MILAGROS PARA UN "SANTO"

Santo subito
JOSE MANUEL VIDAL.-Herón tenía cinco años, padecía leucemia y parecía condenado a morir. Tras ser tocado por Juan Pablo II, en México, sanó. Lo mismo le sucedió a la colombiana Ofelia. Y a una italiana. Y a una británica... El próximo Papa llevará, raudo, a Wojtyla a los altares tras conquistar la tierra.
El día de su histórico adiós. Ante los poderosos de la tierra y ante todos sus cardenales reunidos en torno a su ataúd de ciprés, en la Plaza de san Pedro sólo se oía un clamor unánime: «Santo, santo, santo». Y los carteles decían por todas partes: «Santo subito» (Santo de inmediato). Santo por aclamación, santo por clamor popular, santo acortando las normas canónicas, santo en milagros, que llegan hasta la Ciudad Vaticana desde todos los confines que el Papa viajero recorrió en vida.

Desde la Iglesia mexicana se han apresurado a documentar el que, dicen, sería su primer milagro, el que le bastaría para ser nombrado beato e iniciaría el proceso de canonización que lo convertiría en santo.

Aeropuerto de Zacatecas, 12 de mayo de 1990. Acaba de llegar el avión y, sobre la alfombra, Juan Pablo II desvía su camino y se acerca a un niño de cinco años, enfermo de leucemia. Herón, se queda bloqueado y el Papa le pide con un gesto que suelte la paloma que lleva en la mano. Pero el pequeño, sigue paralizado en brazos de su madre. El Papa vuelve a insistir, hasta que finalmente la paloma echa a volar. Juan Pablo II besa sonriente a Herón en su cabecita, huérfana de pelo por la quimioterapia. Unos meses después, asegura, no quedaba ni rastro de la leucemia que lo puso al borde de la muerte.

Con la milagrosa recuperación, el pequeño Herón Badillo ponía fin a una auténtica tortura provocada por una leucemia linfoblástica que le obligaba a someterse a sesiones de quimioterapia y a recibir hasta 500 inyecciones en la médula. Herón orinaba sangre y tampoco comía, «era un huesito» con 14 kilos de peso, dice su madre María del Refugio Mireles. Herón había pasado por cinco hospitales a lo largo de todo el país hasta que fue internado durante seis meses en el Instituto Nacional de Pediatría de la Ciudad de México, donde le confirmaron que estaba desahuciado.

La noticia del milagro de Herón, corrió como la pólvora por toda la región, hasta que llegó a oídos del Obispo de Zacatecas, Javier Lozano Barragán, quien encargó a un historiador la redacción del encuentro.

Hasta el sábado pasado, el Obispo Barragán ejerció como ministro de Sanidad del Vaticano (Pontificio consejo para la salud del Vaticano) y es miembro del cónclave que elegirá al nuevo Papa, desde donde ha impulsado la recopilación de pruebas.

Se entiende entonces que en el Vaticano exista ya una carpeta con el caso de Herón, donde se incluyen las fotografías que demostrarían su recuperación y los informes médicos que lo daban por desahuciado, tal y como cuenta a CRONICA Gerardo Luna, director de Asuntos Religiosos del Estado de Zacatecas y amigo y ayudante de la familia en la recopilación de pruebas.

Hace algo mas de un año (28 de enero de 2004) la familia Badillo visitó a Juan Pablo II en el Vaticano. «Cuando le enseñamos la foto, recordó muy bien la escena del aeropuerto», contaba Herón el pasado domingo durante la rueda de prensa que tuvo que dar ante el acoso de los medios.

Las televisiones del país han mostrado hasta la saciedad el rostro orondo de Herón, con bigote y perilla y una buena mata de pelo; han contado que mide 1,80, es un gran deportista; y que el próximo año quiere estudiar ingeniería; que tiene novia,que aspira a formar una familia, y ayuda a su padre en la administración de una pequeña casa de campo, después de que dejara el seminario porque, asegura, «podía servir al Pueblo de Dios por otros caminos».

Como en el caso de Herón, no resulta difícil seguir el rastro a los supuestos milagros de un Papa que, en sus casi 27 años de pontificado, se calcula que bendijo a 400 millones de personas e impuso las manos a cientos de miles.

En el caso de la británica Kay Kelly, no fueron las manos del Santo Padre las que obraron el milagro de curar su cáncer. En marzo de 1979, Kelly pudo saludar al Santo Padre, quien le dio un beso. Desde su casa de Liverpool, esta ama de casa afirma convencida que pocos meses más tarde, desapareció el tumor.

Ese mismo año, Juan Pablo II visitó Irlanda durante el mes de septiembre. Bernhard y Mary Mulligan habían tenido una niña con severos problemas renales. El médico que la atendía les había dado la peor noticia: la pequeña de pocos meses corría serios riesgos de muerte. La fe de este matrimonio llevó a que esperaran al Santo Padre entre la multitud y a su paso, elevaron a la niña para que Wojtyla la viera. Su Santidad la acarició. ¿Resultado? La niña sanó y hoy vive una vida normal.

Como la italiana Stefania Mosca, que en julio de 1980 fue atropellada por un coche en Roma. Tenía seis años. Los médicos decretaron que la pequeña quedaría paralítica para siempre, pero ella, al ver al Papa un día por la tele dijo: «Estoy segura de que si él me toca, me curaré». Le escribió una carta, y el Pontífice la recibió en 1981. Stefanía afirma que entonces comenzó a sentir una gran mejoría. Sigue en silla de ruedas, pero hace una vida normal. Y hasta conduce su propio coche.

Son algunos de los milagros que que estos días son rescatados por unos fieles para quienes Karol Wojtyla ya es santo en sus corazones, sin necesidad de que la Iglesia certifique los tres milagros necesarios para canonizarlo.

Para la monja colombiana Ofelia Trespalacios no hay duda. «Es un santo», dice al enviado de CRONICA, luego de aclarar que hasta el momento no ha recibido ninguna petición de las autoridades religiosas para narrar su experiencia. «Si es para la gloria de Dios y para que al Santo Padre lo confirmen en los altares, estoy dispuesta a llevar mi relato a donde quieran y a la hora que quieran. Soy la prueba de un milagro».

Todo comenzó a finales de 1984, cuando la hermana Ofelia cumplió sus «bodas de oro con Cristo», en un asilo para ancianos y niños indigentes de la calurosa población de Guatire, Venezuela. Entonces su superiora en las Hermanitas de los Pobres de San Pedro Claver, le ofreció de regalo un viaje a Europa.

«Lo siento mucho pero no puedo aceptar por este vértigo terrible que me está matando», le respondió Ofelia. Se refería a unos extraños mareos que a sus 70 años la atormentaban desde hacia cinco. Ningún médico pudo diagnosticar las causas de sus dolencias y una vez incluso le fue administrada la extremaunción.

Por suerte, más pudieron la autoridad de la superiora y la promesa de un galeno español. Así, a los pocos meses, ella estaba tomando en Madrid el tren de media noche que la llevaría a Roma. Desde allí, las monjas peregrinas se desplazaron hacia Castelgandolfo, a donde llegaron a las 10 de la mañana de un bello día primaveral.

En el lugar de descanso del Pontífice se encontraban cerca de un centenar de obispos y cardenales. Con tal cantidad de visitantes, la capilla resultó pequeña para la celebración de una homilía.Entonces el Papa solicitó que le hicieran el altar en el corredor, bajo un arco de piedra.

Por ser una mujer alta, la hermana se destacó en medio de sus compañeras de viaje. Y fue su altura lo que le permitió «ser atrevida pero con el permiso de mi Dios». Vocalizando claramente cada una de sus palabras, con un tono de voz suave que fácilmente oculta sus 91 años cumplidos el pasado viernes, la hermana Ofelia narra así los los minutos mas importantes y reveladores de su vida: «El santo Padre quiso darme un rosario, pero se le cayó al suelo. Yo cogí su mano entre las mías y le dije que me curase.El Papa sonrió y me dijo en voz baja: 'Reza'. Me arrodillé y posó sus manos entre mi cabeza y mi frente, mientras rezaba el acto de contrición. Sentí un escalofrío en el cuerpo, se me erizó la piel y desapareció el vértigo para siempre. Inmediatamente pensé: Es Jesús el que me pone la mano, ¡es un santo! Es la mano del mismo Cristo la que me está curando».

«PAPOLATRIA»
La veneración pública de Juan Pablo II no ofrece duda alguna.Ni en vida ni después de su muerte. Sedujo a millones de personas que le aplaudían, le seguían. Tanto que algunos clamaban al cielo y hablaban de papolatría o culto al Papa. Toda la maquinaria mediática de la que también se sirvió Juan Pablo II en su labor pastoral, puesta ahora al servicio de su canonización.

Los milagrados aparecen en televisión, llenan titulares de prensa y sus historias ilustran las páginas web de los periódicos de medio mundo.

Así, es fácil recoger casos como el de la niña Angélica María Bedoya, a quién el Papa curó la hidrocefalia que sufría posando sus manos sobre su cabeza. Fue en 1988 en Caacupé, el santuario más grande de peregrinación de Paraguay. Sanada de su enfermedad, María es hoy una joven que no tiene problemas en prestar su imagen para la causa del Papa del pueblo.

Vox populi, vox Dei, reza el viejo adagio eclesiástico. Durante mucho tiempo, los santos, en la Iglesia, eran elegidos por el pueblo. En aquella época bastaba la simple y unánime veneración popular para conseguir los honores de los altares para un bautizado difunto. Al extenderse la cristiandad, se verificaron algunos abusos y, para evitarlos, el proceso que conduce a la santidad pasó del pueblo a los obispos, primero, y a los Papas, después.Con normas muy rígidas, establecidas por el Papa Sixto V (1558), aggiornadas en los sucesivos papados y simplificadas por el propio Wojtyla.

De todas formas, todavía hoy, y en contra de lo que suele creerse, no es la Iglesia la que «hace» a los santos. Los «hace» el pueblo de Dios. Los hace lo que teológicamente se llama el sensus fide de los creyentes, es decir la veneración popular que rodea a un cristiano ya en vida y atrae a la gente a su tumba, tras su muerte.

REQUISITOS
Para que Juan Pablo II sea proclamado santo necesita cumplir los siguientes requisitos: ser venerado públicamente en vida y tras su muerte; presentar vivencia de virtudes en grado heroico; conseguir algún milagro; reunir el suficiente dinero para poner en marcha el proceso de beatificación y cumplir o saltarse los plazos previstos para tales procesos.

La riada humana que se ha acercado a rendirle su último homenaje habla a las claras de un culto espontáneo por aclamación. Cuatro millones de personas pasaron ante sus restos mortales. A veces tras esperar más de 10 horas. Y la inmensa mayoría no estaba allí para rezar por él, sino para rezarle a él.

Se inicia así un culto impulsado por las autoridades de la propia Iglesia al máximo nivel. En la solemne eucaristía de sufragio, celebrada el pasado día 3, ante una plaza de San Pedro en la que no cabía un alfiler, el secretario de Estado, Angelo Sodano decía, emocionado: «Será Juan Pablo II el Magno». Es decir, el número dos del Vaticano le reservaba el apelativo de los papas santos.

Nadie duda tampoco que Karol Wojtyla cumpla a la perfección la segunda de las condiciones para llegar a los altares: sus virtudes las ha vivido casi todas en grado heroico. Gana la imagen de su constante actividad, pero el Papa fue siempre un místico o un contemplativo en la acción. Antes de salir por el mundo a predicar a los cuatro vientos el Evangelio, rezaba a diario más de dos horas. Sólo, en comunión con su Dios, al que, en esos momentos, parecía sentir, tocar y experimentar. «Quien le ha visto rezar lo sabe», decía el cardenal Ratzinger en su solemne funeral. Mientras pudo, rezaba «a la eslava»: tumbado boca abajo en el suelo. Para él, la fe era una evidencia y un don.

Una fe casi natural, que le llevó a entregarse hasta el final, a exprimirse ante las cámaras por su Dios y su Iglesia. Era el Papa del rosario, del escapulario de la Virgen del Carmen, del breviario (el libro de rezo de los sacerdotes) o del vía crucis.Las prácticas de piedad que todos los cristianos conocen a la perfección. Un Papa que siempre rezó como sus fieles.

Un Papa que, como confiesa en su testamento, llegó pobre y se fue pobre del solio pontificio. «No tengo nada que dejar en herencia», dejó escrito. Pero el dinero que pueda costar su proceso no será dificultad alguna para el Vaticano. El coste de las causas de los santos varía en función de la dificultad que presente, especialmente a la hora de recopilar documentos y verificar los milagros. Los procesos normales pueden costar en torno a los 25 millones de las antiguas pesetas. Una cantidad insignificante para las arcas vaticanas y para un papado que no sólo dotó de renovado prestigio a la sede de Pedro, sino también de ingentes cantidades de dinero.El propio Papa, con sus libros, aportó suculentos beneficios a la Iglesia.

Obvias sus virtudes de santo, plebiscitadas por millones de personas en su homenaje fúnebre, quizás el escollo más importante para su elevación a los altares sea el de los plazos previstos para este tipo de procesos por el Derecho Canónico y por la Congregación para la Causa de los Santos. Según esta normativa, no se puede iniciar el proceso de beatificación de ningún aspirante a santo hasta que no transcurran 10 años de su muerte.

PROCESO RAPIDO

Una norma que el Papa de los 483 santos y 1.345 beatos se saltó para canonizar a la Madre Teresa de Calcuta. Para ese caso concreto y como excepción a la norma general, el papa Wojtyla permitió que el proceso se iniciase inmediatamente después de su fallecimiento y que se beatificase a la santa de los pobres tan sólo a los cinco años de su muerte.

Es muy probable, que el sucesor del papa Wojtyla arbitre el mismo procedimiento excepcional para el Papa aclamado en vida y en muerte como el santo vicario de Cristo en la tierra. Lo piden los fieles y la propia jerarquía. El cardenal Rouco, arzobispo de Madrid, no duda en llamar «santo» al Papa ni en pedir públicamente su canonización. «Nos sale del alma afirmar que el atributo digno de Juan Pablo II, por lo que hemos conocido, visto y recibido de él como nuestro padre y pastor, es el de santo».

En el mismo sentido se expresa el otro cardenal papable español, Carlos Amigo, arzobispo de Sevilla. «No me cabe la menor duda de que el Papa es santo. Y así lo proclama la gente. No sé si hemos complicado demasiado las cosas en la Iglesia. Éste es un caso claro de santidad por aclamación».

San Juan Pablo II, ora pro nobis.

Reportaje elaborado con información de Jacobo García (México) y Eduardo Márquez (Colombia)



EL PAPA SANTO NÚMERO 89

Juan Pablo II podría ser el Papa santo número 89. Porque ya hay 78 papas santos y 10 beatos. La mayoría de ellos pertenecen a los primeros años de la Iglesia. El primero de todos, Pedro, el primer vicario de Cristo, martirizado en Roma. Y después, muchos de los siguientes: Lino, Anacleto, Clemente, Evaristo, Alejandro... Los 53 primeros papas fueron mártires.


Más adelante llegaron a los altares otros Pontífices sin haber sido mártires. Entre ellos, los tres papas Magnos: León I (440-461), Gregorio I (590-604) Y Nicolás I (858-867). León I convenció, en el 452, a Atila de que no arrasase Roma. Gregorio Magno se convirtió en líder de la ciudad arrasada por la peste y la calamidad, estableció vínculos con los ortodoxos, evangelizó a británicos, francos y visigodos. De Nicolás I, sus contemporáneos decían: «Mandaba a los tiranos dominándolos con su autoridad superior, como si fuese el dueño del mundo».


Más cercanos en el tiempo están San Pío V (1566-1572), San Pío X (1903-1914) y los dos papas beatificados precisamente por el papa Wojtyla: Pío IX (1846-1878) y Juan XXIII (1958-1963). Pío V ha pasado a la historia por el ritual de la eucaristía que lleva su nombre. Un ritual que se renovó a fondo en el Concilio Vaticano II, pero que aún practican los seguidores del obispo cismático Marcel Lefebvre. Esencialmente, misa en latín y de espaldas al pueblo.


Pío X fue el Papa salido del cónclave en que el emperador austriaco vetó al cardenal Rampolla. Sus votos los recogió el cardenal Sarto, que, nada más ser elegido, prohibió los vetos en el cónclave.


Juan XXIII fue santo por aclamación popular. Ya en vida se le conoció como el Papa Bueno y en sus funerales, la gente, que abarrotaba la Plaza de San Pedro, lloró emocionadamente su pérdida.Y pronto comenzó a pedir que se le elevase a los altares.


Algunos le reprocharon a Wojtyla que, quizás para compensar, hubiese beatificado al mismo tiempo a otro Papa que no gozó de la estima popular: Pío IX. En la ceremonia de su beatificación, Juan Pablo II sólo dijo de él: «En tiempos turbulentos supo siempre conceder el primado absoluto a Dios».
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