Servidores de la esperanza
1.
Al finalizar el año litúrgico, nos preparamos a conmemorar nuevamente la fiesta del Nacimiento del Redentor. Para ello, la Iglesia nos propone el tiempo del ADVIENTO, uno de cuyos temas centrales es la esperanza. En estos momentos de crisis que vive el país y que ha golpeado con dureza a cada uno de nosotros, en especial a los más pobres y necesitados, hemos de vivir el ADVIENTO con una actitud particular. No podemos darnos el lujo de pensar que estamos preparándonos para unas fiestas profanas, sino para conmemorar el nacimiento del Hijo de Dios, quien se empobreció al hacerse hombre (cf. Filp. 2,6ss) para enriquecernos hasta el colmo de convertirnos en hijos de Papá Dios (cf. Jn 1,12). Este hecho maravilloso debe alentarnos a todos y motivar nuestro compromiso fraterno y solidario para consolar a quien lo requiera, fortalecer los corazones afligidos y hacer sentir la gracia de la verdadera alegría en todos. Por eso, es necesario no dejarnos quitar la esperanza.
2.
La esperanza no puede ser reducida a una especie de resignación, como si anheláramos que alguien venga a darnos soluciones mágicas para transformar la realidad que vivimos. Tampoco puede centrarse en la aspiración peligrosa de que sucedan acontecimientos que van a cambiar las condiciones críticas que golpean a los venezolanos. La esperanza es un don de Dios, recibido en el Bautismo y fortalecido con la Confirmación y los demás sacramentos. Es la capacidad que Dios mismo nos da para ir en el camino de la novedad de vida (cf. Rom 6,4) y así participar en la edificación del reino de Dios y la liberación auténtica de todos los seres humanos. Con la esperanza no nos quedamos estancados en falsas promesas ni en fantasías propuestas por quienes manipulan la libertad y las actuaciones de los seres humanos. La esperanza, al tener como meta el encuentro definitivo con Dios, sencillamente, nos impulsa a dejar a un lado todo lo que nos oscurece y divide, a asumir el papel de sujetos como protagonistas de nuestro quehacer humano y espiritual, y, a la vez, a manifestar nuestra condición de seguidores de Jesús en la práctica del amor fraterno (Cf. Jn 13, 35).
3.
En nuestra Iglesia local de San Cristóbal, hemos de aprovechar el ADVIENTO para orar, reflexionar y tomar posición acerca de lo que supone la esperanza en estos tiempos de crisis. La Palabra de Dios y la Liturgia de la Iglesia nos brindan elementos para entender qué y cómo debemos hacer para fortalecer y dar testimonio de nuestra propia esperanza. Es tradición en nuestras comunidades preparar la Navidad durante este tiempo deADVIENTO con símbolos, acciones de piedad popular y con jornadas de reflexión y oración. Es importante que lo hagamos sin caer en pietismos ni actitudes ajenas al compromiso de fe de los creyentes. Es necesario entonces aprovechar este tiempo para hacer realidad lo anunciado por el profeta: “En el desierto, preparar el camino del Señor” (Is. 40,3). Esta debe ser la primera actitud de una esperanza que debemos contagiar a quienes la han perdido o la sienten disminuir.
4.
Nuestro pueblo está caminando por un duro desierto. Privado de los recursos necesarios para una vida digna, golpeado por el menosprecio de los dirigentes quienes buscan primero asegurar sus propios intereses con afán de poder y con un futuro lleno de nubarrones oscuros que no parecen garantizar buenos tiempos, el pueblo vive las penurias del desierto. La pobreza ha crecido, el hambre ha aumentado, la indefensión está haciendo estragos en la convivencia de los ciudadanos. Terribles son las consecuencias de lo que nos golpea. Muchos están dejando el país en busca de mejores condiciones; otros viven acosados por la situación de empobrecimiento, al no haber insumos alimenticios ni médicos para fortalecer la salud; en no pocos hogares se experimenta la desintegración con el nuevo fenómeno de hijos que salen a otras naciones y se abre un clima de tristeza por la separación de los seres queridos. En ese desierto, al cual le podemos añadir otros elementos característicos como la crisis moral y la corrupción, nos pide hoy el Señor que alentemos la esperanza y nos arriesguemos a “preparar su camino”.
5.
¿Qué significa “preparar el camino”? ¿Qué puede ayudarnos a todos en este momento? No se trata de alentar la resignación. Por el contrario, es un tiempo donde los cristianos, discípulos misioneros de Jesús, en comunión eclesial, hemos de manifestarnos como los verdaderos constructores de ese camino. Esto conlleva dos elementos irrenunciables: uno, el testimonio de caridad continua, de tal modo que todo lo pongamos en común y así, aún en medio de las dificultades, nadie pase necesidad (cf. Hech. 2,44-45). Con la fraternidad nos acompañamos mutuamente y así les demostramos a quienes nos empujan por el desierto, que no estamos ni solos ni aislados. Es una hermosa oportunidad para demostrar que Iglesia es “comunidad de hermanos”. Otro elemento, es dar a conocer la fuerza que nos impulsa en la construcción del “camino en el desierto”: la del Espíritu Santo. Cada uno de nosotros ha sido ungido por Él en el Bautismo y en la Confirmación, no para escondernos ni considerarnos mejores que los demás. Más bien hemos sido consagrados para anunciar el evangelio a los pobres; dar la vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y a pregonar el tiempo de gracia del Señor (cf.- Is. 61,1-2). No tenemos ningún tipo de excusa. Nos corresponde salir de nuestros egoísmos o conveniencias, nos toca ir al encuentro de los demás para compartir lo que tenemos y manifestar nuestra fraternidad. Con ello, si lo hacemos, de manera cierta estaremos contagiando la auténtica esperanza cristiana.
6.
Contamos con el hermoso ejemplo de la mujer de esperanza por excelencia: MARÍA. Ella nos enseña en todo momento, pero de manera muy particular en este del ADVIENTO, cómo ella se abrió sin condiciones a la llamada de Dios. Así su respuesta positiva fue el culmen de la esperanza de un pueblo que aguardaba a su liberador y salvador. Ella encarnó en su pequeñez la grandeza de la nueva esperanza: pues Dios hizo grandes maravillas a través de ella, de tal modo que la misericordia divina se hizo sentir de generación en generación; así también los ricos y soberbios fueron desplazados para colmar de bienes a los hambrientos y elevar la condición de los pobres (Cf. Lc 1,46-55).
7.
Con el gozo y gusto espiritual de ser pueblo (Ev.G. 268ss), nuestra Iglesia local de San Cristóbal debe aprovechar estas semanas del ADVIENTO para evangelizar desde la esperanza. No se busca promover manifestaciones bonitas sin referencia al amor cristiano. Al contrario, daremos razón de nuestra esperanza al preparar dignamente la Navidad, fiesta de la presencia redentora y liberadora del “Dios Con Nosotros”. Lo haremos preparándole al Señor su camino hacia nosotros en el desierto que atravesamos junto a quienes sienten cansancio, desconsuelo y desesperación. Abrir ese camino conlleva, ante todo, derribar los muros de división existentes entre nosotros; promover la paz auténtica y realizar gestos concretos no sólo para estos días, sino para el resto del camino. “No nos dejemos arrebatar ni la esperanza ni la caridad”.
8.
Con la conciencia clara de nuestra vocación y misión nos convocamos a fin de que estos días sean un especial tiempo para salir al encuentro de los hermanos, en particular los más necesitados, los conozcamos o no, Más que brindarles “regalos”, es necesario ofrecerles el mejor de todos: nuestra caridad. ¿Por qué no invitar, en estos días, a compartir lo que tengamos, poco o mucho, con quienes menos poseen, o con quienes están pasando hambre y penurias? ¿Por qué no invitar a nuestros hogares a los pobres o a los familiares que han visto partir a sus hijos hacia otras tierras? ¿Por qué no convertir nuestras misas de aguinaldos en una celebración donde compartimos sin distinciones de ninguna clase alimentos, y otros insumos? ¿Por qué no nos acercamos a los enfermos y a los presos, a los indigentes y a los ancianos olvidados, para darle un poco de nuestra compañía y cariño? Si somos capaces de hacerlo en estos días, no sólo demostraremos que lo podremos hacer siempre, sino que seremos capaces de ser sujetos actores del cambio que requiere el país. Ya es hora de hacerlo sentir. Si somos capaces de “preparar el camino del Señor en el desierto que reseca la vida de nuestro pueblo”, entonces seremos capaces de alentar la esperanza y de hacer sentir que el pueblo sí es capaz de salvar al pueblo, en el nombre del Señor Jesús.
9.
Nos animamos mutuamente a preparar la gran fiesta del Señor Jesús, hecho hombre para darnos la salvación. La Navidad debe ser la fiesta del amor en alegría, para ello nos toca actuar como testigos de la esperanza. La esperanza de un pueblo se vio colmada con la llegada del Mesías. La llegada del Mesías, celebrada en Navidad, debe colmar y alentar la esperanza del pueblo con la caridad fraterna de todos. ¡Qué bonito sería que el 25 de diciembre y el 1 de enero, después de la celebración eucarística se pueda compartir entre todos, invitando a los necesitados, un almuerzo comunitario! ¡Qué bonito sería que las comunidades parroquiales con hermanos de mayores recursos se arriesguen a llevar y compartir un almuerzo fraterno esos días en algunas barriadas o comunidades más pobres de nuestras poblaciones! Ahí queda la invitación y el desafío.
10.
Acompañados por María, madre de la esperanza, y con la fuerza del Espíritu Santo, preparémonos para celebrar la NAVIDAD con un decidido compromiso de esperanza y caridad, en el nombre del Señor Jesús.
Con mi cariñosa bendición de pastor
+Mario, Obispo de San Cristóbal.