¿Tiene algún fundamento la liberación cristiana?
La liberación desde la fe, la liberación cristiana, comparte el núcleo ético de cualquier liberación que merezca el calificativo de humana. Pero junto a los aspectos comunes, tiene unos fundamentos especiales. Dios Padre liberador, Cristo y su obra de liberación integral y la comunidad eclesial con su misión liberadora. A los miembros de la Iglesia les corresponde difundir el Reino de Dios con todas sus exigencias, actuar la conciencia profética, denunciar las injusticias, poner en práctica la opción preferencial por los pobres y dar testimonio de libertad entres sus miembros. Sí, la liberación cristiana tiene un gran fundamento. Otro tema es el cómo se interpreta.
Dios, Padre y Liberador
En el Antiguo Testamento, Dios aparece como liberador, Padre y Abogado de los más necesitados, de los injustamente ofendidos: él escucha su grito y decide liberarlos (Ex 3,7-8); no asiste impasible al drama de la historia, donde los opresores imponen su voluntad y leyes inicuas; es el «go'el», el justiciero de los desamparados, padre de los huérfanos y tutor de las viudas; los derechos de los pobres son los derechos de Dios. (Sal 66,6-7; Is 40-44; Jr 21 y 22).
Intervención política de Dios
Ante la situación de Israel sometido, esclavizado por siglos, pueblo reprimido, en servidumbre (Ex 13,3; 20,2; 1,9-11), Dios interviene en una liberación que no es exclusivamente política, sino político-religiosa. Efectivamente, Dios: establece una Alianza por la cual la masa de esclavos se convierte en Pueblo de Dios, liberado de la esclavitud; saca a su pueblo de Egipto, de la situación de esclavitud económica, política y cultural; da una ley liberadora, pues todo el Decálogo se resume en el amor a Dios y al prójimo; es una ley que protege los intereses de los pobres (Dt 1,16-17; 16,18-20; Jr 22,3-15; Sal 33,4; 72,1; 99,4); suscita profetas que recuerdan la Alianza y denuncian las injusticias contra los pobres; mantiene la esperanza del pobre que ora en su opresión a Yahvé, vive con la esperanza de la liberación y es consciente de que la comunión con Dios es el bien más precioso y la fuente de toda libertad..
Cristo, Salvador y Liberador
Cristo se mostró independiente frente a todo poder humano y no se detuvo ni ante la muerte por defender la autonomía de su persona y de su mensaje. Antes de liberar a otros, Jesús vivió la libertad como la alegre noticia (In 8,31-36; Lc 4,16-21; Mc 1,14).
¿Cómo reaccionó con los pobres y oprimidos? Mostró una opción preferencial por los pobres: comparte su vida, les consuela, cura, alimenta y se identifica con ellos. Su opción es todo un símbolo de su actitud liberadora de toda miseria (LIB 67 y 68;. Lc 6,20; 7,21.22; Mt 25, 31-46; Le 10,25-37). Anunció la liberación: Cristo como maestro y profeta de la liberación, predicó la libertad a los cautivos, anunciada por los profetas; predicó la verdad total y el amor sin límites, como fuerza de liberación (Lc 4,17-21; Jn 8,32; d. LIB 55, 56 y 62). Dentro de su mensaje liberador está la amonestación severa a los ricos y la Buena Nueva para los pobres, que serán evangelizados (Mt 11,5).
Cristo, Liberador del pecado y Salvador del mundo.
Como punto de partida: la liberación del pecado, el rescate de la servidumbre y el adentrarnos en la comunión con Dios (Gál 4,4; 5,1; Mt 1,21; Jn 1,29; Mt 20,28...). Cristo, por su obediencia, humillación y muerte de cruz, nos redimió y alcanzó la libertad (Flp 2,6-11; Gál 5,1; 1 Cor 7,22; 2 Cor 2,17); restituyó el poder amar y vivir en comunión con Dios. Efectivamente, somos liberados del amor desordenado hacia nosotros mismos, fuente de muchos pecados (LIB 51, 52 Y 53);
Como meta final global: la salvación del mundo. Cristo es el Salvador que restituye al hombre en el estado de salvación perdida por el pecado; él es el Redentor como cabeza del Cuerpo Místico, que mediante su muerte destruyó la muerte y dio la vida; él es el Liberador del mundo para que se transforme y llegue a su consumación (LG 3, 7; GS 2, 3, 18, 22, 45; DV 17; SC 5,6).
Misión liberadora de la Iglesia
Con el fundamento cristocéntrico, la Iglesia está llamada a desarrollar su misión salvadora y liberadora. Pero se trata de toda la comunidad eclesial, que actúa de modo corresponsable bajo la guía del Espíritu Santo.
La Iglesia, sacramento universal de salvación, con su perspectiva temporal y escatológica, «tiene una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el siglo futuro podrá alcanzar plenamente» (GS 40). No se puede prescindir, por tanto, en la liberación cristiana de la responsabilidad ética y soteriológica, de la iniciativa personal y del influjo del Espíritu, presente con sus dones y carismas y «Padre de los pobres» (LG 4 y 48 al 51; AG 4).
¿Cómo manifiesta su misión liberadora?
Para ser fiel a su misión salvífica y coherente en sus relaciones con el mundo y con la comunidad política, la Iglesia debe:
responder a las inquietudes de los hombres y de los pueblos oprimidos, ansiosos de libertad (LIB 61);
difundir el Reino de Dios con todas sus exigencias en el campo social y político. Es el Reino de Dios quien da el verdadero sentido a los esfuerzos de liberación en las relaciones sociales y en el orden económico: este Reino significa la liberación total, comprende la historia sagrada y la profana, la Iglesia y el mundo, los hombres y el cosmos. De alguna manera se hace presente donde se practica la justicia, la fraternidad y el perdón mutuo (LIB 63, 99; d. GS 39); ..
aplicar la misión evangelizadora y salvífica que trajo Cristo: la liberación del pecado y de cuanto oprime al hombre e impida el desarrollo de las personas; la Iglesia trabaja por el bien del hombre de la ciudad de Dios y de la ciudad terrena (LG 63); .. armonizar la evangelización con la promoción de la justicia. Toca a la Iglesia hacer ver lo que distingue a estas dos tareas del cristiano y de la comunidad (LIB 64); actualizar la conciencia profética: la Iglesia no sólo debe enseñar y santificar; es misión también suya denunciar las desviaciones, las servidumbres y opresiones de los hombres, así como dar su juicio sobre movimientos políticos que luchan contra la miseria y la opresión, pero que atentan contra los valores éticos y del Evangelio (LIB 65);
suscitar y educar la opción preferencial por los pobres, dando lo que necesitan y recibiendo 1o bueno que en ellos existe. Dentro de esta conciencia profética hay que situar la Doctrina social de la Iglesia, las orientaciones del Magisterio sobre la temática de la liberación, donde advierte los errores de algunos enfoques y puntualiza los criterios básicos a tener en cuent
El testimonio de la Iglesia.
Es incompleta la misión liberadora sin el testimonio o compromiso necesario para que la liberación siga tal como Cristo la comenzó. Misión de Marí y de las comunidades cristianas.
El testimonio de María. La mujer humilde, llena de fe y siempre disponible al proyecto de Dios, preocupada por los demás, sensible y servidora ante la suerte de los humillados, víctimas de la injusticia. Ella es la que profetiza en el Magnificat proclamando que Dios es vindicador de los humildes y de los oprimidos y que derriba sus tronos a los poderosos del mundo (Lc 1, 45-53; Jn 2,3s; Enc. Marialis cultus; LIB 97 y 100).
Las comunidades cristianas. Las primeras comunidades compartían sus bienes y entre sus miembros no existían pobres (Hch 2 y 4). Y el testimonio de tantas otras comunidades que a lo largo de la historia de la Iglesia pasada y presente han practicado la caridad fraterna en la modalidad liberadora: la utopía de la opción preferencial por los pobres fue y es una realidad en muchos cristianos y en muchas comunidades.
En resumen: sí a los fundamentos de la liberación cristiana. Pero todavía queda por desarrollar, desde la fe, su estructuración y el compromiso liberador de toda persona, y más del discípulo de Jesús.
Dios, Padre y Liberador
En el Antiguo Testamento, Dios aparece como liberador, Padre y Abogado de los más necesitados, de los injustamente ofendidos: él escucha su grito y decide liberarlos (Ex 3,7-8); no asiste impasible al drama de la historia, donde los opresores imponen su voluntad y leyes inicuas; es el «go'el», el justiciero de los desamparados, padre de los huérfanos y tutor de las viudas; los derechos de los pobres son los derechos de Dios. (Sal 66,6-7; Is 40-44; Jr 21 y 22).
Intervención política de Dios
Ante la situación de Israel sometido, esclavizado por siglos, pueblo reprimido, en servidumbre (Ex 13,3; 20,2; 1,9-11), Dios interviene en una liberación que no es exclusivamente política, sino político-religiosa. Efectivamente, Dios: establece una Alianza por la cual la masa de esclavos se convierte en Pueblo de Dios, liberado de la esclavitud; saca a su pueblo de Egipto, de la situación de esclavitud económica, política y cultural; da una ley liberadora, pues todo el Decálogo se resume en el amor a Dios y al prójimo; es una ley que protege los intereses de los pobres (Dt 1,16-17; 16,18-20; Jr 22,3-15; Sal 33,4; 72,1; 99,4); suscita profetas que recuerdan la Alianza y denuncian las injusticias contra los pobres; mantiene la esperanza del pobre que ora en su opresión a Yahvé, vive con la esperanza de la liberación y es consciente de que la comunión con Dios es el bien más precioso y la fuente de toda libertad..
Cristo, Salvador y Liberador
Cristo se mostró independiente frente a todo poder humano y no se detuvo ni ante la muerte por defender la autonomía de su persona y de su mensaje. Antes de liberar a otros, Jesús vivió la libertad como la alegre noticia (In 8,31-36; Lc 4,16-21; Mc 1,14).
¿Cómo reaccionó con los pobres y oprimidos? Mostró una opción preferencial por los pobres: comparte su vida, les consuela, cura, alimenta y se identifica con ellos. Su opción es todo un símbolo de su actitud liberadora de toda miseria (LIB 67 y 68;. Lc 6,20; 7,21.22; Mt 25, 31-46; Le 10,25-37). Anunció la liberación: Cristo como maestro y profeta de la liberación, predicó la libertad a los cautivos, anunciada por los profetas; predicó la verdad total y el amor sin límites, como fuerza de liberación (Lc 4,17-21; Jn 8,32; d. LIB 55, 56 y 62). Dentro de su mensaje liberador está la amonestación severa a los ricos y la Buena Nueva para los pobres, que serán evangelizados (Mt 11,5).
Cristo, Liberador del pecado y Salvador del mundo.
Como punto de partida: la liberación del pecado, el rescate de la servidumbre y el adentrarnos en la comunión con Dios (Gál 4,4; 5,1; Mt 1,21; Jn 1,29; Mt 20,28...). Cristo, por su obediencia, humillación y muerte de cruz, nos redimió y alcanzó la libertad (Flp 2,6-11; Gál 5,1; 1 Cor 7,22; 2 Cor 2,17); restituyó el poder amar y vivir en comunión con Dios. Efectivamente, somos liberados del amor desordenado hacia nosotros mismos, fuente de muchos pecados (LIB 51, 52 Y 53);
Como meta final global: la salvación del mundo. Cristo es el Salvador que restituye al hombre en el estado de salvación perdida por el pecado; él es el Redentor como cabeza del Cuerpo Místico, que mediante su muerte destruyó la muerte y dio la vida; él es el Liberador del mundo para que se transforme y llegue a su consumación (LG 3, 7; GS 2, 3, 18, 22, 45; DV 17; SC 5,6).
Misión liberadora de la Iglesia
Con el fundamento cristocéntrico, la Iglesia está llamada a desarrollar su misión salvadora y liberadora. Pero se trata de toda la comunidad eclesial, que actúa de modo corresponsable bajo la guía del Espíritu Santo.
La Iglesia, sacramento universal de salvación, con su perspectiva temporal y escatológica, «tiene una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el siglo futuro podrá alcanzar plenamente» (GS 40). No se puede prescindir, por tanto, en la liberación cristiana de la responsabilidad ética y soteriológica, de la iniciativa personal y del influjo del Espíritu, presente con sus dones y carismas y «Padre de los pobres» (LG 4 y 48 al 51; AG 4).
¿Cómo manifiesta su misión liberadora?
Para ser fiel a su misión salvífica y coherente en sus relaciones con el mundo y con la comunidad política, la Iglesia debe:
responder a las inquietudes de los hombres y de los pueblos oprimidos, ansiosos de libertad (LIB 61);
difundir el Reino de Dios con todas sus exigencias en el campo social y político. Es el Reino de Dios quien da el verdadero sentido a los esfuerzos de liberación en las relaciones sociales y en el orden económico: este Reino significa la liberación total, comprende la historia sagrada y la profana, la Iglesia y el mundo, los hombres y el cosmos. De alguna manera se hace presente donde se practica la justicia, la fraternidad y el perdón mutuo (LIB 63, 99; d. GS 39); ..
aplicar la misión evangelizadora y salvífica que trajo Cristo: la liberación del pecado y de cuanto oprime al hombre e impida el desarrollo de las personas; la Iglesia trabaja por el bien del hombre de la ciudad de Dios y de la ciudad terrena (LG 63); .. armonizar la evangelización con la promoción de la justicia. Toca a la Iglesia hacer ver lo que distingue a estas dos tareas del cristiano y de la comunidad (LIB 64); actualizar la conciencia profética: la Iglesia no sólo debe enseñar y santificar; es misión también suya denunciar las desviaciones, las servidumbres y opresiones de los hombres, así como dar su juicio sobre movimientos políticos que luchan contra la miseria y la opresión, pero que atentan contra los valores éticos y del Evangelio (LIB 65);
suscitar y educar la opción preferencial por los pobres, dando lo que necesitan y recibiendo 1o bueno que en ellos existe. Dentro de esta conciencia profética hay que situar la Doctrina social de la Iglesia, las orientaciones del Magisterio sobre la temática de la liberación, donde advierte los errores de algunos enfoques y puntualiza los criterios básicos a tener en cuent
El testimonio de la Iglesia.
Es incompleta la misión liberadora sin el testimonio o compromiso necesario para que la liberación siga tal como Cristo la comenzó. Misión de Marí y de las comunidades cristianas.
El testimonio de María. La mujer humilde, llena de fe y siempre disponible al proyecto de Dios, preocupada por los demás, sensible y servidora ante la suerte de los humillados, víctimas de la injusticia. Ella es la que profetiza en el Magnificat proclamando que Dios es vindicador de los humildes y de los oprimidos y que derriba sus tronos a los poderosos del mundo (Lc 1, 45-53; Jn 2,3s; Enc. Marialis cultus; LIB 97 y 100).
Las comunidades cristianas. Las primeras comunidades compartían sus bienes y entre sus miembros no existían pobres (Hch 2 y 4). Y el testimonio de tantas otras comunidades que a lo largo de la historia de la Iglesia pasada y presente han practicado la caridad fraterna en la modalidad liberadora: la utopía de la opción preferencial por los pobres fue y es una realidad en muchos cristianos y en muchas comunidades.
En resumen: sí a los fundamentos de la liberación cristiana. Pero todavía queda por desarrollar, desde la fe, su estructuración y el compromiso liberador de toda persona, y más del discípulo de Jesús.