Dios, ¿puede tener amigos?
No falta quien se declare enemigo de Dios pero la Buena Nueva de Jesús nos presenta al Creador y Señor como Padre que ama a todos, buenos o malos, justos o injustos. También Jesús ratifica el “amarás a Dios con todo el corazón y con todas las fuerzas”. Existe el amor mutuo pero, ¿podemos deducir amistad entre Dios y el hombre? La fe cristiana responde afirmativamente por el fundamento de la gracia bautismal y por el testimonio de tantos “amigos de Dios” a lo largo de la historia.
No es una ilusión sino una meta y una motivación sublime para el seguidor de Jesús comunicarse con Dios como Padre y Amigo. ¿Algo más? Todavía existe otra meta y otra motivación superior: la unión íntima con Dios que experimentaron los místicos.
Como fundamento, la amistad humana
El rasgo fundamental de la vida es el amor y la clave la relación como amistad. ¡Amar y ser amado es la gran aspiración del corazón de cada persona! Lo afirmó Aristóteles: "sin amigos nadie querría vivir, aunque tuviese todos los demás bienes del mundo". Y lo confirmó Cicerón: "la amistad es lo más bello después de la sabiduría". Entre las muchas definiciones sobre la amistad, elijo la que me parece más completa: consiste en el amor mutuo correspondido entre las personas que se ven iguales y fomentan la comunicación de bienes, la afinidad de voluntades y el gusto por compartir cuanto tienen.
No se puede negar que en la amistad se recorre todo el proceso que arranca del interés (amor de concupiscencia) para desembocar en el amor desinteresado o amor de benevolencia. Más aún: los amigos tienden a unificar su personalidad respetando su diversidad y así logran tener una única alma, como escribiera Guardini.
En el terreno práctico, conviene tener presente lo que constata la fenomenología: en la amistad se dan grados. Hay mucha diferencia entre “los amigos en general”, los compañeros, familiares, conocidos, los ocasionales y los amigos íntimos. La amistad-amistad, es reservada para unas pocas personas que con las que mantenemos una íntima unión. Es la amistad que llega al cien por cien.
El sí y el no de la amistad hombre-Dios.
Damos el “sí” por el fundamento de la gracia bautismal y el “no” por la desigualdad entre Dios y el hombre. Aquí tratamos de una relación “amistosa” entre el Tú invisible y el yo humano, entre Dios y el hombre, el Creador y la criatura, el Señor que manda y el hombre que obedece, el Juez que puede condenar y quien será juzgado, entre el Padre que ama a todos y el hijo que corresponde con amor filial.
El sí de la amistad del hombre con Dios radica en lo siguiente: todo cristiano que posee la caridad vive en amistad con Dios. Siguiendo a Santo Tomas, la teología define la caridad como una «especial amistad del hombre con Dios» (S. Th. II-II, 23,1; cf. Jn 15,14-15). La amistad para Santo Tomás es el «amor de benevolencia fundado sobre alguna comunicación» (S. Th. 1-2, q.65 a.5; 2-2, q.23). Por lo tanto, la respuesta estará impregnada de un amor desinteresado y de la frecuente comunicación entre las personas amadas. Esta relación amistosa de la que tratamos, el amor de Dios y la respuesta también de amor del hombre, es una gran meta y motivación pero no tiene los rasgos propios de la unión íntima, de la experiencia profunda. Esta amistad es el paso previo para la intimidad divina tal y como estudia la mística cristiana.
Los amigos de Dios en el Antiguo Testamento.
Dios llama a Abraham, un pagano entre tantos, a ser su amigo; expresa su amor en forma de una amistad, es el confidente de sus secretos y el que está dispuesto a sacrificar a su hijo (Gén 18,17; 22,2; Is 41,8; Jos 24,2s).
Moisés es otro de los amigos de Dios que es enviado a la tierra prometida y que permaneció fiel en la intimidad conversando con El como con un amigo (Ex 32,9-13) 67).
Amigos de Dios aparecen también David, los profetas y algunos sabios de Israel. Especial experiencia de amistad con Dios contienen muchos libros del Antiguo Testamento como son, en especial, los Salmos.
Cristo, el Hijo, ¿amigo de Dios Padre?
Cristo experimentó de manera excepcional la presencia de Dios con amor filial, no de amigo. Jesús llama a Dios "papá" y propone la religión no como contrato de seguridad con el Señor protector sino de confianza filial.
Pero es el mismo Jesús quien trae los elementos para la amistad con Dios: la revelación sobre el amor divino, la gracia, la fe y la caridad que culminan en el misterio de la inhabitación: «si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23; c. 1Jn 4,7-10; Jn 15, 9-7; Rom 8,25, 1Cor 13, 1-9). Por su parte, Jesús, a sus discípulos les otorga el don de la amistad: «en adelante, ya nos os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su Señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que oído a mi Padre» (Jn 15, 15).
Muchos cristianos vivieron como amigos de Dios
A lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana, múltiples son los testimonios de creyentes que vivieron la amistad con Dios. Ellos experimentaron el amor de Dios y le respondieron con sinceridad; no conocieron de manera abstracta los misterios de fe sino que fueron como sobrecogidos por el mismo Dios e invitados a la relación amistosa.
Los amigos de Dios vivieron en gracia con un mínimo de madurez en la vivencia de la esperanza y del amor en su triple dimensión. Ellos comprendieron que el amor y la obediencia a Dios son inseparables: «pero sólo permaneceréis en mi amor, si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor» (Jn 15,10); «vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15,12-13).
Sublime aspiración: vivir en amistad con Dios
En la amistad se cumple el precepto divino y primer mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas. El amor de amistad, (desinteresado y generoso), recae en Dios como el tú máximo y digno de ser amado; tal amistad contiene y supera los efectos de la amistad humana; el yo humano experimenta la relación suprema de amistad con Dios contemplado no como Señor, Creador, Juez sino como un tú divino que ofrece su amistad y solicita el amor desinteresado.
La amistad con Dios como amor correspondido es la mejor motivación para testimoniar las exigencias del Evangelio como obediencia a la persona a quien amamos y nos ama, Dios; se realiza el proyecto del Dios hecho hombre -Jesús- al brindar su amistad y lograr la correspondencia.
Próximo artículo. En la amistad existen grados siendo la intimidad el mayor de todos. Es el caso de la relación amistosa entre el creyente y Dios que culmina en la unión íntima, la propia de los místicos Es el tema del próximo y último capítulo de esta primera parte dedicada, fundamentalmente, “al ser” del cristiano.
No es una ilusión sino una meta y una motivación sublime para el seguidor de Jesús comunicarse con Dios como Padre y Amigo. ¿Algo más? Todavía existe otra meta y otra motivación superior: la unión íntima con Dios que experimentaron los místicos.
Como fundamento, la amistad humana
El rasgo fundamental de la vida es el amor y la clave la relación como amistad. ¡Amar y ser amado es la gran aspiración del corazón de cada persona! Lo afirmó Aristóteles: "sin amigos nadie querría vivir, aunque tuviese todos los demás bienes del mundo". Y lo confirmó Cicerón: "la amistad es lo más bello después de la sabiduría". Entre las muchas definiciones sobre la amistad, elijo la que me parece más completa: consiste en el amor mutuo correspondido entre las personas que se ven iguales y fomentan la comunicación de bienes, la afinidad de voluntades y el gusto por compartir cuanto tienen.
No se puede negar que en la amistad se recorre todo el proceso que arranca del interés (amor de concupiscencia) para desembocar en el amor desinteresado o amor de benevolencia. Más aún: los amigos tienden a unificar su personalidad respetando su diversidad y así logran tener una única alma, como escribiera Guardini.
En el terreno práctico, conviene tener presente lo que constata la fenomenología: en la amistad se dan grados. Hay mucha diferencia entre “los amigos en general”, los compañeros, familiares, conocidos, los ocasionales y los amigos íntimos. La amistad-amistad, es reservada para unas pocas personas que con las que mantenemos una íntima unión. Es la amistad que llega al cien por cien.
El sí y el no de la amistad hombre-Dios.
Damos el “sí” por el fundamento de la gracia bautismal y el “no” por la desigualdad entre Dios y el hombre. Aquí tratamos de una relación “amistosa” entre el Tú invisible y el yo humano, entre Dios y el hombre, el Creador y la criatura, el Señor que manda y el hombre que obedece, el Juez que puede condenar y quien será juzgado, entre el Padre que ama a todos y el hijo que corresponde con amor filial.
El sí de la amistad del hombre con Dios radica en lo siguiente: todo cristiano que posee la caridad vive en amistad con Dios. Siguiendo a Santo Tomas, la teología define la caridad como una «especial amistad del hombre con Dios» (S. Th. II-II, 23,1; cf. Jn 15,14-15). La amistad para Santo Tomás es el «amor de benevolencia fundado sobre alguna comunicación» (S. Th. 1-2, q.65 a.5; 2-2, q.23). Por lo tanto, la respuesta estará impregnada de un amor desinteresado y de la frecuente comunicación entre las personas amadas. Esta relación amistosa de la que tratamos, el amor de Dios y la respuesta también de amor del hombre, es una gran meta y motivación pero no tiene los rasgos propios de la unión íntima, de la experiencia profunda. Esta amistad es el paso previo para la intimidad divina tal y como estudia la mística cristiana.
Los amigos de Dios en el Antiguo Testamento.
Dios llama a Abraham, un pagano entre tantos, a ser su amigo; expresa su amor en forma de una amistad, es el confidente de sus secretos y el que está dispuesto a sacrificar a su hijo (Gén 18,17; 22,2; Is 41,8; Jos 24,2s).
Moisés es otro de los amigos de Dios que es enviado a la tierra prometida y que permaneció fiel en la intimidad conversando con El como con un amigo (Ex 32,9-13) 67).
Amigos de Dios aparecen también David, los profetas y algunos sabios de Israel. Especial experiencia de amistad con Dios contienen muchos libros del Antiguo Testamento como son, en especial, los Salmos.
Cristo, el Hijo, ¿amigo de Dios Padre?
Cristo experimentó de manera excepcional la presencia de Dios con amor filial, no de amigo. Jesús llama a Dios "papá" y propone la religión no como contrato de seguridad con el Señor protector sino de confianza filial.
Pero es el mismo Jesús quien trae los elementos para la amistad con Dios: la revelación sobre el amor divino, la gracia, la fe y la caridad que culminan en el misterio de la inhabitación: «si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23; c. 1Jn 4,7-10; Jn 15, 9-7; Rom 8,25, 1Cor 13, 1-9). Por su parte, Jesús, a sus discípulos les otorga el don de la amistad: «en adelante, ya nos os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su Señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que oído a mi Padre» (Jn 15, 15).
Muchos cristianos vivieron como amigos de Dios
A lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana, múltiples son los testimonios de creyentes que vivieron la amistad con Dios. Ellos experimentaron el amor de Dios y le respondieron con sinceridad; no conocieron de manera abstracta los misterios de fe sino que fueron como sobrecogidos por el mismo Dios e invitados a la relación amistosa.
Los amigos de Dios vivieron en gracia con un mínimo de madurez en la vivencia de la esperanza y del amor en su triple dimensión. Ellos comprendieron que el amor y la obediencia a Dios son inseparables: «pero sólo permaneceréis en mi amor, si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor» (Jn 15,10); «vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15,12-13).
Sublime aspiración: vivir en amistad con Dios
En la amistad se cumple el precepto divino y primer mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas. El amor de amistad, (desinteresado y generoso), recae en Dios como el tú máximo y digno de ser amado; tal amistad contiene y supera los efectos de la amistad humana; el yo humano experimenta la relación suprema de amistad con Dios contemplado no como Señor, Creador, Juez sino como un tú divino que ofrece su amistad y solicita el amor desinteresado.
La amistad con Dios como amor correspondido es la mejor motivación para testimoniar las exigencias del Evangelio como obediencia a la persona a quien amamos y nos ama, Dios; se realiza el proyecto del Dios hecho hombre -Jesús- al brindar su amistad y lograr la correspondencia.
Próximo artículo. En la amistad existen grados siendo la intimidad el mayor de todos. Es el caso de la relación amistosa entre el creyente y Dios que culmina en la unión íntima, la propia de los místicos Es el tema del próximo y último capítulo de esta primera parte dedicada, fundamentalmente, “al ser” del cristiano.