El canto del Papa a la mujer en la Iglesia
Y es que, según el Papa, las mujeres “son un tesoro de gran valor” para Georgia y para el mundo desde la perspectiva de la fe. Primero, porque, como decía Santa Teresita del niño Jesús, “aman a Dios en número mucho mayor que los hombres”. Una constatación evidente en toda la geografía católica.
En época de secularización, cuando la práctica religiosa ha caído en picado, al menos en Occidente, la mujer sigue manteniendo viva la llama de la asistencia a misa y a los demás sacramentos. Los domingos, nuestras iglesias están pobladas de mujeres y de ancianos.
Y no sólo siguen asistiendo a los actos religiosos, sino que se ocupan de la “intendencia” eclesiástica en todas las parroquias, iglesias y conventos. Un ejército femenino fiel y servicial, que lo entrega todo a cambio de nada, porque, a pesar de su permanencia y de su dedicación, se le sigue vetando el acceso al altar.
En el catolicismo, la mujer no sólo sigue practicando, sino que además continúa ejerciendo de correa de transmisión de la fe. En la familia y en las parroquias. En estas últimas, la catequesis de niños y adolescentes está mayoritariamente en sus manos.
Y, como reconoce el Papa, también en las familias: “Hay muchas abuelas y madres que siguen conservando y transmitiendo la fe”. Más ya las abuelas que las madres. Éstas últimas, arrastradas por los aires de la secularización, ya no educan en la fe a sus hijos. Es lo que los teólogos pastoralistas llaman “la generación perdida” de madre sjóevens que ya no se casaron por la Iglesia ni bautizan a sus hijos ni les transmiten los rudimentos de la fe.
En esta situación, son muchas las abuelas que toman el testigo de la fe y suplen a las madres. Son las abuelas las que siguen enseñando a sus nietos las primeras oraciones. Desde el 'Jesusito de mi vida' al 'Avemaría'.
De ahí el homenaje que el Papa les rinde desde Georgia. Porque, si la infancia es la patria de la vida y durante ella no se siembran los rudimentos de la fe, ésta tendrá menos posibilidades de germinar en los corazones de las nuevas generaciones.
Una Iglesia católica cuantitativamente femenina, que depende de la mujer para la transmisión de la fe y para llevar “llevar el consuelo de Dios a muchas situaciones de desierto y de conflicto”, como dice Francisco. Una Iglesia que, a pesar de la deuda que tiene contraída con la mujer, sigue siendo profundamente masculina y excluyéndola de sus órganos decisorios. Con pequeños parches, como el que está intentando poner en marcha el Papa: la eventual ordenación de mujeres diaconisas. E incluso eso le está costando 'Dios y ayuda'.
Desde el Cáucaso, Francisco manda un recado a los rigoristas de su propia Curia, que se oponen a que la otra mitad del cielo acceda al altar, y proclama que, sin la mujer, la Iglesia podría dejar de existir. La discriminación de la mujer en el seno del catolicismo clama al cielo y contradice abiertamente el Evangelio de Jesús.