8 de diciembre: la Inmaculada.

En esta Iglesia cóncava y convexa circulan supuestos, de doctores teólogos, dicen, por los que se niega la maternidad virginal de María y más todavía su concepción inmaculada. Para la fiesta mariana por excelencia y española por derecho, del 8 de diciembre, deseo proponer unas reflexiones.

¿Creemos que Dios existe? Sí. ¿Creemos que es creador de todo lo visible e invisible? Sí. ¿Creemos que de Él venimos y a Él tendemos? Sí. ¿Creemos que se ha revelado en Jesucristo, su Hijo? Sí. Por tanto, si creemos que tan gran Dios es el Jesús encarnado en la Virgen María, el Cristo, el Emmanuel (Is 7, 14), en nada extrañará que pongamos a su madre en el más alto lugar. Esta realidad de nuestra fe hace a María verdaderamente Reina de los Ángeles.

Por eso desde los tiempos apostólicos sabemos que regatear nuestra veneración a la madre de Jesucristo, Señor Dios, Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, obedece a la terquedad de despojarle de su condición divina. Por tanto, está más que claro que cuando no se venera a la Virgen María es porque no creemos, de verdad, de profundo, en la divinidad de Jesús. Dicho a la inversa, si a Jesús no se le cree Dios, como proclaman muchos luteranos y gran cantidad de seudo-católicos, María no tiene más importancia que la madre de Daniel, de Elías o, para qué rodeos, que la tuya misma, amigo lector.

No nos sorprendamos de que los anticristo quieran inducirnos a negarle como Dios por el camino de no creer en la maternidad virginal de María, madre de la Segunda Persona de la Trinidad. (Mt 16, 15-16) De esto entre los llamados hermanos separados hay niveles. (¿Cómo van ser hermanos los que no aceptan a nuestra Madre?) Están, por ejemplo, los que se arroban con la belleza conceptual de la Virgen pero no la ven como madre de Dios. Nos deleitan con preciosas composiciones, de Schubert o de Gounod, para un Ave María que borra las palabras católicas: "Mater Dei". Parecido ocurre con aquellos que pretenden elevarla a corredentora, ignorando que rozan la dualidad esotérica de dioses antagónicos personalizados en los dos sexos. (v. gr.: Osiris/Isis) A propósito, subrayemos que es la diosa Isis la que se representa en la archiconocida estatua de la Libertad, en la isla Walis, frente a Nueva York.

Desde los tiempos apostólicos creemos que Santa María ya en el seno de su madre, Santa Ana, fue librada de las consecuencias del pecado de Adán, tal y como lo declara el dogma: "...preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano." (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854).

Esta realidad nos afirma, a mi me afirma, que si en la tierra, en los cielos y en los infiernos no hay nombre como el de Jesucristo (Fil 2, 10), tampoco de entre los hijos de Eva hubo criatura más afortunada que su madre, la Virgen de Nazaret. Esta conclusión nos lleva a preguntarnos: ¿Son católicos los que critican la devoción mariana? La respuesta es no, no lo son de ninguna manera. Ni tan siquiera son cristianos, porque es una fantasía llamar cristianos a los que no creen en Cristo de la misma manera y con la misma razón que creemos los católicos. Si ellos acertasen, nosotros estaríamos en la inopia; si nosotros acertamos, lo están ellos.

Es un dato decisivo para valorar la condición exacta de los "separados". Dicen que creen en Cristo Jesús, Señor y Dios nuestro, pero no es verdad porque su renuencia a la concepción inmaculada de su madre muestra que ellos no creen en el mismo Jesucristo que nosotros. Unos le quitan este atributo, aquellos aquel otro, para acabar haciéndole un personaje histórico que no nos sirve si se le aparta de su origen celestial que es el enseñado por los Apóstoles. Es igual, con perdón, a jurar que sabemos muy bien quien fue Cary Grant pero le describimos con los rasgos de King-Kong. A ambos se les reconocen ojos, nariz y orejas, manos y piernas, pero en nada se aproximan el uno con el otro. Este Cristo multiforme suscita muy serias dificultades para el ecumenismo posconciliar; tanto que algunos teologones piensan eliminar el escollo eliminando la diferencia y decir que Cristo está y es en todas y cada una de las propuestas. ¡Y algunos son cardenales de la Iglesia!

San Efrén, doctor del siglo IV, escribió:«María fue tan inocente como Eva antes de la caída. Virgen ajena a toda mancha de pecado, más santa que los serafines, la fuente sellada del Espíritu Santo, semilla pura de Dios, siempre pura e inmaculada en cuerpo y mente.» (Carmina Nisibena). Es el primer documento pero no el primer conocimiento. Estas preciosas flores confirman que ya los cristianos primitivos, San Efrén murió en el 373, cumplidos 60 años, tenían a Santa María como concebida sin pecado. Un atributo que le fue reconocido en el momento de la Anunciación, cuando el Arcángel Gabriel la distinguió «llena de gracia».

En el año 1460, cuatrocientos antes de que Pío IX definiera el dogma, en España ya lo dábamos por sabido. No olvidemos que el cristianismo se consolida y expande en Roma, cuya geografía incluía lo que hoy es España. Y mucho más en la Extrema-Durí, tierras de retiro y premio. No es extraño, pues, que de la villa zamorana de Villalpando conste que todos sus habitantes, todos en bloque, hicieran solemne promesa de proclamar la Inmaculada Concepción de María Santísima.

Porque si la víctima a ofrecerse trajese de su madre adherencias de pecado, nada menos que el de soberbia de nuestros primero padres, la redención perdería su eficacia. Así lo entendió el pueblo muchos años antes del Dogma. Vean, por ejemplo, el “Voto y Juramento de Sangre” que los cofrades de San Miguel, de Sevilla, firmaron en el siglo XVII: «Nos, el hermano mayor, los alcaldes, fiscal, mayordomos, escribanos y prioste, juntamente con los demás oficiales y hermanos, y hermanos de esta Santa Cofradía que hoy somos y adelante fueren para siempre jamás, todos juntos y cada uno por sí, ahora de presente hacemos voto y juramento en forma de tener, creer y confesar, como lo tenemos, creemos y confesamos, que la esclarecida Virgen reina de los ángeles, María Madre de Dios y Señora Nuestra, había sido y era concebida sin mancha de pecado Original y hacemos también juramento de creerlo y confesarlo hasta dar la vida por ello.» (Cabildo Extraordinario de 29 de septiembre de 1615).

Por tanto, para echar de la Iglesia Católica a los neo-modernistas que hoy circulan a sus anchas por ella (!), a la que con descaro llaman “suya” y de la que sin la menor vergüenza cobran estipendios, apliquemos el santo y seña que se exhibía en las casas de Granada desde el s.XV hasta casi ayer:

«Nadie pase este portal
sin que diga por su vida
que María fue concebida
sin pecado original.»
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