Esto se pone muy caliente
Nadie cree que esto vaya a producirse, todo el mundo piensa que ya haremos algo para que no suceda, que no es posible que los hombres dejemos que pase esto, que seguro que la ciencia... en fin, que ponemos innumerables excusas para no tomarnos nosotros en serio el problema. Y es que incluso los científicos más reacios empiezan a ver las orejas al lobo y ya no ponen paños calientes. El Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), ha publicado que se espera un aumento de la temperatura media en el siglo XXI respecto al anterior de entre 1.1 y 6.4ºC. En realidad, todos están convencidos que llegaremos a los 6.4, entre otros motivos porque el 1.1 ya lo hemos conseguido en apenas 12 años. Pero la cosa es peor aún. Los 6.4, es decir, una temperatura media superior a 20ºC, supones la destrucción de la vida en la Tierra tal y como la conocemos, pero es seguro que la retroalimentación de los efectos sobre el calentamiento global nos pongan en 22 o 25ºC a final de siglo. O lo que es lo mismo, alcanzaremos los terroríficos 20ºC en 2050, a la vuelta de la esquina.
En la actualidad se están dando tres procesos que se retroalimentan e intensifican el calentamiento general del planeta: el primero es la liberación de CO2, por todos conocida. En lugar de disminuir las emisiones, aumentan a tasas del 3% anual, con el riesgo de duplicarse a final de siglo, lo que produciría un incremento exponencial de la temperatura. El segundo proceso es la liberación de metano de los lechos oceánicos. El aumento de la temperatura del agua marina está permitiendo que el metano contenido en los lechos marinos someros se esté liberando de forma lenta pero constante, con el riesgo de que un aumento mayor de la temperatura del agua libere el gas de forma más impactante. Pero el más grave es el tercero. La pérdida del hielo de las zonas septentrionales está permitiendo que, de un lado, se aprese más calor solar y de otro se libere más cantidad de metano del sustrato del permafrost. Estos tres procesos, en conjunto, son una bomba de relojería con contador en marcha hacia una destrucción asegurada de las condiciones de vida en el planeta.
Los científicos serios están muy preocupados con esto, porque podría suceder algo que nunca hemos podido constatar en el Tierra: un cambio climático abrupto, no gradual. Si no hacemos nada por evitarlo, y parece que ese es el camino elegido, en 2020 es muy posible que no quede hielo en el Ártico en verano, lo que permitirá la apresar tanta radiación solar como para que no se congele completamente en invierno. Esto aumentará el efecto de acidificación del océano y la pérdida de fluidez de la corriente que calienta las costas atlánticas y trae las lluvias. Si este efecto no se frena, en 2030 podríamos estar ante una sequía persistente que secaría los veneros que nutren los grandes ríos europeos y las aguas subterráneas se salarían hasta niveles tóxicos. En 2040 podríamos estar ante una atmósfera que no filtre la radiación solar y el simple contacto con la piel produzca quemazones. La vida durante el día debería realizarse en el interior de los edificios. En 2050, la actividad humana podría verse gravemente impedida sobre la superficie terrestre. Los vientos huracanados producidos por las altas temperaturas, junto con la acción solar podrían acabar con todo rastro de vida superficial. La vida habrá de esconderse en el subsuelo o en fortines. En todo caso, no va a merecer la pena vivir en un planeta así.
Pero queda un rayo de esperanza: que de aquí a 2020 cambiemos de forma drástica, radical, nuestro modelo de vida en este planeta. Estamos a tiempo, como he dicho en varias ocasiones, pero cada vez menos.
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