"No estás lejos del Reino de Dios" (Mc 12,28b-34)


Luego de una larga discusión con los saduceos sobre la creencia en la resurrección de los muertos, doctrina debatida en el s. I entre los distintos grupos judíos, un escriba, se le acerca a Jesús para preguntarle por la Ley de Moisés: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? ¿Qué es lo realmente decisivo en la vida? Jesús responde y, al mismo tiempo, amplía su respuesta con algo que el letrado no le preguntó.

La reflexión de Jesús, entonces, tiene una doble arista: la dimensión para con Dios y la dimensión para con los/as hermanos/as. Estas dimensiones son inseparables en la reflexión del Evangelio. La primera parte de la respuesta consiste en recordarle al escriba la oración que ambos hicieron en la mañana: Deuteronomio 6,4. Este texto nació como un principio básico en el proceso del monoteísmo judío durante la reforma de Josías que centralizó el culto en Jerusalén para no tener allí “otro YHWH”. No era que no existían “otros YHWH” en la mentalidad de los autores deuteronomistas, pero el YHWH de Jerusalén no podía compartir su santo monte (Römer 2018, p. 112).
Evidentemente, Jesús desconoce este debate arqueológico moderno. Él cita este fragmento fervientemente, con una fe consolidada en el Dios único: para él no hay otro Señor, sólo YHWH, al que hay que adorar con el corazón, con la vida, con la mente y con todo el ser. Dios es, para Jesús, lo decisivo. Pero, ¿se trata de “creer” en Dios? La fe no es un idealismo abstracto sino, más bien, una vida comprometida. Más que creer en Dios, se trata de creerle a Dios. Es decir, una praxis de vida que logre transparentar la fe. Eso es lo decisivo.
Siendo hoy 31 de octubre, marco de los 501 años del inicio de la Reforma Protestante, deberíamos recordar un elemento central en la predicación de Martín Lutero: la gracia de Dios no puede venderse o comprarse, es gracia. Pero esa gracia se convierte en don cuando es recibida por una vida que busca cambiar. La primera de las 95 tesis afirma esto: la vida cristiana ha de ser una continua conversión (Kasper 2016, p. 29). Sólo cuando unimos nuestro amor a Dios con el amor a los otros puede manifestarse la fe.
En el Evangelio que leímos, Jesús une fe y vida. Y lo hace de golpe. Responde una pregunta que nadie hizo y, así, termina uniendo dos mandamientos, dos caras de una misma moneda. El segundo mandamiento es amar al prójimo, a ese prójimo que, inclusive, a veces no está muy “próximo” a nuestra forma de pensar. Religión sin humanidad es ritualismo y humanidad sin fe es desesperanza. Pero hablamos aquí de una fe “no religiosa” o, mejor aún, no solamente religiosa porque lo fundamental no es esta o aquélla doctrina sino la coherencia, el servicio y el amor. De religiones llenas de dogmas y vacías de afecto estamos colmados ya.
En el amor confluyen los dos mandamientos que Jesús mezcla: “El amor no está en el mismo plano que otros deberes. No es una ‘norma’ más, perdida entre otras más o menos importantes. ‘Amar’ es la única forma sana de vivir ante Dios y ante las personas” (Pagola 2011, p. 210). Esto lo ha comprendido a la perfección el escriba. El final de su respuesta debemos subrayarlo: amar a Dios y al prójimo “[…] vale más que todos los holocaustos y sacrificios” (v. 33). ¡He aquí el secreto! ¡He aquí lo decisivo! No es posible adorar a Dios en lo interior y desentenderse del hermano/a que pasa hambre, sufre y es maltratado. Amar a Dios con todo el corazón es amar a los demás porque la verdadera religión es la del encuentro. Quien entiende esto no está lejos del Reino de Dios. Quien entiende esto ya vive el Reino de Dios y lo construye cotidianamente.

Bibliografía citada

Kasper, W., Martín Lutero. Una perspectiva ecuménica, Santander: Sal Terrae, 2016.

Pagola, J. A., El camino abierto por Jesús. Marcos, Bilbao: Desclée de Brouwer, 2011.

Römer, Th., Monoteísmo y poder. La construcción de Dios en la Biblia Hebrea, San José: SEBILA, 2018.
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