¿Encontramos en Jesús la motivación definitiva para la justicia?

No se comprende a Jesús, maestro de la justicia, si no se tiene en cuenta su testimonio como persona justa que motivó para que el discípulo obrara justamente con amor y en verdad. Desde la perspectiva humana, Jesús suscitó la admiración porque poseyó una personalidad excepcional y predicó una auténtica revolución con su proyecto del Reino de Dios que pide vivir según justicia. En su vida, destacó junto al amor y la fidelidad a Dios Padre, el testimonio de una conducta, honrada, coherente: justa. Jesús no solo predicó la justicia sino que su vida fue la de una persona respetuosa y responsable que murió víctima de la injusticia humana. Junto al amor, Jesús propugnó un cambio profundo, revolucionario, cuando defendió la dignidad, la justicia y la libertad de la persona frente al legalismo tradicional.

Jesús en su vida testimonió las respuestas del hombre justo Llamamos justa a la persona honrada en su conducta, respetuosa en sus relaciones interpersonales, responsable en el cumplimiento de sus compromisos, corresponsable ante el bien común y fiel a la misión encomendada. Aunque sea otra faceta de la personalidad, el hombre justo adquiere el calificativo de líder cuando es valiente, con dominio de sí, magnánimo, constante, fuerte y decidido. Y el líder justo es admirado y amado por sus seguidores cuando su trato es bondadoso, amable, servicial, humilde y pacífico. Así era Jesús, persona bondadosa, justa y valiente, tal y como la describieron los artículos sobre Jesús, máximo valor de la historia. Ahora, y como expresiones de su testimonio de justicia, unos datos sobre su conciencia del deber, la responsabilidad y la fidelidad

Consciente de su misión Jesús declara que no vino a destruir la ley sino a cumplirla (Mt 5,17). Y de hecho, cumple las leyes, como el pagar el tributo (Mt 17,23-26). Con razón pudo exclamar en la cruz que todo lo encomendado había sido cumplido (Jn 19,30). Con claridad enseñó que para entrar en la vida eterna hay que guardar los mandamientos (Mt 19,17) porque “no todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21; Lc 11,28).

Responsable y fiel Toda la vida de Cristo aparece sellada por la responsabilidad absoluta ante la misión que el Padre le encomendara. Esta actitud coherente se manifiesta en expresiones de fidelidad y de responsabilidad, propia de quien tiene gran conciencia del deber y cumple la voluntad de Dios. Él aparece siempre consciente de su misión desde un principio (Lc 2,49; Jn 18,37) y como buen pastor cuida de sus ovejas y da la vida por ellas, como se lo mandó su Padre (Jn 10,1-21). De esta manera el mundo, dijo, conocerá que “amo al Padre y que actúo tal y como me lo ha mandado”(Jn 14,31). El Maestro pide a los discípulos trabajar con los talentos que Dios concede a cada uno (Mt 25, 14-30). Igualmente exhorta a los discípulos a dar buen ejemplo como sal de la tierra y luz del mundo porque si la sal se vuelve sosa, no vale para nada en absoluto (Mt 5,13-16; Lc 14,34-35). Para ser responsables es preciso vigilar, estar preparados porque no sabemos el día ni la hora (Mt 24, 45-51). A las vírgenes, prudentes o necias, exhorta la vigilancia (Mt 25, 1-13). Desde otra perspectiva, al rico necio y al rico epulón les hace ver los efectos de su irresponsabilidad (Lc 12, 13-21; 16,27-31). El aviso es para todos: “vigilad, porque no sabéis la hora en que vuestro Señor vendrá” (Mt 24,42).

Fidelidad, siempre, en todo y a todos La turba decía de Jesucristo que todo lo hizo bien (Mt 7,37). Pagó el tributo de dos dracmas (Mt 17,23-26) y afirmó con sinceridad: “Yo hago siempre lo que le agrada al Padre” (Jn 8,29). Cuando curó al leproso, le manda que cumpla el rito de presentarse al sacerdote y ofrecer el don que ordenó Moisés (Mt 8, 2-4). Y en su doctrina sostiene: quien es fiel en lo mínimo, también en lo mucho es fiel (Lc 16,10).
Una respuesta sobresale en la vida de Jesús y es la fidelidad de Salvador con su Padre. Por ello acepta la misión redentora porque es voluntad de su Padre (Jn 18,11); revela que su manjar es hacer la voluntad del que lo envió (Jn 4,34; Jn 9,4), y al final de su vida pudo decir: “he guardado los mandamientos de mi Padre” (Jn 15,10).

Jesús, un líder fuerteRefuerza la justicia en Jesús, su personalidad excepcional como líder polarizado en el dinamismo apostólico, la fortaleza, la magnanimidad, la decisión, la predisposición a la constancia, la mortificación corporal, la sinceridad operativa, las obras de caridad y el hacer cumplir la justicia.

La fortaleza, valentía y dominio de sí
Dentro del contexto de una personalidad equilibrada, Jesús se instala en el difícil término medio que dista entre la audacia y el temor. No se acompleja ante las dificultades sino que acomete con ímpetu objetivos difíciles en su ambiente social y cultural. Él actúa con valentía y entusiasmo movido por la esperanza de la victoria definitiva que tendrá lugar en su resurrección.
El equilibrio y dominio de sí aparecen, por ejemplo, cuando van a apedrearle y sigue la discusión sin inmutarse (Jn 10,31-39), o cuando le avisan que Herodes quiere matarle y Él responde valientemente sin darle importancia (Lc 13,31-33). Soportó sin inmutarse las acusaciones ante Pilato (Mt 27, 11-14) y guardó silencio ante Herodes, cayendo en su desgracia (Lc 23,9).

La paciencia realza su fortaleza.
El “líder” Jesús muestra su paciencia ante la torpeza de sus auditores y aún de sus apóstoles que no le comprendieron. Pero donde más resplandece esta virtud es en el proceso de su Pasión: Él: no se abate ante los padecimientos físicos o morales, sino que los soporta con gran presencia de ánimo. Siempre permaneció dueño de sí mismo sin doblegarse ante nada ni nadie.

Persona magnánima
El pobre de Nazaret, Jesús, manifestaba un espíritu selecto, noble, lejos de toda ambición, vanagloria o presunción. Para él, lo más importantes era el Reino de Dios y su justicia, porque “lo demás se dará por añadidura” (Lc 12,31). A imitación del Maestro, el cristiano magnánimo tiene que perdonar a todos y siempre (Mt 6,12; 18, 22; Lc 17,4), no tiene que obsesionarse por los tesoros de la tierra, sino que debe buscar los del cielo (Mt 6,19-21). Y le pide que no sea avaro como describe en la parábola del rico necio (Lc 12, 13-21).

Decidido Jesús, siendo niño, desea estar en las cosas de su Padre y con toda decisión pregunta sin miedo a los doctores en el templo (Lc 2,46-47). En su vida pública, arroja fuera del templo a quienes lo estaban convirtiendo en cueva de ladrones (Mc 11,15-17). Cuando le preguntan si se puede curar en sábado, inmediatamente sana al de la mano seca porque el amor al hombre está por encima de leyes humanas. (Mt 12,9-13). Sorprende la decisión con la que sale a recibir a los que vienen a prenderle (Mt 26,46). Él no retrocedió ante las dificultades: predica en su patria sabiendo que nadie es profeta en su tierra (Mt 13, 53-58); sana al hidrópico en sábado ante la desaprobación tácita de los fariseos.. (Lc 14,1-6) y sube a Jerusalén anunciando claramente a los apóstoles que va a la Pasión (Mt 20,17-19).

Constante en su misión El Redentor, en su vida oculta, permanece treinta años trabajando en Nazaret (Lc 2, 51-52). Para comenzar su tarea, vive en el desierto durante cuarenta días en medios de privaciones y tentaciones (Mt 4,1-2). Posteriormente, educa un día y otro a los apóstoles, a pesar del poco rendimiento de sus enseñanzas (Mt 15,16). Antes de la pasión, persevera en la oración del huerto tras varias horas seguidas y de oración con angustia (Lc 22,43). Con toda autoridad personal enseñará: el que persevere durante toda la vida será salvo (Mt 10,22); el que sea constante hasta el fin, éste se salvará (Mc 13,13). La doctrina de Jesús es contundente: nadie que ponga la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios (Lc 9,62)

En la doctrina y testimonio de Jesús se inspira la justicia cristina de la que trataremos a continuación.
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