Hablemos de Jesucristo - I ©

La religión pide, necesita, engendra y reparte vida espiritual. Sin vida espiritual, sin preguntarnos sobre el origen de la vida, sin proyección hacia lo divino no hay religión; hay solamente costumbre, empleo laboral, superstición, diletantismo, engreimiento. Ni siquiera hay teología aunque la ciencia (¿ciencia?) teológica se domine con brillantez académica. ¿Humanismo sin amor a Jesucristo? Imposible. ¿Teología de amor al hombre y por el hombre acceder a Cristo...? ¡Anda ya...!

Es la fe lo que hace la religión. Por la fe que es nuestro tesoro deseamos darla a los demás para que lo sea de ellos. Es la fe la que reinterpreta el humanitarismo volviéndolo a su verdadera fuente: el Dueño de todos, especialmente de los que no saben ni papa de Él. La fe en aquel hombre extraordinario que se identificó Hijo de Dios, Dios mismo con nosotros, nos lo llena todo de vida sobrenatural. Baña lo cotidiano de una belleza inimaginable para quien no tiene religión.

Es aun más que esto. Es que sin la gracia de la fe, don del cielo, no hay nadie con sabiduría suficiente para entender la doctrina de la salvación que Cristo encarnó en su propia persona y expuso en su predicación, muerte y resurrección. El Apóstol de los Gentiles y Heraldo de Cristo, San Pablo, lo advertía así a la iglesia de Éfeso: «(...) que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, enraizados y cimentados en la caridad – caridad es amarle a Él “sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismo” -, a fin de que seáis capaces de comprender, con todos los santos, qué cosa sea la anchura y longitud, la altura y profundidad de la caridad de Cristo que sobrepuja todo conocimiento.» (Ef 3, 17-19) ¡Qué bien se conocía a sí mismo que pudo señalarnos a todos! “A fin de que seamos capaces de comprender... algo que sobrepuja todo conocimiento.”

Sin embargo, para luchar con éxito contra el laicismo progresista, del que la Iglesia está infectada hasta los tuétanos, sólo son necesarias unas pocas armas hoy casi olvidadas.

La primera, la tierra. Disponer de una buena materia prima, educar y preparar la fortaleza y el carácter que pueda enraizar la fe y donde la gracia del cielo alimente su desarrollo. Esto es fundamental para contrarrestar la laxitud del seudo-progresismo protestante que desacraliza ministerios, o la ambición de los que buscan sólo “hacer carrera”, vivir de la Iglesia en lugar de servirla.

La segunda arma es la semilla de fe que un día recibiera nuestra pobre o rica biografía. Acogerla, abonarla, regarla. Ahondar en el conocimiento de Jesucristo. Porque no hay otro nombre sobre la tierra que nos garantice la felicidad en esta vida y después de la muerte. Cultivar la pequeña semilla suplicándole, a Él, ayude a nuestra falta de fe.

Y la tercera arma creo yo que es no descansar en la lucha contra los demonios personales que cada cual sabe y conoce. Si los Evangelios dicen de la Magdalena que tuvo siete demonios, ¿cómo dudar del éxito? Por tanto, ejercitarnos en huir de la "religión intelectual", de la “fe literaria” con la que especulamos erudiciones, de la fe del mínimo esfuerzo que nos aparta de pensar y rezar. En resumen, aborrecer la fe de club social que a muchos nos envuelve en orgullo las tontas fantasías de un plato de lentejas. ¿Qué semilla de religión puede arraigar en una vida que no enfrentó el mínimo riesgo de cumplir con sus deberes?

El cristianismo ontológico es cosa muy diferente al humanismo cristiano. Porque la fe interviene en las realidades públicas y secretas, íntimas y cotidianas. La fe ontológica es como el perfume que uno no nota pero nos acompaña siempre. Cristo Jesús es mucho más que una cita histórica; es el Dios que se siente y se adora. (1 Co 13, 1) No exagero, creo que una vez que se conoce a Jesús, Él es el que pasa a ser "lo real" y no nosotros. Paso a paso, pequeños y aleatorios, la fe nos lleva a decir: «Vivo yo, mas no soy yo; es Cristo el que vive en mí.» (Gal 2, 20)

Esto, que es individual, se eleva a dimensión universal y hace fácil que Cristo vuelva a ser algo más que una referencia cultural. Para ello es necesario hablar de Él entre nosotros. Y la Iglesia clero predicarle, misionar en aldeas y pueblos, en barriadas, en las horas de confesionario, en las misas dominicales. Porque si no se nos enseña a cultivar la propia fe individual, las naciones y los estados, entre ellos la misma Iglesia, son - y somos - badajo cubierto de trapos; dentro de la campana, sí, pero sin eco que atraiga a nadie. Es la desgracia que vino con la peste del progresismo, tirar a Cristo-Dios-Salvador a la papelera y manipular su nombre como ariete de revanchismos, para predicar el odio, hijo del error y de la envidia, sin dar el trigo de la educación.

Sólo saldremos de la trampa en que cayó nuestra civilización si recuperamos a Cristo entre nuestras ambiciones. Él el primero y por encima de todas.

Y para recuperarle debemos ayudar a nuestro prójimo, el próximo y cercano, a que se lo encuentre. Así que, puesto que en este portal se habla de religión es imperativo que presentemos a Jesús de Nazaret fuente de convivencia social. No importará el enfoque, ni el estilo, ni las carencias teológicas... Porque todo lo supera la realidad deslumbrante de Aquél que siempre parece nuevo por más que lo que se diga sea viejo y sabido.

Hablaremos de Jesucristo en próximos capítulos.

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