Para una ancianidad feliz. 1º. Aprovechar las nuevas esperanzas
Es necesaria la felicidad en las personas mayores. Entre otros criterios o exigencias, esta aspiración pide encontrar nuevas esperanzas en la vida familiar y que darán sentido a su vida
En plan esquemático presento la primera clave para afrontar la década de los ochenta y una ancianidad feliz. Y de paso, resumo otros criterios que orientan sobre los objetivos y las esperanzas posibles para la persona mayor. Y para no repetir la doctrina, remitiré a los artículos que desarrollan las posibles tareas de los ancianos que facilitan, gracias a las nuevas esperanzas, la actitud optimista y la fe del creyente, motivación y fortaleza ante el dolor, la muerte y el más allá de la vida eterna. Y así ayudan a la felicidad del anciano
1. Aprovechar las nuevas esperanzas en las tareas domésticas que darán sentido a la vida del anciano
(Cf. n. 5. ¿Qué puede esperar un anciano de la cuarta edad?).
En la década de los 70, es lógico que la persona se preoocupe sobre su futuro cronológico. Y ante las diversas posibilidades, (persona mayor, anciano o viejo), se impone saber los rasgos de cada situación futura para fomentar una actitud positiva y prepararse para las dificultades. Porque sentirse inútil y dependiente es un drama para quien lo fue “casi-todo” durante varias décadas en la vida familiar, social y profesional. De aquí, el pesimismo, la soledad, la tristeza, el miedo y las pocas ganas para vivir. El anciano necesita encontrar nuevas tareas y estímulos que reactiven su esperanza, el optimismo y el valor ante los obstáculos.
2. Son muchas las tareas que realizan los abuelos, fuente de esperanza y de-alegría
Surge la pregunta en quien se acerca a la octava década cumplió los 80 años: ¿a qué puede aspirar la persona en la cuarta edad? Más en concreto: ¿hacia qué objetivos puede caminar el anciano, persona mayor, “viejo- vieja”, dada su actual circunstancia? Si antes, en la tercera etapa de la vida, se consideraba más o menos feliz, útil, valorado, aceptado, amado y realizado en sus tareas, ahora, la respuesta depende de la salud física y psíquica en la que se encuentre: con o sin enfermedades graves como persona mayor o como anciano venerable; con o sin los efectos avanzados del envejecimiento. También serán diferentes los objetivos según se trate del área personal, de cómo se encuentre su familia en la vida económica, social y religiosa.
Como muestra, algunos objetivos invariables y unas cuantas tareas posibles.
Tareas que ayudan a la realización del anciano: acompañar y aconsejar a los hijos y nietos con paz y equilibrio; darse tiempo para la lectura, algún pasatiempo y cursar estudios académicos. Como padres, siempre benefactores: ayudar a la economía deficiente de los hijos. Y hasta acoger al divorciado con sus hijos. Siempre: escuchar los problemas y sufrimientos de hijos y nietos. Como pareja, pasear, jugar la partida o comer con amigos. Con la experiencia de empresario, trabajar en “la sombra” con los hijos por ser un jubilado. Pasear juntos como pareja, como en otros tiempos. Como padres y abuelos, recibir las visitas de familiares y amigos: como marido paciente, ayudar en las tareas ordinarias del cónyuge; como esposa sufrida, ver con la pareja cómo pasar el tiempo con programas de televisión, (mucho fútbol). Como padres y abuelos, propiciar comidas en casa con hijos y nietos. Juntos, visitar a familiares y amigos enfermos. Y como creyentes: rezar por todos, por cada hijo y nieto. En ocasiones, suplir a los padres en la catequesis y evangelización de los nietos. Y personalmente, intensificar la espiritualidad con devociones, participación en los actos de culto y ayudar con sus escasos recursos a personas necesitadas
3-Ante el futuro: realismo y actitud optimista.
(Cf. n. 2. La meta: ¿seré una persona mayor, o un anciano, o un viejo?-)
Saber hacia qué meta nos dirigimos es un paso previo para asumir los objetivos coherentes. Por ello, la pregunta de quien cumplió 70 años, o 60 0 50, puede ser: ¿cómo viviré en la década de los ochenta? Porque según sean las modalidades del final, así serán las respuestas adecuadas para conseguirlo. En concreto, la meta de los ochenta, plena cuarta edad, plantea con toda crudeza tres posibilidades o modos de vivir.
En los primeros meses de la octava década, permanece la figura de persona mayor que continúa prácticamente con las mismas tareas y relaciones de la década anterior. A continuación, o quizás mezclada con la fase anterior, surge la figura del anciano-a venerable al que se le aprecia alguna que otra deficiencia grave por razón de su salud. Y, por fin, surge la tercera fase: el proceso acelerado de envejecimiento, el “ochentón”, que en poco tiempo, quizás desde los 82-84, no puede disimular su condición de viejo-vieja debido a la dependencia de otras personas en la vida ordinaria, o bien por la gravedad de sus enfermedades.
Ante este panorama, es comprensible que cada fase de la meta genérica de los ochenta plantee objetivos humanos y espirituales diferentes. Por lo tanto, se impone clarificar criterios sobre la tercera edad como punto de partida, de la cuarta edad como la meta genérica y sobre cada una de las posibles fases de persona mayor, anciano venerable o persona vieja. Y según sean las posibilidades, así serán los objetivos que puede pretender quien pasa de la tercera a la cuarta edad. Y mientras se aproxima la entrada, son inevitables algunos de estos interrogantes, quizás obsesivos: ¿seré una persona mayor, un anciano, o un viejo? ¿Cuándo comenzará y cómo será mi proceso de envejecimiento? ¿Qué objetivos presidirán mi vida en la década futura?
Estos interrogantes, tan realistas, pueden provocar una respuesta negativa de quien se deja dominar por los factores desfavorables. O bien positiva, optimista, de quien valora las posibles tareas que todavía puede realizar y las ayudas que tendrá. También. porque como creyente contempla el dolor y la muerte con la fuerza de su fe y de su amor a Jesucristo.
- 3. Enfocar y valorar la muerte desde la esperanza cristiana
(Cf. n. 4. El anciano ante la muerte, meta final
El pensamiento de la muerte preocupa excesivament a muchos ancianos y les impide vivir felices. Pero el creyente cristiano mira la enfermedad y el final de su vida a la luz de la esperanza. Sin llegar a decir como santa Teresa “muero porque no muero”, el mensaje de Jesús le conforta con una aceptación pacífica.
¿Qué opinar y cómo responder ante la muerte, meta final? Ocasionalmente, y como actitud bien definida, muchos ancianos-as mantienen su temor por las consecuencias de su edad o por las dudas que les asaltan. Otros, se oponen abiertamente a la muerte por el dolor que les espera o por la falta de toda ayuda. No falta quien piense en el suicidio. Pero, en el mundo secularista, la mayoría permanece indiferente. La muerte es un tabú.
Claro está que, aunque el porcentaje sea mínimo, recuerdo con agrado a quienes adoptan ante el final de la vida una opinión y respuesta coherente con su fe y con su esperanza de cristianos. Por ello, como la actitud ante la muerte no se improvisa, será oportuno una preparación para “bien morir”. Pero dramatismo, conviene “preparar las maletas” sin miedo a la “aduana”. Más bien, con la esperanza que surge de las bienaventuranzas y del mensaje paulino. Quien procuró vivir unido a Cristo cabeza, la muerte será el tránsito para el reencuentro con el Amigo y Padre; quien contempló a Cristo en la cruz y la muerte como paso previo para la resurrección, sabe que tendrá el auxilio divino para morir y resucitar con Jesucristo.
4. Será posible la felicidad prometida por Cristo
Cf. n. 20. El “mañana” del anciano con o sin esperanza.
Y cf. n. -21 El “mañana” del cristiano coherente .
En toda persona, siempre permanece el deseo de una vida feliz. Pero al anciano, que solamente disfrutó de momentos de felicidad, ahora solamente le queda la promesa de Jesús de ser feliz en la vida eterna. Por la esperanza, el anciano creyente, da el sí a esa vida feliz y para siempre en la vida eterna
¡La coherencia cristiana da seguridad ante la vida eterna! Teóricamente, todo cristiano “sabe” como será su futuro según reza en el Credo. Es lógico suponer que el seguidor permanezca unido a Cristo y a su mensaje de esperanza. Como nunca, buscará la amistad con Dios; orientará su vida según el Evangelio con la esperanza del cielo. Con sus limitaciones, procurará testimoniar con radicalidad los compromisos religiosos, actuará bajo el impulso del amor cristiano, fortalecido con los sacramentos para progresar en la conversión. ¿El secreto? Enfocar la oración como un trato amistoso con Dios que le conducirá a la intimidad. Y mayor esperanza tendrá para conseguir la felicidad prometida por Cristo quien durante su vida gozó de la intimidad con Dios, de una sólida piedad y de alguna que otra experiencia mística.
Con las nuevas tareas domésticas, con la esperanza teologal y con la actitud optimista, la persona mayor se acerca mucho a la feliz ancianidad. Pero le quedan por practicar dos criterios más.
En plan esquemático presento la primera clave para afrontar la década de los ochenta y una ancianidad feliz. Y de paso, resumo otros criterios que orientan sobre los objetivos y las esperanzas posibles para la persona mayor. Y para no repetir la doctrina, remitiré a los artículos que desarrollan las posibles tareas de los ancianos que facilitan, gracias a las nuevas esperanzas, la actitud optimista y la fe del creyente, motivación y fortaleza ante el dolor, la muerte y el más allá de la vida eterna. Y así ayudan a la felicidad del anciano
1. Aprovechar las nuevas esperanzas en las tareas domésticas que darán sentido a la vida del anciano
(Cf. n. 5. ¿Qué puede esperar un anciano de la cuarta edad?).
En la década de los 70, es lógico que la persona se preoocupe sobre su futuro cronológico. Y ante las diversas posibilidades, (persona mayor, anciano o viejo), se impone saber los rasgos de cada situación futura para fomentar una actitud positiva y prepararse para las dificultades. Porque sentirse inútil y dependiente es un drama para quien lo fue “casi-todo” durante varias décadas en la vida familiar, social y profesional. De aquí, el pesimismo, la soledad, la tristeza, el miedo y las pocas ganas para vivir. El anciano necesita encontrar nuevas tareas y estímulos que reactiven su esperanza, el optimismo y el valor ante los obstáculos.
2. Son muchas las tareas que realizan los abuelos, fuente de esperanza y de-alegría
Surge la pregunta en quien se acerca a la octava década cumplió los 80 años: ¿a qué puede aspirar la persona en la cuarta edad? Más en concreto: ¿hacia qué objetivos puede caminar el anciano, persona mayor, “viejo- vieja”, dada su actual circunstancia? Si antes, en la tercera etapa de la vida, se consideraba más o menos feliz, útil, valorado, aceptado, amado y realizado en sus tareas, ahora, la respuesta depende de la salud física y psíquica en la que se encuentre: con o sin enfermedades graves como persona mayor o como anciano venerable; con o sin los efectos avanzados del envejecimiento. También serán diferentes los objetivos según se trate del área personal, de cómo se encuentre su familia en la vida económica, social y religiosa.
Como muestra, algunos objetivos invariables y unas cuantas tareas posibles.
Tareas que ayudan a la realización del anciano: acompañar y aconsejar a los hijos y nietos con paz y equilibrio; darse tiempo para la lectura, algún pasatiempo y cursar estudios académicos. Como padres, siempre benefactores: ayudar a la economía deficiente de los hijos. Y hasta acoger al divorciado con sus hijos. Siempre: escuchar los problemas y sufrimientos de hijos y nietos. Como pareja, pasear, jugar la partida o comer con amigos. Con la experiencia de empresario, trabajar en “la sombra” con los hijos por ser un jubilado. Pasear juntos como pareja, como en otros tiempos. Como padres y abuelos, recibir las visitas de familiares y amigos: como marido paciente, ayudar en las tareas ordinarias del cónyuge; como esposa sufrida, ver con la pareja cómo pasar el tiempo con programas de televisión, (mucho fútbol). Como padres y abuelos, propiciar comidas en casa con hijos y nietos. Juntos, visitar a familiares y amigos enfermos. Y como creyentes: rezar por todos, por cada hijo y nieto. En ocasiones, suplir a los padres en la catequesis y evangelización de los nietos. Y personalmente, intensificar la espiritualidad con devociones, participación en los actos de culto y ayudar con sus escasos recursos a personas necesitadas
3-Ante el futuro: realismo y actitud optimista.
(Cf. n. 2. La meta: ¿seré una persona mayor, o un anciano, o un viejo?-)
Saber hacia qué meta nos dirigimos es un paso previo para asumir los objetivos coherentes. Por ello, la pregunta de quien cumplió 70 años, o 60 0 50, puede ser: ¿cómo viviré en la década de los ochenta? Porque según sean las modalidades del final, así serán las respuestas adecuadas para conseguirlo. En concreto, la meta de los ochenta, plena cuarta edad, plantea con toda crudeza tres posibilidades o modos de vivir.
En los primeros meses de la octava década, permanece la figura de persona mayor que continúa prácticamente con las mismas tareas y relaciones de la década anterior. A continuación, o quizás mezclada con la fase anterior, surge la figura del anciano-a venerable al que se le aprecia alguna que otra deficiencia grave por razón de su salud. Y, por fin, surge la tercera fase: el proceso acelerado de envejecimiento, el “ochentón”, que en poco tiempo, quizás desde los 82-84, no puede disimular su condición de viejo-vieja debido a la dependencia de otras personas en la vida ordinaria, o bien por la gravedad de sus enfermedades.
Ante este panorama, es comprensible que cada fase de la meta genérica de los ochenta plantee objetivos humanos y espirituales diferentes. Por lo tanto, se impone clarificar criterios sobre la tercera edad como punto de partida, de la cuarta edad como la meta genérica y sobre cada una de las posibles fases de persona mayor, anciano venerable o persona vieja. Y según sean las posibilidades, así serán los objetivos que puede pretender quien pasa de la tercera a la cuarta edad. Y mientras se aproxima la entrada, son inevitables algunos de estos interrogantes, quizás obsesivos: ¿seré una persona mayor, un anciano, o un viejo? ¿Cuándo comenzará y cómo será mi proceso de envejecimiento? ¿Qué objetivos presidirán mi vida en la década futura?
Estos interrogantes, tan realistas, pueden provocar una respuesta negativa de quien se deja dominar por los factores desfavorables. O bien positiva, optimista, de quien valora las posibles tareas que todavía puede realizar y las ayudas que tendrá. También. porque como creyente contempla el dolor y la muerte con la fuerza de su fe y de su amor a Jesucristo.
- 3. Enfocar y valorar la muerte desde la esperanza cristiana
(Cf. n. 4. El anciano ante la muerte, meta final
El pensamiento de la muerte preocupa excesivament a muchos ancianos y les impide vivir felices. Pero el creyente cristiano mira la enfermedad y el final de su vida a la luz de la esperanza. Sin llegar a decir como santa Teresa “muero porque no muero”, el mensaje de Jesús le conforta con una aceptación pacífica.
¿Qué opinar y cómo responder ante la muerte, meta final? Ocasionalmente, y como actitud bien definida, muchos ancianos-as mantienen su temor por las consecuencias de su edad o por las dudas que les asaltan. Otros, se oponen abiertamente a la muerte por el dolor que les espera o por la falta de toda ayuda. No falta quien piense en el suicidio. Pero, en el mundo secularista, la mayoría permanece indiferente. La muerte es un tabú.
Claro está que, aunque el porcentaje sea mínimo, recuerdo con agrado a quienes adoptan ante el final de la vida una opinión y respuesta coherente con su fe y con su esperanza de cristianos. Por ello, como la actitud ante la muerte no se improvisa, será oportuno una preparación para “bien morir”. Pero dramatismo, conviene “preparar las maletas” sin miedo a la “aduana”. Más bien, con la esperanza que surge de las bienaventuranzas y del mensaje paulino. Quien procuró vivir unido a Cristo cabeza, la muerte será el tránsito para el reencuentro con el Amigo y Padre; quien contempló a Cristo en la cruz y la muerte como paso previo para la resurrección, sabe que tendrá el auxilio divino para morir y resucitar con Jesucristo.
4. Será posible la felicidad prometida por Cristo
Cf. n. 20. El “mañana” del anciano con o sin esperanza.
Y cf. n. -21 El “mañana” del cristiano coherente .
En toda persona, siempre permanece el deseo de una vida feliz. Pero al anciano, que solamente disfrutó de momentos de felicidad, ahora solamente le queda la promesa de Jesús de ser feliz en la vida eterna. Por la esperanza, el anciano creyente, da el sí a esa vida feliz y para siempre en la vida eterna
¡La coherencia cristiana da seguridad ante la vida eterna! Teóricamente, todo cristiano “sabe” como será su futuro según reza en el Credo. Es lógico suponer que el seguidor permanezca unido a Cristo y a su mensaje de esperanza. Como nunca, buscará la amistad con Dios; orientará su vida según el Evangelio con la esperanza del cielo. Con sus limitaciones, procurará testimoniar con radicalidad los compromisos religiosos, actuará bajo el impulso del amor cristiano, fortalecido con los sacramentos para progresar en la conversión. ¿El secreto? Enfocar la oración como un trato amistoso con Dios que le conducirá a la intimidad. Y mayor esperanza tendrá para conseguir la felicidad prometida por Cristo quien durante su vida gozó de la intimidad con Dios, de una sólida piedad y de alguna que otra experiencia mística.
Con las nuevas tareas domésticas, con la esperanza teologal y con la actitud optimista, la persona mayor se acerca mucho a la feliz ancianidad. Pero le quedan por practicar dos criterios más.