La familia amplia

El capítulo quinto de la exhortación apostólica del papa Francisco Amoris lætitia, ‘La alegría del amor’ titulado «Amor que se vuelve fecundo», es una aproximación muy interesante a las relaciones en el seno de una familia e incluso con las familias de alrededor.

Primero habla del derecho del hijo a tener un padre y una madre, «ambos necesarios para una maduración íntegra y armoniosa». Unos padres que tienen con el hijo gestos de amor «que pasan a través del don del nombre personal, el lenguaje compartido, las intenciones de las miradas, las iluminaciones de las sonrisas».

Luego apunta al derecho de los padres a ser honrados por los hijos, como prescribe el cuarto mandamiento de la Ley de Dios, que coloca este amor inmediatamente después del amor a Dios. «Este vínculo virtuoso entre generaciones es garantía de futuro y de una historia verdaderamente humana».

En tercer lugar, menciona a los ancianos, y aquí recoge la expresión del Salmo 71,9 «No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones.» La Iglesia no puede aceptar, en nombre del progreso, una mentalidad de indiferencia o desprecio de la vejez. Los abuelos son pieza fundamental en la transmisión de valores; incluso, como hemos visto en estos años de crisis, en el soporte de familias con necesidades cediendo generosamente parte de sus exiguas pensiones.

El papa Francisco se refiere en otro punto a la fraternidad como un valor extraordinario entre hermanos que se aprecian. Aún va más allá y habla de primos, tíos, suegros, parientes. Y acaba diciendo que esta familia amplia debe integrar también con mucho amor a las madres adolescentes, a los huérfanos, a personas con discapacidad, a solteros, separados o viudos que viven en soledad.

Todo esto no va en contra de que se mantenga la necesaria intimidad en la pareja, que necesita de espacios para este amor entre el tú y el yo. Sin que falte este trato íntimo, es una llamada a evitar el egoísmo, no poniendo límites a la grandeza de corazón para ayudar a quienes más lo necesitan.

En culturas como la africana, y otras del Tercer Mundo, el virus del individualismo no ha entrado tanto como en Europa. El amor y la ayuda se extienden a los parientes, incluso a los vecinos con los que se comparten momentos de compañía y de bienes. Ya sabemos que la vida moderna, y más en las ciudades, dificulta esta apertura, pero el amor vence todas las barreras, generacionales y externas.

† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
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