Con el Papa Francisco
Sí, siento que se hace necesario compartir la gozosa evidencia de que la presencia del Papa Francisco va alegrando muchos corazones, iluminando muchas vidas y suscitando gran esperanza.
No sólo hablo desde mí, sino que también me hago eco de conversaciones con gente sencilla del mundo rural, en el que vivo, y de la parte de África , que acabo de visitar, donde trabajé y viví 27 años. Por supuesto, que no se trata de hacer comparaciones, menos aún juicios, de Papas anteriores.
Con Francisco, el Espíritu, que es quien guía a la Iglesia, está haciendo renacer un nuevo Pentecostés, como cuando todos, sin distinción, hablaban y entendían una misma lengua, el lenguaje del Amor (Hech. 2,11)
Con Francisco, el mensaje de las Bienaventuranzas se hace realidad visible en su opción personal por la pobreza, por los pobres (Mt. 5,3), y por una Iglesia pobre y para los pobres.
Con Francisco, con su manera de ser, vivir y hablar, la gente sencilla entiende mejor el Evangelio (Mt. 11, 26) y los que tenemos la misión de explicarlo encontramos un aval y estímulo en su vida.
Con Francisco, los que pasan hambre y sed, los presos, los parados, los emigrantes, los desahuciados etc. (Mt. 25, 35) se sienten identificados con Jesús, como hermanos suyos e hijos predilectos de Dios.
Con Francisco, con su actitud manifiesta de humildad y de servicio (Lc 23,27) el Evangelio deja de ser Palabra predicada para ser Palabra cumplida. El “siervo de los siervos” tiene una identidad clara y coherente.
Con Francisco, sentimos que es posible la limpieza de corazón (Mt. 5,8) sin miedo a la verdad, que nos hace libres (Jn. 8,32).
Con Francisco, es posible la denuncia de la injusticia, sin condenas ni autoritarismo, sino con misericordia, e invitando a todos a construir un mundo justo y fraterno, como Dios lo quiere.
Con Francisco, los excluidos y condenados, los “heterodoxos”, los “irregulares” también se sienten convidados al Banquete, sin ser juzgados ni condenados (Lc. 14, 23-24).
Con Francisco, la Iglesia va perdiendo su complejo de “perseguida”, su estilo “apologético” y “proselitista”, para volverse autocrítica, ecuménica y anunciadora gozosa del Reino, de la Buena Noticia, consciente de que el camino es de cruz y no de rosas, como le sucedió al Maestro.
Con Francisco, los escribas y fariseos de turno, los que imponen (imponemos) cargas pesadas a los otros, también son (somos) convidados a acogerse (nos) a la misericordia de Dios.
Con Francisco, el lenguaje negativo, de juicio y condenación, ha sido sustituido por el lenguaje positivo: divorcio/belleza del amor y del matrimonio; aborto/apuesta total por la vida (toda vida), etc…
Con Francisco, percibimos con claridad la necesidad de poner en común la diversidad de carismas: teólogos, cristianos de base, científicos, personas sim estudios, ateos, agnósticos, gente piadosa, hombres y mujeres, jóvenes y niños, clérigos y laicos.
Con Francisco, y su manera sencilla y libre de hablar, sin superioridad ni censura alguna, como el fariseo de la Parábola (Lc 18, 9-14), todos podemos dialogar, sin juzgarnos y descalificarnos, compartiendo, con respeto mutuo, lo que el Espíritu nos sugiere.
Con Francisco, se vuelve a hablar de otra manera del Concilio Vaticano II, no con recelo y para “controlarlo”, sino para que la frescura y fuerza del Espíritu, que trajo al mundo y a la Iglesia, se deje sentir de nuevo.
Con Francisco, el Espíritu ha hecho renacer en la Iglesia el estilo de Jesús .Todos decimos “esto huele a Evangelio”, entendiendo que este estilo – que no es más fácil, sino más exigente – es ciertamente más fresco, alegre y liberador.
Con Francisco, y con su manera, auténtica y coherente de ser, hablar y vivir, muchos nos estamos acercando más a Jesús, que es lo que él nos pide.
Si el Espíritu nos ha dado a Francisco y con él está alegrando tantos corazones afligidos, iluminando tantas vidas y alentando tanta esperanza, demos gracias a Dios y asumámoslo como un desafío corresponsable para todos, al que debemos responder.
Para que todo no sea un sueño, (que algunos esperan que pronto se desvanezca), para que no nos venza el sentimiento de pesimismo y desconfianza, para que no caigamos en la trampa de convertir a Francisco en un “fenómeno mediático”, para que el Reino se siga haciendo presente en el mundo y en la Iglesia… no dejemos solo a Francisco. Atrevámonos a hacer sus gestos, decir sus palabras, darle la mano. Atrevámonos a caminar…juntos ¡con Francisco!.
Jesús Torres Bravo. Sacerdote diocesano, Segovia