Novela PHD 17º. Con leucemia pero un pintor genial
Hospitalizado por la leucemia, el enfermo Alberto se alegró porque podía ejercer como sacerdote, buen pastor de los otros enfermos a los que visitaba y escuchaba. El gran teólogo convertido en un humilde pastor en un hospital. También pudo seguir pintando gracias al Viacrucis que su amigo Luis le encargó para su parroquia. Como enfoque de esta obra pictórica, eligió situaciones y preguntas dramáticas de los mismos enfermos procurando responder con la estación correspondiente. Alberto pintaba lo que vivía y con tal creatividad que despertó de todos. También Luis admiró la genialidad del pintor que, agotado, solamente le pudo explicar parte de su obra.
17
CON LEUCEMIA PERO UN PINTOR GENIAL
(1988)
Y el Señor le ayudó. No con un milagro que hiciera desaparecer el cáncer de sangre, ni con una nueva visita de Jesús y María para confortarle, sino con la posibilidad de ejercer como sacerdote pastor de enfermos sin dejar de ser el artista entusiasmado por la pintura. El que fuera por muchos años doctor y profesor, ahora tenía todas las facilidades por parte del Hospital para visitar todas las salas. Sería como un colaborador del capellán pero según sus posibilidades y sin compromiso alguno. Alberto se sintió feliz al comprobar que podía ejercer “casi” todo su ministerio pastoral. Podía seguir siendo un sacerdote realizado y un pintor con posibilidad creadora.
¿Podrá Alberto pintar un viacrucis?
La respuesta vino por parte de su amigo Luis que le habló de la nueva parroquia que estaba construyendo y que necesitaba un viacrucis moderno y atrayente.
-¿No podrías pintarlo tú, Alberto?
Recibió como respuesta una sonrisa triste que manifestaba la impotencia de salir y pintar a modo de frescos en la pared.
Pero Luis insistió: mira, existe la posibilidad de cuadros pequeños que poco a poco puedes ir acabando. Por los pinceles y pinturas y demás medios necesarios, no te preocupes. Yo te los traeré. Además procuraré que te dejen algún salón libre para que puedas trabajar aquí en el Hospital.
Alberto agradeció la propuesta y pidió a Luis un tiempo para reflexionar y decidir con calma. No le quería desairar porque intuía la intención de su amigo: una tarea gratificante en la enfermedad que avanzaba pues le quedaban pocos meses de vida. Pero, la gran pregunta: ¿tendría fuerzas suficientes? Consultó al médico especialista que le animó a la tarea. Y llamó a Luis para decirle que estaba dispuesto para el trabajo que parecía superar sus escasas fuerzas.
Y así renació la ilusión en Alberto con la posibilidad de pintar el viacrucis que le encargaba Luis. Afrontó con valor la dificultad de un trabajo un tanto complicado por el número de cuadros a realizar, la escasez de medios y sobre todo por las limitaciones de salud que padecía.
Como enfoque: Jesús responde a los afligidos
¿Y el enfoque para que no fuera un viacrucis más? Muchas horas pasó rezando en la capilla del Hospital hasta que se le encendió una luz y se dijo a sí mismo:
-¡Ya lo tengo! Si en el viacrucis contemplo los diversos sufrimientos de Jesús y María;
-si estos meses los enfermos del Hospital solicitan mi consejo de sacerdote para responder a las preguntas de por qué sufrir y por qué morir y qué sentido tiene la vida tan marcada por la cruz y por el agotamiento humano.
Si esto es así, ¿porqué no enfocar las 14 estaciones como respuestas motivadoras para los que estamos sin salud? Además, si profundizo en la Pasión de Cristo, tanta veces lo expliqué y prediqué, me reafirmo en que uno de los principales objetivos de la vida de Cristo y de su Madre, fue la de compartir las situaciones humanas, tanto las ordinarias como las extraordinarias, y de este modo dar respuesta convincente a la persona que trabaja o al enfermo que sufre. ¿Cómo consolar desde el cielo si antes en la tierra Él y Ella no experimentaron los mismos o parecidos sufrimientos?
El Alberto artista ya tenía el enfoque general para su viacrucis como respuesta a los interrogantes humanos. Ahora faltaba el cómo de la realización. ¿Al modo clásico de una pintura que refleja la escena correspondiente con el estilo de un Velázquez o de un Murillo, o más bien de manera más moderna como podría ser imitando el estilo de un Dalí o del mismo Picasso u otro de los modernos? Cabían otras posibilidades como, por ejemplo, que cada estación comprendiera dos escenas, la humana que interpela y la del Viacrucis que responde.
Configuración de cada cuadro.
Tras consultar con el párroco de Nuestra Señora de Nazaret, el amigo Luis, las ventajas e inconvenientes de los dos enfoques, dada la arquitectura de la nueva iglesia, Alberto decidió un cuadro para cada estación y que comprendiera:
-arriba, el título de la estación correspondiente;
-a la izquierda y con estilo moderno, una situación humana, una escena de dolor que interpelara de modo impresionante;
-a la derecha y con estilo clásico, el que siempre utilizó, una escena del viacrucis que sirviera como respuesta para el creyente;
-y debajo del cuadro, un pensamiento o una petición a modo de mensaje.
En cuanto a las escenas y preguntas de las situaciones humanas no tuvo dificultad alguna. Le bastaba con recordar algunas de las muchas conversaciones que había mantenido con los pobres de Bogotá o con los enfermos o con sus familiares en el Hospital. Preguntas sobraban, pero la dificultad radicaba en acomodar la pregunta a la escena correspondiente. En cuanto a la frase o petición saldría sobre la marcha.
El problema radicaba en su salud física y mental como para llevar a cabo una obra de tales dimensiones. Alberto experimentaba como dos fuerzas: la del artista que le empujaba a realizar su obra cumbre y la del enfermo que frenaba al constatar sus limitaciones. Su ánimo se balanceaba pasando del optimismo al pesimismo, de la euforia del “sí quiero” al pesimismo del “no puedo”. Pero la decisión ya estaba tomada, no podía perder tiempo porque el reloj de su salud corría muy aprisa. Después comprobaría que el dictamen médico falló pues, como veremos, la vida de Alberto se prolongó casi dos años más.
En la fase positiva, la del optimismo y euforia, comenzó muy ilusionado la tarea que no se reducía solamente a pintar. Alberto deseaba aprovechar la ocasión para interiorizar en su vida de enfermo los sentimientos de Jesús y María durante la pasión. Él mismo había sufrido y estaba sufriendo las manifestaciones de la persona que experimenta el final de la vida, el fracaso, la ingratitud, el olvido, la calumnia y el desamparo en tantas noches de enfermo sin esperanza de curación.
Como sacerdote pastor, podía comprobar que su “pasión-cruz” no era nada comparada con la de los enfermos a los que atendía y exhortaba para que aceptasen la cruz y esperasen en el más allá que prometió Jesús. Pensando en el prójimo, relativizó su enfermedad. Imaginó a Cristo y a su Madre los primeros de una fila interminable de personas dolientes. Muy en la última fila, también se encontraba quien se atrevía a poner en el lienzo los principales sufrimientos humanos.
Alberto finaliza la obra.
Con la preocupación del artista, la meditación del creyente y la experiencia con enfermos del sacerdote pastor, transcurrieron muchas semanas. Se distraía, no pensaba en su enfermedad y hasta parecía que sus dolores disminuían, que mejoraban. ¿Era una ilusión? ¿Pasaría factura su cuerpo por el esfuerzo excesivo al que lo estaba sometiendo? El tiempo lo diría. Por lo menos, a los seis meses pudo presentar al párroco de Nuestra Señora de Nazaret el viacrucis terminado en 14 cuadros con las medidas que anteriormente acordaron.
Luis no pudo ocultar su alegría ante la obra pictórica terminada con tanto sacrificio y que él encargó para que Alberto se distrajera. Él admiraba los cuadros del famoso pintor Navarro pero no imaginaba que en las actuales circunstancias pudiera mostrar tanta creatividad al retratar las situaciones dramáticas de dolor y tanta genialidad al inventar respuestas nuevas y admirables. Ciertamente había conseguido plasmar escenas humanas llenas de dramatismo con interrogantes que pronto obtenían respuesta mirando a Cristo en la estación correspondiente. Se alegraba también porque durante esos meses Alberto sufrió menos. Claro que temía que su salud corporal hubiera experimentado un retroceso.
El párroco amigo, al comprobar la satisfacción de Alberto, le pidió que le explicara, aunque fuera brevemente, el significado de las situaciones humanas que reflejaban las pinturas. Con la satisfacción del artista y con algo de vanidad como creador, Alberto fue detallando cada escena humana con el mensaje de lo que él denominaba “Viacrucris viviente” porque los protagonistas residían en el barrio de Bogotá o en el mismo Hospital.
Explicación de las primeras estaciones
Alberto inició la explicación. Resumía una situación humana y la respuesta correspondiente en el viacrucis.
Leoncio, una víctima de la justicia
1ª Jesús condenado a muerte
Leoncio fue elegido como el protagonista de la primera estación. Un padre de familia que estuvo acusado de homicidio, permaneció diez años en la cárcel por un delito que nunca se probó. Tarde recuperó la libertad y en una silla de ruedas, fruto de la humedad de su celda. El tema de la injusticia aparecía en su queja: ¿Por qué tantas personas, Señor, son injustamente juzgadas y condenadas a muerte?
El sacerdote Alberto recordó a Leoncio cómo Jesús se sometió a una injusta muerte y así compartió la suerte de los que injustamente serían condenados. Era como el prototipo de tantas víctimas de las calumnias, las difamaciones del prójimo y de la misma justicia humana. Le exhortó al perdón y le advirtió contra la amargura y el resentimiento. Los dos pidieron al Señor por la justicia en las relaciones interpersonales y en las mismas instituciones penitenciarias.
Teresa rechaza al sufrimiento y a Dios
2ª Con la cruz a cuestas
La universitaria Teresa, catequista en la parroquia en Bogotá, manifestó al padre Navarro que había perdido la fe porque rechazaba la existencia de un Dios que permitía el dolor. Madre soltera, abandonada de su pareja y de su misma familia, sufría las consecuencias de varios abortos. Y más que rezar, preguntaba con indignación: Señor: ¿por qué sufrir tanto? ¿Por qué existe tanto dolor en el mundo? ¿Por qué la cruz tan pesada que yo y otras personas más que yo tenemos que soportar en la vida?
Difícil tarea resultó para Alberto convencer a Teresa que el sufrimiento no estaba en el plan de Dios, que fue el pecado quien abrió la puerta al dolor. Tampoco le convenció recordarle lo que ella enseñara a los jóvenes de confirmación en el barrio: que Cristo vino a dar un sentido nuevo a todo sufrimiento integrándolo en la obra redentora pues cargó con la cruz y con todo el dolor para darnos ejemplo de cómo sufrir por los demás. Más aún, el mismo Jesús llamó feliz al pobre y al que sufre por causa de la justicia. La incrédula universitaria escuchó con respeto pero firme en su crítica y en el rechazo del mal y del Dios que lo permitía. Ahora, después de muchos años, Alberto oró por Teresa y por cuantos habían perdido la fe: Señor, concédeles tu luz para que comprendan el misterio de la cruz y de tu amor. Que tengan humildad y paciencia para aceptar su cruz a fin de encontrarse nuevamente a Ti, luz para su vida.
Sebastián quiere pero no puede salir de la droga
3ª Primera caída
Cuántas veces el paciente Alberto escuchó al joven Sebastián, víctima de la droga, con varias recaídas pero creyente sincero que se lamentaba con frecuencia diciendo ¿Por qué peco, Señor, y rechazo el camino que me lleva hacia la recuperación como persona y hacia ti como Padre misericordioso?
Arrepentido una vez más, Sebastián confesaba al pintor y confesor: sí, soy débil, sucumbo en muchas tentaciones. Es verdad que Cristo cayó y se levantó para que yo me levante con humildad y le pueda seguir. Pero me veo caído y contemplo a tantos en situación parecida a la mía: unos víctimas de la droga como yo, otros del alcohol, del sexo o de la vida materialista que aleja de Dios. Y sollozando, Sebastián suplicaba al Señor: no me dejes. Cuando caiga en la tentación, concédeme tu fortaleza para levantarme y seguir junto a Ti.
Alfonso, víctima del Sida sin culpa alguna
4ª Jesús se encuentra con su madre
Alfonso contrajo el sida, sí, pero por equivocación, por una transfusión de sangre contagiada. Era una víctima más con derecho a protestar. Ante Alberto repetía su pregunta: ¿por qué, Señor, sufren tantas personas inocentes?
Dura tarea la del sacerdote capellán que, ante esta situación, pensaba también en los hijos de divorciados, en los padres de drogadictos, los contagiados como Alfonso por el Sida. Personas doblemente inocentes. ¿Por qué?
-Comprendo, Alfonso, tu problema y me resulta difícil darte una respuesta. Pero recuerdo tu gran devoción a la Patrona de tu pueblo a la que te encomiendas con frecuencia. Observa cómo ella camina junto a Jesús en el dolor y cómo comparte la suerte con los que sufren sin culpa alguna. Ella sí que te puede consolar mejor que nadie. Ella junto a ti y al frente de tantas madres junto al hijo enfermo o en el hogar abandonado por el esposo. Puedes hacer esta oración: Señor: que tu madre consuele a los inocentes y que yo experimente su compañía en el dolor.
Juana lo dio todo y nada recibió de su familia
5ª El cirineo ayuda a Jesús
Alberto se descubría con respeto ante aquella piadosa abuela, Juana la del “pipas”, ahora enferma de Parkinson. Era madre y abuela que tanto y tanto se había sacrificado para sacar adelante a sus seis hijos y para criar a 4 de los 15 nietos. Juana la viuda y que ahora se veía postrada en la cama en espera de que la pudieran ayudar. Todo lo soportaba menos lo que expresaba en su oración: ¿por qué tengo que depender de los demás? ¿Por qué mis hijos y mis nietos ni me visitan?
-Sí, abuela Juana, le decía cariñosamente Alberto, sé muy bien tu historia y tus quejas como enferma y anciana. Experimentas la humillación de depender de otros que precisamente no son de tu familia, pues los tuyos lamentablemente ni te visitan. Recuerda que Cristo necesitó ayuda y que el Cirineo colaboró en la obra de la Redención. Tú, aparentemente inútil por tu dependencia para todo, sigues siendo muy necesaria a toda tu familia. Con tu cruz aceptada imitas al Cirineo que ayudó a Jesús. Tú tienes la oportunidad para servir y amar al prójimo con tu oración y sacrificio. Ayuda a los tuyos como siempre lo hiciste pero como si fueran el mismo Cristo. Carga con tu cruz y con la ajena. Recemos juntos, abuela: Señor: dame la humildad de sentirme dependiente y la generosidad para servir al necesitado con mi oración.
Luisa, religiosa muy apostólica pero poco piadosa
6ª La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Aunque el sacerdote Alberto conocía otros casos parecidos, el de la hermana Luisa le resultaba muy curioso. Esta religiosa era feliz cuando trabaja por los pobres en la parroquia de Alberto pero no tanto cuando vivía en su comunidad religiosa. De carácter fuerte, chocó muchas veces con la superiora por las frecuentes faltas a los actos litúrgicos. Las hermanas más “fieles” la criticaban porque: “mucho tiempo para atender los pobres pero poca vida de oración”. Y un tanto amargada le preguntó al padre Alberto ¿Dónde está la auténtica vida religiosa? ¿En la entrega a los pobres o en la total fidelidad a los actos litúrgicos?
Alberto recordaba la respuesta que entonces le dio: la consagración religiosa se manifiesta, sí, enjugando el rostro de Jesús en los pobres, pero alimentando su vida con la oración y limpiando el rostro de las hermanas de la comunidad que más la necesitan. Son las dos manos que expresan esta oración: Señor, fortalece mi fe para expresar mi consagración a ti con la práctica sincera del amor fraterno.
Don Sabino: “el escrupuloso no peca”
7ª Jesús cae por segunda vez
Con especial cariño Alberto visitaba y escuchaba a don Sabino que había dejado el ministerio sacerdotal. En la actualidad estaba secularizado pero seguía como buen creyente. Él decía que era mejor cristiano que antes como sacerdote. Le trataban en el Hospital de una fuerte depresión que le producía, entre otras manifestaciones, la ansiedad, miedos, inseguridad y escrúpulos. Le parecía que continuamente pecaba. Siempre con los mismos pecados. “Y es que soy débil y no pongo los medios necesarios, confío más en mi propósito que en la gracia del Señor. ¿Por qué, a pesar de mis propósitos, vuelvo a caer?”
De sacerdote a sacerdote le resultaba fácil la conversación. Alberto se limitó a recordar a don Sabino la segunda caída del Señor y que no se desanimara en sus recaídas. Usted bien sabe que para el pecado mortal son necesarias tres condiciones que usted no las cumple porque no quiere pecar y porque es víctima de sus escrúpulos. No se preocupe y a comenzar de nuevo cada día como hicieron los santos. A sus oraciones, puede añadir la siguiente: Señor Dios: ayúdame a levantarme sin desanimarme, recuérdame la necesidad de la confianza en ti para vencer mis tentaciones.
Luis interrumpe la explicación por la fatiga de Alberto
¿Pudo terminar Alberto la explicación de todo el Viacrucis? No. Luis se daba cuenta de la fatiga cada vez más intensa de Alberto que tenía que hacer pausas para poder continuar. Comprendió perfectamente que le dijera que no se encontraba bien. Estaba como mareado. Mejor continuar la explicación otro día. Efectivamente, Luis llamó a las enfermeras y éstas al médico. Alberto empeoraba y no se le debía fatigar más. El médico ordenó que ingresara en la UCI. Luis quedó apenado y con sentimiento de culpa. ¿Tendría fuerzas para seguir explicando las estaciones que faltaban?
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CON LEUCEMIA PERO UN PINTOR GENIAL
(1988)
Y el Señor le ayudó. No con un milagro que hiciera desaparecer el cáncer de sangre, ni con una nueva visita de Jesús y María para confortarle, sino con la posibilidad de ejercer como sacerdote pastor de enfermos sin dejar de ser el artista entusiasmado por la pintura. El que fuera por muchos años doctor y profesor, ahora tenía todas las facilidades por parte del Hospital para visitar todas las salas. Sería como un colaborador del capellán pero según sus posibilidades y sin compromiso alguno. Alberto se sintió feliz al comprobar que podía ejercer “casi” todo su ministerio pastoral. Podía seguir siendo un sacerdote realizado y un pintor con posibilidad creadora.
¿Podrá Alberto pintar un viacrucis?
La respuesta vino por parte de su amigo Luis que le habló de la nueva parroquia que estaba construyendo y que necesitaba un viacrucis moderno y atrayente.
-¿No podrías pintarlo tú, Alberto?
Recibió como respuesta una sonrisa triste que manifestaba la impotencia de salir y pintar a modo de frescos en la pared.
Pero Luis insistió: mira, existe la posibilidad de cuadros pequeños que poco a poco puedes ir acabando. Por los pinceles y pinturas y demás medios necesarios, no te preocupes. Yo te los traeré. Además procuraré que te dejen algún salón libre para que puedas trabajar aquí en el Hospital.
Alberto agradeció la propuesta y pidió a Luis un tiempo para reflexionar y decidir con calma. No le quería desairar porque intuía la intención de su amigo: una tarea gratificante en la enfermedad que avanzaba pues le quedaban pocos meses de vida. Pero, la gran pregunta: ¿tendría fuerzas suficientes? Consultó al médico especialista que le animó a la tarea. Y llamó a Luis para decirle que estaba dispuesto para el trabajo que parecía superar sus escasas fuerzas.
Y así renació la ilusión en Alberto con la posibilidad de pintar el viacrucis que le encargaba Luis. Afrontó con valor la dificultad de un trabajo un tanto complicado por el número de cuadros a realizar, la escasez de medios y sobre todo por las limitaciones de salud que padecía.
Como enfoque: Jesús responde a los afligidos
¿Y el enfoque para que no fuera un viacrucis más? Muchas horas pasó rezando en la capilla del Hospital hasta que se le encendió una luz y se dijo a sí mismo:
-¡Ya lo tengo! Si en el viacrucis contemplo los diversos sufrimientos de Jesús y María;
-si estos meses los enfermos del Hospital solicitan mi consejo de sacerdote para responder a las preguntas de por qué sufrir y por qué morir y qué sentido tiene la vida tan marcada por la cruz y por el agotamiento humano.
Si esto es así, ¿porqué no enfocar las 14 estaciones como respuestas motivadoras para los que estamos sin salud? Además, si profundizo en la Pasión de Cristo, tanta veces lo expliqué y prediqué, me reafirmo en que uno de los principales objetivos de la vida de Cristo y de su Madre, fue la de compartir las situaciones humanas, tanto las ordinarias como las extraordinarias, y de este modo dar respuesta convincente a la persona que trabaja o al enfermo que sufre. ¿Cómo consolar desde el cielo si antes en la tierra Él y Ella no experimentaron los mismos o parecidos sufrimientos?
El Alberto artista ya tenía el enfoque general para su viacrucis como respuesta a los interrogantes humanos. Ahora faltaba el cómo de la realización. ¿Al modo clásico de una pintura que refleja la escena correspondiente con el estilo de un Velázquez o de un Murillo, o más bien de manera más moderna como podría ser imitando el estilo de un Dalí o del mismo Picasso u otro de los modernos? Cabían otras posibilidades como, por ejemplo, que cada estación comprendiera dos escenas, la humana que interpela y la del Viacrucis que responde.
Configuración de cada cuadro.
Tras consultar con el párroco de Nuestra Señora de Nazaret, el amigo Luis, las ventajas e inconvenientes de los dos enfoques, dada la arquitectura de la nueva iglesia, Alberto decidió un cuadro para cada estación y que comprendiera:
-arriba, el título de la estación correspondiente;
-a la izquierda y con estilo moderno, una situación humana, una escena de dolor que interpelara de modo impresionante;
-a la derecha y con estilo clásico, el que siempre utilizó, una escena del viacrucis que sirviera como respuesta para el creyente;
-y debajo del cuadro, un pensamiento o una petición a modo de mensaje.
En cuanto a las escenas y preguntas de las situaciones humanas no tuvo dificultad alguna. Le bastaba con recordar algunas de las muchas conversaciones que había mantenido con los pobres de Bogotá o con los enfermos o con sus familiares en el Hospital. Preguntas sobraban, pero la dificultad radicaba en acomodar la pregunta a la escena correspondiente. En cuanto a la frase o petición saldría sobre la marcha.
El problema radicaba en su salud física y mental como para llevar a cabo una obra de tales dimensiones. Alberto experimentaba como dos fuerzas: la del artista que le empujaba a realizar su obra cumbre y la del enfermo que frenaba al constatar sus limitaciones. Su ánimo se balanceaba pasando del optimismo al pesimismo, de la euforia del “sí quiero” al pesimismo del “no puedo”. Pero la decisión ya estaba tomada, no podía perder tiempo porque el reloj de su salud corría muy aprisa. Después comprobaría que el dictamen médico falló pues, como veremos, la vida de Alberto se prolongó casi dos años más.
En la fase positiva, la del optimismo y euforia, comenzó muy ilusionado la tarea que no se reducía solamente a pintar. Alberto deseaba aprovechar la ocasión para interiorizar en su vida de enfermo los sentimientos de Jesús y María durante la pasión. Él mismo había sufrido y estaba sufriendo las manifestaciones de la persona que experimenta el final de la vida, el fracaso, la ingratitud, el olvido, la calumnia y el desamparo en tantas noches de enfermo sin esperanza de curación.
Como sacerdote pastor, podía comprobar que su “pasión-cruz” no era nada comparada con la de los enfermos a los que atendía y exhortaba para que aceptasen la cruz y esperasen en el más allá que prometió Jesús. Pensando en el prójimo, relativizó su enfermedad. Imaginó a Cristo y a su Madre los primeros de una fila interminable de personas dolientes. Muy en la última fila, también se encontraba quien se atrevía a poner en el lienzo los principales sufrimientos humanos.
Alberto finaliza la obra.
Con la preocupación del artista, la meditación del creyente y la experiencia con enfermos del sacerdote pastor, transcurrieron muchas semanas. Se distraía, no pensaba en su enfermedad y hasta parecía que sus dolores disminuían, que mejoraban. ¿Era una ilusión? ¿Pasaría factura su cuerpo por el esfuerzo excesivo al que lo estaba sometiendo? El tiempo lo diría. Por lo menos, a los seis meses pudo presentar al párroco de Nuestra Señora de Nazaret el viacrucis terminado en 14 cuadros con las medidas que anteriormente acordaron.
Luis no pudo ocultar su alegría ante la obra pictórica terminada con tanto sacrificio y que él encargó para que Alberto se distrajera. Él admiraba los cuadros del famoso pintor Navarro pero no imaginaba que en las actuales circunstancias pudiera mostrar tanta creatividad al retratar las situaciones dramáticas de dolor y tanta genialidad al inventar respuestas nuevas y admirables. Ciertamente había conseguido plasmar escenas humanas llenas de dramatismo con interrogantes que pronto obtenían respuesta mirando a Cristo en la estación correspondiente. Se alegraba también porque durante esos meses Alberto sufrió menos. Claro que temía que su salud corporal hubiera experimentado un retroceso.
El párroco amigo, al comprobar la satisfacción de Alberto, le pidió que le explicara, aunque fuera brevemente, el significado de las situaciones humanas que reflejaban las pinturas. Con la satisfacción del artista y con algo de vanidad como creador, Alberto fue detallando cada escena humana con el mensaje de lo que él denominaba “Viacrucris viviente” porque los protagonistas residían en el barrio de Bogotá o en el mismo Hospital.
Explicación de las primeras estaciones
Alberto inició la explicación. Resumía una situación humana y la respuesta correspondiente en el viacrucis.
Leoncio, una víctima de la justicia
1ª Jesús condenado a muerte
Leoncio fue elegido como el protagonista de la primera estación. Un padre de familia que estuvo acusado de homicidio, permaneció diez años en la cárcel por un delito que nunca se probó. Tarde recuperó la libertad y en una silla de ruedas, fruto de la humedad de su celda. El tema de la injusticia aparecía en su queja: ¿Por qué tantas personas, Señor, son injustamente juzgadas y condenadas a muerte?
El sacerdote Alberto recordó a Leoncio cómo Jesús se sometió a una injusta muerte y así compartió la suerte de los que injustamente serían condenados. Era como el prototipo de tantas víctimas de las calumnias, las difamaciones del prójimo y de la misma justicia humana. Le exhortó al perdón y le advirtió contra la amargura y el resentimiento. Los dos pidieron al Señor por la justicia en las relaciones interpersonales y en las mismas instituciones penitenciarias.
Teresa rechaza al sufrimiento y a Dios
2ª Con la cruz a cuestas
La universitaria Teresa, catequista en la parroquia en Bogotá, manifestó al padre Navarro que había perdido la fe porque rechazaba la existencia de un Dios que permitía el dolor. Madre soltera, abandonada de su pareja y de su misma familia, sufría las consecuencias de varios abortos. Y más que rezar, preguntaba con indignación: Señor: ¿por qué sufrir tanto? ¿Por qué existe tanto dolor en el mundo? ¿Por qué la cruz tan pesada que yo y otras personas más que yo tenemos que soportar en la vida?
Difícil tarea resultó para Alberto convencer a Teresa que el sufrimiento no estaba en el plan de Dios, que fue el pecado quien abrió la puerta al dolor. Tampoco le convenció recordarle lo que ella enseñara a los jóvenes de confirmación en el barrio: que Cristo vino a dar un sentido nuevo a todo sufrimiento integrándolo en la obra redentora pues cargó con la cruz y con todo el dolor para darnos ejemplo de cómo sufrir por los demás. Más aún, el mismo Jesús llamó feliz al pobre y al que sufre por causa de la justicia. La incrédula universitaria escuchó con respeto pero firme en su crítica y en el rechazo del mal y del Dios que lo permitía. Ahora, después de muchos años, Alberto oró por Teresa y por cuantos habían perdido la fe: Señor, concédeles tu luz para que comprendan el misterio de la cruz y de tu amor. Que tengan humildad y paciencia para aceptar su cruz a fin de encontrarse nuevamente a Ti, luz para su vida.
Sebastián quiere pero no puede salir de la droga
3ª Primera caída
Cuántas veces el paciente Alberto escuchó al joven Sebastián, víctima de la droga, con varias recaídas pero creyente sincero que se lamentaba con frecuencia diciendo ¿Por qué peco, Señor, y rechazo el camino que me lleva hacia la recuperación como persona y hacia ti como Padre misericordioso?
Arrepentido una vez más, Sebastián confesaba al pintor y confesor: sí, soy débil, sucumbo en muchas tentaciones. Es verdad que Cristo cayó y se levantó para que yo me levante con humildad y le pueda seguir. Pero me veo caído y contemplo a tantos en situación parecida a la mía: unos víctimas de la droga como yo, otros del alcohol, del sexo o de la vida materialista que aleja de Dios. Y sollozando, Sebastián suplicaba al Señor: no me dejes. Cuando caiga en la tentación, concédeme tu fortaleza para levantarme y seguir junto a Ti.
Alfonso, víctima del Sida sin culpa alguna
4ª Jesús se encuentra con su madre
Alfonso contrajo el sida, sí, pero por equivocación, por una transfusión de sangre contagiada. Era una víctima más con derecho a protestar. Ante Alberto repetía su pregunta: ¿por qué, Señor, sufren tantas personas inocentes?
Dura tarea la del sacerdote capellán que, ante esta situación, pensaba también en los hijos de divorciados, en los padres de drogadictos, los contagiados como Alfonso por el Sida. Personas doblemente inocentes. ¿Por qué?
-Comprendo, Alfonso, tu problema y me resulta difícil darte una respuesta. Pero recuerdo tu gran devoción a la Patrona de tu pueblo a la que te encomiendas con frecuencia. Observa cómo ella camina junto a Jesús en el dolor y cómo comparte la suerte con los que sufren sin culpa alguna. Ella sí que te puede consolar mejor que nadie. Ella junto a ti y al frente de tantas madres junto al hijo enfermo o en el hogar abandonado por el esposo. Puedes hacer esta oración: Señor: que tu madre consuele a los inocentes y que yo experimente su compañía en el dolor.
Juana lo dio todo y nada recibió de su familia
5ª El cirineo ayuda a Jesús
Alberto se descubría con respeto ante aquella piadosa abuela, Juana la del “pipas”, ahora enferma de Parkinson. Era madre y abuela que tanto y tanto se había sacrificado para sacar adelante a sus seis hijos y para criar a 4 de los 15 nietos. Juana la viuda y que ahora se veía postrada en la cama en espera de que la pudieran ayudar. Todo lo soportaba menos lo que expresaba en su oración: ¿por qué tengo que depender de los demás? ¿Por qué mis hijos y mis nietos ni me visitan?
-Sí, abuela Juana, le decía cariñosamente Alberto, sé muy bien tu historia y tus quejas como enferma y anciana. Experimentas la humillación de depender de otros que precisamente no son de tu familia, pues los tuyos lamentablemente ni te visitan. Recuerda que Cristo necesitó ayuda y que el Cirineo colaboró en la obra de la Redención. Tú, aparentemente inútil por tu dependencia para todo, sigues siendo muy necesaria a toda tu familia. Con tu cruz aceptada imitas al Cirineo que ayudó a Jesús. Tú tienes la oportunidad para servir y amar al prójimo con tu oración y sacrificio. Ayuda a los tuyos como siempre lo hiciste pero como si fueran el mismo Cristo. Carga con tu cruz y con la ajena. Recemos juntos, abuela: Señor: dame la humildad de sentirme dependiente y la generosidad para servir al necesitado con mi oración.
Luisa, religiosa muy apostólica pero poco piadosa
6ª La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Aunque el sacerdote Alberto conocía otros casos parecidos, el de la hermana Luisa le resultaba muy curioso. Esta religiosa era feliz cuando trabaja por los pobres en la parroquia de Alberto pero no tanto cuando vivía en su comunidad religiosa. De carácter fuerte, chocó muchas veces con la superiora por las frecuentes faltas a los actos litúrgicos. Las hermanas más “fieles” la criticaban porque: “mucho tiempo para atender los pobres pero poca vida de oración”. Y un tanto amargada le preguntó al padre Alberto ¿Dónde está la auténtica vida religiosa? ¿En la entrega a los pobres o en la total fidelidad a los actos litúrgicos?
Alberto recordaba la respuesta que entonces le dio: la consagración religiosa se manifiesta, sí, enjugando el rostro de Jesús en los pobres, pero alimentando su vida con la oración y limpiando el rostro de las hermanas de la comunidad que más la necesitan. Son las dos manos que expresan esta oración: Señor, fortalece mi fe para expresar mi consagración a ti con la práctica sincera del amor fraterno.
Don Sabino: “el escrupuloso no peca”
7ª Jesús cae por segunda vez
Con especial cariño Alberto visitaba y escuchaba a don Sabino que había dejado el ministerio sacerdotal. En la actualidad estaba secularizado pero seguía como buen creyente. Él decía que era mejor cristiano que antes como sacerdote. Le trataban en el Hospital de una fuerte depresión que le producía, entre otras manifestaciones, la ansiedad, miedos, inseguridad y escrúpulos. Le parecía que continuamente pecaba. Siempre con los mismos pecados. “Y es que soy débil y no pongo los medios necesarios, confío más en mi propósito que en la gracia del Señor. ¿Por qué, a pesar de mis propósitos, vuelvo a caer?”
De sacerdote a sacerdote le resultaba fácil la conversación. Alberto se limitó a recordar a don Sabino la segunda caída del Señor y que no se desanimara en sus recaídas. Usted bien sabe que para el pecado mortal son necesarias tres condiciones que usted no las cumple porque no quiere pecar y porque es víctima de sus escrúpulos. No se preocupe y a comenzar de nuevo cada día como hicieron los santos. A sus oraciones, puede añadir la siguiente: Señor Dios: ayúdame a levantarme sin desanimarme, recuérdame la necesidad de la confianza en ti para vencer mis tentaciones.
Luis interrumpe la explicación por la fatiga de Alberto
¿Pudo terminar Alberto la explicación de todo el Viacrucis? No. Luis se daba cuenta de la fatiga cada vez más intensa de Alberto que tenía que hacer pausas para poder continuar. Comprendió perfectamente que le dijera que no se encontraba bien. Estaba como mareado. Mejor continuar la explicación otro día. Efectivamente, Luis llamó a las enfermeras y éstas al médico. Alberto empeoraba y no se le debía fatigar más. El médico ordenó que ingresara en la UCI. Luis quedó apenado y con sentimiento de culpa. ¿Tendría fuerzas para seguir explicando las estaciones que faltaban?