Hacia la plenitud del amor

La vida es como un río que atraviesa parajes distintos. El agua se mantiene, pero el cauce es variable, a veces ancho, otras veces estrecho, en ocasiones llano, pendiente en otras, recto o con recodos, superando obstáculos que se interponen.

Así es el matrimonio, como cualquier vocación en la vida. El papa Francisco, en la exhortación apostólica Amoris lætitia se refiere a los matrimonios y menciona la crisis de los comienzos, cuando hay que aprender a compatibilizar las diferencias: la del primer hijo, que requiere nuevos desafíos emocionales; la de la adolescencia de este hijo, que a veces desestabiliza a los padres; la del «nido vacío», y luego la vejez, que obliga a los cónyuges a mirarse nuevamente.

A este suceder en la vida, cabe añadir contratiempos, dificultades de salud, económicas y laborales, espirituales… que deben resolverse mediante el mutuo apoyo, la comprensión, el perdón y la reconciliación si son necesarias.

La Iglesia está al lado de los que sufren estas crisis y trata de ayudarles cuando las incomprensiones o el distanciamiento parecen invitar —en el marco de la cultura de lo provisional en que vivimos— a romper el vínculo que les unió de por vida en una decisión libre tomada en el inicio. La oración y un buen consejo de otras personas pueden ser determinantes para salvaguardar un matrimonio en crisis.

Junto a estas situaciones, el Papa reclama la mayor cercanía hacia otras realidades que la exhortación apostólica llama situaciones irregulares. Es el caso de cristianos que solo contraen el matrimonio civil, o que se limitan a vivir en pareja, muchas veces «no por rechazo expreso a la unión sacramental, sino por situaciones culturales o contingentes».

Señala el documento que también en estos casos «podrán ser valorados aquellos signos de amor que de algún modo reflejan el amor de Dios», afrontando estas conductas de manera constructiva, «tratando de transformarlas en oportunidad de camino hacia la plenitud del matrimonio y de la familia a la luz del Evangelio».

Entre marginar y reintegrar, la elección es clara. Es la que tiene por modelo a Jesucristo en su conversación con la Samaritana. A partir de una situación concreta, sin dejar de llamar mal al mal y bien al bien, la actitud de acogida es la que, con ayuda del Espíritu Santo, les llevará a la plenitud del amor, y entonces verán que la felicidad que buscaban tiene un nombre: Jesucristo, que no se interpone en el amor humano, sino que lo bendice y exalta.
Volver arriba