El
Domingo de Ramos, queridos amigos, celebramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén; todo su pueblo lo aplaude.
El Evangelio nos dice que también, en medio de esa multitud, habían niños que gritaban: “¡Hosanna al hijo de David, Hosanna en las alturas!”,
vamos a detenernos en esos niños.
El Señor bendice la vida; es el Señor de la vida el que entra en la ciudad de Jerusalén.
Nosotros ahora, como cristianos, necesitamos manifestar nuestro aprecio por la vida, nuestra defensa por la vida, el primer momento de la concepción, pasando por todas las etapas de su desarrollo.
Defender la vida, servir a la vida.
Que todos aquellos que son
invitados al banquete de la vida, puedan participar de él plenamente, porque como decía, el futuro Santo, Pablo VI: “No se trata de cegar las fuentes de la vida, sino de preparar un buen lugar para que cada invitado tenga su lugar propio”.
Pidámosle al Señor el poder servir a la vida,
ayudando a todas las chicas que quedan embarazadas; ayudándolas para que puedan tener sus chicos, para honrar esa vida que para nosotros es puro don de Dios.
No tenemos que discriminar a nadie, no tenemos que eliminar a nadie; nadie debe ser discriminado; todos tienen que ser aceptados en este banquete donde cada uno tiene su lugar.
Que el Señor los bendiga y
recibamos con alegría al Señor de la vida que viene a bendecir su casa, su Iglesia cuando entra en Jerusalén.
Que Dios los bendiga.