Profetas, kikos y otras viejas novedades. ©
Qué se entiende por profetismo
Profetizar significa 'hablar en nombre de Dios'. Se entiende entonces que desde que Jesús vino al mundo sus enseñanzas sustituyeron para siempre las de posible transmisión profética. Por eso no es casual que una de las modernistas semillas contra Cristo venga de decir que Jesús fue un "Gran Profeta", cosa que no se dice a humo de pajas sino para en consecuencia rebajar su autoridad al nivel de sus antecesores y de los que le sucedan. Pero los católicos sabemos que no es verdad, que Jesús de Nazaret es Dios mismo hecho hombre.
Y siendo así, como así es, las enseñanzas de Cristo-Jesús son la Revelación directa. La que fue transmitida por los Apóstoles y sus discípulos; por los padres y los doctores de la Iglesia, a través de la Tradición y guardada por el magisterio infalible de los papas. El profetismo quedó fuera de la Iglesia en el s.III. Ampliemos esto.
Si se mira con la debida perspectiva y libre inteligencia vemos que el profetismo no sólo compite frente al Magisterio apostólico sino, también y sobre todo, que es una vía muy eficaz para esquivar la disciplina canónica y actuar en “el pueblo de Dios” con una autoridad fraudulenta y una teología de culto “al soplo del Espíritu” que acostumbra a monopolizar su líder. Todo profetismo tiene un líder al que se quiere y sigue como a caudillo ungido por encima de los obispos y del más elemental sentido común. En su inevitable anarquía nos asoma al mismo precipicio que llevó a Judas a colgarse de un árbol por su "traición al Nazareno". Comparación que por honradez obliga a subrayar que, al menos, Judas tiró las treinta monedas, y no como la mayoría de los movimientos carismáticos conocidos cuya economía crece y crece según la Iglesia se arruina.
Destaquemos con todo énfasis que el profetismo siempre fue pernicioso para el Magisterio que Nuestro Señor constituyó en San Pedro. Hoy nuevamente, dentro del programa de volver a los tiempos primitivos, los carismáticos legitiman su autoridad partiendo de tres documentos del Concilio Vaticano II, cuando no de todo él que es cofre de ganzúas para todas las puertas. Estos documentos son: La Constitución Lumen Gentium, el Decreto sobre el Ecumenismo y la Constitución Gaudium et Spes.
El profetismo en los inicios de la Iglesia
Sabemos porque está escrito que ‘el ministerio de la palabra’ se ejercía en la Iglesia primitiva por los Apóstoles y por los evangelistas. Que también se concedía crédito a conversos con carismas personales, el más destacado el don de la oratoria (1 Co 14, 1). También sabemos que a los profetas se les clasificaba inmediatamente después de los Apóstoles; hasta que más tarde, la teología católica presentó a los obispos como los verdaderos, y únicos posibles, sucesores de los Apóstoles. Sucesión indiscutida que hacía imposible clasificar al profetismo ya que éste era, y es, algo así como una emanación personal... Un don carismático, sin duda, aunque preñado de ofertas errabundas y contradictorias.
De tal manera que en aquellos tiempos surgieron muchos auto-proclamados profetas que se apoyaban en las prácticas que Israel trajo de su mezcla con la Mesopotamia y Egipto, justo en los aspectos más picarescos del éxtasis y la magia. La mayoría, grande y aplastante, de los profetismos carismáticos enredadores en la Iglesia salieron de la influencia judía en la diáspora o en la clandestinidad. Es notable que la Didaché, la primera reglamentación para las iglesias, siglos I y II, impuso el distinguir a los carismáticos o profetas sólo "si hablaban arrebatados en éxtasis". Naturalmente los éxtasis se hicieron incontables. Hasta que se dictó la sabia norma de no dar comida al que no trabajase (2 Tes 3,10), lo cual redujo drástica y vertiginosamente el número de videntes, chamanes y profetas carismáticos. Me acuerdo ahora de una vidente muy sabia en mostrar su contacto con el más allá. Cuando encontraba un pequeño grupo de ingenuos maravillados de sus éxtasis, a cita previa, estos se multiplicaban. Pero si no recibía ayudas a sus obras y necesidades, la frecuencia de los arrebatos languidecía de modo alarmante.
Cuando la Iglesia creció y se extendió por todo el orbe se estructuró como ente jurídico y el fenómeno aquel del profetismo pasó al olvido...
El porqué de la actualidad del profetismo.
Creo que mi lector ya habrá intuido que el profetismo, tanto si es utópico como si es real, por su propia necesidad tiende a independizarse de la autoridad, porque ¿qué otra puede imponerse a la de quien cree o afirma hablar en nombre de Dios? Hoy mismo así puede suponerse de la anarquía y larvada desobediencia que se manifiesta en muchos estamentos eclesiales, insertos en los cánones jurisdiccionales. ¿Por qué? Pues, sin duda, porque se tienen creida una mayor autoridad, teléfono directo con el Altísimo. De este vicio Cristo nos libró con la institución del primado en San Pedro y sucesores.
Cuánto estorbarían a la Iglesia los carismáticos de aquellos tiempos que el Apóstol Pablo, cercano ya a su muerte, previno a su más dilecto discípulo: «¡Oh Timoteo!, guarda el depósito, evitando las palabrerías vanas y las objeciones de la falsa ciencia que algunos profesan, extraviándose de la fe». (1 Tim 6, 20)
Triste paradoja es que se haya hecho del Concilio Vaticano II un legitimador de todos los carismas habidos y por haber, pasando a la estupidez teológica de llamar carisma incluso a la habilidad de los imitadores y a la fascinación de las técnicas de propaganda. Aun peor, negando la posibilidad de que los prodigios carismáticos pudieran no proceder de Dios sino del Anticristo. Como el indudable carisma que explotaron Lenin, Hitler y Mussolini, a los que el reconocimiento conciliar da billete a su beatificación... Gracioso es que los líderes "buenos" tienen carisma y que los "malos" se benefician de un nefasto "culto a la personalidad". La calle de enmedio de los católicos es que solamente tenemos un líder, Cristo, y todos los demás, aun los legítimos, sólo son siervos suyos más o menos inútiles.
¿Quién dirá que la Iglesia actual no está infestada de profetismo? Si así no fuera ¿cómo explicaríamos la extrema locura en las catequesis, en la liturgia, en los sacramentos y en la moral? Así se entiende que los Kikos sigan donde estaban, pero hoy mucho más okupas de nuestras parroquias; que los jesuitas de la Compañía “B” campen por su anarquía; que el indigenismo liberacionista sea el rostro de la "Iglesia Buena". O que haya obispos (supuestos) estafadores (patentes) de nuestra fe y de nuestra liturgia; como lo prueba el permitir infames payasadas - decir sacrilegio no les molesta igual - tal que la "celebrada" en la catedral primada de Tarragona. O que la opción de Dios se haga creer exclusiva hacia los pobres, en blasfema acepción de personas ahora hecha virtud...
Comprendemos que haya foros en defensa del carisma profético. En esta Iglesia deslavazada les va muy bien a los que ya no son católicos bajo su etiqueta carismática. Lo peor es que, mientras el profetismo manipula nuestra fe, la Roma curial, que no tiene ya ni un ejercicio sin déficit, pone su esperanza en el horizonte de una religión global a la que regir en confederación ecuménica de credos y carismas... Confiemos en Dios que las nuevas generaciones dirigentes sustituirán en rápido caminar a los viejos y desacreditados "pastores de la autodemolición".
Amén.