El Rosario y las jaculatorias de Fátima. ©


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Sugiero a mi lector considerar el error en que caemos los españoles al seguir, muy mal, la jaculatoria que se propuso en Fátima para el final del rosario, va a hacer ya un siglo. Se trata de la que dice así: «¡Oh, Jesús mío! Perdonad nuestros pecados, libradnos del fuego del infierno, llevad todas las almas al cielo, especialmente las más necesitadas de vuestra misericordia.»

¡Todas las almas...!

Entonces, ¿habrá que editar nuevas versiones de los Evangelios? Los de siempre nos dicen que bajo el cielo no hay otro nombre que el de Jesús para salvar nuestra existencia. (Hch 4, 12) Que Él es el mismo Dios, único y eterno, encarnado como estaba predicho y que solamente creyendo en Él se va al Padre, es decir, al Paraiso.

Cabe también preguntarnos si nuestra misericordia nos demanda perdonar lo que, según aprendimos de la Iglesia, es por justicia imperdonable incluso para el mismo Dios. ¿Tiene sentido pedirle a Cristo-Jesús que lleve todas las almas al cielo, incluyendo necesariamente las que no le creen ni le siguen? Petición irreverente a quien "por todas las almas" se dejó matar como Cordero que quita los pecados del mundo. ¿En qué tratados, encíclicas, etc. se enseña tal cosa? ¿Quién se dejó engañar con una versión tan liberal como el sobrentender que nadie se condena? Es curioso este buenismo que vuelve ociosa la venida de Cristo al mundo; bueno, que hace innecesarias todas las religiones.

De repente todos los dioses "son emanaciones del mismo Dios" no importando las opuestas y contradictorias diferencias respecto a sus atributos. Y con la misma base, todas las almas, crean en quien crean, las damos por merecedoras del cielo, inclusive las que no creen en nada. Ya, ya sé... Es obvio que Dios desea que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad... y etcétera, etcétera, pero...

¡Qué generosos somos con la pólvora del rey proponíendo como efecto universal la intención antecedente, sin detenernos en la realidad consecuente de la respuesta de cada criatura. Es decir, que aun siendo "muchos los llamados -en el corazón de Cristo- son muy pocos los elegidos". (Mt 22, 14). Más claro todavía si leemos, en Mateo (7, 13-14): Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida; y cuán pocos son los que la encuentran!

Contrariamente a los buenismos ininteligibles, en repetidos pasajes de los Evangelios se nos advierte de la existencia del infierno. Leánse las citas Mt 5, 22.29; 13, 42.50; Mc 9, 43-48 . Contra esto los "doctores de la misericordia" nos arguyen: "Dios no puede ser tan cruel con sus criaturas que mande al infierno a las que, por error invencible, le negaron." Mas, no somos nosotros los que hemos de darle las reglas pues que tendemos a la parcialidad de cubrir nuestros egoismos.

Los que le niegan, lógicamente menosprecian y odian a los que le aman. Colocados en la increencia con mimética religiosidad, se vuelcan en todo lo contrario. Blasfeman y persiguen a muerte a Cristo, a los cristianos y a su civilización aún viva. Será estupendo para muchos argüir la bondad divina -en favor de sus propios enemigos (!)-, pero, incluso esta bondad, sigue siendo imposible si vulnera la justicia... Y la justicia de Dios no contradice su infinita bondad.

El infierno es una realidad.

La cruda verdad expresada por Jesús, el Mesías, en cuya persona se justifica toda la Ley y los Profetas (cf Maimónides), es que solo por Él se va al Padre (Jn 14, 6). Más claro, que a quienes en su oportunidad prefirieran rechazarlo les advirtió que enviaría a sus ángeles para arrojarles al horno ardiente: los cuales recogerán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran la iniquidad; y los arrojarán al horno de fuego; allá será el llanto y el rechinar de dientes. (Mt 13, 41-42) Estas palabras deberían ser recordadas en toda predicación.

Por supuesto, agarrado cada cual a la gratitud de lo recibido, y decirle con el místico: (¡Oh, mi Jesús!) "no me mueve el infierno, tan temido, para dejar por eso de ofenderte (pues) que, aunque no hubiera cielo yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera." Darle preferencia al Dios del perdón y de la misericordia -buscando sottovoce no la fiel doctrina sino que me perdone la rebeldía de mis malas costumbres- nos desvía gravemente hacia la hueca sensiblería.

Cosa mona de esta era global es imponernos la nueva doctrina de que todos los humanos merecemos por igual el Paraíso, no importando si en vida servimos al mal y, a peor negocio, por dinero, nos abandonamos a los pies de los siete pecados capitales. Teología utilitaria del 'café-para-todos' que neutraliza las Tablas de la Ley y hacen innecesarias todas las religiones.

Las alminhas de Fátima

Valga este largo preámbulo para hablar de la jaculatoria del final de cada decena del Rosario y la mención de las "alminhas", en portugués. Que en español son las Ánimas Benditas. Y de las que debemos recordar que son herederas y ya destinadas a la Gloria purificándose en el fuego del Segundo Infierno. En el Segundo Infierno, es decir, en el Purgatorio. Sobre esto será bueno echar mano del Catecismo de Trento:

Existe, además, un fuego del Purgatorio -atención, 'un fuego' es otro fuego diferente-, en donde se purifican las almas de los justos, atormentadas por tiempo limitado, para que se les pueda franquear la entrada en la patria eterna, donde nada manchado entra. (cf Catecismo Romano, del Quinto Artículo -"Descendió a los infiernos..."-, Cap. VI, 3).


Retomo que estoy hablando de la jaculatoria referida a las alminhas . La que procede de las apariciones de Fátima y que fueron dichas y entendidas en portugués. Sabiendo esto, busqué y vi documentos emitidos por la autoridad apostólica de Portugal, contemporánea de la vidente Lucía. Desde luego mucho antes de los mensajes de 1973-75, en Akita, Japón, que los refrenda; y coincidentes, también, con la pregunta que el hispanista y converso William T. Walsh le hizo en 1946. Justo fue en esa ocasión cuando Lucía le confirmó su texto, que es así:

O meu Jesus, perdoai-nos e livrai nos do fogo do inferno! Levai as alminhas todas para o Ceu, principalmente aquellas que mais precisarem!


Es dogma la existencia del Purgatorio

Para cerrar este post reforzaré, pues, el dogma del Purgatorio y sus Ánimas Benditas, "las alminhas" citadas en Fátima. Y para rectificar que no pedimos, porque no se puede, para que vayan al cielo todas las almas del mundo, indiscriminadas e incluidas las de la increencia. Eso no tiene nada que ver con nuestra fe, ni con los Apóstoles ni con la religión cristiana. En la jaculatoria del rosario se pide por nuestros deudos que murieron en su fe cristiana y esperan en el Purgatorio purificarse para gozar la compañía de Dios. Siempre habíamos rezado por ellos, hasta que llegamos a este tiempo de atorrante laicismo.

No distraigamos, pues, la realidad del Purgatorio, que es dogma de fe. Dogma que se apoya en las palabras del Salvador: “Por eso os digo: todo otro pecado y blasfemia se perdonará a los hombres; mas la blasfemia contra el Espírtu no será perdonada. Y quien dijere palabra contra el Hijo del Hombre, se le perdonará; mas quien la dijere contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el venidero.” (Mt 12, 31-32; Mc 3, 28-30) De lo que se deriva entender que algunos pecados pueden ser perdonados después de la muerte y, por ende, la afirmación de que el Purgatorio existe.

Finalicemos, por tanto, con la grotesca interpretación de la jaculatoria confiada en Fátima a la vidente Lucía. Y digámosla bien, bien traducida del portugués al español:

"¡Oh, Jesús mío! Perdónanos y líbranos del fuego del infierno. Lleva al cielo todas las Ánimas Benditas del Purgatorio, principalmente a las que más lo necesiten."

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NOTA.- Agradezco vivamente al Dr. Luiz Sena su ayuda, por el visionado de documentos de la época y sus ricos comentarios, sin los cuales estas indagaciones no habrían alcanzado tan clara evidencia. Mucho se lo agradecerán también los fieles hispanohablantes, en especial los consagrados al apostolado y la catequesis, abandonando el "todas las almas" anticatólico y volviendo a lo que en Fátima se propuso.
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