La misa banderiza en el Bilbao de Aguirre e Irujo. ®
Justamente la investigación de la que aquí se habla me enganchó corriendo el año 1987. En un pueblito cercano a Laredo (Cantabria) encontré que entre los nombres de unas esquelas de defunción, esas que en el norte es corriente colocar en las calles del pueblo, se incluía el de un fallecido para mí muy apreciado. Trabé conversación con una mujer que resultó ajena a la relación supuesta pero hermana de un sacerdote de aquellos años por los que ahora me intereso.
Es curioso. No recuerdo cómo llegamos a hablar de este asunto pero lo que importa es que su hermano, fallecido años atrás, fue testigo directo de las "misas experimentales" del Bilbao republicano. Un buen sacerdote que por lo que su hermana me aseguró no volvió a decir misa pública porque de "la suya" se lo prohibieron y perdió su parroquia. Y se fue de este mundo "por la tristeza" de ver reeditadas por Roma, corregidas y aumentadas, "aquellas malas misas de la Guerra".
No encontraba testimonio escrito que pudiera sumarse al oral citado y prácticamente lo abandoné. Pero siempre pensé que no podía ser mentira lo que me había contado aquella buena hermana de un cura de pueblo. La búsqueda era realmente difícil porque, como me informaron, probablemente nada se registrase en la diócesis vasca acerca de cuáles sacerdotes actuaron saltándose rúbricas y cánones mantenidos oficialmente por Roma. Los jesuitas en aquellos años estaban exiliados en Bélgica o Alemania de modo que los que hoy por edad algo podrían saber "nada saben".
Cierto es que, como uno me dijo, incluso si las misas aquellas se hubieran registrado no sería de extrañar que todo se volatilizara. Recordemos del asalto al Congreso, el 23 de febrero de 1981, que un periódico de Castilla informaba de cómo, ante la incertidumbre política generada, en menos de 24 horas se tiraron al mar cientos de cajones con documentos y listados comprometedores.
Lo cual puede explicar que a día de hoy no me haya sido dado encontrar un solo documento directo; ni exista de ello la menor noticia, al menos según parece entre los especialistas consultados. Hasta que, miren qué casualidad, buscando otros temas en la hemeroteca de ABC, de uno de sus 'fardos' electrónicos surgió un reportaje muy revelador para este caso firmado en junio de 1937 por José María Pemán. Una crónica que revela a la Misa Nueva como bandera revolucionaria que no se quiere arriar.
Resulta que la crónica que envió Pemán guarda sorpresas superlativas bien cargadas de significado para quien no tema desentrañarlo. El reportaje recoge la alegría exaltada de las tropas por la liberación de la capital de Vizcaya. Y, a la vez, es muy informativo sobre las misas de las que no conseguí testificiación.
Informa el periodista Pemán que seguido a cada victoria se daba gracias a Dios por la liberación, o la ocupación; dicho sea así para todos los gustos. Pero siempre subrayando que adonde llegaba el ejército nacional, o rebelde, enseguida se restituía la Iglesia antes perseguida. Persecución que en Bilbao fue más sibilina y disimulada por el ferviente catolicismo del pueblo vasco.
«Me dispongo a oír la misa desde mi balcón, cuando pasa por detrás de mí una camarera del hotel, a la que le oigo este expresivo comentario: "Por fin hoy vamos a tener “una misa de verdad”».
Que la camarera diga "una misa de verdad" da a suponer que había otras misas que no eran "de verdad". Por tanto, manipuladas, falsas, sacrílegas o sectarias. ¿Qué manipulaciones serían esas? El periodista no dice gran cosa pero lo califica con un énfasis que sería ridículo, mejor decir absurdo, de no basarse en realidades conocidas:
«Aquella camarera no podía sentir como otros pueblos, al conquistarse, la emoción de la primera misa después de los meses de persecución roja. [Esto es, sin misas.] La mujer sentía más complicada y acaso más melancólicamente la emoción de aquella misa que ella llamaba magníficamente “de verdad” después de meses de infernal contubernio, de satánica mescolanza sacrílega, de misas cotizadas en el mercado de las hipocresías internacionales y de las credulidades humanas.»
Al lector con ojos que vean puede que estos hechos le descubran qué clase de charranes se apoderó de la Iglesia veintiún años más tarde a través de cónclaves inducidos como, por ejemplo, el que eligió a Juan XXIII (*) llevándonos, cuando su muñidor Montini le sustituyó, a una "autodemolición" que hoy apenas compensan las siembras en pedregales multitudinarios (Lc 8, 5 y ss).
Para ver el documento original haga clic aquí.
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(*) "... el elemento determinante a favor del cardenal Roncalli estaba constituido por una inteligencia de principio de la Sacretaría de Estado del Vaticano." (Cfr. B. Bentura Remacha, "S.S. Juan XXIII", Ed. Pandora, Madrid, noviembre 1958, p. 113)
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