La LCWR, Theresa Kane y el feminismo religioso. ©
"Uno de los problemas es que pedimos la participación de las mujeresen
la Iglesia con plena voz, lo que ha producido roces con algunos miembros de la jerarquía." Son palabras de Sor Theresa Kane, de la LCWR, de los EE.UU.
Ya que la hermana Theresa lo resume así orientaré mi atrevida opinión en ese sentido: el roce con la jerarquía apostólica. Subrayo lo de apostólica pues que en la Iglesia la jerarquía es la extensión de la autoridad de los Apóstoles que, a través de ella, evangelizan al tiempo presente y ayudan al Papa en el gobierno de la Iglesia. Partiendo de aquí valoremos la queja de la asociación americana de religiosas católicas cuando reivindican no haber dado escándalo alguno similar a los abusos sexuales. Sin embargo...
Somos muy dados a confundir el error en las conductas, variables, santas o pecadoras, al error en las enseñanzas que la Iglesia no podrá cambiar... aunque lo intentase. De la misma manera no es lo mismo sentir y aun practicar la homosexualidad, gay o lésbica, que defender en línea académica el supuesto derecho de serlo. Inclusive el orgullo agresivo y su libre difusión. Hasta eso no llega "el amor al prójimo como a nosotros mismos..."
No podemos interpretarlo, por ejemplo, en el sentido de que el cocainómano que nos proponga esnifar cocaina, justo porque es lo que a él más le gusta, hayamos de insertarlo en el Mandamiento Nuevo de Nuestro Señor. Por tanto, bajemos a la sencillez del sentido común y no propongamos el pecado de nuestra debilidad o de nuestro orgullo, por poner extremos, como un gran avance magisterial de la Iglesia. Porque no existe la Iglesia para adaptarse a los pecados del mundo sino para corregir al mundo en sus vicios y errores. La divina constitución de la Iglesia, la católica, propone a los cristianos estar en el mundo, sí, y con todas sus consecuencia, mas al mismo tiempo no ser del mundo, también con todas sus consecuencias.
"La participación de las mujeres en la liturgia de la Iglesia".-
Fue en el s.IV que un gallego llamado Prisciliano, Obispo de Ávila, postulaba lo que ahora promueve el progresismo: las mujeres mezcladas en tareas sagradas, un igualitarismo ajeno a la voluntad del Creador y la reivindicación del sacerdocio femenino. (cfr. Henry Chadwick, Prisciliano de Ávila, Espasa, Madrid)
Favorecen mucho al feminismo los dos siglos del dejar hacer y el dejar pasar. La pereza a enfrentar lo molesto; la vanidad de erigirme maestro teólogo con propuestas que atraen multitudes cuando esas multitudes son las que me dirigen y me tiranizan. La debilidad de quienes se amoldan a la nueva dialéctica de la Revolución: el género como instrumento de lucha de clases. ("Igualdad entre los géneros, desarrollo y paz para el siglo XXI", Nueva York, junio 2000.) Así tenemos como primer síntoma esos predicadores respetuosos con esta nueva cara de la Revolución, a la vez que incultos en el idioma, cuando distinguen “hermanos y hermanas”, "jueces y juezas", "peces y pezas", "miembros y miembras..." Dios santo, qué ridículo sometimiento a los diseños de los talleres. Esta misma Iglesia que desde el año uno fue faro de nuestra conducta y pensamiento.
Después de imponernos esta barbarie lingüista, las feministas de voto religioso (¿?), todas oriundas del marxismo eclesial, "exigen - no sé si descubren - que Dios sea mujer". El Padrenuestro ya no lo dirigen a Dios, como Cristo enseñó, sino que lo cambian a una hipótesis de “padre y madre nuestros” ya que les es intolerable que Cristo no se refiriese al “Ente supremo” (¿debería escribir “la Enta suprema”?) como “madre” y “altísima”... Aducen que el Antiguo Testamento cita a Dios como madre en este texto de Isaías cogido-por-los-pelos: «Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros.» (Is 66, 13)
Reservemos nuestro asombro porque la innovación feminista no se agota aquí. En este maratón hacia el manicomio, una monja teóloga de no sé donde afirmó que la Trinidad tenía un único componente feminista. (L’Osservatore Romano, 10.08.1983). Esto es, que las Tres Personas son del género femenino. Y ahí se nos dice que el Espíritu Santo es en realidad «la Espírita Santa» (sic). Extravagancia que no es nueva, pues ya lo presentaban así unos herejes llamados “Obscenos”, qué sugerentes, que imaginaban mujer a la Tercera Persona, e incluso la adoraban encarnada en una de sus socias. Oh, là, là!
Así tendríamos que aceptar que la Virgen María fue cubierta por la fuerza de un ser femenino y que Jesús sería hijo de dos féminas. «Y como la tercera persona, el Espíritu Santo -dice Romano Amerio-, procede del Hijo tendríamos que la madre del hijo fue originada por éste mismo.»
Muchas buenas personas secundan estas diversiones pues no se paran a pensar lo que esconde la nueva “teología del género”. Lo cual favorece el argumento del relativismo, así como destruye el sacerdocio y, en consecuencia, el Santo Sacrificio de la Misa. A lo que debe añadirse la desaparición del Papado, como le oí predecir, o formular deseo, a un superlativo socio de la Asociación de Teólogos Juan XXIII.
Repasemos las pretensiones, si es que tienen límite, del feminismo en la Iglesia Católica.
Las sacerdotisas.-
La teología feminista -ellas y ellos- defiende que si el Mesías se encarnara en este siglo elegiría sin dudarlo el sexo femenino. ¡Sin dudarlo! No aceptan que Cristo, Liberador y Redentor, no nos fue dado en la persona de una mujer sino en la de un hombre. Pero fue así y nadie es mejor por intentar corregirle.
Consideremos que para los judíos de la antigüedad no habría resultado raro un Mesías-mujer. La historia hebrea cuenta con ejemplos de magníficas heroínas. Fueron los profetas judíos los que se refirieron a un redentor... “Varón de dolores” (Is 53, 3). Masculinidad indiscutible para el que fue señalado a orillas del Jordán “Cordero de Dios” y no cordera... (Jn 1, 29)
Preste mi lector atención a esto. Mucho antes de la Encarnación ya se había regulado en el Levítico que el sacrificio pascual se realizaría con una víctima macho, lo cual compromete más a la Iglesia que, en la realización incruenta de la Misa, sus sacerdotes consagran “in persona Christi”, en la persona de Cristo. De modo que, mientras a Cristo-Jesús le creamos “Cordero de Dios sacrificado para nuestra salvación”, deberá ser Él y solo Él el Sumo Sacerdote de la misa a través de un sacerdote hombre. Sabido y aceptado que el sacerdote de la Misa es el propio Cristo resulta, por tanto, metafísicamente imposible un sacerdocio femenino. Esta forma de simbiosis del sacerdote instrumental, el ministro, con el Sacerdote real, Cristo, acentúa la sinrazón del sacerdocio femenino.
Es natural que estos feminismos se den ahora con más frecuencia e intensidad puesto que el Novus Ordo, de Pablo VI, no destaca la transubstanciación ni la cualidad del sacerdote. De modo que por adaptarnos a la infidelidad protestante arrinconamos la enseñanza de esta maravilla, creída por la Iglesia desde antes de San Justino y San Ignacio de Antioquía. Crimen de lesa fe que Dios no podía dejar de castigar con estas penitencias que ahora sufrimos.
De estas aventuras destaca el propósito de atacar nuestra fe. Porque es evidente que en cuanto aceptáramos el sacerdocio femenino negaríamos el Sacrificio Eucarístico y con ello la Nueva Alianza... De modo que la única alianza sería la del Antiguo Testamento de "nuestros hermanos mayores". (Para la Iglesia de antes del Concilio Vaticano II "hermanos mayores" lo eran nada más los mártires.) En el objetivo deseado se esconde que Cristo pasaría a ser menos que Mahoma, Buda o, quizás, Lutero.
Esto es lo que realmente se busca con el “afeminamiento” del sacerdocio y de la fe católica. Lo que explica la moda, afortunadamente desechada, de las muchachas monaguillas. (Paradójicamente para un Rito Ordinario que no exige acólitos.) Lo mismo diremos de la permisividad con las mujeres “ministras” (?) de la comunión, "lectoras sagradas" (?), maestras de cantos, etc., imponiendo un subliminal protagonismo mujeril en el presbiterio.
Y para un próximo futuro, papisas.-
Alguna logia ha programado para este siglo, así se presente la ocasión, la proliferación de mujeres jefes de estado. Y me parece perfecto si pensamos en grandes figuras del pasado remoto y cercano. Pero ya es pasarse, en este sarampión de banderillas a la Iglesia, el guión de una película que supone en el año 2040 a "una Santa Madre", Papisa y vicaria de Cristo.
Para mi suerte, entonces estaré muerto y bien muerto.
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Ya que la hermana Theresa lo resume así orientaré mi atrevida opinión en ese sentido: el roce con la jerarquía apostólica. Subrayo lo de apostólica pues que en la Iglesia la jerarquía es la extensión de la autoridad de los Apóstoles que, a través de ella, evangelizan al tiempo presente y ayudan al Papa en el gobierno de la Iglesia. Partiendo de aquí valoremos la queja de la asociación americana de religiosas católicas cuando reivindican no haber dado escándalo alguno similar a los abusos sexuales. Sin embargo...
Somos muy dados a confundir el error en las conductas, variables, santas o pecadoras, al error en las enseñanzas que la Iglesia no podrá cambiar... aunque lo intentase. De la misma manera no es lo mismo sentir y aun practicar la homosexualidad, gay o lésbica, que defender en línea académica el supuesto derecho de serlo. Inclusive el orgullo agresivo y su libre difusión. Hasta eso no llega "el amor al prójimo como a nosotros mismos..."
No podemos interpretarlo, por ejemplo, en el sentido de que el cocainómano que nos proponga esnifar cocaina, justo porque es lo que a él más le gusta, hayamos de insertarlo en el Mandamiento Nuevo de Nuestro Señor. Por tanto, bajemos a la sencillez del sentido común y no propongamos el pecado de nuestra debilidad o de nuestro orgullo, por poner extremos, como un gran avance magisterial de la Iglesia. Porque no existe la Iglesia para adaptarse a los pecados del mundo sino para corregir al mundo en sus vicios y errores. La divina constitución de la Iglesia, la católica, propone a los cristianos estar en el mundo, sí, y con todas sus consecuencia, mas al mismo tiempo no ser del mundo, también con todas sus consecuencias.
"La participación de las mujeres en la liturgia de la Iglesia".-
Fue en el s.IV que un gallego llamado Prisciliano, Obispo de Ávila, postulaba lo que ahora promueve el progresismo: las mujeres mezcladas en tareas sagradas, un igualitarismo ajeno a la voluntad del Creador y la reivindicación del sacerdocio femenino. (cfr. Henry Chadwick, Prisciliano de Ávila, Espasa, Madrid)
Favorecen mucho al feminismo los dos siglos del dejar hacer y el dejar pasar. La pereza a enfrentar lo molesto; la vanidad de erigirme maestro teólogo con propuestas que atraen multitudes cuando esas multitudes son las que me dirigen y me tiranizan. La debilidad de quienes se amoldan a la nueva dialéctica de la Revolución: el género como instrumento de lucha de clases. ("Igualdad entre los géneros, desarrollo y paz para el siglo XXI", Nueva York, junio 2000.) Así tenemos como primer síntoma esos predicadores respetuosos con esta nueva cara de la Revolución, a la vez que incultos en el idioma, cuando distinguen “hermanos y hermanas”, "jueces y juezas", "peces y pezas", "miembros y miembras..." Dios santo, qué ridículo sometimiento a los diseños de los talleres. Esta misma Iglesia que desde el año uno fue faro de nuestra conducta y pensamiento.
Después de imponernos esta barbarie lingüista, las feministas de voto religioso (¿?), todas oriundas del marxismo eclesial, "exigen - no sé si descubren - que Dios sea mujer". El Padrenuestro ya no lo dirigen a Dios, como Cristo enseñó, sino que lo cambian a una hipótesis de “padre y madre nuestros” ya que les es intolerable que Cristo no se refiriese al “Ente supremo” (¿debería escribir “la Enta suprema”?) como “madre” y “altísima”... Aducen que el Antiguo Testamento cita a Dios como madre en este texto de Isaías cogido-por-los-pelos: «Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros.» (Is 66, 13)
Reservemos nuestro asombro porque la innovación feminista no se agota aquí. En este maratón hacia el manicomio, una monja teóloga de no sé donde afirmó que la Trinidad tenía un único componente feminista. (L’Osservatore Romano, 10.08.1983). Esto es, que las Tres Personas son del género femenino. Y ahí se nos dice que el Espíritu Santo es en realidad «la Espírita Santa» (sic). Extravagancia que no es nueva, pues ya lo presentaban así unos herejes llamados “Obscenos”, qué sugerentes, que imaginaban mujer a la Tercera Persona, e incluso la adoraban encarnada en una de sus socias. Oh, là, là!
Así tendríamos que aceptar que la Virgen María fue cubierta por la fuerza de un ser femenino y que Jesús sería hijo de dos féminas. «Y como la tercera persona, el Espíritu Santo -dice Romano Amerio-, procede del Hijo tendríamos que la madre del hijo fue originada por éste mismo.»
Muchas buenas personas secundan estas diversiones pues no se paran a pensar lo que esconde la nueva “teología del género”. Lo cual favorece el argumento del relativismo, así como destruye el sacerdocio y, en consecuencia, el Santo Sacrificio de la Misa. A lo que debe añadirse la desaparición del Papado, como le oí predecir, o formular deseo, a un superlativo socio de la Asociación de Teólogos Juan XXIII.
Repasemos las pretensiones, si es que tienen límite, del feminismo en la Iglesia Católica.
La teología feminista -ellas y ellos- defiende que si el Mesías se encarnara en este siglo elegiría sin dudarlo el sexo femenino. ¡Sin dudarlo! No aceptan que Cristo, Liberador y Redentor, no nos fue dado en la persona de una mujer sino en la de un hombre. Pero fue así y nadie es mejor por intentar corregirle.
Consideremos que para los judíos de la antigüedad no habría resultado raro un Mesías-mujer. La historia hebrea cuenta con ejemplos de magníficas heroínas. Fueron los profetas judíos los que se refirieron a un redentor... “Varón de dolores” (Is 53, 3). Masculinidad indiscutible para el que fue señalado a orillas del Jordán “Cordero de Dios” y no cordera... (Jn 1, 29)
Preste mi lector atención a esto. Mucho antes de la Encarnación ya se había regulado en el Levítico que el sacrificio pascual se realizaría con una víctima macho, lo cual compromete más a la Iglesia que, en la realización incruenta de la Misa, sus sacerdotes consagran “in persona Christi”, en la persona de Cristo. De modo que, mientras a Cristo-Jesús le creamos “Cordero de Dios sacrificado para nuestra salvación”, deberá ser Él y solo Él el Sumo Sacerdote de la misa a través de un sacerdote hombre. Sabido y aceptado que el sacerdote de la Misa es el propio Cristo resulta, por tanto, metafísicamente imposible un sacerdocio femenino. Esta forma de simbiosis del sacerdote instrumental, el ministro, con el Sacerdote real, Cristo, acentúa la sinrazón del sacerdocio femenino.
Es natural que estos feminismos se den ahora con más frecuencia e intensidad puesto que el Novus Ordo, de Pablo VI, no destaca la transubstanciación ni la cualidad del sacerdote. De modo que por adaptarnos a la infidelidad protestante arrinconamos la enseñanza de esta maravilla, creída por la Iglesia desde antes de San Justino y San Ignacio de Antioquía. Crimen de lesa fe que Dios no podía dejar de castigar con estas penitencias que ahora sufrimos.
De estas aventuras destaca el propósito de atacar nuestra fe. Porque es evidente que en cuanto aceptáramos el sacerdocio femenino negaríamos el Sacrificio Eucarístico y con ello la Nueva Alianza... De modo que la única alianza sería la del Antiguo Testamento de "nuestros hermanos mayores". (Para la Iglesia de antes del Concilio Vaticano II "hermanos mayores" lo eran nada más los mártires.) En el objetivo deseado se esconde que Cristo pasaría a ser menos que Mahoma, Buda o, quizás, Lutero.
Esto es lo que realmente se busca con el “afeminamiento” del sacerdocio y de la fe católica. Lo que explica la moda, afortunadamente desechada, de las muchachas monaguillas. (Paradójicamente para un Rito Ordinario que no exige acólitos.) Lo mismo diremos de la permisividad con las mujeres “ministras” (?) de la comunión, "lectoras sagradas" (?), maestras de cantos, etc., imponiendo un subliminal protagonismo mujeril en el presbiterio.
Y para un próximo futuro, papisas.-
Alguna logia ha programado para este siglo, así se presente la ocasión, la proliferación de mujeres jefes de estado. Y me parece perfecto si pensamos en grandes figuras del pasado remoto y cercano. Pero ya es pasarse, en este sarampión de banderillas a la Iglesia, el guión de una película que supone en el año 2040 a "una Santa Madre", Papisa y vicaria de Cristo.
Para mi suerte, entonces estaré muerto y bien muerto.
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