Hacia el paradigma apostólico, prasotonía: Juan Pablo II
Dediqué un artículo de mi blog al dinamismo apostólico de Juan Pablo II. Y no dudé en afirmar que reunía en grado eminente los rasgos del prasotónico. Por otra parte, de todos es conocido el dinamismo apostólico del Papa mediático. En su personalidad encontramos muy arraigados los valores y las virtudes de la espiritualidad de la acción que tienen como modelo a San Francisco Javier. Juan Pablo II hizo honor a su segundo nombre por las virtudes que caracterizaron al “apóstol de las gentes”.
El segundo paradigma que puede interiorizar el cristiano es el de la acción, el del dinamismo apostólico que, con su componente temperamental, recibe el calificativo de somato-prasotónico. Este hagiotipo se polariza en la caridad de obras o de la acción apostólica. Con el punto de partida del beato Juan Pablo II es Cristo, el único superhagionormo en el paradigma de prasotonía. Para confirmar esta opinión presentamos algunos testimonios y doctrinas de Jesús sobre la fortaleza y el dominio de sí, la magnanimidad, decisión y constancia en la misión. También sobre su sinceridad y la claridad en la doctrina.
Jesús fuerte, valiente y siempre dueño de sí mismo
La vida de Jesús manifiesta en qué consiste prácticamente la fortaleza:
Energía para conseguir el proyecto de vida. Es lo que palpamos en la vida de Jesús que trabajó por el Reino de Dios con todo entusiasmo gracias a su fuerza con la que se pueden superar las dificultades externas. Jesús afrontó riesgos que superó con valentía y coherencia. Así ante las tentaciones responde con firmeza y seguridad al tentador (Mt 4 1, 11). De modo especial manifestó su fortaleza a lo largo de su pasión: los tormentos físicos: azotes, coronación de espinas, bofetada...y sobre todo la crucifixión que soportó sin queja alguna (Jn 19, 1-22; Mt 24,67). Es de admirar de manera especial su resistencia en Getsemaní después de varias horas oración y de sudar sangre, cómo se levanta sereno y arrostra el prendimiento (Lc 22,44). Con toda autoridad predicará que las dificultades se pueden superar con la gracia de Dios que hace fácil lo difícil gracias a la fuerza de Dios (Mc 10,27; Jn 15,5;Flp 4,13; Ef 6,10).
Valor ante los obstáculos y enemigos a los que Jesús tuvo que enfrentarse. Pero con fortaleza restableció el equilibrio, acometió con entusiasmo la empresa difícil de la evangelización, afrontó con entereza los ataques de sus adversarios y fue superando muchas de las dificultades que se oponían al proyecto del Reino de Dios y al compromiso de la redención del mundo. Jesús como hombre fuerte va a resucitar a Lázaro, consciente del peligro de volver a Judea (Jn 11,16); sale en busca de los que van a prenderle (Mt 26,46); anuncia serenamente a sus discípulos la necesidad de su pasión y muerte (Mt 16,21-23); y ataca valientemente a los escribas y fariseos (Lc 11,37-54; Mt 12,34; 23, 22...) sabiendo que le llevarán por ello la muerte.
Presencia de otros valores integrantes de la fortaleza en Jesús. Él aparece fuerte, con una mezcla de virilidad, fuerza de voluntad, capacidad innata para decir “sí” o “no”, predisposición a la seguridad en sí mismo. Se nota en sus relaciones, especialmente en la pasión, una gran dosis de aguante, valentía y hasta buenos reflejos. En un contexto cultural en el que se desenvuelve, Jesús es audaz para acometer con mucha firmeza de ánimo sin que aparezca, exceptuada la situación de Getsemaní, el miedo o la angustia.. Jesús es la persona entusiasta que anima a sus apóstoles a trabajar con gozo, amor y esperanza por el ideal del Reino de Dios. Como Maestro, inculca el ánimo fuerte pues el reino de los cielos es alcanzado a viva fuerza y los esforzados lo conquistan (Mt 11,12). A la fortaleza exhorta el Maestro: “no tengáis miedo de los que matan el cuerpo...temed a aquel que después de matar tiene poder para lanzar a los infiernos” (Lc 12, 4-5). Aunque su vida está más llena de fracasos, sin embargo, Él, Jesús, muestra seguridad en sí mismo cuando afirma: “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35). “Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Es la seguridad que pide al seguidor que no puede volverse atrás (Lc 9,57-62).
Su equilibrio y dominio de sí. Aparecen, por ejemplo, cuando van a apedrearle y sigue la discusión sin inmutarse (Jn 10,31-39); cuando le avisan que Herodes quiere matarle y Él responde valientemente sin darle importancia (Lc 13,31-33). Jesús soportó sin inmutarse las acusaciones ante Pilato (Mt 27, 11-14) y guardó silencio ante Herodes, cayendo en su desgracia (Lc 23,9).
Decidido y constante en su misión
Jesús, siendo niño, desea estar en las cosas de su Padre y con toda decisión pregunta sin miedo a los doctores en el templo (Lc 2,46-47). En su vida pública, arroja fuera del templo a quienes lo estaban convirtiendo en cueva de ladrones (Mc 11,15-17). Cuando le preguntan si se puede curar en sábado, inmediatamente sana al de la mano seca porque el amor al hombre está por encima de leyes humanas. (Mt 12,9-13). Sorprende la decisión con la que sale a recibir a los que vienen a prenderle (Mt 26,46). Él no retrocedió ante las dificultades: predica en su patria sabiendo que nadie es profeta en su tierra (Mt 13, 53-58); sana al hidrópico en sábado ante la desaprobación tácita de los fariseos.. (Lc 14,1-6) y sube a Jerusalén anunciando antes claramente a los apóstoles que va a la Pasión (Mt 20,17-19).
Constante en su misión. En su vida oculta, permanece treinta años trabajando en Nazaret (Lc 2, 51-52). Para comenzar su tarea, vive en el desierto durante cuarenta días en medios de privaciones y tentaciones (Mt 4,1-2). Posteriormente, educa un día y otro a los apóstoles, a pesar del poco rendimiento de sus enseñanzas (Mt 15,16). Antes de la pasión, persevera en la oración del huerto tras varias horas seguidas y de oración con angustia (Lc 22,43). Con toda autoridad personal enseñará: el que persevere durante toda la vida será salvo (Mt 10,22); el que sea constante hasta el fin, éste se salvará (Mc 13,13). La doctrina de Jesús es contundente: nadie que ponga la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios (Lc 9,62)
Sincero y con una doctrina clara.
Jesucristo ha venido al mundo a dar testimonio de la verdad (Jn 8, 37) y actuó con toda sinceridad en el hablar y en el actuar. Como vulgarmente se dice, Jesús no tenía “pelos en la lengua”: aborrece la hipocresía y acusa de ella a los fariseos (Lc 11,39-52); discute abiertamente con los judíos reprochándoles con dureza (Jn 8,21-30; 34-47); a la turba que le busca en Cafarnaúm le replica que le siguen no porque vieron señales maravillosas, sino porque comieron panes y se hartaron (Jn 6,26). Así mismo sus paisanos de Nazaret se enfadaron de tal manera por sus palabras que “todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle (Lc 4,28-29).
Más testimonios todavía. Aunque le acarree malas consecuencias, declaró ante el sanedrín que es el Hijo de Dios (Lc 22,70); llamó a Herodes “raposa” (Lc 13,32) y se negó a hablar en su presencia (Lc 22,9); y ante Anás pudo responder que ha hablado siempre en público y tan claro que puede preguntar a cualquiera de su auditorio (Jn 18, 20-21). No es de extrañar que muchos le aborrezcan por hablar claro (Jn 8,59; 7,12).Por el mismo amor a la verdad admira la fe del centurión (Mt 8,10), elogia a Juan Bautista (Mt 11, 9-15), alaba a la Cananea por su fe (Mt 15,28) y a Natanel como verdadero israelita (Jn 1,47).
Con una doctrina clara. Sirvan estas afirmaciones: “nadie puede servir a dos señores, no podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24); “el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esa generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre” (Mc 8,38; Lc 12,8); el que no está conmigo, está contra mí (Lc 11,23). Y Jesús pide a los apóstoles que hablen con la misma claridad (Mt 10, 26-27)
Persona magnánima
Jesús manifestaba un espíritu selecto, noble, lejos de toda ambición, vanagloria o presunción. Para él, lo más importantes era el Reino de Dios y su justicia, porque “lo demás se dará por añadidura” (Lc 12,31). A imitación del Maestro, el cristiano tiene que perdonar a todos y siempre (Mt 6,12;Mt 18, 22; Lc 17,4); no tiene que obsesionarse por los tesoros de la tierra, sino que debe buscar los del cielo (Mt 6,19-21). Y que no sea avaro como describe en la parábola del rico necio (Lc 12, 13-21).
La grandeza de Jesús. Por una parte se lanza con ardor a predicar el Reino de Dios que pide fe y conversión: Él propone la conquista de un ideal arduo, una meta difícil de conseguir y de comprender aun por los mismos discípulos. Pero por otra parte, el mismo Jesús se muestra comprensivo y frena sus ímpetus. Más aún, en la pasión soporta con entereza los sufrimientos, testimonia el aguante con paciencia ante todas las injusticias que se cometieron durante su proceso y sentencia. Si fue modelo en
una propuesta audaz, también se manifestó fuerte a la hora de resistir la adversidad.
Habrá que recordar que Jesús, personalmente, no se intimida por la cortedad de los apóstoles (Mt 15,16); ni se desanima ante la traición de uno de ellos, por la pertinacia de los fariseos y sacerdotes o el fracaso humano de su predicación. Con magnanimidad, Jesús perdona a Pedro y le promete el pastoreo de su rebaño (Lc 22,61; Jn 21, 15-17). Igualmente otorgó el perdón a Samaria que no quiso recibirle (Lc 9,53-56) y prometió el paraíso al buen ladrón por una sola frase de arrepentimiento (Lc 23, 40-43).
El segundo paradigma que puede interiorizar el cristiano es el de la acción, el del dinamismo apostólico que, con su componente temperamental, recibe el calificativo de somato-prasotónico. Este hagiotipo se polariza en la caridad de obras o de la acción apostólica. Con el punto de partida del beato Juan Pablo II es Cristo, el único superhagionormo en el paradigma de prasotonía. Para confirmar esta opinión presentamos algunos testimonios y doctrinas de Jesús sobre la fortaleza y el dominio de sí, la magnanimidad, decisión y constancia en la misión. También sobre su sinceridad y la claridad en la doctrina.
Jesús fuerte, valiente y siempre dueño de sí mismo
La vida de Jesús manifiesta en qué consiste prácticamente la fortaleza:
Energía para conseguir el proyecto de vida. Es lo que palpamos en la vida de Jesús que trabajó por el Reino de Dios con todo entusiasmo gracias a su fuerza con la que se pueden superar las dificultades externas. Jesús afrontó riesgos que superó con valentía y coherencia. Así ante las tentaciones responde con firmeza y seguridad al tentador (Mt 4 1, 11). De modo especial manifestó su fortaleza a lo largo de su pasión: los tormentos físicos: azotes, coronación de espinas, bofetada...y sobre todo la crucifixión que soportó sin queja alguna (Jn 19, 1-22; Mt 24,67). Es de admirar de manera especial su resistencia en Getsemaní después de varias horas oración y de sudar sangre, cómo se levanta sereno y arrostra el prendimiento (Lc 22,44). Con toda autoridad predicará que las dificultades se pueden superar con la gracia de Dios que hace fácil lo difícil gracias a la fuerza de Dios (Mc 10,27; Jn 15,5;Flp 4,13; Ef 6,10).
Valor ante los obstáculos y enemigos a los que Jesús tuvo que enfrentarse. Pero con fortaleza restableció el equilibrio, acometió con entusiasmo la empresa difícil de la evangelización, afrontó con entereza los ataques de sus adversarios y fue superando muchas de las dificultades que se oponían al proyecto del Reino de Dios y al compromiso de la redención del mundo. Jesús como hombre fuerte va a resucitar a Lázaro, consciente del peligro de volver a Judea (Jn 11,16); sale en busca de los que van a prenderle (Mt 26,46); anuncia serenamente a sus discípulos la necesidad de su pasión y muerte (Mt 16,21-23); y ataca valientemente a los escribas y fariseos (Lc 11,37-54; Mt 12,34; 23, 22...) sabiendo que le llevarán por ello la muerte.
Presencia de otros valores integrantes de la fortaleza en Jesús. Él aparece fuerte, con una mezcla de virilidad, fuerza de voluntad, capacidad innata para decir “sí” o “no”, predisposición a la seguridad en sí mismo. Se nota en sus relaciones, especialmente en la pasión, una gran dosis de aguante, valentía y hasta buenos reflejos. En un contexto cultural en el que se desenvuelve, Jesús es audaz para acometer con mucha firmeza de ánimo sin que aparezca, exceptuada la situación de Getsemaní, el miedo o la angustia.. Jesús es la persona entusiasta que anima a sus apóstoles a trabajar con gozo, amor y esperanza por el ideal del Reino de Dios. Como Maestro, inculca el ánimo fuerte pues el reino de los cielos es alcanzado a viva fuerza y los esforzados lo conquistan (Mt 11,12). A la fortaleza exhorta el Maestro: “no tengáis miedo de los que matan el cuerpo...temed a aquel que después de matar tiene poder para lanzar a los infiernos” (Lc 12, 4-5). Aunque su vida está más llena de fracasos, sin embargo, Él, Jesús, muestra seguridad en sí mismo cuando afirma: “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35). “Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Es la seguridad que pide al seguidor que no puede volverse atrás (Lc 9,57-62).
Su equilibrio y dominio de sí. Aparecen, por ejemplo, cuando van a apedrearle y sigue la discusión sin inmutarse (Jn 10,31-39); cuando le avisan que Herodes quiere matarle y Él responde valientemente sin darle importancia (Lc 13,31-33). Jesús soportó sin inmutarse las acusaciones ante Pilato (Mt 27, 11-14) y guardó silencio ante Herodes, cayendo en su desgracia (Lc 23,9).
Decidido y constante en su misión
Jesús, siendo niño, desea estar en las cosas de su Padre y con toda decisión pregunta sin miedo a los doctores en el templo (Lc 2,46-47). En su vida pública, arroja fuera del templo a quienes lo estaban convirtiendo en cueva de ladrones (Mc 11,15-17). Cuando le preguntan si se puede curar en sábado, inmediatamente sana al de la mano seca porque el amor al hombre está por encima de leyes humanas. (Mt 12,9-13). Sorprende la decisión con la que sale a recibir a los que vienen a prenderle (Mt 26,46). Él no retrocedió ante las dificultades: predica en su patria sabiendo que nadie es profeta en su tierra (Mt 13, 53-58); sana al hidrópico en sábado ante la desaprobación tácita de los fariseos.. (Lc 14,1-6) y sube a Jerusalén anunciando antes claramente a los apóstoles que va a la Pasión (Mt 20,17-19).
Constante en su misión. En su vida oculta, permanece treinta años trabajando en Nazaret (Lc 2, 51-52). Para comenzar su tarea, vive en el desierto durante cuarenta días en medios de privaciones y tentaciones (Mt 4,1-2). Posteriormente, educa un día y otro a los apóstoles, a pesar del poco rendimiento de sus enseñanzas (Mt 15,16). Antes de la pasión, persevera en la oración del huerto tras varias horas seguidas y de oración con angustia (Lc 22,43). Con toda autoridad personal enseñará: el que persevere durante toda la vida será salvo (Mt 10,22); el que sea constante hasta el fin, éste se salvará (Mc 13,13). La doctrina de Jesús es contundente: nadie que ponga la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios (Lc 9,62)
Sincero y con una doctrina clara.
Jesucristo ha venido al mundo a dar testimonio de la verdad (Jn 8, 37) y actuó con toda sinceridad en el hablar y en el actuar. Como vulgarmente se dice, Jesús no tenía “pelos en la lengua”: aborrece la hipocresía y acusa de ella a los fariseos (Lc 11,39-52); discute abiertamente con los judíos reprochándoles con dureza (Jn 8,21-30; 34-47); a la turba que le busca en Cafarnaúm le replica que le siguen no porque vieron señales maravillosas, sino porque comieron panes y se hartaron (Jn 6,26). Así mismo sus paisanos de Nazaret se enfadaron de tal manera por sus palabras que “todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle (Lc 4,28-29).
Más testimonios todavía. Aunque le acarree malas consecuencias, declaró ante el sanedrín que es el Hijo de Dios (Lc 22,70); llamó a Herodes “raposa” (Lc 13,32) y se negó a hablar en su presencia (Lc 22,9); y ante Anás pudo responder que ha hablado siempre en público y tan claro que puede preguntar a cualquiera de su auditorio (Jn 18, 20-21). No es de extrañar que muchos le aborrezcan por hablar claro (Jn 8,59; 7,12).Por el mismo amor a la verdad admira la fe del centurión (Mt 8,10), elogia a Juan Bautista (Mt 11, 9-15), alaba a la Cananea por su fe (Mt 15,28) y a Natanel como verdadero israelita (Jn 1,47).
Con una doctrina clara. Sirvan estas afirmaciones: “nadie puede servir a dos señores, no podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24); “el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esa generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre” (Mc 8,38; Lc 12,8); el que no está conmigo, está contra mí (Lc 11,23). Y Jesús pide a los apóstoles que hablen con la misma claridad (Mt 10, 26-27)
Persona magnánima
Jesús manifestaba un espíritu selecto, noble, lejos de toda ambición, vanagloria o presunción. Para él, lo más importantes era el Reino de Dios y su justicia, porque “lo demás se dará por añadidura” (Lc 12,31). A imitación del Maestro, el cristiano tiene que perdonar a todos y siempre (Mt 6,12;Mt 18, 22; Lc 17,4); no tiene que obsesionarse por los tesoros de la tierra, sino que debe buscar los del cielo (Mt 6,19-21). Y que no sea avaro como describe en la parábola del rico necio (Lc 12, 13-21).
La grandeza de Jesús. Por una parte se lanza con ardor a predicar el Reino de Dios que pide fe y conversión: Él propone la conquista de un ideal arduo, una meta difícil de conseguir y de comprender aun por los mismos discípulos. Pero por otra parte, el mismo Jesús se muestra comprensivo y frena sus ímpetus. Más aún, en la pasión soporta con entereza los sufrimientos, testimonia el aguante con paciencia ante todas las injusticias que se cometieron durante su proceso y sentencia. Si fue modelo en
una propuesta audaz, también se manifestó fuerte a la hora de resistir la adversidad.
Habrá que recordar que Jesús, personalmente, no se intimida por la cortedad de los apóstoles (Mt 15,16); ni se desanima ante la traición de uno de ellos, por la pertinacia de los fariseos y sacerdotes o el fracaso humano de su predicación. Con magnanimidad, Jesús perdona a Pedro y le promete el pastoreo de su rebaño (Lc 22,61; Jn 21, 15-17). Igualmente otorgó el perdón a Samaria que no quiso recibirle (Lc 9,53-56) y prometió el paraíso al buen ladrón por una sola frase de arrepentimiento (Lc 23, 40-43).