Lutero y Lefebvre, comparación criminal. ©
Reafirma - el cardenal - la autoridad de todos los documentos del Concilio Vaticano II. (Titular en Religión Digital).
Verdaderamente poco puede decir un simple cristiano, Iglesia enseñada, al que se pide obediencia a lo enseñado y pagar para sustento de cardenales como el señor Koch, en opuesto a quienes se supone deben defender el depósito de fe recibido y por ello, como el citado cardenal, cobran su salario y beneficios de su destino de representación apostólica. Pero vamos a intentar una sencilla reflexión.
¿Se comportan como Lutero? Vamos, qué cosas hay que oír. El Concilio de Trento, que figura entre los grandes dogmáticos, quizás el mayor, fue convocado a causa de las herejías de Martin Lutero y sus ataques al Papa, del que no aceptaba autoridad con respecto a la Revelación y la Tradición apostólica.
Lutero con sus blasfemias fue la causa, y el Concilio de Trento fue el efecto.
Parece que con los lefebvrianos ha ocurrido totalmente al revés. Cualquier espectador puede ver que es diametralmente al contrario. Con el Concilio Vaticano II las herejías de Lutero han quedado en curso de sanción aprobatoria, como docenas de voces oficiosas y oficiales lo afirman. Al tiempo que los principios de la Revolución Francesa han influido o modelado documentos de este concilio hasta el punto de que ya antes de su clausura se comparó como un nuevo asalto o toma de la Bastilla. A lo que, naturalmente, Monseñor Lefebvre se opuso. Esto es totalmente distinto a lo que el Cardenal Koch afirma.
El Concilio Vaticano II, no en su totalidad sino en los errores que al mantenerse lo inhabilitan, ha sido la causa; Lefebvre, el efecto.
Se está haciendo ya, más que necesario, urgente e indispensable, preguntarse si un concilio que fue clausurado hace medio siglo no clama al cielo su revisión cuando ofrece tantos puntos de discordia, incluso para muy relevantes nombres de sus propias autoridades. Cosa que no se conseguirá mediante actos de imperio jerárquico, o encargando su materia a quienes se han distinguido en conjurarse en su contra.
Sería bueno que los cardenales afines a Koch no abusaran tanto de su altavoz jerárquico y su discutible autoridad apostólica y se fijaran en otra comparación mucho más deseable. Por ejemplo, la figura de San Bernardo de Claraval que salvó a la Iglesia de la podredumbre de fe, de moral e intelectual que la ahogaba. Lefebvre con San Bernardo, sí; con Lutero, no. Decir lo contrario es un asesinato a la historia, una burla, el exabrupto de los tontos utilizados.
Aunque sólo sea por la ley evangélica de juzgar por los frutos las comparaciones luteranistas resaltan marcadamente estúpidas. ¿Quienes se alegran hoy de las ambigüedades doctrinales, litúrgicas y eclesiales del Concilio Vaticano II? Sin duda todos los que han dejado de ser católicos como lo fueron nuestros predecesores, o los que antes de Juan XXIII hubieran sido apartados de comunión por herejes modernistas. Como el propio Mons. Roncalli estuvo señalado en los registros del Santo Oficio con su maestro y amigo Buonaiutti.
Hay demasiadas ideas subordinadas que se colocan en posición de principales. Porque no es el caso de la rebeldía lo que importa sino su razón. Porque no es la disciplina sino la fe. Ni lo es la consagración de obispos sin la aprobación del Papa Juan Pablo II, sino las razones de aquel papa para no otorgarla.
Medio siglo de inseguridad en lo que se cree y en lo que se adora, si es que se adora algo en esta religión postconciliar, no puede mantenerse salvo que el propósito, o deseo, de que todo lo que se derrumba - que no es precisamente la FSSPX, como desearían los "liberados" - fuera fondo estratégico del Concilio.
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