a Papa, aun si la utiliza como refrendo de autoridad a un debate religioso. No es raro que cualquier profesional del Derecho bromee con la ilusión de llegar a Presidente del Tribunal Supremo. Mas en este caso el hecho produjo desproporcionadas reacciones que parecían añadir más significados al tema.
La visita del Cardenal Prefecto de la Fe a aquel albergue de El Bierzo significó una inesperada procesión de cruces para Alfredo, al que vi honrado y veraz. La primera le llegó del Obispo de Astorga quien le recriminó públicamente por “mentir”, aunque luego le pidió disculpas. Otra fue la periodista Paloma Gómez Borrero al afirmar que tal visita del Cardenal Ratzinger era imposible sin ella estar avisada. Rara cosa para un viaje de incógnito. A esta protesta de la conocida corresponsal de la COPE, se sumó una sucesión de amenazas para que se desdijera inmediatamente de “semejantes fantasías”.
Y aquí podemos preguntarnos: ¿Es esto normal? ¿Qué importancia tiene para la honorabilidad del Cardenal y Papa, o para la Iglesia, que un hospitalero diga verdad, o no la diga? ¿Es creíble que alguien prepare en unas horas semejante falsificación...? Me atrevo a pensar que la autenticidad del hecho se afirma más en lo inimaginable que parece tan rápida artesanía.
Dejemos, de momento, el albergue del Camino y pasemos a otros acertijos.
Era el año 1975. Como encargado de negocios de una multinacional giraba yo visita a la Bretaña francesa. Me acompañaba un “pied-noir” educado y culto que añadía agrado personal a su auxilio.
En una de nuestras jornadas de viaje me habló entusiasmado de una novela de la que me insistió no dejara de leer. La acción transcurría en el siglo siguiente, actual XXI, donde el autor imaginaba muchedumbres hambrientas invadiendo Europa. Hacía años, entonces ya, que Francia alcanzaba cifras de inmigrantes muy por encima de lo tolerable. El autor nos muestra que las teorías humanitarias de una Iglesia desnortada y los intereses de los partidos apátridas excitaron el efecto llamada en pos de «la leche y la miel prometidas». Frente a la Costa Azul más de ochocientos mil “sin-papeles” esperaban sumarse a los ya legalizados. "¿Por qué otros sí y ellos no?" Los barcos anclados no lejos de las playas amenazaban lanzar su carga. En París se ordenó - sigue la novela - el inmediato envío de cinco divisiones del Ejército, pero, ¡quién dispararía sus armas contra miles de seres macilentos y semidesnudos...!
La versión española (Plaza y Janés, Barcelona, 1977) la compré en 1979. Pero no la leí hasta que llegó a España aquel gran libertador Don Jesús Caldera, Ministro de Trabajo del Gobierno del PSOE.
Seguro estoy de que tú, querido lector, te estarás preguntando cuál será la razón de que cite este libro en un artículo acerca del nombre Benedicto XVI. ¿Verdad? Pues sigue leyendo, por favor.
En la segunda mitad de la novela nuevos contingentes de emigrantes dispuestos a triunfar o morir zarpaban desde las costas pobres del mundo en número aterrador, en su mayoría de hindúes y musulmanes, que estimulados de liberación revanchista y fanatismo religioso organizaban más oleadas invasoras.
«(...) Filipinas y Yakarta, Karachi, Conakry y, una vez más, Calcuta, todos los puertos están rebosantes de Tercer Mundo, nuevas flotas inmensas zarpan para Australia, Nueva Zelanda, Europa. La gran migración desenrolla su alfombra. [Al tiempo que esto ocurre, en las playas del sur de Francia, como lo son las de Marsella y Montpellier, los militares siguen a espera de la orden de fuego.] «De pronto aparecen dos aviones cargados con víveres y medicamentos, atiborrados de eclesiásticos [...] La primera de esas aeronaves era blanca. La otra, gris. Todo el mundo habría reconocido ya a los mosqueteros de la caridad combatiendo en cada acimut del mundo, los héroes de Sao Tomé. ¡El avión blanco del Vaticano, primero! ¡El avión gris del Consejo Ecuménico de las Iglesias, segundo! Ninguno de sus ocupantes había resistido a la tortuosa llamada de la justicia. Los cargamentos a bordo eran solamente, como siempre, un mero pretexto. Lo esencial era estar presentes, y mediante su presencia simbólica ofrecer las llaves de Occidente, sacrificándolo alegremente...» [Cuando los aviones llegaban se levantó una de esas súbitas tempestades del Mediterráneo que provocó un doble accidente.] «... las aeronaves se estrellaron contra la pista. ¡Avión blanco, primero! ¡Avión gris, segundo! Explosión. Incendio.» [...] «Ciertos historiadores formularon una extraña hipótesis según la cual el Papa Benedicto XVI viajaba en su blanco avión y había perecido en la catástrofe [y] desde entonces nunca más se oyó hablar de Benedicto XVI...»
Este libro es en verdad una sorpresa. Una sorpresa algo inquietante. Mas, no sólo por la descripción migratoria anticipada en 1973, año de su primera edición francesa, sino por la situación que se nos presenta de la Iglesia posconciliar — que si no la reproduzco es sólo por onerosa y no por falta de tentación — y la cobardía de una Europa sin identidad y, por tanto, sin líderes. Las citas a un papa Benedicto XVI se repiten en la segunda mitad de este excepcional libro de Jean Raspail, titulado: “El campamento de los santos” (Ap 20,7-9). Subrayo de nuevo que fue editado treinta y tres años antes de que el Card. Joseph Ratzinger ocupara el solio pontificio, y a veintisiete de que un peregrino mandase una postal al albergue de Molinaseca.
Termino repitiendo que para mí lo extraordinario no es que el pontífice hoy reinante se profetizara como Papa, ni siquiera como delfín del anterior, Juan Pablo II. Tampoco que un escritor le adivinara con el nombre de Benedicto XVI. Probablemente coincidencias inocentes. Aun si Leibnitz dice que «ningún hecho es cierto o existe sin una razón suficiente, y no de otro modo.» O precisamente por eso, porque son casualidades sin razón suficiente.
***
Los textos de este blog son originales.
En cualquier reproducción citen, por favor, la fuente.
Los comentarios son libres. Por favor, procuren ceñirse a los asuntos tratados.
El blogger se reserva el derecho de admisión y moderación.