El “ayer” según el anciano san Juan Pablo II

El “ayer” según el anciano san Juan Pablo II



En 1999 el Papa san Juan Pablo II, cuando le faltaban unos meses para cumplir los ochenta años, escribió una carta a los ancianos con estas palabras: “al dirigirme a los ancianos, sé que hablo a personas y de personas que han realizado un largo recorrido (cf. Sb 4, 13). Hablo a los de mi edad; me resulta fácil, por tanto, buscar una analogía en mi experiencia personal” (1-X-1999, n3).

Aprovecho esta Carta del santo Juan Pablo II para continuar los artículos sobre “cómo afrontar los ochenta”. Después de tratar sobre la oración, necesaria a toda la familia, propongo escribir tres artículos sobre la comunicación del anciano con Dios: el primero, centrado en el ayer de la persona mayor, en su pasado, que admite como subtítulo: “gratitud y arrepentimiento”. Continuará ul segundo artículo en torno a la situación actual, al hoy de la persona anciana que, ante tantas limitaciones, necesita como nunca “aceptación y fortaleza”. Y por último, será el anciano que reflexiona sobre el “mañana”, más o menos inmediato, de la muerte. Es la oración del creyente interpelado por su esperanza ante el encuentro definitivo con Dios en la vida eterna.



El balance de la vida

En la última etapa de su vida, el anciano no puede evitar realizar un examen sobre sus tareas, situaciones y relaciones. El mismo Pontífice, san Juan Pablo II, afronta el tema en la Carta citada: “queridos hermanos y hermanas: a nuestra edad resulta espontáneo recorrer de nuevo el pasado para intentar hacer una especie de balance. Esta mirada retrospectiva permite una valoración más serena y objetiva de las personas que hemos encontrado y de las situaciones vividas a lo largo del camino. El paso del tiempo difumina los rasgos de los acontecimientos y suaviza sus aspectos dolorosos. Por desgracia, en la existencia de cada uno hay sobradas cruces y tribulaciones. A veces se trata de problemas y sufrimientos que ponen a dura prueba la resistencia psicofísica y hasta conmocionan quizás la fe misma. No obstante, la experiencia enseña que, con la gracia del Señor, los mismos sinsabores cotidianos contribuyen con frecuencia a la madurez de las personas, templando su carácter”(n.2).



Resumen del “ayer”: gratitud, arrepentimiento y propósito reparador

Personalmente, ante el balance del pasado, más de una vez he imaginado esta posible oración de la persona anciana: “gracias, Señor, por cuanto dones me regalaste en mi vida. Muchas han sido las oportunidades que he tenido para hacer el bien y para mostrarte mi fidelidad. Pero con la lucidez que todavía me concedes, lamento la gran diferencia entre el proyecto de tu amor sobre mi persona, lo que Tú esperabas de mí, y mi irresponsabilidad. ¡Qué abismo entre tu generosidad y mi conducta raquítica! ¡Siento vergüenza, Señor! Imagino que en el purgatorio la experimentaré con mayor intensidad. Admite ahora, en esta vida terrenal, mi sincero dolor por no haber correspondido como debía y como tú esperabas. Vaya, una vez más, mi débil propósito de reparar, durante el tiempo de vida que Tú me concedas, los errores y pecados que estropearon tu proyecto sobre mí. Gracias, Señor y perdón por mis culpas. Confío una vez más en tu misericordia”.



Qué agradecer a Dios.

Muchas son las gracias recibidas de Dios y que sobresalen en el balance del “ayer” de quien cumplió los ochenta años. Ahora, me atrevo a seleccionar tres, relacionadas con la fe, la oración y las tareas apostólicas. La fe, educada en la escuela de Jesús y de María; la oración experimentada como abrazo de Dios. Y el ministerio sacerdtoal como ayuda a la felicidad del prójimo.



La fe educada en la escuela de Jesús y de María

El primer y gran don que agradezco es la fe y su educación en la escuela de Jesús y María. Así expresé mi gratitud: “te pido, Dios mío, ser un buen alumno-a en la mejor de las escuelas, la que está dirigida por los mejores maestros, tu Hijo Jesús y tu madre María. Seré puntual para la “clase” de la mañana, la meditación personal, escuchando sus orientaciones para mi conducta en el día. Y por la noche, regresaré a la clase con el examen de conciencia. Con sencillez les expondré cómo realicé las tareas que ellos, mis “maestros”, me pusieron. Escucharé sus correcciones. Pediré perdón y fuerza “para corregirme y ser mejor” al siguiente día. AMÉN”.



La oración, experimentada como abrazo de Dios En diferentes ocasiones me pregunté: “¿y en qué consiste lo fundamental de la oración? Y una vez más encuentro tu respuesta en la Parábola del hijo pródigo y más concretamente en el abrazo del Padre callando la plegaria ensayada de quien no merecía ser tenido como hijo suyo. Es lo que a mí sucede, Señor, pero tú me insistes en que me fije en la oración como la comunicación amorosa contigo para recibir tu amor misericordioso. Haz, Señor, que vea la oración (abrazo, comunicación) como la ocasión para descansar. El hijo descansó en el banquete que el Padre le preparó. Yo descanso con mi espíritu, que llegó muy tenso pero sale muy sereno y fortalecido de la oración, dispuesto a dar un trato misericordioso, amable con quienes me relaciono. AMÉN”.



Mis tareas para la felicidad del prójimo

“Te pedí, Señor y procuré dar un poco de felicidad a quien me escucha o trato con frecuencia. Me veo a mí y contemplo al egoísta que busca su felicidad ante todo y sobre todos. Pero te contemplo a Ti dando siempre algo de felicidad: cuando predicabas, por ejemplo con las bienaventuranzas, animabas a todos para que fueran felices con la esperanza en el dolor o en la persecución; cuando curabas a los enfermos, restablecías la salud y también la felicidad perdida, cuando tus discípulos estaban desanimados sabías darles unas palabras de consuelo. Enséñame, Señor a preguntarme: ¿será feliz esta persona? ¿Cómo ser instrumento de paz y felicidad? Y que a imitación tuya, acierte con la frase adecuada o con el servicio que necesita. AMÉN”.

Y del AYER, los 80 cumplidos, pasamos al HOY de la década octava de la vida, con sus pros y contras
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