¿Por qué admirar, por qué seguir a Jesús?

La fe cristiana descansa en el máximo valor de la Historia, Jesucristo, que despertó la admiración de creyentes y no creyentes. La figura de Jesús también suscita la simpatía universal por los interrogantes que encierra su vida y doctrina. Y es tal la complejidad de su personalidad que reúne innumerables títulos bíblicos e indefinidas interpretaciones por parte de exegetas y teólogos. Como revolucionario, Cristo presentó el reino de Dios, eje de toda su doctrina y la gran meta que motivó sus relaciones y tareas. El proyecto de Cristo consistía en la salvación integral del hombre dentro de un mundo más humano. La clave para esta gran misión radica en la amistad con Cristo, en el llamamiento y respuesta para vivir en, con y como Él, con la finalidad de colaborar con Él en la instauración del Reino de Dios.

Cristo, fuente de la fe
La fe cristiana descansa en el máximo valor de la Historia, Jesucristo que despertó y despierta la admiración de creyentes y no creyentes por los valores tan excepcionales de su vida y de su doctrina: personalidad genial, doctrina revolucionaria con el reino Dios, testimonio coherente de hombre libre que dio su vida por el amor que tenía a Dios, su Padre, y a los hombres, sus hermanos. En su conducta destaca el amor, la coherencia y la fidelidad a Dios Padre. Su libertad total irritó de tal modo a las autoridades que lograron condenarlo a muerte en la cruz. Su doctrina revela profundidad, originalidad e independencia en su pensar; su fuerza en la argumentación están patente en el enfrentamiento dialéctico contra sus adversarios (42).

Interrogantes que Jesús despierta. Sus títulos
La figura de Jesús despierta también la simpatía universal por los interrogantes que encierra su vida y doctrina: el hombre Jesús ¿admirado por todos o por algunos fanáticos?; ¿manso Jesús o Cristo revolucionario?; el Salvador, ¿se compadeció o también padeció y compartió el sufrimiento?; el Buen pastor, ¿un “superman” del amor fraterno o “algo más”?; el Hijo del hombre ¿amó a Dios como padre o como madre?; el Resucitado ¿un campesino, un profeta, el Mesías o mucho más?; el Hijo de Dios, ¿un hombre extraordinario o el Dios Redentor?; el Alfa y Omega, ¿vive en el cielo o también en la tierra? A los interrogantes, el cristiano responde y acepta a Jesucristo como el primer profeta y el siervo de Dios; el mediador definitivo y el sumo sacerdote, el Señor resucitado y el Hijo de Dios; el Emmanuel y el Redentor; la cabeza y la vida; el liberador y el salvador el fundador del Reino de Dios y de la Iglesia; el camino, la verdad y la vida, el testigo de la Buena nueva sobre el hombre, y sobre todo el que es verdadero Dios y verdadero hombre (41 y 48).

¿Es posible una interpretación completa sobre Jesucristo?
Además de los títulos enumerados, y según los teólogos y los exegetas, una interpretación completa sobre Jesucristo tendría estos rasgos: Cristo es la Palabra que interpela, el portador de la salvación, el abogado público de la causa de Dios y del hombre; el Mesías en camino, el antimesías, siempre el Hombre nuevo, el liberador a quien seguir, el pobre religioso del campo, jefe y protoantepasado en la cristología africana, símbolo cristiano de la realidad. Jesús viene a ser un recuerdo peligroso, el mediador que comunica la salvación, .el hombre que venía de Dios; Jesús prolepsis del final de la historia, la. experiencia de contraste, historia de Dios; la Palabra de Dios, el Hijo en la cruz, el Hijo que nos encuentra, Jesús es el Cristo (47).

El proyecto de Jesús: el reino de Dios
Dentro de la Buena Nueva de Jesús, destaca el reino de Dios que lo vivió como el eje de toda su doctrina y como la gran meta que motivó sus relaciones y tareas. Lo que Jesús pretendía, la gran meta que impulsó su existencia, consistía en la salvación del hombre dentro de un mundo más humano y según el reino de Dios. Este es el gran deseo, la gran pretensión del Salvador: que Dios esté presente en el corazón del hombre por la gracia y en las relaciones interpersonales como reflejo del Padre bueno y universal. He ahí el objetivo de reino de un Dios que quiere “reinar” en cada persona y en las instituciones humanas con manifestaciones de verdad-sinceridad, justicia-respeto, paz-tolerancia, libertad sin esclavitudes, y de amor universal incluido el enemigo. En el final del Reino, la plena felicidad posterior a la muerte amando a Dios, meta definitiva (92).

La salvación en el más allá de la muerte
Cristo, Salvador y resucitado, promete una vida inmortal con la victoria sobre la muerte. Cristianos o no, creyentes o ateos; todos, después de la muerte llegarán a la meta definitiva porque la muerte no es el final del ser humano. Muchos rechazan la salvación como meta última y definitiva. Pero al cristiano, la fe y la esperanza le aseguran la salvación, la vida eterna porque el tiempo histórico será superado; vida plena con la resurrección futura. Sin miedos ni traumas, el creyente bien formado espera la vida escatológica en el cielo que seguirá a la vida en la fase temporal en la tierra y que tendrá como fruto la salvación, meta última que consiste en la relación inmediata, cara a cara, sin fe, que tendrá con Dios (93 y 92)

La doctrina revolucionaria: la caridad universal
Jesús el Maestro enseñó un amor sin límites y para todos. Es la caridad que eleva el amor humano a cotas heroicas. Así lo confirma la fe: Dios es amor y por amor hace partícipe al hombre de su vida, le entrega a su Hijo, envía a su Espíritu y quiere estar presente en todos y en cada uno de los hombres para que sea efectivo su Reinado, que es fundamentalmente de amor. La respuesta del cristiano es de amor con unas exigencias mayores: ver a Dios en el prójimo y tratarle como lo haríamos con Dios. El amor tiene como preferencia al más pobre y se extiende a los enemigos “para que seáis hijos de vuestro Padre celestial » (Mt 5,43-48; cf Rom 12, 17-20; Lc 6,23-34; Sant 2,1s) (95).

Seguir a Jesús, respuesta del cristiano.
Para el cristiano, la meta global y la motivación más completa está centrada en el seguimiento de Jesús. Así lo confirma la vida de tantos bautizados que por Cristo se entregaron a Dios y a los hermanos. Gracias a la fe viva, el cristiano sitúa a Cristo en el centro de sus intereses: vive en, con y para Cristo, razón de su existir en el mundo. Él es la fuente, luz y marco de referencia; es el ideal de vida, (la opción fundamental), que impulsa a pensar como el Maestro, amar como Cristo amó a Dios y a los hombres y responder como lo hiciera el Salvador. En definitiva, todas las relaciones pasan por Cristo: la fe se centra en el Hijo de Dios que antes nos amó (Gál 2,20; Jn 14,1); la esperanza se convierte en un peregrinar junto a él y la caridad en un amar como él amó. ¿La clave de todo? La amistad con Cristo, el llamamiento y la respuesta para colaborar en el Reino de Dios (99).
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