Los judíos son y serán «un insondable misterio divino.» ©

Por un portal católico me entero de que el pasado 16 de mayo, el Cardenal Kurt Koch, presidente de la Comisión para el Diálogo con los Judíos, dijo en la Universidad Santo Tomás de Aquino, de Roma: “Nostra Aetate” es el documento fundacional y Carta Magna del diálogo de la Iglesia Católica con el Judaísmo."

Y también que

“(...) si bien la salvación se cumple a través de Jesucristo, no se puede concluir que los judíos estén excluidos de la salvación porque no crean que Jesucristo es el Mesías y el Hijo de Dios.”(?)

"(...) es teológicamente indiscutible (?)que los judíos son partícipes en la salvación de Dios, pero cómo esto puede ser sin confesar explícitamente a Cristo es y será un insondable misterio divino.”

“La Iglesia Católica ni organiza ni sostiene ninguna tarea misional dirigida a los judíos...”


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Pues, sí, es sin duda un misterio insondable que Cristo sea Dios mismo bajado de la eternidad al tiempo para enseñarnos a vivir en su agrado y en el del Padre, que afirmase solemnemente que sólo por Él somos justificados y alcanzamos la vida eterna, para que su Iglesia busque la cuadratura del círculo de que sin creer en Él, Dios encarnado, por esa terquedad que ni el Espíritu Santo perdona, los judíos sean salvos por especial concesión... de quienes nada podemos conceder.

Hay que considerar éste un misterio del arcano de Dios que solo vislumbramos mediante la fe -y la certeza filosófica-, en sus infinitos atributos de misericordia y sabiduría. Porque si vino a los suyos y no le recibieron, y Él mismo los anatematizó por su "dureza de corazón", nada distinto podemos creer a lo siempre creído ni otra cosa acepta nuestro pobre intelecto.

Para hablar de los judíos la Iglesia Católica tiene, tenemos, mucha autoridad. La que le otorgó Aquél que es el Verbo que estaba cabe Dios y era Dios. Me atrevo a pensar que incluso más autoridad que la del Cardenal Koch en su dificil encargo. Al menos mientras nuestro Credo, Símbolo de los Apóstoles, sea el que fue. Esta autoridad se refuerza en que desde su nacimiento el pueblo judío nos hostigó con persecuciones innumerables, tanto propias como inducidas, ya desde el mismo día de la detención de Jesús, en Getsemaní.

Y, por más que haya individualidades extraordinarias, continúan guardando para la Iglesia contenido desprecio e intervención o crítica de nuestro caminar. Aunque, conviene señalarlo, no tanto a la Iglesia propiamente dicha sino, como es de entender, a Jesucristo, el que es nuestro origen, fundamento y adorable Señor de la Historia. Porque, como los cristianos bien sabemos, desde el más tierno inicio de la Iglesia se infiltraron los circuncisos entre nosotros para arrancarnos del Redentor, puesto que, como se infiere, al circuncidarnos haríamos secundaria su persona. La circuncisión, como identidad judía, sería más importante que la cruz, muerte y resurrección del mismo Cristo.

Quizás una de las fuentes de desconfianza hacia la FSSPX sea la suposición de que entre sus miembros exista una corriente de antijudaísmo, cosa que yo no creo, ni veo ni aprobaría desde ninguna hipótesis. Porque, poniendo mi caso como muestra, yo no sólo no soy antijudío sino que entre ellos tengo buenos amigos, personas a las que valoro y admiro. Esto es lo que de Nostra aetate debe interpretarse: Los católicos no somos anti-judíos; somos de Cristo, que es lo que a ellos no les gusta. Cristo es para nosotros el Hijo de Dios en el que ellos no creen. La relación con ellos se extiende o se extingue según sea su respeto hacia esta identidad religiosa. Y nosotros hacia la suya, como el Cardenal Kurt Koch subraya al recordarnos que la Iglesia no promueve ningún programa misionero o de captación de judíos.

Por otra parte, ¿es que en el resto del mundo no católico no existe antisemitismo? ¿Es que no lo hubo a lo largo de la historia del pueblo judío, antes de existir la Iglesia? ¿No lo provocaron ellos mismos, en sus pecados de endogamia, de aislamiento, de subversión, de abusiva explotación, avaricia y usura? ¿No lo han abonado desde hace 5773 años con sus argucias y clandestinidad en el Imperio Romano, en el de los Faraones, en Babilonia y Caldea...? Ni en el tiempo ni en el espacio es novedoso el estigma antijudío que, justamente, la Iglesia nunca promovió, excepto en defensa propia.

Entendemos que un judío vea esperpéntico que a un hombre, el histórico Jesús de Nazaret, se le adore como a Dios. Más aún si surge y se legitima desde su (Antigua) Alianza y Sagradas Escrituras. Es comprensible que este origen les haga el cristianismo especialmente rechazable. De tal manera que no hay otra religión en la tierra que les merezca ser perseguida hasta su aniquilación. ¿Acaso les molestan las demás religiones...? No. Desde luego ninguna como les ocurre con la cristiana.

Dado que los judíos no han cambiado su actitud hacia Nuestro Salvador y que nuestro Credo sigue siendo el que fue, la separación de culturas, sociedades e intereses es radical y sin posible casamiento. Si Cristo sigue siendo un escándalo para los judíos, aunque ahora parezca que con sordina, Nostra Aetate es prácticamente un papel mojado, pues o dice perogrulladas o propone actitudes de peligrosa cercanía a la blasfemia.

Por tanto, creo que es a partir de este rechazo que debería reconstruirse la apologética cristiana. De la misma manera, y perdonen lo prosaico del símil, que después de un realista Estudio de Mercado se planifica una eficaz acción de ventas. Sin que en este enfoque olvidemos el milenario propósito judío de poner a los pies del Mesías, el que para ellos aun no ha llegado, todo el ancho mundo con sus habitantes.

Y es quizás en esta divergencia sobre el Mesías, primera o segunda venida, donde podría sustentarse un reglamento de convivencia. Si para la Iglesia será la segunda, mientras para ellos sería la primera, “ambas” coincidirán infaliblemente en el mismo y único Hijo del hombre. De donde se podría desprender más confianza en los designios de Dios caminando cada cual por su propio camino.

La Iglesia representada en San Pablo, el antes Saulo de Tarso, máximo perseguidor convertido en su heraldo incomparable, nos dice en sus cartas cosas muy interesantes, de amor y admiración, acerca de los judíos, a los que no por eso propone como superiores a los cristianos y su Iglesia.


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