La vida franciscana y la Nueva Evangelización

Hoy escribe en este espacio Miguel Ángel Escribano Arráez, ofm, director del Instituto Teológico de Murcia OFM, doctor en derecho canónico y experto en la legislación española sobre la familia y la Iglesia. Se puede seguir sus reflexiones en su peculiar blog: Franciscano de la Mancha.



Mucho se habla y se hablará en torno a la necesidad de la Nueva Evangelización, sin embargo cuando se leen algunas directrices de cómo llevarla a cabo pienso que lo que se propone no es sino retocar con un poco de maquillaje lo que ya tenemos en las parroquias y seguir con lo mismo de siempre, que indudablemente se aleja de la idea original que tanto el beato Juan Pablo II como el actual Pontífice Benedicto XVI quieren proclamar con el anuncio de la nueva evangelización y abrir las puertas de las relaciones de los cristianos y el mundo secularizado.
Por ello, me considero afortunado, junto con otras cien personas, cuando el sábado 26 de enero con motivo de las Jornadas Franciscanas organizadas por las Hermanas Franciscanas de la Purísima con motivo de las celebración del I Centenario de la muerte de la fundadora Madre Paula Gil Cano, asistimos a la conferencia que impartió José María Avendaño Perea, Vicario General de la Diócesis de Getafe, en la cual desde la sencillez y la experiencia de vida nos indicó los pasos para una nueva evangelización.

Lo primero de lo que debemos ser conscientes como franciscanos es la necesidad de la conversión de cada uno de nosotros a Dios, conversión que no se hace por haber hecho una profesión religiosa sino que es un camino continuo en la vida hacia la construcción que Dios quiere en nosotros. Por ello es necesario que fiándonos de Dios nos hagamos a Él y le dejemos ser en nosotros. Es sin duda un testimonio de la humildad franciscana, que vive la sencillez del encuentro con Dios y lo trasmite a los demás.
Y esa transmisión, que pide hoy el mundo al franciscanismo, no es otra cosa sino mostrar a los hombres y mujeres de hoy en nosotros el rostro de Dios, se trata de trasparentar en nuestra vida no lo que somos o hacemos sino a Dios que debe ser el que nos lleve a una vida en la que el Espíritu sea nuestro motor. De ahí que la oración sea en nuestra vida un lugar de compartir vida y compartirla con los hermanos y hermanas de las fraternidades, pero también con los hombres y mujeres que pasan por nuestro lado.

No cabe duda que el ejemplo de nuestra vida fraterna es otro de los rasgos que debemos purificar si queremos evangelizar, es el rasgo más importante y más observado por aquellos y aquellas que desean vivir el espíritu de Francisco de Asís. Con estos mimbres debemos ponernos en camino, a sabiendas que nos queda todo por hacer y reconociendo que no caminamos solos, somos parte de la Iglesia y una parte muy importante de la misma. La vida consagrada ha existido siempre en la Iglesia y nadie puede dejarla a un lado y nosotros debemos colaborar en la trasformación de la sociedad, porque Dios nos lo exige desde la presencia y en diálogo con la realidad que nos rodea.

Los franciscanos y franciscanas tenemos una gran obligación en el proceso de la Nueva Evangelización siendo conscientes que cuando evangelizamos se hace realidad la gran dicha de la Iglesia, mostrar desde la humildad y sencillez el rostro de Dios a los hombres y mujeres de buena voluntad. Nuestro ser franciscano nos obliga a estar en los nuevos atrios del mundo dando una palabra sosegada a un mundo convulso. Debemos transparentar el rostro de Dios.
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