Lectura antipobrista de la Biblia - III: Jesús no tiene donde reclinar la cabeza.
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Jesús dijo a sus discípulos: «Las raposas tienen madrigueras y las aves del cielo nidos pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza.» (Mt 8, 20) Por estas palabras los modernos - que con tesón de mejor causa defienden el compendio de todos los errores - nos espetan: “Ahí lo tenéis, el pobre Jesús se queja de no tener ni donde resguardarse.” Evidente torcimiento, otro entre tantos, hacia el pobrismo que sigue adornando cientos de homilías, conferencias, cursos, libros, calendarios, tertulias y yo qué sé más. Sin embargo...
Para empezar, Cristo no dijo: “Jesús, el de Nazaret...” sino que señaló: «El Hijo del hombre...», justo el título por el que fue condenado a muerte (Mt 26, 64) al proclamarse Mesías.
Aquí lo contundente es que “el Hijo del hombre” no tenía donde reclinar su cabeza porque no pertenecía a este mundo. Así lo dijo a Pilato (Jn 18, 36). Por descontado que Jesús, en tanto que “el de Nazaret”, sí disfrutaba aquí en la tierra del buen calor de un hogar, y la acogida sincera de otros muchos. Pero, en cuanto “Hijo del hombre”, no tenía nido ni madriguera suya propiamente dicho. Así, las raposas, que destruyen su viña (Cant 2, 15), sí tienen madrigueras pero Él, que la cultiva, no.
Lo corriente es mirar las cosas sin profundidad de campo. Por eso, al no abarcarlo todo es muy fácil engañarse con el primer plano. Así ocurre con este momento descrito por San Mateo y San Lucas. Nos pasa que leemos el relato puntual; algunos el contexto inmediato anterior y posterior, pero nos cuesta mucho desprendernos del pensamiento de hoy para ver aquel tiempo y aquellas gentes. Y son muchísimos, en la Iglesia docente inclusive, que por apartarse de la tradición enseñan de forma aislada con pensamientos y etiquetas de la marca de moda. Aguda onfalitis - orgullo de tiempo presente sobre tiempo pasado - con la que fácilmente constreñimos la enseñanza de Jesús, qué digo enseñanza, ¡una simple palabra!, entre los más egoístas prejuicios. Para ensalzar lo que se lleva: el pobrismo como clase, antinatural y contracatólico.
Pero, contra lo que dicen los nuevos hermeneutas, lo escrito, escrito está. Textos estudiados y revisados allí, in situ, durante cerca de 40 años por San Jerónimo . Por la enseñanza perenne de la Iglesia - pues la Iglesia católica ya existía antes del Concilio Vaticano II - podemos decir de Jesús de Nazaret que bajó de su casa a cumplir su misión y a su reino se volvió una vez fue cumplida. No es una idea mía sino afirmaciones categóricas suyas. Como ésta que le dijo a Nicodemo : Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo nuevamente el mundo y voy al Padre". (Jn 16, 28)
Las criaturas raposas, pájaros y hombres no son el Hijo del hombre; Jesús, sí. Y como tal, incomparable a todo lo creado. Su “madriguera” sólo puede estar en el reino de los cielos (Jn 18, 36), excepción hecha de su regalo eucarístico para nuestros sagrarios. Y ni siquiera su madre, criatura inefable pero criatura al fin, podía valer para que reclinase (ontológicamente) la cabeza en su pecho el que es “consustancial al Padre”.
Pero este pensamiento nos lleva a este otro. El de Jesús inimaginable redentor, con su pobreza incomparable. Personalmente, como simple fiel que ve y encuentra, me da vueltas la cabeza esta pobreza aceptada por Jesucristo para rescatarnos de la culpa original. Una experiencia que nada más Dios podia emprender: abajarse a ser hombre. (Fil 2, 7-11)
Y es que la Encarnación no puede compararse con nada. Ni con la metamorfosis kafkiana. A fin de cuentas, aquel escarabajo en que se despertó el señor Samsa era también una criatura. Pero el Jesús engendrado en el seno de la Virgen era Dios. Por eso San Pablo dice que se anonadó, esto es, que se hizo la nada. "El-que-es" se hizo como nosotros. Esta es la verdadera grandeza de Cristo de la que no se puede sacar, en estafa intelectual, la idea de una prevalencia para la criatura hombre.
Pero, si esto es ya aplastante, ¿qué podemos pensar de que el Cordero Inmaculado no se conformara con tomar nuestra naturaleza sino que, además, se adaptó a nuestra condición de minusválidos, es decir, pecadores...? San Pablo lo enseña así de claro: "(...) en todo igual a nosotros, menos en el pecado." (Heb 4, 15) Ninguna abnegación, ni virtud, ni renuncia, ni penitencia puede compararse con semejante anonadamiento.