En cuaresma probemos a orar
Hoy, muchos eruditos acerca de lo que otros pensaron y dijeron igual que esquivan pensar huyen también de la emoción de orar. Sienten aprensión a la singularidad de ser hombres y se tienen por animales evolucionados aunque, eso sí, autónomos y satisfechos de sí. Algunos creen que la oración mental consiste en levitar como raptados de este mundo, a modo de rarísimo nirvana; otros dicen que "hablar con seres invisibles" es un síntoma de locura. ¡Como si sólo existiera lo visible...! Pero el catecismo, más sencillo, nos dice: “Orar es elevar el alma a Dios.”
Paradoja pero no chiste resulta que hoy de la oración no se hable ni se enseñe, aun por esos que tanto "obedecen al Papa". Sin embargo, de los Evangelios es el primer tesoro que se nos da, la lección más continuada de Jesús. Así, si es elevar el alma a Dios, que todo lo puede sobre el misterio de un azar - inexistente -, orar es también luz para la inteligencia; gracia para el acierto en muchos negocios de la vida - "En vano se esfuerza el arquitecto si Dios no construye la casa." -, y vacuna para las depresiones, cualquiera sea su origen. El peso de la vida se aligera al elevar a Dios el alma. Y en su constancia el amor sobrenatural se fortalece, sobre el amor terreno, que sin Dios irremediablemente mengua...
Afirmo que no hay ideal ni persona ni aventura que nos llene como lo hace Dios en la oración. Es más, con Dios en medio, los amores de cercanía son más gratificados e irrompibles.
Las condiciones.-
Si me preguntasen cuáles son las condiciones básicas para a orar, diría que una sola: Ser sinceros. (A veces somos tan tontos que hasta con Dios nos ponemos caretas de virtud.) La honradez es lo que da fuerza a la oración y, a la vez, la vuelve antídoto contra locas fantasías. De esta honradez surge el sentir internamente la religión. Un sentir que equivale a amar a Cristo, Dios y Salvador, con superación de todos los esquemas. Ahí, creo yo, es donde se activa la Caridad. En el descubrimiento de que no sólo Dios quiere que le amemos “sobre todas las cosas" sino, también - se corta el resuello al pensarlo - que Cristo Jesús, el Dios encarnado, nos ama “con el mismo amor con que el Padre le amó a Él.” (Jn 15, 19). ¡Vaya golpe! No estábamos preparados para esto.
Dios nos oye.-
«Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo cercano; pues, ¿quién rastreará las cosas del cielo?» (Sab 9, 16).
Elevar el alma a Dios no es cosa tan difícil pues ya "de fábrica" traemos un puerto USB específico para esa función. «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.» (San Agustín, Confesiones). Vamos, que para esta función no necesitamos cursos, ni CD-ROM.
Siempre me pareció increíble que Dios conociera de nuestros pensamientos, sentimientos e intimidad como si fuéramos Natanael bajo la higuera. (Jn 1, 48) ¿Será verdad que el Dios inmenso, Creador de la vida y del universo, "principio y fin de todas las cosas", me atienda a mí entre tal multitud? Lope de Vega lo resume en un soneto inolvidable, que empieza: «¿Qué interés se te sigue, Jesús mío / que a mi puerta cubierta de rocío / pasas las noches del invierno oscuras.? » Miren si no habrá millones de nombres importantes, de magnates y príncipes, de próceres, sabios, santos... Y, ¡hala! entre todos ellos, a mí - y a ti, lector - también Dios nos hace caso.
El dónde y el cuándo.-
Respecto al lugar donde orar es cierto que el silencio y la soledad ayudan mucho, pero no son esenciales. Lo esencial es querer, el deseo de acercarse a ese Dios al que un dia echamos de nuestro mundo. Con ese deseo ya no es indispensable (?) la cueva del eremita. No es lo de fuera lo que estorba sino lo que llevamos dentro: el confort de una costumbre social, la exigencia de nuestras vanidades que por complacerlas nos vamos derechos a la depresión; o sentir la humillación de nuestras faltas y la tristeza del desamor que implican. Pero una vez que logramos librarnos de interferencias, poco a poco y de forma inesperada nuestro ‘todo-yo’ se queda como la bombilla de Edison. Y, hecho el vacío, se hace la luz.
Podemos elevar el alma a Dios estrujados en el Metro; en un avión a veinte mil pies de altitud, o embutidos en neopreno bajo el mar. De Jonás se cuenta que habló con Dios dentro de una ballena, lo que me trae a la memoria aquel primer submarino atómico que mientras navegaba bajo el Ártico, recibió mensajes desde el Pentágono, por transmisión telepática, con un 76,66% de aciertos. No demos, pues, a la oración menor crédito que el que daríamos a las facultades llamadas paranormales.
Mas, ¿cuáles son el modo, sitio y tiempo mejores para orar? Todos y cualquiera que se aproveche espontáneo. Sí, claro, la oración se hace relativamente fácil ante el Santísimo (arrinconado por la nueva pastoral), pero también la noche y la almohada son buen retiro. «[...] con labios jubilosos alabará mi boca; / cuando sobre mi lecho te recuerde / [y] en las vigilias medite en ti.» (Sal 62, 6-7). Salmo que rubrica San Juan de la Cruz: «En la noche dichosa, / en secreto, que nadie me veía, / ni yo miraba cosa, / sin otra luz y guía, / sino la que en el corazón ardía.»
Encuentros en tercera fase.-
Moverse entre lo sobrenatural es un deporte en el que no sirven nuestros esquemas. Aun así, debemos escudriñar esta playa de eternidad que es la vida y atrevernos a escudriñar sus tinieblas. Como aquellos personajes de La isla misteriosa, de Julio Verne, que Paul Claudel citó en su prefacio al libro de Jacques Riviere, A la trace de Dieu.
«Unos náufragos se ven arrojados a una isla desconocida, en la que se creen solos y abandonados a sus solos recursos. Después, en momentos críticos, les llegan socorros no se sabe de donde: una hoguera, una caja llena de herramientas en las arenas de la playa, una cuerda que alguien arroja desde lo alto de una roca, enemigos exterminados... Todos estos hechos pueden explicarse de manera más o menos natural y los espíritus más bastos del grupo se benefician sin preocuparse de descubrir a su autor. No así el ingeniero Cyrus Smith: se le ve en un grabado, suspendido con una linterna en la mano...»
Creo que todos, no sé, alguna vez en la vida nos habremos visto como Cyrus Smith, preguntando a la oscuridad: −¿Quién está ahí? Y que nos parezca que, de vez en cuando y con más frecuencia según se suma edad, Dios responde ofreciéndonos sus huellas. Voy a descubrirles algo que sólo yo puedo atestiguar.
Era casi un muchacho cuando sufrí una necesidad urgente de dinero . Debía varios recibos del pago de una casa comprada nada más alcanzar la mayoría de edad, entonces fijada en los veintiún años. Tracé un plan sobre como negociar, y a quien pedir en última instancia. Entre los quiénes incluí a Dios. ¿Por qué no? Recuérdese el pago de un impuesto gracias a un pez increíble. (Mt 17, 27) Así que en la misa del domingo pedí a Dios el dinero que me faltaba. Cuando el domingo se acababa, a solas en mi casa la radio me informó de que en las apuestas del fútbol había acertado todos los resultados. Me olvidé de mi mendicidad y lo tomé por una feliz casualidad.
A las ocho de la mañana, el pulso a cien, abrí el periódico − Hoja del Lunes se llamaba − que me informaría de que una apuesta fue sustituida por suspensión de partido y que mis aciertos ya no eran catorce sino trece. Resumiendo, el dinero disponible en el Banco gestor, después de restar las comisiones, era igual a la deuda pendiente ¡más los intereses de demora que no había previsto! En menos de 24 horas la ayuda tuvo una exactitud matemática, al céntimo. Piensen ustedes lo que quieran, mas... ¿por qué no han de ser huellas de Dios? Huellas que borra la espuma del día-a-día... Pero suyas.
Orar, sí, y también rezar.-
¿Dije que la oración que más satisface al alma es la que no usa palabras rutinarias? Pues, miren ustedes, no es así. También nos la llenan los rezos de memoria. La reina de todas, el Padrenuestro, al que hoy hemos “retocado” en flagrante arbitrariedad. Y el Avemaría, cuya primera parte se la plagiamos al Ángel de la Encarnación. Y la Salve que en Compostela compuso San Pedro de Mezonzo. Asombra que los párrocos modernos no nos propongan rezar: bendecir la mesa familiar, el ofrecimiento de obras al levantarnos por la mañana – antiquísima "santificación de la vida ordinaria" – y, al acostarnos, cualquier oración que entregue el alma a su cuidado.
Si las familias rezaran, si en la Iglesia universal se volviera a la oración todo se reorientaría a Dios, como la flor al sol que la saca del humus. No existe la soledad para un cristiano que reza. Todavía y porque el deseo de Dios no se extingue, al rezar nos acompañan millones de coincidentes rezadores repartidos por toda la Tierra. Y de esos rezos dichos en todas las lenguas, muchos lo son en español. El español es el idioma con el que habla a Dios más de la mitad de la Iglesia. Inesperada manera de que siga sin ponerse el sol para España en lo que a la postre, la evangelización, es el verdadero imperio que nadie le podrá quitar.
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