Ante la crisis de las ocho cabezas
Una aspirina semanal no cura un cáncer terminal. Ni las palabras de políticos solucionan la problemática tan profunda y universal en la que está sumergido el mundo. La situación actual necesita la colaboración de todos y la radicalidad para afrontar y superar la crisis que padece el mundo actual con sus ocho raíces y ocho cabezas:
1-la verdad sin mentiras y con trasparencia;
2-la justicia sin egoísmos y con respeto;
3-la paz sin agresividad y con diálogo;
4-la libertad sin libertinaje y con responsabilidad;
5-la vida sin matar y con ayudas a los necesitados;
6-los bienes ajenos, sin robar y con generosidad;
7-las relaciones sin odios y con fraternidad;
8-la religiosidad sin manipulaciones y con fe coherente.
Y entre los muchos textos del magisterio para una respuesta radical, elijo uno que siempre me subyugó: el Vaticano II en el n.69 de la CP. Gaudium et Spes. Pero sus exigencias se entienden mejor a la luz de las respuestas básicas como personas, como grupo socio-político y como creyentes
Para la corrupción y como personas: evitar el egoísmo y practicar el respeto.
El mundo merece el calificativo de comunidad humanizada siempre y cuando se cumplan los derechos humanos para sus miembros. Pero en nuestro tiempo, esta comunidad universal padece la injusticia en la mayoría de sus habitantes, víctimas de un mundo que parece un tren alocado, mundo bajo los efectos del maremoto de la corrupción y confundido sobre la verdad como en la torre de Babel. ¿Qué respuestas primeras necesita contra la corrupción?
No al individualismo, cáncer comunitario. Entre los escollos a superar para que sea coherente la superación de la problemática mundial hay que destacar, ante todo, el individualismo. A veces, bajo el pretexto de que “primero somos nosotros y los de nuestro grupo”, se niega la dinámica comunitaria del dar-y-recibir. El individualista quiere sólo recibir, poseer y mandar. El egoísmo exaltado afecta a todos, a la persona individual, a los grupos de familia, partido político, pueblo, Patria o continente. Siempre predomina el yo sobre el tú, el nosotros sobre el vosotros.
El respeto mutuo, como principio indispensable. Existe tal respeto mutuo cuando cada persona responde positivamente ante el derecho ajeno con el deber que se acomoda a las exigencias objetivas de la justicia; repara los daños ocasionados por anteriores lesiones de los derechos del prójimo; es solidaria para superar las injusticias sociales y está dispuesta para promover el bien común.
La práctica de los mandamientos como el no mentir, no robar y no matar. Muchos problemas y muchas crisis son el efecto de la corrupción de quienes roban con impunidad total, actúan sin transparencia, mienten con cinismo, evaden la justicia con subterfugios legales, matan a inocentes con toda “legalidad”, extorsionan las voluntades de los más débiles, se enriquecen empobreciendo a los más necesitados y acaparan el poder en beneficios propio y de su partido.
Para el grupo no corrompido: responsabilidad con otras respuestas
La responsabilidad como fuente. Unida a la conducta responsable está la solidaridad, la corresponsabilidad, la gratuidad, la subsidiariedad. El núcleo de la responsabilidad consiste en la conducta consecuente ante los derechos ajenos y los deberes persona1es. Es decir, en la respuesta positiva que se caracteriza por ser la conducta coherente ante el bien común y los derechos humanos. Es el “sí” práctico y eficaz a la llamada del deber, de la justicia, la libertad, la paz comunitaria, la fraternidad de todos, etc.
La solidaridad con hechos. Además de la responsabilidad individual, necesitamos la solidaridad, uno de los signos de nuestro tiempo (AA 14). ¿Sus fundamentos? La interdependencia mutua, el imperativo ético que actúa en las personas para sintonizar con los hombres; en las manifestaciones de la persona rica y de la nación poderosa con quienes viven en la necesidad. En los dirigentes políticos pesa la gravísima obligación de ayudar a otros grupos o pueblos necesitados en vías de desarrollo o bajo el calificativo de pobres (PP 48).
La corresponsabilidad como más exigente. Superior a la misma responsabilidad porque está integrada por la aceptación de la vocación comunitaria de la persona, la preocupación por el bien común; la conciencia de los derechos del hombre; la responsabilidad como práctica de la justicia social y la colaboración para conseguir los intereses de la comunidad.
La gratuidad para ser justos. Está dentro de la lógica del don como expresión de la fraternidad. Es una exigencia del hombre en el momento actual y también una exigencia de la caridad y de la verdad al mismo tiempo. “Se trata, en definitiva, de una forma concreta y profunda de democracia económica. Mientras antes se podía pensar que lo primero era alcanzar la justicia y que la gratuidad venía después como un complemento, hoy es necesario decir que sin la gratuidad no se alcanza ni siquiera la justicia...“ (Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate (2009), nn.38 y 36).
La subsidiariedad que dignifica. Según el mismo Benedicto XVI, se trata del antídoto más eficaz contra cualquier forma de asistencialismo paternalista. Para no abrir la puerta a un peligroso poder universal de tipo monocrático, “el gobierno de la globalización debe ser de tipo subsidiario, articulado en múltiples niveles y planos diversos, que colaboren recíprocamente”(57).
Para los bienes económicos, radicalidad según la Gaudium et Spes 69
Muchos son los textos del magisterio de la Iglesia que iluminan el camino a seguir para superar la crisis de las ocho cabezas. Ahora me limito al tema de los bienes económicos con uno de los textos más significativos, el número 69 de la Constitución pastoral del Vaticano II. ¡Qué gran revolución socio-política si los criterios de la GS fueran aplicados dentro y fuera de la Iglesia: Como un comentario alargaría demasiado el artículo, me limito a seleccionar frases textuales pero en orden de mayor a menor radicalidad.
¿Hasta qué limite ayudar al necesitado?
-“los hombres están obligados a ayudar a los pobres, y por cierto no sólo con los bienes superfluos”.
Si no ayudamos ¿colaboramos en la muerte del hambriento?
“frase de los Padres: Alimenta al que muere de hambre, porque, si no lo alimentas, lo matas”,
¿Es totalmente mío cuanto me pertenece?
-“Por tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes”… “jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes”.
¿Cómo actuará el cristiano?
-“los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad”.
Fe coherente para las ocho cabezas de la crisis
Y para la fe coherente: presencia de Dios, de Cristo, de la Iglesia y de la esperanza. La religiosidad sin manipulaciones y con fe coherente afecta de modo distinto al creyente, a todo cristiano y al miembro de la Iglesia católica.
Clama el creyente: sin Dios, el hombre es menos hombre. Con Dios, el creyente dispone de nueva luz y nueva fuerza para evitar la corrupción y superar muchas dificultades. Por lo tanto, que Dios sea aceptado y no marginado ni instrumentalizado. No al rechazo, a la indiferencia, ignorancia, incongruencias, frivolidad, rebeldía y manipulación fanática. Y «sí» al respeto, la religiosidad digna, la obediencia coherente, el culto religioso unido al servicio desinteresado, la confianza sin imposiciones y la comunión hasta llegar a la amistad interpersonal. Ahora bien, hay que reconocer que el impulso de trascendencia, hoy día, es de baja intensidad; que el sentimiento religioso está enfermo. Y ausente el sentimiento de culpa por las ofensas cometidas contra el hombre o contra Dios.
Afirma el cristiano convencido: Cristo es indispensable para humanizar y para salvar. El Reino de Dios que él predicó necesita estar presente como proyecto de salvación integral del hombre, decisivo en la liberación de su dignidad sobre algunas normativas y dentro de un mundo más humano. Muchas crisis desaparecerían si Dios “reinara” (estuviera presente) en cada persona y en las instituciones humanas con manifestaciones de verdad-sinceridad, justicia-respeto, paz-tolerancia, libertad sin esclavitudes, amor universal, con preferencia a los pobres, y amor al prójimo incluido el mismo enemigo.
Sostienen los católicos: la Iglesia es creíble por el testimonio de caridad de sus miembros que ponen en práctica la doctrina social que enseña el magisterio. “La Iglesia, por ello, se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” (Gaudium et spes 1). La Iglesia viva, la de los testigos de la caridad, misioneros, mártires de la fe y…, enseña cómo afrontar y superar la problemática del mundo en crisis.
Seguirá insatisfecha la condición humana, aunque se supere la crisis de las ocho cabezas. ¿Razón? El Vaticano II ofreció una respuesta: “Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano” (Gaudium et spes 39). A todos urge unir a la fe y a la caridad, la esperanza que asegura al cristiano una vida inmortal con victoria sobre la muerte. Se trata de una vida eterna porque el tiempo histórico será superado; vida plena con la resurrección futura y vida escatológica en el cielo que seguirá a la vida en la fase temporal, en la tierra. Por la virtud de la esperanza el bautizado junto a toda la comunidad cristiana, camina hacia el encuentro definitivo con Dios y la venida de Cristo, apoyado en su gracia y misericordia y para consumar el plan de salvación.
1-la verdad sin mentiras y con trasparencia;
2-la justicia sin egoísmos y con respeto;
3-la paz sin agresividad y con diálogo;
4-la libertad sin libertinaje y con responsabilidad;
5-la vida sin matar y con ayudas a los necesitados;
6-los bienes ajenos, sin robar y con generosidad;
7-las relaciones sin odios y con fraternidad;
8-la religiosidad sin manipulaciones y con fe coherente.
Y entre los muchos textos del magisterio para una respuesta radical, elijo uno que siempre me subyugó: el Vaticano II en el n.69 de la CP. Gaudium et Spes. Pero sus exigencias se entienden mejor a la luz de las respuestas básicas como personas, como grupo socio-político y como creyentes
Para la corrupción y como personas: evitar el egoísmo y practicar el respeto.
El mundo merece el calificativo de comunidad humanizada siempre y cuando se cumplan los derechos humanos para sus miembros. Pero en nuestro tiempo, esta comunidad universal padece la injusticia en la mayoría de sus habitantes, víctimas de un mundo que parece un tren alocado, mundo bajo los efectos del maremoto de la corrupción y confundido sobre la verdad como en la torre de Babel. ¿Qué respuestas primeras necesita contra la corrupción?
No al individualismo, cáncer comunitario. Entre los escollos a superar para que sea coherente la superación de la problemática mundial hay que destacar, ante todo, el individualismo. A veces, bajo el pretexto de que “primero somos nosotros y los de nuestro grupo”, se niega la dinámica comunitaria del dar-y-recibir. El individualista quiere sólo recibir, poseer y mandar. El egoísmo exaltado afecta a todos, a la persona individual, a los grupos de familia, partido político, pueblo, Patria o continente. Siempre predomina el yo sobre el tú, el nosotros sobre el vosotros.
El respeto mutuo, como principio indispensable. Existe tal respeto mutuo cuando cada persona responde positivamente ante el derecho ajeno con el deber que se acomoda a las exigencias objetivas de la justicia; repara los daños ocasionados por anteriores lesiones de los derechos del prójimo; es solidaria para superar las injusticias sociales y está dispuesta para promover el bien común.
La práctica de los mandamientos como el no mentir, no robar y no matar. Muchos problemas y muchas crisis son el efecto de la corrupción de quienes roban con impunidad total, actúan sin transparencia, mienten con cinismo, evaden la justicia con subterfugios legales, matan a inocentes con toda “legalidad”, extorsionan las voluntades de los más débiles, se enriquecen empobreciendo a los más necesitados y acaparan el poder en beneficios propio y de su partido.
Para el grupo no corrompido: responsabilidad con otras respuestas
La responsabilidad como fuente. Unida a la conducta responsable está la solidaridad, la corresponsabilidad, la gratuidad, la subsidiariedad. El núcleo de la responsabilidad consiste en la conducta consecuente ante los derechos ajenos y los deberes persona1es. Es decir, en la respuesta positiva que se caracteriza por ser la conducta coherente ante el bien común y los derechos humanos. Es el “sí” práctico y eficaz a la llamada del deber, de la justicia, la libertad, la paz comunitaria, la fraternidad de todos, etc.
La solidaridad con hechos. Además de la responsabilidad individual, necesitamos la solidaridad, uno de los signos de nuestro tiempo (AA 14). ¿Sus fundamentos? La interdependencia mutua, el imperativo ético que actúa en las personas para sintonizar con los hombres; en las manifestaciones de la persona rica y de la nación poderosa con quienes viven en la necesidad. En los dirigentes políticos pesa la gravísima obligación de ayudar a otros grupos o pueblos necesitados en vías de desarrollo o bajo el calificativo de pobres (PP 48).
La corresponsabilidad como más exigente. Superior a la misma responsabilidad porque está integrada por la aceptación de la vocación comunitaria de la persona, la preocupación por el bien común; la conciencia de los derechos del hombre; la responsabilidad como práctica de la justicia social y la colaboración para conseguir los intereses de la comunidad.
La gratuidad para ser justos. Está dentro de la lógica del don como expresión de la fraternidad. Es una exigencia del hombre en el momento actual y también una exigencia de la caridad y de la verdad al mismo tiempo. “Se trata, en definitiva, de una forma concreta y profunda de democracia económica. Mientras antes se podía pensar que lo primero era alcanzar la justicia y que la gratuidad venía después como un complemento, hoy es necesario decir que sin la gratuidad no se alcanza ni siquiera la justicia...“ (Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate (2009), nn.38 y 36).
La subsidiariedad que dignifica. Según el mismo Benedicto XVI, se trata del antídoto más eficaz contra cualquier forma de asistencialismo paternalista. Para no abrir la puerta a un peligroso poder universal de tipo monocrático, “el gobierno de la globalización debe ser de tipo subsidiario, articulado en múltiples niveles y planos diversos, que colaboren recíprocamente”(57).
Para los bienes económicos, radicalidad según la Gaudium et Spes 69
Muchos son los textos del magisterio de la Iglesia que iluminan el camino a seguir para superar la crisis de las ocho cabezas. Ahora me limito al tema de los bienes económicos con uno de los textos más significativos, el número 69 de la Constitución pastoral del Vaticano II. ¡Qué gran revolución socio-política si los criterios de la GS fueran aplicados dentro y fuera de la Iglesia: Como un comentario alargaría demasiado el artículo, me limito a seleccionar frases textuales pero en orden de mayor a menor radicalidad.
¿Hasta qué limite ayudar al necesitado?
-“los hombres están obligados a ayudar a los pobres, y por cierto no sólo con los bienes superfluos”.
Si no ayudamos ¿colaboramos en la muerte del hambriento?
“frase de los Padres: Alimenta al que muere de hambre, porque, si no lo alimentas, lo matas”,
¿Es totalmente mío cuanto me pertenece?
-“Por tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes”… “jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes”.
¿Cómo actuará el cristiano?
-“los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad”.
Fe coherente para las ocho cabezas de la crisis
Y para la fe coherente: presencia de Dios, de Cristo, de la Iglesia y de la esperanza. La religiosidad sin manipulaciones y con fe coherente afecta de modo distinto al creyente, a todo cristiano y al miembro de la Iglesia católica.
Clama el creyente: sin Dios, el hombre es menos hombre. Con Dios, el creyente dispone de nueva luz y nueva fuerza para evitar la corrupción y superar muchas dificultades. Por lo tanto, que Dios sea aceptado y no marginado ni instrumentalizado. No al rechazo, a la indiferencia, ignorancia, incongruencias, frivolidad, rebeldía y manipulación fanática. Y «sí» al respeto, la religiosidad digna, la obediencia coherente, el culto religioso unido al servicio desinteresado, la confianza sin imposiciones y la comunión hasta llegar a la amistad interpersonal. Ahora bien, hay que reconocer que el impulso de trascendencia, hoy día, es de baja intensidad; que el sentimiento religioso está enfermo. Y ausente el sentimiento de culpa por las ofensas cometidas contra el hombre o contra Dios.
Afirma el cristiano convencido: Cristo es indispensable para humanizar y para salvar. El Reino de Dios que él predicó necesita estar presente como proyecto de salvación integral del hombre, decisivo en la liberación de su dignidad sobre algunas normativas y dentro de un mundo más humano. Muchas crisis desaparecerían si Dios “reinara” (estuviera presente) en cada persona y en las instituciones humanas con manifestaciones de verdad-sinceridad, justicia-respeto, paz-tolerancia, libertad sin esclavitudes, amor universal, con preferencia a los pobres, y amor al prójimo incluido el mismo enemigo.
Sostienen los católicos: la Iglesia es creíble por el testimonio de caridad de sus miembros que ponen en práctica la doctrina social que enseña el magisterio. “La Iglesia, por ello, se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” (Gaudium et spes 1). La Iglesia viva, la de los testigos de la caridad, misioneros, mártires de la fe y…, enseña cómo afrontar y superar la problemática del mundo en crisis.
Seguirá insatisfecha la condición humana, aunque se supere la crisis de las ocho cabezas. ¿Razón? El Vaticano II ofreció una respuesta: “Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano” (Gaudium et spes 39). A todos urge unir a la fe y a la caridad, la esperanza que asegura al cristiano una vida inmortal con victoria sobre la muerte. Se trata de una vida eterna porque el tiempo histórico será superado; vida plena con la resurrección futura y vida escatológica en el cielo que seguirá a la vida en la fase temporal, en la tierra. Por la virtud de la esperanza el bautizado junto a toda la comunidad cristiana, camina hacia el encuentro definitivo con Dios y la venida de Cristo, apoyado en su gracia y misericordia y para consumar el plan de salvación.