Perdón, gracia y rehabilitación para Lucio Ángel Vallejo
El Papa de la misericordia y de la ternura, el Papa que nos recuerda a menudo que Dios perdona siempre, siempre, siempre e, incluso, se adelanta a primerearnos en el perdón, ya está tardando en conceder su gracia al sacerdote español juzgado y condenado por filtrar documentos reservados e información confidencial.
Es el momento (una vez pasado el verano) no sólo de perdonar a Lucio Ángel, sino de abrirle de nuevo sus brazos y concederle el don de la acogida. Aunque quizás pueda sentir que le ha traicionado, ya sabe que Jesús nunca dejó de querer a Judas.
A mi juicio, Lucio Ángel merece algo más que un frío indulto, que estoy seguro que usted le concederá antes o después. “Al que mucho peca, mucho se le perdona”. Por eso, de usted, Santidad, no sólo espero (y esperamos muchos) ese perdón profundo y generoso y rápido, sino también la acogida generosa de la oveja perdida.
Esperamos, Santidad, una conversación suya, de padre herido, pero, al fin, padre, con el cura hijo pródigo, antes o después del indulto. Deje, Santidad, que ante usted se explaye su corazón, que le explique bien sus intenciones, sus motivaciones, los recovecos de su alma también herida.
Deje, Santidad, que le explique que el traje de Don Quijote en el que se enfundó le vino demasiado largo. Que quiso brindarle en bandeja la limpieza de la Curia, y no pudo con tanta suciedad. Deje que le cuente que los lobos, cuervos y jabalíes curiales (y sus terminales, trufadas de servicios de inteligencia) le tendieron toda clase de trampas, lo esperaron al alba y lo descerrajaron a tiros.
Puede que Lucio Ángel haya actuado como un 'niño grande' engañado por otros más taimados. O puede, incluso, que sea un eclesiástico medrador que, privado de su ascenso, haya pergeñado toda una venganza contra el sistema curial y contra el Papa. No lo sé. No conozco su alma. Sólo él lo sabrá.
Pero, independientemente de razones, explicaciones y motivaciones, me encantaría Santidad (y a otros muchos fieles como yo, que le admiramos como persona y por el proceso primaveral que puso en marcha en la Iglesia), que fuese usted el que diese el primer paso, el que moviese ficha.
Vaya a verlo, Papa Francisco. Visítelo en su celda o dése un paseo con él por los jardines vaticanos. Mírele a los ojos. Confiéselo, si él quiere, y enjuague sus lágrimas. Compruebe en persona como está su pequeño-gran Judas. El que más se entregó, el que más se arriesgó y el que más daño le hizo. Porque la traición es más dolorosa cuando se produce en casa, entre los íntimos.
Dele su perdón y hágase una foto con él, Santidad. No por marketing, que no lo necesita. Para que quede constancia gráfica de que, en el año de la misericordia, es usted el primero en dar ejemplo. Como hace siempre y en todo. Una foto que, sin duda recordará y mucho a otra similar de Juan Pablo II, perdonando a Ali Agca, el turco que intentó asesinarlo, o a la de Benedicto, acogiendo y perdonando a Paoletto, su mayordomo infiel.
Una conversación sin reproches. Dedíquele, Santidad, a Lucio Ángel una de sus miradas de dulzura. Mirada con lágrimas veladas por la ternura. Es el poder de los hijos, que por muchas que nos hagan, nos tienen robado el corazón.
Perdonado y abrazado, podría incluso recuperar a Lucio Ángel para que vuelva a su servicio. Hijo pródigo que vuelve a casa para quedarse. Eternamente agradecido y sintiéndose perdonado y rescatado. No se lo perdonarían los 'lobos' curiales, porque los dejó en evidencia con sus filtraciones. Y, además, porque le temen, conscientes de que Lucio Ángel lo sabe todo sobre ellos. Conoce sus secretos más inconfesables y todas sus malas artes de príncipes deshonestos. Tampoco les sentaría nada bien a los eclesiásticos bienpensantes, que siguen con el Código de Derecho canónico en la mano y en el corazón.
Quedaría muy mal, asimismo, con algunos rigoristas que siempre quieren no sólo afear la conducta del pecador y que cumpla la penitencia, sino dejarlo estigmatizado in aeternum. Con el sambenito de traidor en la frente y destinado a algún lugar perdido de América o África, donde pocos le conozcan y se evite el escándalo (siempre farisaico) de los buenos.
Porque, como suele pasar a menudo en la Iglesia, los que antes se arrimaban a él e intentaban crecer a su sombra, ahora son los primeros en apartarse del 'apestado'. Ya no tiene poder que compartir ni influencias ni amigos. Ya sólo es un ídolo caído, un árbol podado y denostado por los que antes lo adulaban y crecían a su sombra.
¡Qué lección daría al mundo y a su propia Iglesia, Santidad, si no sólo perdona a Lucio Ángel, sino que lo vuelve a colocar a su servicio! ¡¡Rehabilitado!! Porque, en el pontificado del Papa de la misericordia, no cabe el rencor ni la estigmatización y, menos, la venganza. Porque un gesto así, Santidad, estaría a la altura de su vida y a la medida de su corazón de padre. Porque dejaría al mundo boquiabierto y a los cuervos graznando por las esquinas sus lamentos de odio y rencor.
Sería, Santidad, uno de esos gestos proféticos suyos que llegan al corazón del planeta y prenden una llama de esperanza en el alma de los que están tirados en las cunetas de la vida. Un halo de luz en la existencia de aquellos desgraciados a los que nadie quiere y nadie perdona jamás. En tantos condenados a los que, con razón o sin ella, con justicia o sin ella, se les aplica siempre la ley del talión.
Algunos pensarán, Santidad, que le estoy pidiendo lo máximo. No sólo el perdón sino la rehabilitación. Pero yo sé que, para su corazón de padre perdonador, no hay máximos que valgan y que sus entrañas de misericordia no tienen límite. Mas aún, intuyo que lo que le estoy diciendo y pidiendo ya lo ha rezado usted en muchas ocasiones.
¡Y tras su gesto perdonador y rehabilitador, ojalá cunda el ejemplo y la Iglesia se convierta toda ella, desde arriba hasta abajo, desde el Papa al último monaguillo, en una Iglesia de la misericordia y del perdón concreto y real!
José Manuel Vidal