Pobres y pobrezas - III: Los pobres por amor a Dios
Antes quisiera presentar a ustedes la idea central con una pequeña introducción. Al pueblo judío se le propuso vivir su exilio en paz a cambio de que sacrificase a los dioses de Babilonia. Hacíéndolo, gozarían de libertad para ejercer el comercio y las finanzas; sus negocios protegidos por el rey, el cual a su vez se beneficiaría de la conocida habilidad judía en estos asuntos: ingresos por aranceles, tasas; expansión política...
Aún con tan halagüeño plan hubo un resto del pueblo judío que no quiso abandonar el culto a Yaveh, dios de Abrahám. Y así se lo consintieron los babilonios pero no permitiéndoles de ningún modo medrar, limitados a trabajos serviles. De modo que los primeros vivían estupendamente, reconocidos en la cumbre social mientras que los segundos en lastimosos guetos. Los tratantes vestían ricos paños "de púrpura y lino" tejidos con hilo de oro; los fieles a Yaveh, con ropas corrientes. Los apóstatas disfrutaban de palacios de rica arquitectura y comodidades lujosas; los leales a Dios, marginados en suburbios. En esta clave se interpretará mejor, por ejemplo, la parábola del pobre Lázaro y el rico despreciativo, de Lc 16, 19.
Los marginados y perseguidos fueron llamados “los pobres de Yaveh”, aniyim. (cfr. Mariano Herranz Marco, "El administrador infiel", Cuadernos de Evangelio.) Eran pobres porque el ámbito sociopolítico les castigaba impidiendo su desarrollo. No eligieron la pobreza sino el conservarse fieles a sus creencias, a Dios. Iguales a sus hermanos en la habilidad para los negocios no despreciaron la justa riqueza sino el libar a otro dios que no fuera Yahvé. No porque sus hermanos les marginasen sino porque ellos se auto marginaron de los que apostataban sin importarles si poner una vela a Dios o al diablo.
Seguramente los privilegiados les dirían muchas veces que hicieran como ellos, que les imitaran. Pero prefirieron amar a Dios "con toda su alma, con todo su corazón, con toda su mente". Su elección fue sobrenatural, una apuesta a que la fe no puede compartirse en contradicciones, por muy ecuménicas y constructoras de paz que parezcan. Un rechazo de fondo y forma a la unidad transaccional de todas las religiones. Esta realidad, que una parte del pueblo judío vivió durante generaciones en la primera diáspora, es lección de que no se puede servir a Dios y a las riquezas. De la cual Jesús, Nuestro Señor (ya nadie le llama así), se hizo eco en Mt 6, 24. Este cuadro se ha repetido en todas las épocas, así en la antigua Roma hasta que la cruz figuró en sus lábaros; al contrario que hoy cuando esta cruz está desapareciendo de todas partes. (Desgracia que empezó en los años del post-concilio tirándose a la calle crucifijos por las ventanas del Seminario de Madrid.)
Otra lección es que con Dios no bastan ni siquiera sus propias leyes si son guardadas de boquilla. El joven rico (Lc 18, 18) dijo que cumplía los Mandamientos pero ocultando la insinceridad de su alma... Cuando Cristo le puso en el dilema de venderlo todo y darlo a los pobres, se entristeció y se fue. Aceptaba los Mandamientos como rutina social pero su corazón no se entregaba a Dios. La prueba del algodón de nuestra conciencia cristiana. (De este algodón el mío tiende terco y triunfante a salir siempre sucio.)
«Dejaré en tu seno como resto / un pueblo pobre y humilde / que buscará refugio sólo en Yaveh.» Lo dice Sofonías (Sof 3, 12), el profeta discípulo de Isaías que conoció la situación de los judíos sometidos a Asur. Su enseñanza es que debemos elegir ser pobres ante Dios igual que aquellos lo fueron pobres ante Asur. Elegir a Dios y por Él renunciar a todo... para tenerlo todo. La perla de gran valor (Mt 13, 46).
He aquí que esta clave da un vuelco de 180 grados al torcimiento de considerar la pobreza y los pobres en un único sentido sociológico cuando es evidente en Jesús y sus discípulos la primacía teologal. Así ya no tendremos dificultad en comprender que la llegada de Jesús, esperada por todos los pobres de Yaveh, fue confirmada con esta respuesta a San Juan Bautista: « (...) los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitany se anuncia a los pobres la Buena Nueva.» (Mt 11, 5) ¿A qué pobres se refiere Jesús? ¿A los que piden en las calles? No, los pobres en la Jerusalén de Caifás son también "los de Yaveh", los que contaban para Dios, es decir, para el Mesías esperado. Por eso Jesús le dice a su primo, preso en la cárcel de Herodes, que una prueba de su venida es que los pobres – de Yaveh - son tenidos en cuenta.
Unos primeros Ejercicios de San Ignacio recibidos en mi juventud me enseñaron esta puntualización sobre los pobres y la pobreza. Aprendí a interpretar multitud de pasajes y episodios que la moderna teología tuerce sin reparo hacia el naturalismo, el humanismo y demás tinturas.
Próximo artículo: Pobres y pobreza (IV): Dignidad y Evangelio.