¿Sentimiento de culpa sin conciencia de pecado?

Al trato respetuoso se contrapone la falta de respeto. Y a la justicia, el trato injusto que suscita en la conciencia cierto malestar, desagrado o remordimiento. Es decir, sentimiento de culpa. ¿Por qué? Porque la persona es consciente de obrar mal, que su actuar no se conformó con los principios admitidos. Porque existió desarmonía entre la praxis y la ortodoxia, entre la respuesta y el deber aceptado, entre el vivir y el ser.
Este fenómeno psicológico-ético, el sentimiento de culpa, se da en las relaciones humanas. ¿Existe también hoy día en el trato con Dios? Porque en el “ayer”, el creyente experimentaba este sentimiento de culpa por las ofensas contra el respeto a Dios, por la desobediencia a sus preceptos, o simplemente, “porque se consideraba un pecador”. ¿Y en el presente? ¿Se da el sentimiento de culpa religiosa en el hombre moderno, inmerso en la cultura secularista, exaltado en su libertad y conciencia? ¿Siente ofender a Dios quien vive en la indiferencia religiosa, regido por el subjetivismo y el relativismo? Cierto que existen ofensas contra Dios, pero en una gran mayoría sin conciencia de pecado porque el sentimiento religioso de culpabilidad está enfermo, como dormido, aletargado.
En el mundo actual, muchos, en su miopía religiosa, se conforman con decir “yo no mato ni robo”. A lo sumo, tienen un sentimiento ético de culpa pero no religioso. Benedicto XVI explicó la causa de la falta de la conciencia de pecado. Al comienzo de la cuaresma de 2011, en el Ángelus del 13 marzo, manifestó: “si se elimina a Dios del horizonte del mundo, no se puede hablar de pecado. Al igual que cuando se esconde el sol desaparecen las sombras --la sombra sólo parece cuando hay sol--, del mismo modo el eclipse de Dios comporta necesariamente el eclipse del pecado”

Sentimiento de culpa sin conciencia de pecado
No falta quien contemple el sentimiento de culpa como una de las emociones más desagradables y que la mayoría de las personas experimentan. Según dicen, la culpabilidad es la emoción que despilfarra una mayor cantidad de energía emocional, porque inmoviliza a la persona en el presente por algo que ya pasó. Una de las consecuencias más comunes del sentimiento de culpa es el remordimiento o pesar interno que surge en la conciencia por haber cometido una mala acción. Es la inquietud que despierta la memoria de una culpa, que va creciendo de modo imperceptible dentro de la persona. ¿La causa? La falta, el delito o la ofensa que se comete voluntariamente por lo que se dijo, realizó u omitió. Porque no se cumplió con una obligación-deber o un compromiso personal. La culpa aparece por el choque entre el modelo ideal de conducta interiorizado y lo que se hace en realidad; porque alguien queda atrapado en la culpa y “no se gusta”, se descalifica, se tortura y se siente incapaz de tomar las riendas de su vida.
Cada uno de nosotros tiene, consciente e inconscientemente, un conjunto de pautas aprendidas que marcan el comportamiento. Es nuestro código moral que puede o no coincidir completamente con el código social en el que vivimos, el cual por supuesto ha contribuido en gran medida en la configuración de nuestra conducta. La sociedad crea reglas y nosotros las adoptamos, la mayor parte de las veces como algo propio. El contenido del código moral personal es el conjunto de normas que organizan nuestro comportamiento.
Desde la ética y por el bienestar personal, muchos superan el sentimiento de culpa convencidos de que hay que abandonar el perfeccionismo y aceptar las cosas tal como son porque se hace lo que se puede y no lo que deseamos. En la vida social, y al margen de la fe, muchos combaten el sentimiento de culpa mediante la reparación, el pedir disculpas o el reconocer el error cometido.

El hombre moderno, exaltado y un tanto “sordo” El protagonista vive en nuestro mundo que se puede comparar a un tren alocado, a la aldea global, al contexto cultural confuso de la torre de Babel y que padece los efectos de un tsunamis en la costumbres, y, por supuesto, en las relaciones con Dios. Presentemos algunos rasgos del hombre exaltado y un tanto “sordo” a la voz de la conciencia desobedecida.

Persona secularista Y como tal, decidida a construir un mundo humanizado al margen de Dios. Exalta tanto su libertad y el esfuerzo humano que no permite que «otro» le imponga el camino moral o que su autonomía se vea limitada por una autoridad externa. No niega a Dios pero sí la dependencia y tiene como criterio supremo que la decisión libre de su conciencia es totalmente autónoma en sus juicios y decisiones.

Bajo la ética de situación.
En el trasfondo y como factor decisivo, está la exaltación de la conciencia de la denominada ética de situación y que se manifiesta en el subjetivismo y relativismo, presente en toda la vida ético-religiosa. ¿Cómo concibe la conciencia? Así la describió Juan Pablo II: como la facultad que tiene «el privilegio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en consecuencia. Esta visión coincide con una ética individualista, para la cual cada uno se encuentra ante su verdad, diversa de la verdad de los demás» (Fides et Ratio 98a). El relativismo ético defiende que los principios morales son relativos-subjetivos y no absolutos-universales. Su moral es la del amor que centra su atención en la donación liberadora y no en la obligación-deber que lleva al pecado y que atemoriza.

Como creyente, bajo la indiferencia religiosa.
Fruto del secularismo y de la ética de situación, el hombre del siglo XXI adopta una actitud indiferente (“pasota”) ante lo religioso. Como Dios y lo religioso no contienen valor alguno, es comprensible la “sordera espiritual” que obstaculiza cualquier sentimiento de culpa. No tiene conciencia de las faltas religiosas pues, según afirmó el Vaticano II de los ateos, tales personas “no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso" (GS 19.2).

Como bautizado, alejado de la práctica religiosa.
El 70% o más de los bautizados mayores de edad, asegura que es católico pero alejado de la práctica religiosa. Y muchos de ellos viven al margen de la fe como personas indiferentes, agnósticas o ateas. Como católicos, mantienen la fe recibida pero viven apartados de la Iglesia y de su culto. Son los creyentes de la religión "light" que reducen la fe, la moral y el culto con un criterio personalista.

Pérdida del sentido del pecado
Es una consecuencia lógica: quienes viven los rasgos enumerados: no tienen sentimiento de culpa por ofender a Dios. Sí, permanece el sentimiento de culpa como comprueban tantos psicólogos y psiquiatras, pero no el sentido del pecado que está unido al sentido de Dios, a la religiosidad interiorizada, a la relación amistosa entre el hombre y Dios. Lamentablemente, en una gran mayoría se cumple lo que en 1946 afirmara Pío XII: “es posible que el mayor pecado en el mundo de hoy consista en que los hombres hayan empezado a perder el sentido del pecado”. Y Juan Pablo II, 38 años después, en la Exhortación sobre Reconciliación y penitencia (1984), habla de que se ha oscurecido, atenuado, diluido, disminuido el sentido del pecado. Es el drama del hombre moderno, actor y víctima de su entorno cultural.

Pero el pecado existe, como ofensa a Dios y al prójimo Que no exista sentimiento de culpa (el pecado subjetivo o formal) no quiere decir que tampoco exista la culpabilidad objetiva de quien ofende a Dios. Tengamos presente cómo en la antropología religiosa, Dios aparece como el Tú absoluto a quien el creyente siempre respeta y nunca ofende. En la fe cristiana, Dios aparece como el Señor que tiene unos derechos por todo cuanto realiza en favor del hombre y también aparece como el Juez que premiará o castigará. A Dios hay que obedecerle y amarle y nunca ofenderle. El trato justo y respetuoso se rompe con la desobediencia a la Ley de Dios y con las faltas cometidas directamente contra su persona o contra el prójimo.

El pecado, una injusticia contra Dios Desde la fe, la injusticia de todo pecado aparece porque quien peca comete una injusticia y rechaza el amor de Dios y del prójimo. Cae bajo el concepto bíblico de injusticia todo pecado (adikía) (1 Jn 5,17). El pecado es una injusticia contra Dios por la violación de sus derechos, por la infidelidad a los compromisos personales y por la ingratitud a los beneficios recibidos del Dios de la Alianza (Is 1,2-4; 24,5). Quien peca desobedece, contraría la justa voluntad de aquel a quien debe sumisión; no le glorifica (Rom 1,21.23); lesiona los derechos de Dios, como Señor del orden moral o como persona directamente ofendida; atenta contra la justicia recibida de Dios.

Básicamente, el pecado consiste en el rechazo de Dios
La ofensa realizada contra Dios, con la pérdida o disminución de su amistad, es una injusticia por el olvido del Señor y Creador. Quien peca comete una infidelidad contra el Dios de la Alianza y contra el compromiso emitido por los beneficios recibidos. También pertenece al concepto bíblico del pecado el ser un adulterio, una ingratitud, idolatría, desobediencia o la rebeldía de quien aspira a igualarse a Dios.
Desde la reflexión teológica, el pecado es una ofensa contra Dios por la injusticia y el desamor que supone, adikía. El pecador contraría la voluntad de aquel a quien debe sumisión. El pecado como anomía es una desobediencia a la voluntad de Dios manifestada en su ley. Según el Catecismo de la Iglesia «el pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta» (n.1849); «aparta de Dios nuestros corazones...» (n.1850).

Pecar es faltar al amor para con Dios o con el prójimo Además de ser una injusticia, el pecado es la antítesis de una fe coherente. Más aun, la incoherencia puede romper total o parcialmente las relaciones de amistad con Dios. Admirable el criterio del Catecismo de la Iglesia. A la hora de concretar lo que es el pecado, pone énfasis en el amor: «el pecado es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso (desordenado) a ciertos bienes» (CEC 1849). «El pecado es una ofensa a Dios: “contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí” (Sal 51,6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de El nuestros corazones» (CEC 1850; cf. 1871).

Para tener el sentido del pecado según Benedicto XVI: “ Por este motivo, el sentido del pecado --que es algo diferente al "sentido de culpa", como lo entiende la psicología--, se alcanza redescubriendo el sentido de Dios. Lo expresa el Salmo Miserere, atribuido al rey David con motivo de su doble pecado de adulterio y de homicidio: "Contra ti --dice David dirigiéndose a Dios--, contra ti sólo he pecado" (Salmo 51,6) (En el Ángelus del 13 marzo,2011).
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