NEWMAN - I : Su cruzada contra el liberalismo

El Patriarca de Moscú, Hilarión Volokolamsk hizo, precisamente en Inglaterra y pocas semanas antes de la visita del Papa, estas significativas afirmaciones: «Todas las versiones actuales del cristianismo pueden ser divididas en dos grandes grupos principales: la tradicional y la liberal. Hoy, la separación no es tanta entre los ortodoxos y los católicos, o entre los católicos y los protestantes, sino, más bien, entre los tradicionalistas y los liberales.»

Interesante declaración que simplifica el análisis acerca de la beatificación de John Henry Newman. Más todavía interesarán si reparamos en que el Patriarca Ortodoxo relaciona a los tradicionalistas con los ortodoxos y a los liberales con los protestantes. El que tenga ojos para ver, que vea.

En la Iglesia, gigante de hipotéticos 1000 millones de fieles, la división entre los dos conceptos – tradición y liberalismo - se mantiene todavía en su jerarquía, en sus religiosos; o en sus locos ensayos de imposible ecumenismo. La permanencia del liberalismo o, peor aún, su exaltación por gran parte del clero, sigue siendo su veneno más letal, precisamente por el dulce sabor de su propuesta, la libertad, término que se basta por sí solo para eclipsar la razón. Esto ya nos lo advirtió el nuevo beato cuando fue elevado a la dignidad cardenalicia por el Papa León XIII.

Desde entonces hasta aquí, el liberalismo ha alcanzado las cotas del gobierno de la Iglesia consiguiendo, incluso, dominarla en sus escuelas y desde sus púlpitos. Y eso es porque a la libertad, en cuanto mero instrumento para el heroísmo o para la cobardía, de defectos o de virtudes, desertando de la realidad se la considera fin en sí misma. Cosa que es, primero y sobre todo, una herejía intelectual, una supina majadería.

Pero dejemos esto para otra ocasión. Ahora quiero señalar que nadie debe extrañarse de que en la mira del Papa, para esta sonada, espectacular y esperanzadora beatificación – no escatimaré adjetivos - del Cardenal inglés, esté atacar el cáncer liberal que hoy nos aturde en la Iglesia. La singular visita del Papa al Reino Unido es otra muestra de la mítica tarea que se ha impuesto este inesperado Benedicto XVI, entre el hilo de Ariadna y las pruebas de Hércules. En particular por los clavos que le echan en el camino los ‘quintacolumnas’ de fajín morado.

Pero, al que en el Concilio fuera – y ya no es – eficaz colaborador de progresistas famosos, Hans Küng, entre ellos, hoy, el peso de la púrpura, es decir, de la cruz, es decir, de la esencialidad de la Iglesia, le urge a forzar un cambio de rumbo que nos salve del naufragio total. Oportuno especialmente cuando medio millar de sacerdotes ayer cismáticos, uno por cada año de separación, pasan en estos días a pertenecer a la Iglesia de Roma en el mejor ejemplo de ecumenismo real. No sé si los católicos caemos en la cuenta de lo que esto significa.

Para mí esta beatificación es, sin duda, un hecho religioso trascendental. Máxime si va acompañado de los actos diplomáticos y políticos de una primera visita oficial a la Gran Bretaña. (La anterior, de Juan Pablo II, no llevaba tales apellidos.) Y esta trascendencia se hace mayor por la personalidad del nuevo beato inglés. Por eso creo que conocer su pensamiento será para todos un indicador de cómo el actual sucesor de San Pedro maneja el timón de su milenaria barca.

Leamos, pues, aunque sea en breves cortes, lo que John Henry Newman dijo respecto al liberalismo en muchos puntos coincidente con la opinión del metropolita de Moscú. Véase en su docencia antiliberal la verdadera razón de que al doctor del Movimiento de Oxford se le empiece a tener ya por doctor de la Iglesia.

«[…] Durante treinta, cuarenta, cincuenta años, he resistido con lo mejor de mis fuerzas al espíritu del liberalismo en religión. ¡Nunca la Santa Iglesia necesitó defensores contra él con más urgencia que ahora, cuando desafortunadamente es un error que se expande como una trampa por toda la tierra! (Lo dijo hace casi siglo y medio)
[…] El liberalismo religioso es la doctrina que afirma que no hay ninguna verdad positiva en religión, que un credo es tan bueno como otro, y esta es la enseñanza que va ganando solidez y fuerza diariamente. Es incongruente con cualquier reconocimiento de cualquier religión como verdadera. Enseña que todas deben ser toleradas, pues todas son materia de opinión. La religión revelada no es (para el liberalismo) una verdad, sino un sentimiento o gusto; no es un hecho objetivo ni milagroso, y está en el derecho de cada individuo hacerle decir tan sólo lo que impresiona a su fantasía. La devoción no está necesariamente fundada en la fe. Los hombres pueden ir a iglesias protestantes y católicas, pueden aprovechar de ambas y no pertenecer a ninguna. (¿No se simboliza esta ambigüedad en las misas, la ordinaria protestantizada y la tradicional mal llamada extraordinaria?) Pueden fraternizar juntos con pensamientos y sentimientos espirituales sin tener ninguna doctrina en común, o sin ver la necesidad de tenerla. Si, pues, la religión es una peculiaridad tan personal y una posesión tan privada, debemos ignorarla necesariamente en las interrelaciones de los hombres entre sí. (Así se propone, como bien oímos a diestra y siniestra, por la masonería, madre del liberalismo.) Si alguien sostiene una nueva religión cada mañana, ¿a ti qué te importa? Es tan impertinente pensar acerca de la religión de un hombre como acerca de sus ingresos o el gobierno de su familia. »
[…] «El carácter general de esta gran apostasía es uno y el mismo en todas partes, pero en detalle, y en carácter, varía en los diferentes países. En cuanto a mí, hablaría mejor de mi propio país, que sí conozco. […] A primera vista podría pensarse que los ingleses son demasiado religiosos para un movimiento que, en el continente, parece estar fundado en la infidelidad. […] Y, en tercer lugar, debe tenerse en cuenta que hay mucho de bueno y verdadero en la teoría liberal. Por ejemplo, y para no decir más, están entre sus principios declarados y en las leyes naturales de la sociedad, los preceptos de justicia, veracidad, sobriedad, autodominio y benevolencia, a los que ya me he referido. No decimos que es un mal mientras no descubrimos que esta serie de principios se nos propone para sustituir o bloquear la religión.»


Sorprende que esta apología contra el liberalismo haya sido tan poco citada por los agentes de la información que comentaron su beatificación y visita papal, no obstante ser, como cualquiera puede apreciar, donde se halla el meollo de su importancia. Los vientos en Roma hinchan las velas en otra dirección.

Hasta la entrega siguiente: “Newman II – La campaña del lobby gay”.

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