Andrés no quiere sentarse a la mesa con Pedro
Pero, en el 1054, se produce el Gran Cisma, la separación de la Iglesia oriental, que pasó a denominarse ortodoxa, y la Iglesia occidental, que se llamó católica. Con mutuas excomuniones incluidas.
Pasados 962 años, la división continúa viva y muchos ortodoxos se niegan a reconocer al Papa de Roma ni siquiera como un “primus inter pares”. De hecho, Francisco-Pedro, que fue a visitar a Elías II-Andrés en Georgia, fue recibido con pancartas exhibidas por algunos exaltados, que rezaban así: “Papa archihereje no eres bienvenido en la Georgia ortodoxa”.
La unión con la ortodoxia, el pulmón cristiano de Oriente, es uno de los máximos anhelos de Francisco. Desde que llegó al solio pontificio prodigó todo tipo de llamadas y gestos con los hermanos orientales. Y consiguió una profunda comunión afectiva (que no efectiva) con el Patriarca de Constantinopla, Bartolomé, o con el Patriarca de Grecia, asi como magníficas relaciones con otros patriarcas de las diversas iglesias autocéfalas ortodoxas.
Llegó incluso a celebrar una reunión conjunta en Cuba con Cirilo, el Patriarca de Rusia, uno de los más reticentes a un acercamiento con Roma. Pero, dentro de la ortodoxia, sigue habiendo una corriente profunda de clérigos y fieles que considera al Papa de Roma como un hereje y un felón. Uno de los bastiones de esta corriente está en Georgia. Y tiene un gran apoyo popular y clerical.
Pero, en el clima general de acercamiento a Roma, el anciano y tembloroso Patriarca georgiano, Elías II, estaba dispuesto a mandar una delegación ortodoxa a la misa del Papa católico en Tiflis. Pero las presiones y las protestas fueron tantas que el máximo líder ortodoxo georgiano tuvo que suspender la participación de los suyos en la eucaristía del Papa. A última hora y sin apenas preaviso.
Pedro-Francisco y Andrés-Elías se vieron personalmente en varias ocasiones. Francisco se deshizo en palabras de reconocimiento de la ortodoxia. Incluso ordenó a los católicos que “jamás hagan proselitismo con los ortodoxos”, porque “son hermanos” y “forzarlos a que se conviertan sería un pecado contra el ecumenismo”.
El Papa volvió a repetir, una vez más, que “es mucho más lo que nos une que lo que nos separa” y se deshizo en gestos de cariño hacia Elías, al que sostuvo del brazo al caminar, alabó los cantos litúrgicos por él compuestos (realmente bellos) y tuvo con él todo tipo de detalles.
Pero Elías sigue dolido y respondió al Papa con cortesía, pero con frialdad. Sin un solo abrazo, le manifestó su personal “profundísima estima”, pero le recordó que la suya es “la verdadera fe”. Buen anfitrión, agradeció la visita del Papa a su catedral, sede de la túnica sagrada de Cristo, y le acompañó a la puerta para despedirlo, con su caminar vacilante y su rostro encorvado por la ancianidad.
Antes, un monje y una niña interpretaron una de sus composiciones musicales, que expresaba todo el profundo desgarro de un pueblo y una Iglesia, como la georgiana, que parece sentirse presa del resentimiento secular y, casi casi, abandonada de Dios.
Andrés todavía no quiere sentarse a la mesa y comulgar con Pedro. Por mucho que éste se humille y le suplique suturar “las divisiones de los cristianos habidas a lo largo de la historia, que son desgarros reales infligidos en la carne de Cristo”.
José Manuel Vidal