Dios es la víctima
Un mensaje que no deja lugar a dudas ni a interpretaciones. Aunque el Papa, sabedor de lo mucho que a algunos les gusta convertirse en su oráculo, lo explica. Y, por si quedaba algún resquicio a la duda, vuelve a repetir: “Las religiones, todas las religiones quieren la paz. La guerra la quieren otros. ¿Entendido?”
Es la “Tercera guerra mundial a pedazos” contra la que viene clamando desde su llegada al solio pontificio. Una guerra “menos orgánica”, pero igual de mortífera, y ocasionada por “intereses, por dinero, por los recursos de la naturaleza o por el dominio de los pueblos”. No es una guerra de Dios ni entre dioses, pero se lleva por delante a “este santo sacerdote” y a otros muchos, muchísimos inocentes.
“El mundo está en guerra, porque ha perdido la paz”, dice el Papa. Pero no por culpa de las religiones ni del Islam, al que se sigue negando a identificar con violencia y el terrorismo. Los fanáticos que matan en nombre del Islam son la perversión de la religión de Mahoma. Porque quien degüella a un sacerdote diciendo misa hace correr la sangre del inocente sobre el rostro del propio Islam.
Francisco sabe que el ISIS le apunta a él como objetivo último y simbólico. Su postura es “insoportable” para los yihadistas. Porque Francisco es el Papa que lava los pies también a los musulmanes el día de Jueves Santo y brilla como el abanderado mundial de la convivencia entre las religiones y de la paz entre las culturas.
El Papa deja claro, una vez más, que en esta espiral abominable Dios no entra para nada. Más aún, es quizás “la victima” principal. Y lo subraya incluso para sus propios rigoristas (que también los hay en la Iglesia católica) y que, hoy mismo, clamaban por la cruzada y llamaban a la venganza en nombre de Dios desde sus terminales mediáticas.
Denuncia de la verdad de la guerra y anuncio de la esperanza, que es la virtud que hace mover a los jóvenes y que encarna, a la perfección, un pueblo como el polaco, tantas veces perseguido y mártir, pero, de nuevo, en pié y mirando al futuro. Por eso, en su primer discurso en la patria de Juan Pablo II, el Papa Francisco invitó a los políticos a encontrar en su historia la valentía para los desafíos presentes.
Y en una nación dominada por la derecha política, a veces un tanto xenófoba, y en el castillo de Wawel, símbolo de la identidad católica polaca, el Papa se envolvió en su traje de profeta y pidió a las autoridades del país “un suplemento de sabiduría y de misericordia, para superar los miedos” y “acoger a los que huyen de la guerra y del hambre”.
En un país tan profundamente católico, dirigido por una jerarquía sumamente conservadora que secunda el cierre de fronteras de sus líderes políticos, Francisco repetirá a los obispos el mismo mensaje, más cargado de bombo, si cabe. Consciente de que sus 'halcones', como Burke y Sarah, llaman a las armas.
En un encuentro privado en la catedral de Cracovia, donde Francisco fue acogido con frialdad y tímidos aplausos protocolarios de la jerarquía polaca que, en éste como en otro temas, se alinea con los halcones. “Su” Papa sigue siendo Juan Pablo II. Francisco tendrá que ganarse a los obispos polacos para su primavera de misericordia y contra la tercera guerra mundial a pedazos. O echarlos. O sufrirlos.
José Manuel Vidal