Hoy día, ¿por qué seguir a Jesucristo?
Al margen de la fe, muchos indiferentes, agnósticos, secularistas y ateos, admiran a Cristo y lo aceptan como motivación para una conducta ética justa, sincera, libre y pacífica. Pero nada más, porque ellos no necesitan motivaciones religiosas como sería el seguimiento de Jesús para difundir el reino de Dios.Sin embargo, hoy como ayer, para el cristiano convencido, seguir a Jesús ha sido la gran motivación que con mayor o menor intensidad ha presidido toda una vida. La historia constata cómo el amor a Jesucristo, siguiendo sus pasos, influyó en la vida de tantos bautizados que por Cristo se entregaron a Dios y a los hermanos. Un testimonio palpable ofrece Francisco de Asís cuyo ideal era vivir como Jesús. Y en los convertidos, en San Pablo y en tantos otros, Cristo fue la opción fundamental que configuró una vida entregada a la difusión del reino de Dios. A todo cristiano coherente interesa saber con claridad el por qué (fundamentos), el qué (identidad) y el cómo de las manifestaciones del seguir a Jesucristo.
En qué se fundamenta el seguimiento de Jesús
La admiración y el amor a Cristo, el entusiasmo ante el mensaje del reino de Dios y el sacramento del bautismo con la llamada y la respuesta, son los fundamentos principales para seguir a Jesús.
La adhesión a Cristo y el bautismo.
El acontecimiento bautismal es el don que confiere la identidad filial y la llamada a seguir los pasos de Jesús. Quien recibe el bautismo queda comprometido a confesar la fe ante los hombres; cumplir las promesas «bautismales» y testimoniar a Cristo luz del mundo; iluminar la vida con la Palabra de Dios; responsabilizarse en la marcha de la Iglesia como laico adulto, y hacer presente a Cristo y a la Iglesia para consagrar el mundo a Dios (LG 11, 33-34).
Cristo centro vital y norma de conducta.
Gracias a la fe viva, el cristiano acepta a Cristo de manera consciente y personal, y le sitúa en el centro de sus intereses y vivencias. El seguidor de Jesús convierte su vida entera en una manifestación de su incorporación a Cristo: vive en, con y para Cristo, porque se siente de Cristo y va teniendo sus mismos sentimientos (Rom 8,1; 16,11; 1 Cor 1,20).
Para el discípulo coherente, su vivir es Cristo que se convierte en la razón de su existir en el mundo (Flp 1,21; 2,5; 1 Jn 4,17; Rom 8,29; 1 Cor 15,23). Ya no se rige por un simple código, sino por la nueva ley del amor de Cristo que «me amó y se entregó por mí» (Gál 2,19.20). Por impulsos de este amor el cristiano desea transformarse en Cristo, revestirse de él para que toda la vida sea una vida impregnada de Cristo (Rom 8,2; Jn 15,1s; Gál 3,27; Ef 3,17).
Necesidad de proyectar a Cristo en la vida.
En el seguimiento, en definitiva, es con Cristo por quien nos relacionamos con el Padre y servimos al prójimo. Es a Cristo a quien contemplamos en los acontecimientos y en los hermanos, a quien actualizamos y tratamos en la oración como un amigo y esperamos encontrar en el cielo junto al Padre (Jn 15,15; Mt 10,18.26.27; 25,31-46). Esta conducta exige fe en Cristo, penetrar hasta el fondo en su persona y conducta y aceptarlo totalmente, sin reservas (1 Cor 26s; Ef 1,9; Col 1,27). Jesús es la persona muy querida con quien el cristiano desea vivir en íntima comunión participando de sus misterios. Jesús es la meta hacia la cual camina el yo humano hasta su transformación (Rom 6,4; Ef 4,13; Flp 3,21). Por lo tanto, Cristo no es un dogma más. Es la fuente, luz y marco de referencia; es el ideal de vida, (la opción fundamental), que unifica y motiva cada respuesta particular.
El seguimiento: pensar, amar y responder como Cristo. Cristo pidió a los primeros colaboradores que le siguieran y vivieran como Él. Hoy día el seguimiento se resume en vivir según Jesús con varias manifestaciones.
Pensar como el Maestro. El seguidor lee, interioriza y acomoda para su vida los criterios de Cristo sobre la vida temporal y eterna, los bienes temporales y los espirituales, etc.
Amar como Cristo amó a Dios y a los hombres. El distintivo de la doctrina de Jesús es el amor en toda dirección. El seguidor se compromete en amar a imitación del maestro y ejemplo. Y Él pide que le sigamos en el camino de amor que se da todo a los hermanos por amor (VS 20.1). Y la norma consiste en obrar como lo haría Cristo amigo (Jn 15, 2-15; Fil 1,2º; Gal 2,2).
Responder como Cristo. En definitiva es Cristo por quien nos relacionamos con el Padre y servimos al prójimo. Es a Cristo a quien contemplamos en los acontecimientos y en los hermanos, a quien actualizamos y tratamos en la oración como un amigo y esperamos encontrarle en el cielo junto al Padre (Jn 15,15; Mt 10,18.26.27; 25,31-46). Esta conducta exige fe en Cristo, penetrar hasta el fondo en su persona y conducta, y aceptarlo totalmente, sin reservas (1 Cor 26s; Ef 1,9; Col 1,27).
La meta: la transformación cristocéntrica.
Para el bautizado-discípulo, Jesús es la persona muy querida con quien desea vivir en íntima comunión participando de sus misterios. Jesús es la meta hacia la cual camina el yo humano hasta su transformación (Rom 6,4; Ef 4,13; Flp 3,21). Todas las relaciones pasan por Cristo: la fe se centra en el Hijo de Dios que antes nos amó (Gál 2,20; Jn 14,1); la esperanza se convierte en un peregrinar junto a él (Col 1,26-27; 1 Tim 1,1); y la caridad en un amar como él amó (Jn 15,2s; 16,27; 21,15; 1 Cor 15,22; Col 2,11).
La clave: la amistad con Cristo.
La clave del seguimiento se encuentra en la amistad de quien contempla el reino de Dios con la fuerza de un ideal de vida y a Cristo con el amor profundo de quien lo contempla como su Redentor. Como los primeros seguidores de Jesús, el ideal está centrado en vivir como amigos en el consorcio de toda una vida y en seguir al amigo interiorizando sus actitudes, en especial la del amor (Jn 15,2-15; Flp 1,21; Gál 2,20; 1 Jn 2,6; Ef 5,2; Col 2,6). Y para actualizar tal respuesta nada mejor que aceptar con entusiasmo la Buena Nueva como luz, espíritu y camino que se traducirá en opciones concretas para la vida ordinaria (Mt 5-7; 5,43-48; Rom 13,9-10).
Y compartir la misión: colaborar con Cristo.
Quien opta por Cristo se compromete a colaborar en el reinado de Dios mediante su conversión, una conducta en espíritu y en verdad, la fidelidad al Espíritu, el amor al Padre y a los hermanos, la esperanza escatológica, el desapego ante los bienes temporales, etc. Con esta respuesta, el cristiano puede clamar con toda coherencia en el Padre Nuestro: ¡venga a nosotros tu Reino! A imitación de los apóstoles, el bautizado-cristiano está llamado a colaborar en el Reino de Dios, y, según posibilidades, a predicar la Buena Nueva del Reino del Padre (cf. Mt 4,18s; 28,19-20; Jn 15,1-15; Lc 14,25s; Mc 3,13). ¿Cómo será la colaboración? Como el testimonio de San Pablo, como ideal de vida, amor prioritario que se convierte en auténtica opción fundamental. Que sea una colaboración corresponsable con Cristo cabeza en la vida de la Iglesia. Siempre, y hoy día más, la colaboración pide preparación y entusiasmo aprovechando todas las oportunidades para evangelizar.
Conclusión: quien conoce a Cristo y acepta su mensaje, encontró la mejor motivación para servir a los hermanos y para vivir la unión con Dios
En qué se fundamenta el seguimiento de Jesús
La admiración y el amor a Cristo, el entusiasmo ante el mensaje del reino de Dios y el sacramento del bautismo con la llamada y la respuesta, son los fundamentos principales para seguir a Jesús.
La adhesión a Cristo y el bautismo.
El acontecimiento bautismal es el don que confiere la identidad filial y la llamada a seguir los pasos de Jesús. Quien recibe el bautismo queda comprometido a confesar la fe ante los hombres; cumplir las promesas «bautismales» y testimoniar a Cristo luz del mundo; iluminar la vida con la Palabra de Dios; responsabilizarse en la marcha de la Iglesia como laico adulto, y hacer presente a Cristo y a la Iglesia para consagrar el mundo a Dios (LG 11, 33-34).
Cristo centro vital y norma de conducta.
Gracias a la fe viva, el cristiano acepta a Cristo de manera consciente y personal, y le sitúa en el centro de sus intereses y vivencias. El seguidor de Jesús convierte su vida entera en una manifestación de su incorporación a Cristo: vive en, con y para Cristo, porque se siente de Cristo y va teniendo sus mismos sentimientos (Rom 8,1; 16,11; 1 Cor 1,20).
Para el discípulo coherente, su vivir es Cristo que se convierte en la razón de su existir en el mundo (Flp 1,21; 2,5; 1 Jn 4,17; Rom 8,29; 1 Cor 15,23). Ya no se rige por un simple código, sino por la nueva ley del amor de Cristo que «me amó y se entregó por mí» (Gál 2,19.20). Por impulsos de este amor el cristiano desea transformarse en Cristo, revestirse de él para que toda la vida sea una vida impregnada de Cristo (Rom 8,2; Jn 15,1s; Gál 3,27; Ef 3,17).
Necesidad de proyectar a Cristo en la vida.
En el seguimiento, en definitiva, es con Cristo por quien nos relacionamos con el Padre y servimos al prójimo. Es a Cristo a quien contemplamos en los acontecimientos y en los hermanos, a quien actualizamos y tratamos en la oración como un amigo y esperamos encontrar en el cielo junto al Padre (Jn 15,15; Mt 10,18.26.27; 25,31-46). Esta conducta exige fe en Cristo, penetrar hasta el fondo en su persona y conducta y aceptarlo totalmente, sin reservas (1 Cor 26s; Ef 1,9; Col 1,27). Jesús es la persona muy querida con quien el cristiano desea vivir en íntima comunión participando de sus misterios. Jesús es la meta hacia la cual camina el yo humano hasta su transformación (Rom 6,4; Ef 4,13; Flp 3,21). Por lo tanto, Cristo no es un dogma más. Es la fuente, luz y marco de referencia; es el ideal de vida, (la opción fundamental), que unifica y motiva cada respuesta particular.
El seguimiento: pensar, amar y responder como Cristo. Cristo pidió a los primeros colaboradores que le siguieran y vivieran como Él. Hoy día el seguimiento se resume en vivir según Jesús con varias manifestaciones.
Pensar como el Maestro. El seguidor lee, interioriza y acomoda para su vida los criterios de Cristo sobre la vida temporal y eterna, los bienes temporales y los espirituales, etc.
Amar como Cristo amó a Dios y a los hombres. El distintivo de la doctrina de Jesús es el amor en toda dirección. El seguidor se compromete en amar a imitación del maestro y ejemplo. Y Él pide que le sigamos en el camino de amor que se da todo a los hermanos por amor (VS 20.1). Y la norma consiste en obrar como lo haría Cristo amigo (Jn 15, 2-15; Fil 1,2º; Gal 2,2).
Responder como Cristo. En definitiva es Cristo por quien nos relacionamos con el Padre y servimos al prójimo. Es a Cristo a quien contemplamos en los acontecimientos y en los hermanos, a quien actualizamos y tratamos en la oración como un amigo y esperamos encontrarle en el cielo junto al Padre (Jn 15,15; Mt 10,18.26.27; 25,31-46). Esta conducta exige fe en Cristo, penetrar hasta el fondo en su persona y conducta, y aceptarlo totalmente, sin reservas (1 Cor 26s; Ef 1,9; Col 1,27).
La meta: la transformación cristocéntrica.
Para el bautizado-discípulo, Jesús es la persona muy querida con quien desea vivir en íntima comunión participando de sus misterios. Jesús es la meta hacia la cual camina el yo humano hasta su transformación (Rom 6,4; Ef 4,13; Flp 3,21). Todas las relaciones pasan por Cristo: la fe se centra en el Hijo de Dios que antes nos amó (Gál 2,20; Jn 14,1); la esperanza se convierte en un peregrinar junto a él (Col 1,26-27; 1 Tim 1,1); y la caridad en un amar como él amó (Jn 15,2s; 16,27; 21,15; 1 Cor 15,22; Col 2,11).
La clave: la amistad con Cristo.
La clave del seguimiento se encuentra en la amistad de quien contempla el reino de Dios con la fuerza de un ideal de vida y a Cristo con el amor profundo de quien lo contempla como su Redentor. Como los primeros seguidores de Jesús, el ideal está centrado en vivir como amigos en el consorcio de toda una vida y en seguir al amigo interiorizando sus actitudes, en especial la del amor (Jn 15,2-15; Flp 1,21; Gál 2,20; 1 Jn 2,6; Ef 5,2; Col 2,6). Y para actualizar tal respuesta nada mejor que aceptar con entusiasmo la Buena Nueva como luz, espíritu y camino que se traducirá en opciones concretas para la vida ordinaria (Mt 5-7; 5,43-48; Rom 13,9-10).
Y compartir la misión: colaborar con Cristo.
Quien opta por Cristo se compromete a colaborar en el reinado de Dios mediante su conversión, una conducta en espíritu y en verdad, la fidelidad al Espíritu, el amor al Padre y a los hermanos, la esperanza escatológica, el desapego ante los bienes temporales, etc. Con esta respuesta, el cristiano puede clamar con toda coherencia en el Padre Nuestro: ¡venga a nosotros tu Reino! A imitación de los apóstoles, el bautizado-cristiano está llamado a colaborar en el Reino de Dios, y, según posibilidades, a predicar la Buena Nueva del Reino del Padre (cf. Mt 4,18s; 28,19-20; Jn 15,1-15; Lc 14,25s; Mc 3,13). ¿Cómo será la colaboración? Como el testimonio de San Pablo, como ideal de vida, amor prioritario que se convierte en auténtica opción fundamental. Que sea una colaboración corresponsable con Cristo cabeza en la vida de la Iglesia. Siempre, y hoy día más, la colaboración pide preparación y entusiasmo aprovechando todas las oportunidades para evangelizar.
Conclusión: quien conoce a Cristo y acepta su mensaje, encontró la mejor motivación para servir a los hermanos y para vivir la unión con Dios