San Pablo VI

La canonización del beato Pablo VI, prevista para el próximo catorce de octubre en la plaza de San Pedro y presidida por el papa Francisco, nos obliga a hacer memoria agradecida de su ministerio pastoral, porque, en una época nada fácil para la vida de la Iglesia, supo ser un timonel audaz y prudente a la vez. A él le tocó llevar a cabo la gran obra del Concilio Vaticano II. De hecho, el Concilio no se habría convocado sin la intuición de Juan XXIII, pero tampoco se habría llevado a cabo sin la talla intelectual de Pablo VI.

Es conocida la especial admiración del papa Francisco por el pensamiento de Pablo VI, y así glosa especialmente sus últimas exhortaciones, escritas en 1975: Gaudete in Domino y Evangelii nuntiandi (EN). El título de la exhortación programática del papa Francisco, Evangelii gaudium, reúne una palabra de cada documento. Pablo VI, en los últimos años de su vida, expresó que, a pesar de los sufrimientos y la cruz, la espiritualidad pastoral culminaba en el fervor y el gozo. Es un tema que encontramos en las Cartas de san Pablo. «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús», afirma el papa Francisco en el inicio de Evangelii gaudium. Y, más adelante, habla de «la dulce y confortadora alegría de evangelizar» (EG 10), expresión que extrae de Pablo VI (EN 80).

Tanto para el papa Francisco como para Pablo VI, es prioritaria una Iglesia de diálogo. Es el tema primordial de la encíclica programática de Pablo VI, Ecclesiam suam, en la que afirma que el anuncio fundamental que hay que comunicar es el diálogo salvador de Dios hacia nosotros; es decir, en palabras del papa Francisco, «el amor personal de Dios que se hizo hombre, se entregó por nosotros y está vivo ofreciendo su salvación y su amistad» (EG 128).

El papa Francisco quiere una Iglesia samaritana, servidora, pobre. Es lo que explicitaba Pablo VI cuando, en su viaje a la ONU, se preguntaba qué podía aportar la Iglesia al conjunto de las naciones. Y respondía: la Iglesia es «experta en humanidad». El paradigma del buen samaritano, que Pablo VI propuso como icono de lo que la Iglesia tenía que ser, se formuló en la Asamblea de Puebla (1979) con la expresión samaritaneidad, un lenguaje de alcance universal que recupera el papa Francisco, él que también quiere «una Iglesia pobre y para los pobres» (EG 198).

Finalmente, para el papa Francisco y para Pablo VI, cualquier acción evangelizadora precisa el anuncio y el testimonio. Afirma Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio» (EN 41). Es lo que pedían los jóvenes a la Iglesia, tal como afirma el Instrumento de Trabajo del Sínodo de Obispos, que tiene lugar estos días en Roma: «Que la Iglesia sea una institución que brille por su ejemplo, competencia, corresponsabilidad y solidez cultural» y que «no solo haga sermones». Y pide que los pastores de la Iglesia sean «transparentes, acogedores, honestos, atractivos, comunicativos, accesibles, alegres…». Que el testimonio de san Pablo VI nos ayude.


Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
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