LOS CRITERIOS DE UN ABUELO MODERNO
Ante el fracaso de los mandamientos imperativos del abuelo de los años 40, el setentón y abuelo en el siglo XXI, decide cambiar de táctica. No renuncia a los valores básicos para conseguir la realización personal pero sí al modo de proponerlos a sus hijos y nietos mayores. Ahora, el que vive en el otoño de la vida, decide no imponer mandamientos sino ofrecer unos criterios fundamentados en su experiencia de muchos años como persona, esposo, padre y abuelo. ¿Plan a seguir? Nuestro protagonista expone un interrogante al que responde con criterios que ayudarán a la reflexión de cada uno y al posterior diálogo de todos y entre todos. Ahí va el primer interrogante: ¿quién eres?
Responder bien a lo que somos es uno de los pilares de la realización personal. La historia confirma cómo muchos fracasan en la vida porque no supieron valorar bien su propia personalidad; les faltó el autoconocimiento más o menos exacto de sus posibilidades, .o bien rechazaron sus limitaciones y quedaron estancados.
La respuesta a este interrogante se puede ampliar con estos criterios
Valorar bien la propia personalidad
No existe un modelo único para la madurez en la personalidad. Los principales valores y virtudes admiten gran pluralidad de realizaciones según sea el contexto cultural, la raza, el sexo y la configuración genética que estudian la biotipología, la caracterología y la misma espiritualidad diferencial cristiana. De estas disciplinas, destacamos dos conclusiones comunes: La naturaleza predispone para determinados valores y para ejercer con facilidad determinadas actitudes humanas. Así mismo, por hipoteca biopsicológica, muchas personas encuentran mayor o menor dificultad para el encuentro consigo mismo y con los demás. Unos individuos pueden llegar antes y mejor que otros a la meta de una personalidad madura. Por lo tanto habrá que valorar y juzgar a cada persona por los valores-talentos recibidos.
El autoconocimiento. Si necesaria es una meta que atraiga, tanto o más es el autoconocimiento por parte del protagonista que aspira a su plena realización. Se impone como criterio seguro el “conócete a tí mismo” con tus posibilidades y limitaciones. Para ascender a la montaña, antes hay que saber el camino, los obstáculos y las posibilidades de quien emprende la aventura. Para lograr la meta de la madurez personal se impone tomar conciencia de quiénes somos, cuál es nuestra dignidad, los valores, responsabilidades y defectos que poseemos.
Una autoestima equilibrada.
Nunca como hoy es actual la autoestima que no se confunde con el egoísmo ni con la soberbia. Se trata de buscar el bien para nuestra persona como expresión del impulso de la naturaleza. Recordemos el precepto bíblico "amarás a tu prójimo como a tí mismo, Yo, Yavé" (Lev 19,18 cf.Mt 22,39). Nos encontramos ante un amor bueno y obligatorio como expresión de la única virtud de la caridad (cf. Mt 22,37-39; Lv 19,18; Ef 5,29; Dz 2351-74). La autoestima-caridad pide no atentar contra la integridad física o espiritual como sería el conservar la buena fama y el no deshonrarse (cf. Mt 16,26; Prov 22,1; 1Cor 14,40). Por supuesto que se debe evitar el odio a la propia persona, el desprecio de sí mismo o el no perdonarse hechos de la vida pasada. Atenta contra la autoestima equilibrada los complejos de inferioridad fruto, a veces, de un trato humillante recibido que desvalorizó al individuo y le creó el complejo de inutilidad.
La aceptación de sí mismo.
Esta respuesta sigue a la toma de conciencia de las posibilidades y limitaciones. El protagonista que aspira a la plenitud se interroga: ¿poseo el mínimo de posibilidades para aspirar a la meta que me propongo? ¿Podré superar las limitaciones que aprecio en mi actual personalidad? ¿Me realizaré como persona en el desempeño de las funciones que me esperan? Se impone como gran criterio para llegar a la meta el tomar conciencia de nuestro yo con sus valores, posibilidades y limitaciones a nivel global y en las principales facetas. Mucho ayudará el conocimiento lo más exacto posible de los valores temperamentales y caracterológicos con sus respectivos defectos. ¿Cuál será la reacción ante el conocimiento propio? Se requiere una respuesta en la que estén presentes la aceptación, la humildad, la responsabilidad, el valor y la esperanza. Humildad para aceptar las limitaciones; responsabilidad para ser fiel a la ilusión, esperanza y valor para comenzar a trabajar en el desarrollo de la personalidad.
Respuesta complexiva sobre quiénes somos como personas
Desde la antropología. El hombre es un ser espiritual, de naturaleza racional, con autoconciencia, sabe que sabe; es libre y responsable de sus actos, posee una conciencia que le compromete consigo mismo, con sus semejantes y con el Absoluto; asume sus actos con todas las consecuencias ante sí y ante los otros miembros de la comunidad social. Por naturaleza el ser humano se ve lanzado al encuentro buscando un tú con quien relacionarse. Cierto que se siente como un ser arrojado a la existencia pero es la única criatura en el mundo que se formula los interrogantes: ¿por qué vivir, sufrir y morir? ¿Qué hay detrás de la muerte? ¿Puedo y debo tener alguna relación con el Tú divino en esta vida y “en la otra”?
Desde la religiosidad y la fe. Toda persona está capacitada para mantener relaciones con un Absoluto, concretadas en cada religión como Dios Creador, Señor y Padre a quien amar, obedecer y rendir culto. Desde la fe y el seguimiento de Cristo, las perspectivas anteriores quedan enriquecidas por la doctrina Conciliar (Gaudium et Spes (13-22). Efectivamente, el hombre es la síntesis del universo material, perfeccionado por medio de la sabiduría; imagen de Dios, sí, pero bajo la realidad del pecado con la división íntima que produce. Posee la conciencia como el núcleo más secreto que le capacita para comunicarse con Dios. Posee, por lo tanto, una especial grandeza pero su libertad está herida por el pecado y necesitada de la gracia de Dios. Ante el misterio de la muerte, por la fe y la esperanza, se siente unido a Dios su Creador y consolado por el destino feliz situado más allá de la vida temporal. La misma fe le une a Cristo, el Hombre nuevo, la fuente y corona de las verdades anteriores. Y es Cristo el que invita al reino, reinado de Dios Padre que humaniza y salva; que une la dimensión temporal con la plenitud a conseguir después de la muerte.
Con el conocimiento y aceptación de sí mismo, el segundo interrogante: ¿Hacia dónde voy
Responder bien a lo que somos es uno de los pilares de la realización personal. La historia confirma cómo muchos fracasan en la vida porque no supieron valorar bien su propia personalidad; les faltó el autoconocimiento más o menos exacto de sus posibilidades, .o bien rechazaron sus limitaciones y quedaron estancados.
La respuesta a este interrogante se puede ampliar con estos criterios
Valorar bien la propia personalidad
No existe un modelo único para la madurez en la personalidad. Los principales valores y virtudes admiten gran pluralidad de realizaciones según sea el contexto cultural, la raza, el sexo y la configuración genética que estudian la biotipología, la caracterología y la misma espiritualidad diferencial cristiana. De estas disciplinas, destacamos dos conclusiones comunes: La naturaleza predispone para determinados valores y para ejercer con facilidad determinadas actitudes humanas. Así mismo, por hipoteca biopsicológica, muchas personas encuentran mayor o menor dificultad para el encuentro consigo mismo y con los demás. Unos individuos pueden llegar antes y mejor que otros a la meta de una personalidad madura. Por lo tanto habrá que valorar y juzgar a cada persona por los valores-talentos recibidos.
El autoconocimiento. Si necesaria es una meta que atraiga, tanto o más es el autoconocimiento por parte del protagonista que aspira a su plena realización. Se impone como criterio seguro el “conócete a tí mismo” con tus posibilidades y limitaciones. Para ascender a la montaña, antes hay que saber el camino, los obstáculos y las posibilidades de quien emprende la aventura. Para lograr la meta de la madurez personal se impone tomar conciencia de quiénes somos, cuál es nuestra dignidad, los valores, responsabilidades y defectos que poseemos.
Una autoestima equilibrada.
Nunca como hoy es actual la autoestima que no se confunde con el egoísmo ni con la soberbia. Se trata de buscar el bien para nuestra persona como expresión del impulso de la naturaleza. Recordemos el precepto bíblico "amarás a tu prójimo como a tí mismo, Yo, Yavé" (Lev 19,18 cf.Mt 22,39). Nos encontramos ante un amor bueno y obligatorio como expresión de la única virtud de la caridad (cf. Mt 22,37-39; Lv 19,18; Ef 5,29; Dz 2351-74). La autoestima-caridad pide no atentar contra la integridad física o espiritual como sería el conservar la buena fama y el no deshonrarse (cf. Mt 16,26; Prov 22,1; 1Cor 14,40). Por supuesto que se debe evitar el odio a la propia persona, el desprecio de sí mismo o el no perdonarse hechos de la vida pasada. Atenta contra la autoestima equilibrada los complejos de inferioridad fruto, a veces, de un trato humillante recibido que desvalorizó al individuo y le creó el complejo de inutilidad.
La aceptación de sí mismo.
Esta respuesta sigue a la toma de conciencia de las posibilidades y limitaciones. El protagonista que aspira a la plenitud se interroga: ¿poseo el mínimo de posibilidades para aspirar a la meta que me propongo? ¿Podré superar las limitaciones que aprecio en mi actual personalidad? ¿Me realizaré como persona en el desempeño de las funciones que me esperan? Se impone como gran criterio para llegar a la meta el tomar conciencia de nuestro yo con sus valores, posibilidades y limitaciones a nivel global y en las principales facetas. Mucho ayudará el conocimiento lo más exacto posible de los valores temperamentales y caracterológicos con sus respectivos defectos. ¿Cuál será la reacción ante el conocimiento propio? Se requiere una respuesta en la que estén presentes la aceptación, la humildad, la responsabilidad, el valor y la esperanza. Humildad para aceptar las limitaciones; responsabilidad para ser fiel a la ilusión, esperanza y valor para comenzar a trabajar en el desarrollo de la personalidad.
Respuesta complexiva sobre quiénes somos como personas
Desde la antropología. El hombre es un ser espiritual, de naturaleza racional, con autoconciencia, sabe que sabe; es libre y responsable de sus actos, posee una conciencia que le compromete consigo mismo, con sus semejantes y con el Absoluto; asume sus actos con todas las consecuencias ante sí y ante los otros miembros de la comunidad social. Por naturaleza el ser humano se ve lanzado al encuentro buscando un tú con quien relacionarse. Cierto que se siente como un ser arrojado a la existencia pero es la única criatura en el mundo que se formula los interrogantes: ¿por qué vivir, sufrir y morir? ¿Qué hay detrás de la muerte? ¿Puedo y debo tener alguna relación con el Tú divino en esta vida y “en la otra”?
Desde la religiosidad y la fe. Toda persona está capacitada para mantener relaciones con un Absoluto, concretadas en cada religión como Dios Creador, Señor y Padre a quien amar, obedecer y rendir culto. Desde la fe y el seguimiento de Cristo, las perspectivas anteriores quedan enriquecidas por la doctrina Conciliar (Gaudium et Spes (13-22). Efectivamente, el hombre es la síntesis del universo material, perfeccionado por medio de la sabiduría; imagen de Dios, sí, pero bajo la realidad del pecado con la división íntima que produce. Posee la conciencia como el núcleo más secreto que le capacita para comunicarse con Dios. Posee, por lo tanto, una especial grandeza pero su libertad está herida por el pecado y necesitada de la gracia de Dios. Ante el misterio de la muerte, por la fe y la esperanza, se siente unido a Dios su Creador y consolado por el destino feliz situado más allá de la vida temporal. La misma fe le une a Cristo, el Hombre nuevo, la fuente y corona de las verdades anteriores. Y es Cristo el que invita al reino, reinado de Dios Padre que humaniza y salva; que une la dimensión temporal con la plenitud a conseguir después de la muerte.
Con el conocimiento y aceptación de sí mismo, el segundo interrogante: ¿Hacia dónde voy