El humanismo definitivo o la lección de Tomás ®

(Cuatro minutos)

En el mundo son miles los vertederos de basuras sin control de las autoridades sanitarias. Y en el tercer mundo no sé cuántos en los que algunas veces aparecen piltrafas humanas que ni están muertas aún ni están vivas ya. Nadie sabe por qué un hombre malherido es arrojado a un vertedero de basuras.

Haryana, India; el enorme vertedero de Payatas, Filipinas... Se detiene el corazón sólo de imaginar las cifras de abandono y pobreza. En la mayoría de estos vertederos grupos fantasmales de parias escarban para encontrar una tela sucia que puede valer para un sari o un poncho, o los trozos de una silla que sirvan para recomponerla. Cuando llegan los camiones y vuelcan la basura, mujeres de ojos inmensos en cuencas bellísimas – el rostro de la miseria del mundo es cada vez más femenino - se preparan para ser las primeras en la búsqueda.

Un hallazgo al caer la tarde

En la criba minuciosa a veces aparece una pierna o una mano anunciando un cadáver. Así le ocurrió a una muchacha en sus trabajos de aquella tarde. Su tía, que escarba en otro montón ve que la niña ha encontrado algo. Está de pie aprensiva y asustada. "- No lo he tocado. No sé si será hombre o mujer, ni si estará entero...” La tía, resuelta le desentierra. "-Veamos si tiene algún papel.” En esas latitudes el sol cae en pocos minutos y en menos de media hora será noche cerrada. La mujer mira en derredor: “- No tenemos tiempo. Lo esconderemos para mañana con este palo como señal." Pero en la tarea descubren que aquellos ojos hundidos tienen todavía luces de vida.

"-¡Está vivo!” La mujer lo incorpora y le habla. El mediomuerto no responde, apenas si respira. Manteniéndole en sus brazos se vuelve a la niña: “- ¡Corre! ¡Llama a las señoras, que se hace denoche!" En cosa de minutos se presenta una furgoneta-ambulancia de primeros auxilios con dos monjas y un mozo que con admirable diligencia le sacan de la basura y se lo llevan a la furgoneta y se van. Todos.

En la casa asilo.

Un antiguo almacén, donde han acomodado dos hileras de camas desechadas de un hospital, lo han convertido las monjas en asilo para desesperados. En la salita que antecede, habilitaron una clínica de urgencias. Como el infeliz no tiene resuello ni para ser lavado en la bañera, las monjas deciden limpiarle en la mesa de curas. El hombre quiere decir algo que no le entienden. Aun así, le acercan a los labios agua especial contra la deshidratación. Una joven novicia le limpia, le desinfecta y le unge su piel con un cuidado y una piedad que no son de este mundo.

Impresiona su cara quemada, cocida del sol que allá en el vertedero le obligó a taparse aunque a la vez le impidiera ser visto. Sus labios cortados y con ampollas. Le toman la tensión y el pulso que muestran cifras de extrema debilidad. Aquel esqueleto cubierto de piel achocolatada no cesa en su bisbiseo. ¿Qué dirá? No le entienden. Los labios del hombre se mueven y repiten algo que parece el sonido de la palabra ¡agua! Mas cuando una hermana le acerca otro vaso a la boca aparta la cara. Las monjas están desconcertadas, aquel desgraciado va a morir en cosa de minutos y no se deja ayudar.

La Priora recuerda haber oido este hablar a algunos campesinos del norte y manda llamar al capellán que conoce aquellas lenguas.

Es un sacerdote europeo de unos 40 años. Pega su oído a los labios del moribundo... Las monjas están nerviosas. Pasa un minuto, cinco, diez. El comatoso y el sacerdote hablan entre sí. Al fin el padre se incorpora, se alisa el pelo pensativo. "-Bueno... El agua que pide no es la de beber sino, como él la llama, “la de los cristianos”. Vamos, que quiere ser bautizado." Al tiempo que habla saca de una pequeña bolsa la estola y los frascos de la sal y el aceite. “-¡Ah! Me ha dicho que es de Madrás . Le he preguntado como quiere llamarse y me ha pedido: "Por favor, por favor Tomás.” La monja sigue curando en silencio su cuerpo. Un cuerpo que es un esqueleto con ojos. Ojos encendidos de ansiedad y, ahora, única puerta de su alma.

El bautismo.

El sacerdote besa la estola y se la coloca susurrando una jaculatoria. “-Por favor, hermana, ayúdeme.” La solicitada se coloca al lado del hombre en pena y le levanta la cabeza. Otra hermana coloca una palangana debajo de su barbilla.

El capellán explica lo que van a hacer: “- Antes de nada, sabiendo que lo ha pedido y dadas las urgencias de su estado adelantaremos la fase del bautismo."

Derrama tres veces sobre su cabeza el agua bautismal al tiempo que hace las tres cruces: “-Tomás, yo te bautizo en el nombre del Padre.” Primera agua vertida en su nuca. El hombre está quieto, entregado al acto. El sacerdote le echa otro golpe de agua sobre la parte delantera y frente: “... y del Hijo”, el hombre sigue quieto. (La monja que le sostuvo por su costillar comentó más tarde que le parecía tener su corazón en la palma de la mano.) El ministro termina: “...y del Espíritu Santo”. Acto seguido destapa el frasquito con el aceite, moja su dedo pulgar y crisma la cabeza del bautizado.

Tomás sigue vivo. Las monjas le ayudan a echarse en aquella “camilla bautismal” de emergencia. El capellán comienza las preguntas del ritual que deberá aceptar bajando dos veces los párpados. Al llegar a: “¿Crees en Jesucristo que padeció por nosotros?“, el moribundo cierra muy despacio

los ojos para ya no abrirlos. "-Acaba de expirar" - dice el Padre.

La hermana enfermera se levanta como por un resorte, se santigua y de sus hábitos saca un crucifijo que le pone sobre el pecho.

Creo que ninguno de los allí presentes olvidará nunca lo que vio. La cara se transformó igual que si le quitaran una careta. Desaparecieron las magulladuras y laceraciones como si la piel se recolocara. Su semblante se iluminó de infinita delicia y sosiego. Parecía que en su interior estuviera viendo algo jamás antes visto en la tierra.

Las hermanas se arrodillan. La Priora exclama: «Bendito sea Jesucristo que le dio fuerzas hasta el último momento de lograr “su agua". En verdad que nos olvidamos fácilmente que no sólo de pan vive el hombre. Pidámosle a Nuestro Señor nos perdone por haber creido que Tomás sólo necesitaba agua de beber.» (Jn 4, 8 y ss)



(Basado en un hecho real conocido por el autor.)


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