Los 80 años del Papa icono de la misericordia y líder global

Este sábado, día 17, Francisco cumple 80 años. Todavía no hace cuatro que es Papa, pero puede decir, con César, que 'llegó, vio y venció', y que su primavera está destinada a florecer en la Iglesia y en el mundo. Y es que este Papa es más que un Papa y más que un líder global reconocido: es un icono, un mito inoxidable.

Los Papas pasan y dejan más o menos huella que, con el tiempo, se difumina y se desvanece. Los líderes globales terminan olvidados, por mucho poder que hayan tenido. Los iconos, como Luther King o Ghandi o Madre Teresa, permanecen. Clavados en el corazón y en la memoria de los pueblos. Su recuerdo pasa de generación en generación y no se olvida.

Francisco ha alcanzado ya ese nivel en menos de cuatro años. Por sus cualidades espirituales de creyente humilde que, en un primer gesto definitorio, pide la bendición de la gente, nada más salir al balcón de la logia pontificia, el día de su elección. Y también por sus cualidades personales: carisma, dotes de gobierno y cualidades excepcionales para comunicar.

Es evidente que la revolución tranquila de Francisco se basa en la vida y en el testimonio. Enamorado de Cristo, el Papa lo transparenta. Con naturalidad, con sencillez. Como un cura de pueblo. Sin pietismos ni falsos aspavientos. Con la normalidad de alguien que se reconoce pecador y que intenta seguir al Maestro en el día a día.

Pero es que, además, el Papa-párroco es un maestro de la comunicación. Primero porque se le entiende todo. Porque ha cambiado el lenguaje alambicado y estereotipado del alto clero por la forma de hablar sencilla, cordial y cercana de los sacerdotes. Habla con el lenguaje de la calle.

Habla como un pastor. Ha bajado de la cátedra para ponerse al nivel de la calle y caminar con las ovejas. Sabe su nombre, las conoce y no le cuesta conectar con su forma de hablar y de vivir. Mayor sencillez no cabe.

Tanto en el fondo como en la forma. Porque Francisco es capaz de explicar las grandes verdades de la fe con palabras tan sencillas que todo el mundo entiende. Habla casi con titulares. Con frases cortas, directas, sencillas, unívocas.

Utiliza, a menudo, anécdotas y parábolas. Como Jesús con sus sencillos discípulos. Utiliza imágenes y palabras-fuerza, que sugieren imágenes. Y todo ello adobado de gestos, que hablan más o tanto como las palabras.

Revolución en el lenguaje y revolución en el tono. Este Papa habla como una persona normal. Con el tono adecuado. A veces, muchas veces, apasionado. Y subraya lo que dice con los gestos de su cara y de sus manos. Habla mucho con las manos. Actúa sin exagerar. Conecta con naturalidad. Seduce, porque irradia simpatía, cariño, amor y autenticidad.

No hay nada engolado ni artificial en él. Se ha abajado, se ha puesto a la altura de la gente. Habla con sentimientos, desde el alma. Pone el corazón en lo que dice y hace. Se nota que lo que dice, sea lo que sea, guste o no guste, le sale de dentro, de su alma de pastor.

Transmite verdad y la gente, tan desencantada de tanta mentira política y financiera, nota, a las primeras de cambio, que se puede confiar en él, que no engaña, que es transparente, que cumple y vive lo que dice, que en él no hay doblez ni doble moral ni hipocresía ni intereses...

Revolución en la palabra oral del Papa y en su lenguaje corporal: abraza con fuerza, sonríe de verdad, choca la mano y no la deja flácida (como muchos eclesiásticos), levanta el pulgar en señal de alegría. Mira a la gente y, hasta cuando va en el papamóvil, es capaz de distinguir a los amigos y conocidos entre la multitud. Y bendice con sencillez. No arroja la bendición, no la tira ni la lanza, no la impone, la comparte, la ofrece. Y besa a los niños como un abuelo. Y a los discapacitados como un padre-madre.

Por eso arrastra a las masas. Desde que ha llegado al solio pontificio, miércoles y domingos, la plaza de San Pedro está siempre abarrotada. Es el "efecto Francisco". Llamado a durar. Lleva el viento del Espíritu en las alas. Y cuenta con el apoyo del pueblo de Dios y de los medios de comunicación, que lo han convertido en un icono. Los resistentes, los enemigos del cambio, los que han copado todo el espacio eclesial en la anterior etapa, los que se resisten a los nuevos aires no lo van a tener fácil. Francisco es ya un Papa querido, muy querido. El amor de la gente es su coraza.

“Francisco tiene la sabiduría de los niños”. Lo dice el prestigioso escritor italiano Claudio Magris. Comparto su definición: Un Papa niño. Porque de “ellos es el Reino”. Es decir, un Papa que, como los niños, no finge, no actúa, no escenifica hacia afuera. Sencillamente, vive y contagia sus vivencias. Hay en Francisco una transparencia total que nace de la sencillez de los que no tienen nada que ocultar, de los testigos del Evangelio, de los que tratan de ser seguidores de Jesús y hacen carne-vida sus enseñanzas

Ahí radica, a mi juicio, una de las claves explicativas de la gran capacidad de seducción que, sobre creyentes o no creyentes, está desplegando el Papa Bergoglio. Francisco nos recuerda con su propia vida, con su propio testimonio que ser cristianos es vivir en plenitud, renunciando a la rigidez de la ideología y asumiendo los riesgos y los problemas que la vida conlleva. La verdad, como la vida, es clara y sencilla, como el agua que salta hasta la vida eterna.

La revolución del Papa Francisco consiste en haberse convertido en un testigo creíble del Evangelio. Y eso la gente lo ve y lo admira. Es posible seguir a Jesús. Es posible ser felices, siguiendo a Jesús y su estilo de vida.

Podrá hacer más o menos reformas (que ya las hizo y las seguirá haciendo, muchas y rápidas), podrá incluso cometer errores y equivocaciones, pero la gente continuará siguiendo al Papa. Porque es auténtico. Con sus virtudes y sus fallos. Porque es humano y algo divino a la vez. Porque contagia esperanza y transmite veracidad. Porque es el Papa de la misericordia.

José Manuel Vidal
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