El amor en el día a día
El amor matrimonial necesita ponerse de relieve en circunstancias especiales –una enfermedad, un contratiempo–, pero también en el día a día, como se expresa en la exhortación del papa Francisco Amoris lætitia.
Para que este amor conserve su frescura inicial, y la aumente incluso, el Papa anima a los esposos a utilizar tres palabras clave, que ya recomendó otras veces: permiso, gracias y perdón. Son tres actitudes: la delicadeza al dirigirse al otro cónyuge, la gratitud por los pequeños servicios, que a veces no requiere de palabras sino que basta una caricia o una sonrisa, y saber disculparse por cualquier imperfección que haya podido molestar en la convivencia.
El amor matrimonial no puede detenerse, pues como el agua estancada, se corrompería. Tampoco puede ser fruto de la inercia, es decir de un apasionamiento inicial que tiene fuerza suficiente para durar toda la vida. Debe renovarse cada día, aunque no se expresará siempre de la misma manera.
Hay una maduración en el amor de los esposos. El primer impacto, caracterizado por una atracción marcadamente sensible, deja paso a la necesidad de percibir al otro como parte de la propia vida. Ya no solo es alguien que me gusta, que me atrae y hace feliz, sino alguien a quien veo como inseparable de mi propio destino.
Respetando la intimidad del otro, ya son dos miradas que confluyen en un mismo objetivo: el amor y la atención a los hijos, en la mayoría de casos. Y siempre un acompañamiento en medio de las vicisitudes de la vida personal y social.
El Papa repara también en que la prolongación de la vida en la época actual hace que se produzca algo menos común en otros tiempos: la experiencia de envejecer juntos a través de una mutua pertenencia que puede ser de cuatro, cinco o seis décadas. También en la ancianidad, cuando la pasión amorosa no es tan viva, hay la necesidad de elegirse una y otra vez. El amor auténtico no envejece, se refuerza.