El perdón del aborto, signo de misericordia
Hasta ahora, el pecado del aborto sólo lo podía perdonar el Papa, los obispos de cada diócesis o los sacerdotes en los que ellos delegasen esa potestad. Con su decisión, el Papa facilita el acceso de la gente, aplastada por ese peso, a la misericordia de Dios y de la Iglesia.
Francisco ya rompió la rígida regla canónica, permitiendo a los curas absolver del pecado del aborto, durante el año de la misericordia. Ahora, lo podrán hacer indefinidamente. Incluso, los sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X de Marcel Lefebvre. Para demostrar que “Dios no se cansa de perdonar”, como suele repetir. Que perdona siempre y lo perdona todo. Por muy grave que sea el pecado, como es el del aborto.
Quiere demostrar el Papa que no hay pecado alguno que pueda superar la misericordia de Dios. Por mortal que sea. El amor de Dios lo supera todo. El perdón de Dios es infinito y llega a todos. Incluso antes de que se lo pidamos.
Como dice el Papa, “Dios nos primerea”. Es el primero en salir a buscarnos, para abrazarnos y perdonarnos. De la Iglesia aduana a la Iglesia hospital de campaña. De la Iglesia de la excomunión a la de la acogida, del perdón y de las puertas abiertas. La primacía de la caridad, del perdón y de su mandato evangélico de perdonar “setenta veces siete”, es decir, siempre.
No se rebaja la gravedad del pecado (matar una vida humana inocente), pero, aún manteniéndola, se facilita el acceso a la absolución y al perdón de Dios. Y, además, obliga a colocarse al sacerdote en la tesitura del discernimiento.
Es decir, los curas ya no pueden ir con los anatemas y las condenas por delante. Tienen que escuchar a cada persona, en su situación concreta, con sus circunstancias y aplicarle la doctrina con el bálsamo de la misericordia.
Francisco invita, en definitiva, a los curas del mundo a pasar de la teoría a la práctica. A convertir la misericordia en actos concretos. A predicar y dar trigo. A demostrar, con hechos, que la misericordia se tiene que convertir, en la Iglesia, en su fundamento. Por encima de leyes, cánones y doctrinas.
Toda una auténtica revolución cultural y pastoral. Porque los curas tendrán que salir en busca de la oveja perdida, sin abandonar a las 99 del aprisco. Pero, demostrando una especial predilección por las más descarriadas. El redil de Dios no está cerrado para nadie. “Misericordes sicut pater” (Misericordiosos como el Padre).
Porque la revolución cultural de Francisco no es doctrinal. No se tocan los principios. Se cambian los acentos y los estilos. A lo largo de los siglos, la Iglesia centró su predicación sobre Dios en la culpa, el pecado, la pena y el castigo. Y se proclamó, en todas partes y a todas horas, la idea del Dios castigador, justiciero, severo inflexible y hasta temible. Un Dios falso, que no era el de los Evangelios ni el de Jesús, que es, ante todo y sobre todo, Padre misericordioso.
José Manuel Vidal