La última tentación de Jesús: fundar una iglesia.
Hay una quinta tentación que le surge a Jesús en los últimos momentos de su vida: crear una escuela de discípulos que guarden su memoria. Esta será la última en ser vencida por Jesús. El novelista Nikos Kazantzakis escribió algo parecido en su obra La última tentación de Cristo. La novela parte de las palabras de Lucas al final de las tentaciones donde dice que el Diablo se apartó por un tiempo. Ese tiempo es la vida de Jesús hasta la crucifixión. En la cruz, Jesús recibe la visita de un ángel que le expresa la voluntad de Dios de que no es necesario el sufrimiento hasta el final. Jesús es desclavado y bajado de la cruz. Se casa con María Magdalena, tiene hijos y al final de una vida gozosa muere en la cama rodeado de su familia y sus discípulos. Pero, en un giro final, Jesús despierta del sopor en que estaba por el sufrimiento en la cruz, es consciente de que está en la cruz y emite las últimas palabas: «Todo está cumplido». Con un gesto de alegría por haber cumplido su misión, entrega el espíritu.
La última tentación es morir rodeado de los suyos y querido por todos, llevar una vida normal como un servidor del poder. Satanás espera a un momento de suma debilidad humana para presentarse como un ángel de Dios, pero Jesús resiste esta última tentación. Sin embargo, la tentación es mayor aún, es la tentación de formar una escuela que guarde su memoria, de crear una comunidad que lo recuerde, haga sacrificios por él y extienda una memoria de servidor público, de un buen hombre que vivió por los demás y murió por nosotros y al que debemos estar eternamente agradecido. La quinta y última tentación es la de crear una Iglesia. Pero Jesús también resiste esta tentación.
Hay un acuerdo generalizado entre los exegetas hoy en que Jesús no fundó la Iglesia. En todo caso, Jesús puso las bases para que la Iglesia existiera y su fundación hay que buscarla en toda la vida de Jesús, siendo esta su fundamento, pero sin poder hablar de un momento concreto de fundación (Comisión Teológica Internacional, 1984, 1.5). Es conocido el dicho de Loisy: Cristo predicó el Reino de Dios y vino la Iglesia. Se trata de un dicho cierto en esencia, pues Jesús no predicó ninguna iglesia, sino el Reino de Dios. El problema estriba en que para que el Reino se instaure tras la muerte de Jesús es necesario un grupo de personas que lo lleven adelante, lo cual no implica que sea una iglesia como hoy la conocemos. La Iglesia, tal como la conocemos es una institución humana que tiene su fundamento en Jesús, pero que no transparenta en ocasiones la Buena noticia del Reino de Dios, de la cual se dice anunciadora. [...]
Entre los discípulos, según Lucas, que es lo mismo que decir entre nosotros hoy en la Iglesia, el más importante debe ser como el más joven, el último en llegar y el que manda tiene que ser como el que sirve. El más importante es el que está a la mesa y Jesús está sirviendo a los que están a la mesa. La comunidad de discípulos de Jesús debe ser una comunidad de servicio a Dios y a los hombres, no una comunidad de honor y prestigio. Esto fue una tentación para el grupo de Jesús desde el principio y el propio Jesús era consciente, de ahí que trabajara este aspecto con sus discípulos en cada ocasión en que surgía.
La comunidad de discípulos, hoy la Iglesia, debe estar al servicio de Dios y los hombres, como hemos dicho, lo que implica construir el Reino de Dios frente al reino de este mundo. Este es el proyecto de Jesús y el que heredan sus discípulos, no crear una iglesia, sino constituir el Reino entre los hombres. Ser iglesia, ser comunidad, es un medio para crear el Reino. Esto es algo que la comunidad de discípulos olvidaba con demasiada facilidad, de ahí que Lucas debería hacer esta advertencia en el mismo texto en el que se constituía la comunidad como grupo organizado.