¿Puede vivir el anciano con verdad y fortaleza?
Viviendo dentro o fuera de una de las modalidades descritas de familia, quien llegó a la cuarta edad, el anciano, presenta varias actitudes y respuestas: ante sí mismo como persona, ante los demás como miembro de una comunidad y ante Dios como creyente. ¿Razón para del interrogante propuesto? Porque no se concibe la coherencia de la persona anciana piadosa, misionera o mística sin que manifieste unas exigencias que integran sus conducta personal, social y religiosa. Ahora nos limitamos a la dimensión personal: ¿cómo son las actitudes y respuestas del anciano como persona? Para responder, sigo de cerca los criterios de A. Grün, (El arte de envejecer), pero resumidos y adaptados a las áreas de la verdad y la fortaleza.
El área de la verdad en la vida del anciano
En cualquier edad, y con más razón en los últimos años de la vida, la persona tiene que tomar conciencia de lo que es y puede; necesita la verdad como humildad para aceptar sus limitaciones. También necesita la imprescindible creatividad para actualizar las motivaciones más significativas.
La verdad exige a la persona tomar conciencia de lo que es y puede
Al anciano le conviene, ante todo, saber quién es en su momento presente. Aunque le humille, la persona mayor debe replantearse su identidad en los últimos años de su vida. Que evite el pesimismo de quien se juzga como un trasto inútil y una “carga” para la familia. O bien, que no cultive una visión demasiado optimista y “positiva” sobre su persona como si los años no pasaran factura, creyendo que tiene, en el “ahora”, el mismo poder-autoridad y las mismas fuerzas para el trabajo, que en el “ayer”. Mejor será que reflexione con humildad: “qué puedo y qué debo hacer y evitar en mi situación actual según mis posibilidades y limitaciones”. Porque se impone vivir en verdad, según la realidad objetiva. El crecimiento se dará en tanto en cuanto la persona sea capaz de encontrarse consigo misma mediante la verdad como armonía entre el yo y el no-yo.
¿Y qué pide la verdad como ideal? Poseer una autoestima equilibrada. Y tener presente el precepto bíblico "amarás a tu prójimo como a ti mismo, Yo, Yavé" (Lev 19,18 cf. Mt 22,39). Por lo tanto, atenta contra la autoestima equilibrada tanto los complejos de inferioridad como los de superioridad. Porque ahora tiene que partir de la nueva situación y de las actuales posibilidades para adaptar su vida con sus aspiraciones y con el mismo proyecto de vida, siempre que sea posible.
Aceptar las limitaciones
Aceptar y aceptarse. Un segundo grado de la verdad-humildad en el anciano o persona mayor, consiste en la aceptación de la propia historia pasada y presente con sus aspectos gratificantes y con los negativos. La prudencia aconseja sofocar lo negativo, el mal que la persona sufrió y que puede provocar actitudes de rencor, resentimiento, venganza y pérdida de la paz. Y ¿cuál es la prueba más difícil de la aceptación? Radica en la paciencia con que debe asumir las contrariedades de cualquier tipo.
Otra manifestación de la humildad consiste en tomar conciencia serena y objetivamente de las posibilidades actuales. Y también en aceptar con paz la propia historia con sus pros y contras. ¿Qué hacer con el pasado negativo de la realización personal que puede seguir influyendo con el recuerdo? La autenticidad pide sofocar al principio lo negativo, el mal que la persona sufrió. Y así permanecerá la paz. Buscar y encontrar sentido hasta en la enfermedad.
Actualizar las motivaciones.
Cultivar motivaciones es otro de los grandes secretos para conseguir una vida relativamente feliz y no amargada. Habrá que suprimir alguna que otra motivación que dio sentido en otras etapas, las que entusiasmaron e ilusionaron. Mucho ayudará el “conformarse” con lo que se tiene sin envidiar lo que otros poseen y que la persona mayor no puede tener o no debe poseer. Y buscar otras nuevas razones para seguir viviendo y sentirse útiles.
Área de la fortaleza: desafío para los de la cuarta edad
La persona que luchó y superó muchos obstáculos durante más de 50 años, comprueba y lamenta que al final de su vida tiene más obstáculos y menos fuerzas. Con razón se dice que la lucha y la pelea pertenecen a la primera mitad de nuestra vida. La pérdida se corresponde con la segunda mitad. Pero el anciano, como nunca, necesita más fortaleza y paciencia para superar tantas y tantas pérdidas que aumentan sus depresiones y soledad.
Ante las pérdidas
La vida como pérdida continua se hace más dolorosa al envejecer. En poco años, o meses, el “ochentón” experimenta la pérdida de su trabajo, las personas amigas, algunas posesiones, bastantes relaciones, la salud, el poder caminar, y hasta la vista o el oído. Qué sugerir al anciano ante las diversas pérdidas:
-libertad responsable sin tozudez. Ahora tiene menos responsabilidad y goza de más independencia. Ahora no necesita de las apariencias, ni poner a prueba su fuerza. No tienen presiones, ni depende del partido o del jefe. Goza de más libertad pero siempre con responsabilidad y sin tozudez.
-bienes materiales. No aferrarse a las posesiones, ni ser tacaños. Reparta sus bienes en vida porque con la muerte perderá todas su patrimonio.
-la salud. Evitar la hipocondría, el creerse enfermo sin fundamento, o vivir obsesionado por enfermedades que no existen o son normales. No sufrir antes de tiempo ni más de lo objetivo. Y así sufrirá menos.
-las relaciones. La muerte de amigos de confianza, hijos o del cónyuge. Vea la ocasión para descubrirse a sí mismo sin la necesidad del “otro” que tapaba el agujero de la soledad o del vacío existencial. Ahora puede ser él mismo lo que es sin necesidad de compañías.
-el poder como empresario, político. Recuerde cómo él sucedió a otros. Ahora tendrá menos enemigos. Y la ocasión de ejercer la humildad cuando libremente deje el puesto a los más jóvenes.
Ante la soledad y en la depresión
A mayores pérdidas, mayor soledad. Uno de los efectos de las pérdidas es la soledad física y objetiva, que es comprensible. Pero que no añada el sentimiento obsesivo de sentirse solo. Los ancianos se deprimen al verse tan devaluados porque antes sí eran apreciados. Hay que despedirse de la buena imagen. Que no crea que nada tiene que hacer en su vida. Ahora no puede definirse a partir de sus obligaciones anteriores. Le urge un nuevo fundamento para la vida ante el desmoronamiento de los antiguos valores.
Algunos ancianos no hablan de su depresión pero la manifiestan cuando repiten estas frases: “no soy nadie, ya no puedo más, nadie me quiere ya, yo tengo la culpa de todo..” Más que luchar contra la depresión, mejor será trabar amistad con ella, intentar una imagen nueva para su persona.
Ante el sufrimiento.
Para muchas personas los últimos años de la vida son los de mayor sufrimiento y de menos compensaciones. Especialmente a quienes la vida sonrió y todo le salió bien. En pocos meses ven acentuadas las enfermedades, la dependencia y la necesidad de la silla de ruedas. A esta situación puede unirse el abandono de los familiares, la pobreza en una residencia y la soledad afectiva. ¿Cómo responderá el anciano? Es cierto que se sufre más de lo que podemos porque no se sufrimos como debemos. Para aprender a sufrir se impone la aceptación del dolor como ley inevitable de vida, que si no es rechazado, ayuda a madurar. También el saber objetivar los hechos y así aminorar el sufrimiento. Y como complemento: saber moderar los deseos y esperanzas, conscientes de que a mayor austeridad, habrá más paz. Mucho ayudará el cultivo de una actitud serena, alegre y optimista en la adversidad. Algo hay de verdad en la máxima que se atribuye a Buda: para no sufrir, no desear, no esperar. Claro está que se tratará de esperanzas sin fundamento.
Y todo, con paz y paciencia
En las dificultades: en la crisis senil invadida por la soledad y la depresión, el anciano necesita más que nunca paz y paciencia, mucha calma para evaluar su situación con los aspectos negativos, sí, pero también los positivos y las compensaciones. No querer cambiar la realidad incambiable. Mejor, mirar tranquilamente con actitud tolerante: dejar que las cosas sean así, como son ahora, y no como fueron en el pasado.
Con paciencia, con capacidad de soportar algo, de resistir. Esta virtud es raíz y guardiana de otras. Pide tolerar a los demás con sus errores y debilidades. Sufrir por los demás, estar a su lado, soportar sus debilidades físicas y emocionales. Es necesaria para vivir en paz con los demás.
¿Algo más? Sí. Porque junto a las áreas individuales de verdad y fortaleza, el anciano es miembro de una comunidad, comunidad de amor, y creyente que dispone de la luz de la fe y la fuerza de la caridad para responder a su familia, a Dios y a sus problemas personales.
El área de la verdad en la vida del anciano
En cualquier edad, y con más razón en los últimos años de la vida, la persona tiene que tomar conciencia de lo que es y puede; necesita la verdad como humildad para aceptar sus limitaciones. También necesita la imprescindible creatividad para actualizar las motivaciones más significativas.
La verdad exige a la persona tomar conciencia de lo que es y puede
Al anciano le conviene, ante todo, saber quién es en su momento presente. Aunque le humille, la persona mayor debe replantearse su identidad en los últimos años de su vida. Que evite el pesimismo de quien se juzga como un trasto inútil y una “carga” para la familia. O bien, que no cultive una visión demasiado optimista y “positiva” sobre su persona como si los años no pasaran factura, creyendo que tiene, en el “ahora”, el mismo poder-autoridad y las mismas fuerzas para el trabajo, que en el “ayer”. Mejor será que reflexione con humildad: “qué puedo y qué debo hacer y evitar en mi situación actual según mis posibilidades y limitaciones”. Porque se impone vivir en verdad, según la realidad objetiva. El crecimiento se dará en tanto en cuanto la persona sea capaz de encontrarse consigo misma mediante la verdad como armonía entre el yo y el no-yo.
¿Y qué pide la verdad como ideal? Poseer una autoestima equilibrada. Y tener presente el precepto bíblico "amarás a tu prójimo como a ti mismo, Yo, Yavé" (Lev 19,18 cf. Mt 22,39). Por lo tanto, atenta contra la autoestima equilibrada tanto los complejos de inferioridad como los de superioridad. Porque ahora tiene que partir de la nueva situación y de las actuales posibilidades para adaptar su vida con sus aspiraciones y con el mismo proyecto de vida, siempre que sea posible.
Aceptar las limitaciones
Aceptar y aceptarse. Un segundo grado de la verdad-humildad en el anciano o persona mayor, consiste en la aceptación de la propia historia pasada y presente con sus aspectos gratificantes y con los negativos. La prudencia aconseja sofocar lo negativo, el mal que la persona sufrió y que puede provocar actitudes de rencor, resentimiento, venganza y pérdida de la paz. Y ¿cuál es la prueba más difícil de la aceptación? Radica en la paciencia con que debe asumir las contrariedades de cualquier tipo.
Otra manifestación de la humildad consiste en tomar conciencia serena y objetivamente de las posibilidades actuales. Y también en aceptar con paz la propia historia con sus pros y contras. ¿Qué hacer con el pasado negativo de la realización personal que puede seguir influyendo con el recuerdo? La autenticidad pide sofocar al principio lo negativo, el mal que la persona sufrió. Y así permanecerá la paz. Buscar y encontrar sentido hasta en la enfermedad.
Actualizar las motivaciones.
Cultivar motivaciones es otro de los grandes secretos para conseguir una vida relativamente feliz y no amargada. Habrá que suprimir alguna que otra motivación que dio sentido en otras etapas, las que entusiasmaron e ilusionaron. Mucho ayudará el “conformarse” con lo que se tiene sin envidiar lo que otros poseen y que la persona mayor no puede tener o no debe poseer. Y buscar otras nuevas razones para seguir viviendo y sentirse útiles.
Área de la fortaleza: desafío para los de la cuarta edad
La persona que luchó y superó muchos obstáculos durante más de 50 años, comprueba y lamenta que al final de su vida tiene más obstáculos y menos fuerzas. Con razón se dice que la lucha y la pelea pertenecen a la primera mitad de nuestra vida. La pérdida se corresponde con la segunda mitad. Pero el anciano, como nunca, necesita más fortaleza y paciencia para superar tantas y tantas pérdidas que aumentan sus depresiones y soledad.
Ante las pérdidas
La vida como pérdida continua se hace más dolorosa al envejecer. En poco años, o meses, el “ochentón” experimenta la pérdida de su trabajo, las personas amigas, algunas posesiones, bastantes relaciones, la salud, el poder caminar, y hasta la vista o el oído. Qué sugerir al anciano ante las diversas pérdidas:
-libertad responsable sin tozudez. Ahora tiene menos responsabilidad y goza de más independencia. Ahora no necesita de las apariencias, ni poner a prueba su fuerza. No tienen presiones, ni depende del partido o del jefe. Goza de más libertad pero siempre con responsabilidad y sin tozudez.
-bienes materiales. No aferrarse a las posesiones, ni ser tacaños. Reparta sus bienes en vida porque con la muerte perderá todas su patrimonio.
-la salud. Evitar la hipocondría, el creerse enfermo sin fundamento, o vivir obsesionado por enfermedades que no existen o son normales. No sufrir antes de tiempo ni más de lo objetivo. Y así sufrirá menos.
-las relaciones. La muerte de amigos de confianza, hijos o del cónyuge. Vea la ocasión para descubrirse a sí mismo sin la necesidad del “otro” que tapaba el agujero de la soledad o del vacío existencial. Ahora puede ser él mismo lo que es sin necesidad de compañías.
-el poder como empresario, político. Recuerde cómo él sucedió a otros. Ahora tendrá menos enemigos. Y la ocasión de ejercer la humildad cuando libremente deje el puesto a los más jóvenes.
Ante la soledad y en la depresión
A mayores pérdidas, mayor soledad. Uno de los efectos de las pérdidas es la soledad física y objetiva, que es comprensible. Pero que no añada el sentimiento obsesivo de sentirse solo. Los ancianos se deprimen al verse tan devaluados porque antes sí eran apreciados. Hay que despedirse de la buena imagen. Que no crea que nada tiene que hacer en su vida. Ahora no puede definirse a partir de sus obligaciones anteriores. Le urge un nuevo fundamento para la vida ante el desmoronamiento de los antiguos valores.
Algunos ancianos no hablan de su depresión pero la manifiestan cuando repiten estas frases: “no soy nadie, ya no puedo más, nadie me quiere ya, yo tengo la culpa de todo..” Más que luchar contra la depresión, mejor será trabar amistad con ella, intentar una imagen nueva para su persona.
Ante el sufrimiento.
Para muchas personas los últimos años de la vida son los de mayor sufrimiento y de menos compensaciones. Especialmente a quienes la vida sonrió y todo le salió bien. En pocos meses ven acentuadas las enfermedades, la dependencia y la necesidad de la silla de ruedas. A esta situación puede unirse el abandono de los familiares, la pobreza en una residencia y la soledad afectiva. ¿Cómo responderá el anciano? Es cierto que se sufre más de lo que podemos porque no se sufrimos como debemos. Para aprender a sufrir se impone la aceptación del dolor como ley inevitable de vida, que si no es rechazado, ayuda a madurar. También el saber objetivar los hechos y así aminorar el sufrimiento. Y como complemento: saber moderar los deseos y esperanzas, conscientes de que a mayor austeridad, habrá más paz. Mucho ayudará el cultivo de una actitud serena, alegre y optimista en la adversidad. Algo hay de verdad en la máxima que se atribuye a Buda: para no sufrir, no desear, no esperar. Claro está que se tratará de esperanzas sin fundamento.
Y todo, con paz y paciencia
En las dificultades: en la crisis senil invadida por la soledad y la depresión, el anciano necesita más que nunca paz y paciencia, mucha calma para evaluar su situación con los aspectos negativos, sí, pero también los positivos y las compensaciones. No querer cambiar la realidad incambiable. Mejor, mirar tranquilamente con actitud tolerante: dejar que las cosas sean así, como son ahora, y no como fueron en el pasado.
Con paciencia, con capacidad de soportar algo, de resistir. Esta virtud es raíz y guardiana de otras. Pide tolerar a los demás con sus errores y debilidades. Sufrir por los demás, estar a su lado, soportar sus debilidades físicas y emocionales. Es necesaria para vivir en paz con los demás.
¿Algo más? Sí. Porque junto a las áreas individuales de verdad y fortaleza, el anciano es miembro de una comunidad, comunidad de amor, y creyente que dispone de la luz de la fe y la fuerza de la caridad para responder a su familia, a Dios y a sus problemas personales.